El debate entre los candidatos presidenciales del 29 de septiembre ha puesto nuevamente de manifiesto la escasa relevancia que los asuntos de política exterior tienden a tener en el marco de las contiendas electorales más relevantes, dados los escasos réditos que suelen ofrecer; un aspecto característico de las elecciones estadounidenses, pero no exclusivo de ellas, como el caso español ejemplifica a la perfección.
Ya en 2016, se produjeron las tradicionales críticas sobre el escaso papel que la política exterior tuvo en la contienda presidencial. Y, con todo, este pareció ser mucho más destacado que en el caso de los comicios actuales, donde sólo han tenido cierta relevancia algunos aspectos relacionados con la política interna, como serían el caso de China y su relación con la difusión del coronavirus, o los recientes éxitos diplomáticos del presidente estadounidense.
En cualquier caso y, dada la importancia de Estados Unidos para el sistema internacional, parece necesario analizar cuáles son los fundamentos de los candidatos a la Presidencia en este ámbito.
En primer lugar, tenemos el caso del presidente
Donald Trump. Tal y como él mismo ha reconocido en una entrevista,
las líneas de su mandato si fuera reelegido serían básicamente las mismas, pese a que en algunos aspectos parece ofrecer ciertos signos de suavización, como sucede con su política comercial hacia la Unión Europea; que tiene, no obstante, un futuro incierto a raíz de la
última resolución de la Organización Mundial de Comercio.
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No obstante, el grueso de una política comercial que priorizaría a las empresas y los empleos estadounidenses aplicando medidas arancelarias frente a aliados y adversarios, su política enérgica frente a China, Venezuela o Irán, la salida de Estados Unidos de las
guerras interminables que tienen lugar en el Próximo Oriente o el apoyo a sus aliados más cercanos en la región, como Israel y Arabia Saudí, seguirían siendo una constante en un segundo mandato del candidato republicano.
De igual forma, no parece observarse un cambio de línea estratégica respecto de la ideología
jacksoniana que ha guiado su política internacional durante estos últimos cuatro años, en la que los intereses estadounidenses han sido defendidos de manera enérgica, y hasta unilateral de ser necesario.
Por el contrario, el perfil del ex vicepresidente
Joe Biden parece encajar con una política más ortodoxa y similar a la que sus predecesores sostuvieron en las dos décadas anteriores de posguerra fría.
Entre las principales propuestas del candidato demócrata cabe destacar la
revitalización de las alianzas estadounidenses con los aliados tradicionales en Europa y Asia, que considera dañadas por las políticas del presidente estadounidense. De igual forma, defiende una
actitud más enérgica frente al cambio climático y la reincorporación de Estados Unidos al Acuerdo de París. Otro aspecto destacado sería su voluntad de
reincorporar al país al acuerdo nuclear con Irán en caso de que esta potencia siga cumpliendo con los términos del mismo. Además, pretende revitalizar la política de promoción de valores e ideales estadounidenses, que se concreta en la promoción y fortalecimiento de los sistemas democráticos a nivel interno y en el sistema internacional.
A pesar de todas estas propuestas,
una Presidencia de Biden no sería ni revolucionaria ni totalmente transformadora, teniendo en cuenta que no todos los aspectos de la política exterior de Trump han sido negativos y algunos de ellos responden a elementos estructurales que una hipotética Administración Biden tendría difícil modificar.
Entre estos aspectos cabe destacar el del final de las 'guerras interminables' o el apoyo a una política comercial más proteccionista, que tienen un amplio apoyo en la sociedad estadounidense y, especialmente, en el ala más progresista del Partido Demócrata. Otro ejemplo sería el de la demanda de incremento del gasto en defensa a los aliados europeos. Lo mismo sucede con la política enérgica hacia China, que cuenta con partidarios en las dos formaciones políticas principales.
Por otra parte,
las propuestas de Biden no están exentas de ciertas contradicciones. Uno de los ejemplos más claros es el de su defensa del "intervencionismo liberal", traducido en el uso de la fuerza para combatir las violaciones masivas de derechos humanos. La experiencia de las últimas décadas hace a esta política difícilmente compatible con el fin de las
guerras interminables y ha conducido a diversos cambios de régimen, que el candidato demócrata dice rechazar.
Es indiscutible que la mezcolanza de elementos realistas y liberales que parecen inspirar las propuestas en política exterior del candidato demócrata, y el cambio de formas en la relación con los líderes de otros estados sería muy bien recibido, especialmente en Europa. Sin embargo, esta política ortodoxa constituye, paradójicamente, la principal fortaleza y la principal debilidad de Biden a la luz de los resultados obtenidos en los últimos 20 años, y que han quedado ejemplificados en las intervenciones militares en Irak y Libia. Errores a los que el propio Biden no ha sido ajeno, como resalta en sus memorias el ex secretario de Defensa Robert Gates, uno de sus principales críticos.
Si el gran reto del presidente Trump en un hipotético segundo mandato es el de saber abandonar aquellas políticas que no han dado los resultados esperados, el de Biden sería saber compatibilizar su visión tradicional de la política exterior con la necesidad de adaptarse a los cambios estructurales que se han producido en la sociedad estadounidense y en el sistema internacional. El de sus aliados, especialmente los europeos, guardar un cierto escepticismo sobre el alcance de los efectos transformadores de un cambio de Presidencia.
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