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La pandemia y la economía brasileña

El nuevo coronavirus Covid-19 está teniendo un impacto negativo colosal sobre la economía mundial, cuyo reflejo más directo y expresivo es la mayor recesión acontecida desde la Gran Depresión de los años 30 (WEO-IMF, junio 2020). El área del planeta más golpeada por este shock actualmente es Latinoamérica, donde el virus llegó más tarde que a otras zonas de Occidente (por ejemplo, Europa) y está provocando un reguero de pérdidas de vidas humanas, pobreza y desempleo. Dentro de esta zona geográfica destaca Brasil, el país que más víctimas mortales ha registrado hasta ahora, sólo superado por los Estados Unidos. Aun cuando la cuestión sanitaria es de vital importancia, en este artículo nos queremos centrar en el análisis de las opciones de política económica de las que dispone el Gobierno brasileño para luchar contra los efectos económicos de la pandemia.

De forma algo artificial, pero en aras de una mayor claridad pedagógica, podemos desagregar el shock pandémico (crisis sanitaria) en cuatro tipologías diferentes: (a) shock a los términos de intercambio, al reducir los precios de las commodities exportadas por Brasil (la caída libre de la moneda brasileña, el real, puede ejercer algún papel de contrapeso al descalabro de las ventas al exterior); (b) shock de oferta, por la disrupción en las cadenas mundiales de valor, la caída de la productividad total de los factores y la disminución de la oferta de trabajo debido a la cuarentena y a los fallecimientos por la enfermedad (este último canal debe ser relativamente débil por la baja tasa de mortalidad entre los individuos menores de 60 años); (c) de manera endógena, es decir, como consecuencia del anterior, habría un shock de demanda sobre el consumo y la inversión, a través de los canales de menor renta laboral, y una mayor incertidumbre que eleva el ahorro precautorio y reduce el deseo de invertir; y (d) shock de demanda producido directamente por el confinamiento y, en menor medida, por la necesidad de adoptar medidas de distanciamiento social.

Como se ha mencionado anteriormente, la pandemia puede llevar a una de las peores recesiones globales de la Historia, con una caída superior al 5% del Producto Interior Bruto mundial (Banco Mundial, 2020). Lógicamente, el gigante sudamericano no va a quedar al margen de este fenómeno global y se espera un retroceso de su PIB del último trimestre de entre un 9% y un 10% y de entre un 5% y un 6% en el año 2020 (Cepal, 2020).

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Aunque la recuperación económica asociada a una crisis de esta naturaleza pueda ser rápida (en forma de V), su vigor e intensidad va a depender del control de la situación sanitaria, como demuestra la experiencia de algunos países europeos. Además, y de forma no menos importante, dependerá también de la respuesta de política económica de las autoridades económicas brasileñas.

Como en el resto del mundo, la prioridad del Ministerio de Economía durante la pandemia ha sido las medidas de mantenimiento de rentas y de apoyo directo a la viabilidad de las empresas, para lo cual se han otorgado subsidios, ayudas y créditos diversos. Las políticas fiscales convencionales de estímulo a la demanda (aumento de compras gubernamentales, mayor inversión en infraestructuras, reducciones de impuestos…) han quedado relegadas a un segundo plano, al no resultar tan efectivas en un contexto de aislamiento y distanciamiento social (al menos no en esta fase de la crisis en la que nos encontramos). El Banco Central de Brasil, por otro lado, ha continuado la senda de cortes del tipo de interés de referencia, la tasa Selic, que ya venía practicando antes del estallido de la actual crisis, hasta llevarla a niveles históricamente bajos (en el momento de escribir este artículo, la tasa Selic se encontraba en el 2%).

Muchos analistas, periodistas especializados en información económica y economistas han alzado la voz pidiendo que las autoridades económicas pisen el acelerador del gasto y adopten una actitud más proactiva para evitar efectos de histéresis que acaben afectando al PIB potencial. Las medidas propuestas de corte heterodoxo se resumirían en políticas fiscales y monetarias ultraexpansivas, personalizadas en la eliminación del 'techo de gastos' (teto dos gastos) y alguna versión del 'dinero de helicóptero' o 'helicóptero monetario' (helicopter money), respectivamente.

