14 de Noviembre de 2020, 17:58
La Administración de Donald Trump se ha caracterizado por el enfrentamiento y la erosión del multilateralismo. La Organización Mundial del Comercio (OMC) ha vivido un constante declive y hasta su futuro ha quedado en suspenso, con el riesgo de que su órgano de apelación haya dejado de funcionar. El Gobierno todavía en funciones no sólo ha expresado su desconfianza hacia la Otón, sino que también ha criticado a sus socios europeos, y a España en particular, por no contribuir lo suficiente al sostenimiento de la Alianza. Los ataques de Trump se han orientado también a la Organización Mundial de la Salud (OMS). En plena pandemia, recortó una parte sustantiva de su presupuesto alegando que debía promover que se investigue la responsabilidad china en la propagación del virus. ¿Qué cambia en todo este escenario? ¿Cómo afecta al Brexit? ¿Perderá intensidad la guerra tecnológica? Nos responden cinco expertas y expertos. Cuatro respuestas afirmativas, una negativa y mucha cautela.
¿Una nueva esperanza para la OMC?
Sí, pero debemos ser cautos. Sería un error pensar que las tensiones entre EE.UU. y la OMC comenzaron con Trump. La actitud comercial transaccional del presidente norteamericano consiguió desmantelar gran parte de la capacidad operativa de la organización. Su órgano de apelación, la joya de la corona, quedó sin suficientes jueces para dictar sentencias tras la negativa estadounidense a nombrar a nuevos magistrados. En cambio, Biden es un forofo del sistema multilateral e históricamente defensor de los tratados de libre comercio: desde Nafta a la Ronda de Uruguay, que llevó a la creación de la OMC.
Sin embargo, ya Barack Obama tuvo ciertas disputas con esta institución. Y Biden tomará las riendas de un país asolado por una pandemia, con desigualdades a menudo atribuidas a la globalización y tras un enfriamiento de las relaciones con su gran adversario geopolítico. Dicho esto, el declive de la OMC bajo Trump proporciona a Biden una oportunidad de reformarla, manteniendo el 'acquis', pero también buscando modificaciones para aspectos que llevan años causando problemas a Estados Unidos. Durante la era Obama, éstos se trataban tanto de cuestiones de procedimiento como de una percibida extralimitación por parte de los jueces (especialmente, en su interpretación de normas anti-dumping que concernían a EE.UU.). En términos generales, también se oponían al tratamiento preferencial de China (como país emergente) ante la incipiente guerra tecnológica. Parece que Biden tendrá prioridades parecidas a las de Obama y, a diferencia de Trump, trabajará por la reforma y no la destrucción del sistema que lleva décadas defendiendo. Eso, al menos, es una buena noticia.
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¿La Presidencia de Biden modifica la estrategia europea?
No, porque si no existe estrategia es imposible cambiarla.
Donald Trump no fue el primer líder de la OTAN que cuestionó el resultado electoral en EEUU, calificándolo de "claro triunfo del pueblo que corre el riesgo de ser robado por los engaños de los grandes medios". El honor corresponde al primer ministro esloveno Janez Jansa quien, además de compatriota de la actual primera dama y aguerrido nacionalista anti-inmigración, es un miembro del Consejo Europeo. Desde otro Estado miembro, el portal de internet húngaro Origo (uno de los principales puntales informativos del populista Viktor Orbán) también lanzaba dudas sobre la victoria de Biden.
Se trata de dos ejemplos de las enormes dificultades para que la UE, cuya política exterior se decide por unanimidad, tenga un frente común en la relación transatlántica. Y no se trata solo de casos más o menos excéntricos al otro lado del antiguo Telón de acero. Sin necesidad de imaginar el escenario no tan remoto en el que Marine Le Pen o Matteo Salvini toman el poder en la segunda y tercera potencia europeas, se llega a la misma conclusión mirando el contraste de estos días entre la prudencia aliviada de la siempre pro-atlántica Alemania y la insistencia francesa (sea gaullista, socialista o macroniana) por construir una inexistente autonomía en materia geoeconómica y de seguridad. Que el gobierno más conservador, Polonia, y el más de izquierda, España, estén más cerca de Berlín que de París en ese enfoque ya da una idea de lo complicado que es hablar aquí en términos estratégicos o de unidad.
En efecto, el problema de los 27 frente a Washington (pero también frente a Pekín, Moscú o Ankara) es su enorme dificultad para hacer honor a los conceptos de Unión y, sobre todo, de Estrategia. Paradójicamente, Trump había ayudado a ablandar las diferencias. Con él en la Casa Blanca era más o menos fácil consensuar el pánico entre la inmensa mayoría y tratar de ignorar a los recalcitrantes con mando a orillas del Danubio o en pequeños países alpinos. Pero ahora que llegan treinta felicitaciones para Biden (las más entusiastas las de las instituciones), es posible que dar un salto adelante o incluso fijar posiciones geopolíticas comunes resulte todavía más difícil. Eso sí, viviremos cuatro años con menos angustias. Con menos urgencias relativas al high politics. Y por supuesto subrayando la importancia del low politics: salud, acción climática, digitalización, comercio, etc. En todo eso los europeos sí que somos potencia mundial. Sea dicho esto último sin ironía. O tal vez con un poco.
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¿Saldrá fortalecida la OTAN con el cambio de Gobierno?
Sí. Es probable que el multilateralismo se convierta en una nota característica de la Administración Biden, y que ello se traduzca en una mayor atención a la Alianza Atlántica por parte de Estados Unidos. La Otan continúa siendo atractiva para los intereses de Washington a pesar de que sean sus Fuerzas Armadas quienes más aportan, con diferencia, en capacidades militares. A pesar de las críticas, la contribución militar de los aliados europeos complementa y ahorra costes en la presencia global de EE.UU., algo a valorar ante la estrechez de recursos que se derivará de la Covid-19. Y, por otro lado, las operaciones militares norteamericanas adquieren un plus de legitimidad cuando se realizan bajo el paraguas Otan.
