Las próximas elecciones americanas de noviembre serán, quizá aún más que de costumbre, determinantes para el mundo. El mejor escenario para unas relaciones comerciales cooperativas es, sin duda, que Joe Biden gane las elecciones, pero incluso en ese caso no se puede asumir una vuelta atrás a la situación pre-crisis de 2008. Aquella dinámica de globalización e integración económica basada en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en tratados bilaterales, cuyo objetivo principal era mejorar la eficiencia de la economía mundial, no parece que volverá. Además, los obstáculos a la integración internacional creados más recientemente tampoco serán fáciles de deshacer.
Desde el 2015, los flujos comerciales han cambiado sustancialmente; no solo aquéllos que involucran a EE.UU., sino en todo el mundo. La guerra comercial impulsivamente desatada por Donald Trump ha creado desconfianza en el resto del mundo y generado respuestas de todos los países. La UE ha intentado responder buscando un delicado encaje con las reglas internacionales. China se ha mostrado más beligerante, usando también la geoeconómica (políticas económicas para fines geopolíticos) incluso en conflictos con países terceros, como Canadá o Australia.
La reanimación del órgano de apelaciones de la OMC también será difícil. Para ser justos, Barack Obama comenzó con la estrategia de paralizar la renovación de los juristas de ese órgano crucial. Trump ha mantenido su parálisis hasta haber bloqueado el órgano. Actualmente, hay consenso en Occidente en la necesidad de reformarlo, aunque de ninguna de las maneras existe la unanimidad requerida de todos los miembros de la OMC.
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A esas decisiones con raíces políticas hay que añadir el gran impacto que la crisis de la Covid ha supuesto al descubrir la vulnerabilidad de las cadenas de suministros, en general, y de bienes básicos, en particular. Muchos países han vivido una sensación de dependencia impotente al ver cómo las naciones del mundo se lanzaban a una carrera de control de exportaciones de bienes médicos y farmacéuticos.
Además, incluso en el Occidente todavía pro-multilateral, como Europa y Canadá, ha habido un cambio de actitud hacia los tratados comerciales. Éstos generan mucha más resistencia social que antaño y, en parte por ello, los nuevos tratados que se han firmado cubren muchos más aspectos de los puramente comerciales, como los derechos laborales, la protección medioambiental o la manipulación del tipo de cambio. Estos países occidentales también han ido asumiendo una actitud cada vez más combativa con China.
A pesar de estos cambios en el comercio mundial, una victoria de Biden no sería irrelevante. el candidato demócrata tendrá inevitablemente como prioridad reflotar la economía americana post-Covid. Además, el comercio no ha estado excesivamente presente en sus intervenciones, excepto en lo que se refiere de manera indirecta bajo el paraguas del
Made in America.
Entonces, ¿qué podemos esperar de Biden en comercio?
Primero, el diagnóstico sobre China parece que no es esencialmente diferente al de Trump.
Las pocas críticas de Biden a la política comercial de Trump con China se basan más en el 'cómo' que en el 'fin' en sí mismo. El candidato demócrata parece querer lidiar con China con el apoyo de los aliados y dentro de las reglas internacionales; sin violar los tratados internacionales. Teniendo en cuenta que Biden fue un defensor del Partenariado Transpacífico (TPP), podríamos imaginar una vuelta a la estrategia de Obama de contención de China: creación de espacios legales de altos estándares medioambientales y sociales (mediante tratados) para incentivar al país asiático a converger hacia ellos o, en su defecto, crear espacios salvaguardados de la competencia a la baja china.
Segundo, Biden incluye en su programa electoral la creación de un impuesto verde en frontera a aquellos países con niveles bajos de protección ambiental. Esto sería una excelente noticia ya no sólo para el planeta, sino también para la Comisión Europea de Ursula von der Leyen.
El ambicioso programa medioambiental de la presidenta la Comisión Europea puede generar un problema de competitividad para la industria del Viejo Continente. Por ello, la nueva Comisión está considerando adoptar un mecanismo de ajuste en frontera de las emisiones de carbono, esto es, imponer un impuesto a los bienes que procedan de países con bajas regulaciones ambientales. Tanto la China de Xi como los EE.UU. de Trump han declarado que interpretarían tal impuesto como una agresión comercial. Por ello, una victoria de Biden facilitaría la puesta en marcha de este mecanismo.
En cambio,
un triunfo de Trump (que no es descartable) sería muy preocupante para Occidente y el planeta en general. El daño que pueda causar a la OMC, la OTAN y el sistema de gobernanza mundial sería, ya sí, irremediable. En el ámbito comercial (como en la mayoría de otros ámbitos), veríamos seguramente el fin de un comercio internacional basado en reglas, tratados e instituciones. Sería casi imposible que la UE pudiera contrarrestar el mercantilismo táctico de un presidente Trump desbocado, que ya no podrá presentarse a la reelección.
En definitiva, una victoria de Biden no será la panacea: las tarifas de Trump tardaran en reconducirse y seguirá la hostilidad americana con China. Pero, previsiblemente, el candidato demócrata adoptaría un paradigma mucho más cooperativo, de
win-win, para la política exterior americana, descartando así el perverso juego de
suma-cero de Trump. Con Biden es de esperar que, más o menos rápidamente, Estados Unidos volvería a las reglas internacionales (que impulsó en su origen), recuperaría parcialmente el
atlanticismo perdido en el último lustro e impulsaría aspectos medioambientales y sociales en las reglas comerciales.
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