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Respecto al primero, el Congreso y Senado brasileños aprobaron a finales de 2016 una enmienda constitucional que establecía un límite al crecimiento del gasto público con el objetivo de impedir que la ratio deuda pública/PIB entrase en una trayectoria explosiva. La idea de esta regla de gasto era acabar con décadas de dominancia fiscal, forzando al Gobierno a realizar reformas estructurales que ayudasen a contener el imparable crecimiento de los salarios y las pensiones públicas (en 2019, se realizó una ambiciosa reforma del sistema público de pensiones), anclando las expectativas de inflación de los agentes.

Sin embargo, sus detractores ven esta regla fiscal como un obstáculo adicional insalvable para aumentar la inversión en infraestructuras y el gasto social en un momento en el que sería crucial estimular la demanda y luchar contra el desempleo, la desigualdad y la pobreza. En esta tesitura, es importante pensar en el coste en el que incurriría la economía brasileña si el techo de gastos fuese eliminado. En un artículo reciente publicado en The Review of Economics and Statistics ('Does Austerity Pay Off?'), los autores construyen una base de datos basada en la prima de riesgo soberano con la que miden la fragilidad fiscal de los países. Encuentran que las contracciones fiscales son potencialmente muy recesivas cuando existe fragilidad fiscal severa. En situaciones en las que la prima de riesgo se dispara (el límite para países emergentes como Brasil lo sitúan en 200 bps), implementar un ajuste fiscal se torna perentorio, pero también tiene un efecto contractivo significativo sobre la actividad económica. La solución a este puzle, según los autores, reside en el diseño de un mecanismo de compromiso con una estrategia creíble a medio plazo que mantenga la prima de riesgo por debajo de los 200 bps. El techo de gastos sería un ejemplo de manual de este mecanismo que facilita que la consolidación pueda llevarse a cabo de forma suave y gradual, siempre que sea creíble.

En cuanto al 'dinero de helicóptero', se ha argumentado que los efectos expansivos de una de sus versiones, las políticas de financiación monetaria directa de los déficits públicos, serían más poderosos que los estímulos fiscales financiados mediante deuda, principalmente porque no conllevarían austeridad futura en forma de recorte de gastos y/o aumentos de impuestos. Igualmente, también se ha aseverado que no tendrían por qué llevar indefectiblemente a una inflación muy elevada en un contexto de demanda agregada deprimida, debido a que siempre sería posible revertir sus efectos una vez que la economía se recuperase. En este sentido, varios economistas reputados han defendido la conveniencia de recurrir de manera extraordinaria a una medida de este tipo para las economías desarrolladas, bajo la premisa de que tendría claros efectos benéficos y pocos costes en el actual contexto (ver Galí, 2014).

Pero aplicar ciegamente estas recomendaciones de políticas al caso brasileño sobre la base de predicciones de resultados para economías industriales peca de ignorancia, ingenuidad o ambas cosas a la vez. Y esto es así fundamentalmente porque (1) en una economía emergente como Brasil, con un historial reciente de inflación alta, el dinero (entendiendo por dinero la base monetaria y los depósitos bancarios) y los bonos públicos no son sustitutos perfectos (al contrario de lo que ocurre en el mundo desarrollado), lo que provoca que la demanda de dinero sea limitada; y (2) el Banco Central de Brasil no es formalmente independiente, y convencer a los agentes económicos de que, una vez superada la crisis, se volvería a mantener la independencia de facto respecto al Tesoro podría ser mucho más difícil y costoso en términos de mayores tipos de interés (ver este excelente artículo de Eduardo Zilberman).

Los experimentos económicos heterodoxos a los que Brasil ha recurrido con bastante frecuencia en el pasado reciente no han arrojado, por lo general, buenos resultados, y por ello no conviene repetirlos. En vez de eso, sus autoridades económicas debieran intentar construir buenas instituciones fiscales-monetarias que proporcionen estabilidad y previsibilidad para la toma de decisiones de los agentes privados, y trabajar para mejorar el clima de los negocios y el estado de las infraestructuras y de la educación pública, que son los verdaderos factores con potencial de elevar la productividad total de los factores y el nivel de vida del país.

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