El Acuerdo de París no hubiera sido posible sin el binomio Obama-Xi de 2014 y el impulso de la Coalición de la Gran Ambición capitaneada por la UE, entre otros actores. Dicho Acuerdo fue, sin duda, un momento álgido del multilateralismo que, posteriomente, quedó parcialmente truncado por el rechazo del presidente Trump. El reciente anuncio de China de aumentar su ambición climática, unido al objetivo de la UE de alcanzar la neutralidad climática en 2050, podrían ayudar a dar un nuevo impulso al proceso de negociaciones climáticas internacionales de cara a la COP-26, la cumbre del clima más importante desde 2015.
Tras la entrada en vigor del Acuerdo de París, Donald Trump fue elegido presidente de EE.UU. y anunciaba el segundo desplante climático de su país; el primero había sido la no ratificación del Protocolo de Kioto. Con el anuncio de la retirada estadounidense del Acuerdo de París, el Gobierno federal estadounidense quedaba exento de sus compromisos climáticos a partir de 2020. Se fragmentaba así el liderazgo que posibilitó el mayor acuerdo sobre el clima de la historia.
En contraposición al repliegue y alejamiento de Estados Unidos del régimen climático internacional, Xi Jinping aseguraba a la comunidad internacional, en el seno del Foro Económico Mundial de enero del 2017, que China apoyaba el Acuerdo de París sin ambages. La comunidad climática respiraba, aunque aquellos que trabajan en China en este ámbito advertían de que el anuncio de salida de EE.UU. podía limitar la ambición del gigante asiático y dar alas a voces internas críticas con la descarbonización.
[Con la colaboración de Red Eléctrica de España]
China, no obstante, ha cumplido con antelación los compromisos climáticos contraídos en Copenhague para 2020. Y, sin embargo, su matriz energética es (y seguirá siendo) eminentemente fósil al menos en el medio plazo. Además, la mayoría de la financiación de proyectos de energía vinculada a su mayor proyecto de conectividad, conocido como la Franja y la Ruta, se ha destinado a operaciones centradas en los combustibles fósiles a lo largo y ancho del planeta.
Gráfico 1.- Flujos financieros del sector energético de China hacia los países de la Belt and Road Initiative (BRI)
¿Qué importancia tiene entonces el anuncio de China en la última Asamblea General de Naciones Unidas de adelantar el pico (máximo) de sus emisiones antes de 2030 y alcanzar la neutralidad en carbono en 2060? Climate Action Tracker estima que el impacto de los nuevos compromisos chinos reducirían entre 0,2ºC y un 0,3ºC el aumento medio de las temperaturas estimado a nivel global. Nuestros compromisos actuales (conocidos como Nationally Determined Contributions o NDCs) sitúan dicho aumento en el entorno de los 2,7ºC, muy por encima de los objetivos marcados en París (bien por debajo de 2ºC). El anuncio de China supondría, según los citados análisis, la mayor reducción anunciada hasta la fecha.
Estamos, por tanto, ante una muy buena noticia que insufla un soplo de esperanza a la COP-26. Dicha cita climática es la más importante desde 2015 ya que se espera una nueva ronda de NDCs y la presentación de estrategias de descarbonización a largo plazo. Estos compromisos deben ser mucho más ambiciosos si atendemos a la llamada de la Ciencia, en especial en lo relativo a evitar los puntos de no retorno, aquellos umbrales críticos más allá de los cuales una pequeña perturbación puede alterar el estado o el desarrollo de un sistema, como por ejemplo la pérdida de la selva amazónica.
Con este anuncio, China vuelve a reclamar el papel de líder climático global junto a la UE y frente a Estados Unidos. La potencia asiática se distancia, por tanto, de la postura que ha mantenido en el último año y medio, cuando dio marcha atrás a medidas como la moratoria a la construcción de centrales térmicas de carbón, mientras defendía que debíamos ser flexibles con los compromisos climáticos en el contexto actual y que no era imprescindible aumentar sus objetivos climáticos.
Sin embargo, queda mucho por hacer dentro y fuera de China para reconstruir el maltrecho régimen climático internacional que, pese a todos los esfuerzos, que han sido ímprobos, ha estado aquejado, al menos hasta 2015, del la 'ley del programa menos ambicioso'. Según Underdal, dicha ley implica que los acuerdos climáticos internacionales hacen poco más que recoger las restricciones e intereses de las partes menos ambiciosas de un acuerdo en la provisión de bienes comunes globales. Las emisiones siguen aumentando a un ritmo peligrosamente rápido y la Ciencia nos advierte de la necesidad de una acción decidida para limitar el calentamiento global dentro de los parámetros marcados en el Acuerdo de Paris y evitar, así, los peores impactos del cambio climático.
Para que el anuncio de China sobre la neutralidad en carbono y el adelanto del pico de sus emisiones suponga un hito en la acción climática concertada, es necesario: que el segundo compromiso determinado a nivel nacional (NDC) de China sea ambicioso; que su XIV Plan Quinquenal refleje una senda ambiciosa de reducción de emisiones, prestando especial atención a que la capacidad instalada de carbón no crezca o se reduzca; que China concrete la neutralidad en carbono en su estrategia de descarbonización a largo plazo; y que, en consonancia con el artículo 2.1.c del Acuerdo de París, alinee sus flujos financieros con los objetivos climáticos, en China y a lo largo de la Franja y la Ruta.
Es esencial también que los planes chinos de recuperación económica post-Covid-19 inserten el nuevo compromiso en su ADN, para aprovechar el impacto climático positivo y los mayores multiplicadores a largo plazo de inversiones en sectores como las infraestructuras verdes y el I+D en energías renovables.
Por consiguiente, aunque el anuncio de China es potencial motivo de celebración, su impacto dependerá de si los compromisos que publicará en los próximos meses detallan con precisión cómo se van a alcanzar y qué grado de coherencia hay entre sus acciones nacionales, las acciones e intereses locales y su acción exterior. El régimen climático internacional no será eficaz si China no da lo mejor de sí. La UE, con su liderazgo direccional y su compromiso de alcanzar la neutralidad climática a mediados de siglo, puede ayudar a reeditar el binomio de 2014 de cara a la COP-26, esta vez entre China y la UE. Es más, un posible cambio de inquilino en la Casa Blanca podría facilitar que Estados Unidos se sumara a la tarea hercúlea de articular una acción climática efectiva a escala global.