Pero un interés menos obvio, y a la vez fundamental para la política exterior norteamericana, es que la Alianza Atlántica proporciona un marco de seguridad y defensa solvente en Europa. Para los países del este, en particular Polonia y los bálticos, esta alternativa es sin duda preferible a la Política Común de Seguridad y Defensa de la Unión Europea. Y para el resto de miembros con clara excepción en Francia, la Otan ofrece una red de seguridad que hace menos acuciante la integración en materia de Defensa. Ayuda, así, a retrasar la autonomía estratégica de la UE, algo que tanto republicanos como demócratas desean evitar por pura lógica geopolítica: no desean tener una gran potencia con agenda y capacidades propias al otro lado del Atlántico.
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¿Se espera una revisión radical de la decisión de EE.UU. de retirarse de la OMS?
Sí. Tanto Joe Biden como su equipo de transición han anunciado que revocará la decisión de la Administración de Donald Trump de retirarse, lo que puede hacerse hasta antes de julio de 2021. Hay bastante margen a partir de la eventual toma de protesta de Biden en enero de 2021. Por otro lado, el equipo de transición incluye un grupo de especialistas en el ámbito de la salud global, quienes abogan por renovar el apoyo a la OMS, incluyendo por supuesto la parte financiera. Sin embargo, si bien los estados miembro de esta organización tienen la obligación de contribuir con determinados montantes financieros anuales, lo cierto es que la mayor parte de su presupuesto de la organización proviene de las llamadas contribuciones voluntarias, tanto de estados como de actores no estatales. La gran desventaja de este esquema es que, por un lado, los estados pueden legalmente reducir los montos adicionales cuando lo deseen y, por otro, pueden designar (earmark) su destino o propósito, con lo que se reduce el margen de decisión en cuestiones presupuestarias.
Hasta ahora, no queda claro si el Gobierno de Estados Unidos con Biden volvería a las aportaciones financieras anteriores, las cuales excedían lo que estaba obligado a pagar. Además, ciertamente no se puede descartar la posibilidad de que el renovado apoyo del Gobierno de Estados Unidos también contenga condiciones a nivel político, como podría ser insistir en que continúe la investigación de lo ocurrido en China al inicio de la pandemia.
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[Escuche el podcast de Agenda Pública: ¿Fue la última chance de Trump?]
¿Pueden verse alteradas las negociaciones del 'Brexit'?
Sí. Durante la campaña, Joe Biden había advertido al Reino Unido que la concreción de su salida de la UE no podía afectar a la paz en Irlanda. De orígenes irlandeses, el candidato demócrata le reiteró el mensaje a Boris Johnson en la tradicional llamada que los mandatarios de la especial relación realizaron hace unos días. Esto mete presión a Johnson, porque la decisión adoptada hace unos meses de ignorar algunas normas del tratado de salida celebrado con la UE justamente pone en peligro la relación con Irlanda y el Acuerdo del Viernes Santo.
Johnson contaba con el hecho de alcanzar un tratado de libre comercio con EE.UU., tal y como se lo había prometido Trump. Al llamar también a Angela Merkel, Emmanuel Macron y Micheál Martin (no está aún claro en qué orden lo hizo), Biden envió una clara señal de querer restablecer la dañada relación que dejó Trump con la UE. El tiempo corre y sólo quedan dos meses para que se cumpla el plazo para la retirada total del Reino Unido y las negociaciones siguen estancadas, siendo el tema irlandés uno de los principales escollos. Al presionar Biden, ha dejado a Johnson sin el apoyo que Trump había prometido. Una eventual insistencia ideológica de parte del primer ministro británico en la Cámara de los Comunes para reponer las disposiciones que violan el acuerdo con la UE (rechazadas por la Cámara de los Lores), alejarían a Reino Unido no sólo de un acuerdo de relaciones futuras con la Unión, sino también de la próxima Administración estadounidense.
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¿Perderá intensidad la guerra tecnológica entre China y Estados Unidos?
No. No lo hará con la Administración Biden porque el eje central de la actual competencia entre ambas potencias es la hegemonía tecnológica en las próximas décadas. La construcción de ese espacio de poder se observa desde Washington como un juego de 'suma cero'. En ese sentido, el excepcional desempeño de China en innovación y tecnología en los últimos cinco años y el anuncio del plan 'Made in China 2025' no han pasado desapercibidos.
Este último prevé impulsar las grandes empresas tecnológicas nacionales y fomentar la transferencia de tecnología de firmas extranjeras a firmas del país asiático. En sintonía con ello, uno de los ejes del nuevo Plan Quinquenal es el desarrollo de la innovación, la informatización y la robotización en la industria, y un aumento de la inversión en I+D para escalar en los eslabones de las cadenas de valor y garantizar su seguridad.
Mantener la vanguardia en innovación y el liderazgo tecnológico internacional obligará a Estados Unidos a redoblar sus esfuerzos internacionales para limitar el avance chino. En este sentido, aunque Biden tenga una política exterior de menor confrontación que la de su predecesor, la disputa tecnológica será un campo de creciente competencia. A medida que China se acerque a los niveles norteamericanos (actualmente, en el puesto 14º del Global Innovation Index; en 2015 estaba en el 29º), se intensificarán las estrategias de Estados Unidos para evitar su liderazgo. Hoy estamos presenciando el inicio de esta larga disputa que marcará el siglo XXI.
(Acceda aquí a la cobertura de Agenda Pública sobre las elecciones estadounidenses, con análisis y datos exclusivos)
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