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'Bidenomics'

Raymond Torres, Juan Moscoso del Prado Hernández

5 mins - 13 de Noviembre de 2020, 13:11

El ya presidente electo de los EE.UU. Joe Biden va a heredar una economía en vías de recuperación pero con inquietantes señales de fragilidad en sus fundamentos. Joe Biden ha sabido aunar en su candidatura las grandes agendas que articularán su mandato: la lucha contra la pandemia de la Covid-19 y su compromiso de garantizar un seguro médico asequible para toda la población; la salida de la crisis y el apoyo a las empresas y familias norteamericanas para mejorar su situación; la mejora de las infraestructuras; y las reformas democráticas necesarias para hacer frente a la crisis de la justicia y los derechos. Pero la perspectiva de un Senado de mayoría Republicana dificultaría enormemente la ingente tarea de alentar el crecimiento tras el golpe asestado por la pandemia y a la vez corregir los profundos desequilibrios económicos y sociales que se ciernen sobre el país
 
El rebote de la economía americana es un hecho indiscutible, y que sin duda explica el reñido resultado electoral. En el tercer trimestre el crecimiento alcanzó un vigoroso 7,4%, borrando las dos terceras partes del terreno perdido por la crisis –un comportamiento que mejora claramente la media europea. Desde mayo, se han creado cerca de nueve millones de puestos de trabajo y la tasa de paro hasta el 7,9% en septiembre, casi la mitad que el máximo pos-Covid. 

Sin embargo, la caótica gestión sanitaria ha empezado a truncar el avance de la economía. Los nuevos contagios se han multiplicado, y podrían colapsar los servicios hospitalarios en algunos Estados, algo que abocaría a nuevas restricciones a la actividad y a la movilidad. Una eventualidad que guarda cierta similitud con Europa, sin ser equiparable por los huecos en la protección social y la inexistencia de una sanidad pública universal del otro lado del Atlántico, que deja a cerca de 30 millones de personas sin cobertura médica.  
 

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Además, los resultados económicos recientes son producto de un dopaje fiscal efímero, que ha servido para inyectar poder adquisitivo (gracias a una mezcla de rebajas fiscales, ayudas transitorias para pymes y parados, y otras transferencias puntuales) sin sembrar las bases de una verdadera expansión. La reindustrialización prometida por Trump no ha dado frutos, como lo muestra la persistente oxidación del cinturón manufacturero –esos Estados con un resultado muy ajustado.

Y ni la imposición de aranceles sobre los productos importados, ni las exenciones fiscales para la relocalización de empresas desde Asia, parecen haber fortalecido la competitividad o atajado el agujero de las cuentas exteriores. Paradójicamente, al auge del proteccionismo se salda por una dependencia crónica frente al exterior. Sobre todo, ese discurso ha desestabilizado el sistema multilateral, garante de reglas del juego comunes.  
 
Otro foco de vulnerabilidad reside en la agudización de las desigualdades sociales y la sensación de descuelgue que se extiende entre amplios sectores. Todo ello, además de frustrar el mito fundacional del ascensor social, provoca una mayor polarización y explicar que buena parte de la población americana apoye el endurecimiento del discurso frente al país que se percibe como principal rival: China.



Por tanto, en el plano internacional, la nueva presidencia estará sin duda marcada por una cierta continuidad en cuanto a la voluntad de reafirmar la posición de primera potencia económica mundial, y de contrarrestar el ascenso del gigante asiático. Joe Biden se ha comprometido a reconstruir el tejido multilateral que el todavía presidente Trump ha desmantelado a conciencia, por ejemplo comprometiéndose a regresar al Acuerdo de París en su primer día de mandato. En otros ámbitos como en la Organización Mundial del Comercio, no debe ser difícil resolver la parálisis provocada por el bloqueo estadounidense al no nombrar dos miembros del tribunal de arbitraje, o imponiendo un presidente no latinoamericano en el BID. Con todo, las diferencias en materia comercial, hoy, son profundas en ámbitos como la privacidad de los datos, la tasa digital, y las ayudas de estados en sectores como el aeronáutico. 

La nueva administración centrará sus esfuerzos en cuestiones internas, particularmente el control de la crisis sanitaria y la preparación de un gran plan de estímulos para relanzar la economía. Joe Biden ya ha anunciado medidas concretas para paliar los efectos de la crisis sobre los parados y los colectivos más desfavorecidos y frenar la ola de desahucios. Es probable que los Republicanos bloqueen los incrementos de impuestos prometidos por Biden. La deuda pública promete por tanto alcanzar nuevos records históricos. 

Ante un escenario tan incierto, la Unión Europea tendrá que profundizar en la construcción de un espacio económico estable, e intentar recoser la relación transatlántica. Y todo ello sin perder pie en la pugna tecnológica mundial en la que la Europa tiene que participar con voz propia, ni caer en la tentación de abandonar el imprescindible discurso de la "autonomía estratégica" al que Donald Trump nos empujó.
 
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