El escenario actual de despliegue de redes con tecnología de comunicaciones móviles 5G presenta una compleja trama que combina cuestiones de seguridad nacional, geopolítica, tecnología y mercados. Todas se imbrican en una pugna neurálgica para comprender la reconfiguración del mapa de poder global.
Las cuestiones sobre seguridad nacional, primordialmente a partir del enfoque que intenta (no sin éxito) atribuirle Estados Unidos a los despliegues de redes 5G, se presentan como genuinas: la información es un elemento de poder, y como tal, puede jugar a favor o en contra de un determinado sujeto (en este caso, una nación). En esta competencia por el conocimiento, de un lado o del otro de una supuesta
cortina de acero digital, los estados pueden reunir la información a través del dominio de las redes.
El cálculo de los gobiernos, que más de uno ya desvela en Europa y América Latina, es
con quién quedarse. Toda decisión implica costes y ganancias relativas. Es probable que los dictámenes finales sean más onerosos para aquellos países que mantienen equidistancia entre Washington y Beijing: siempre tendrán algo que perder.
En el caso de los países de la Unión Europea, principalmente los centrales como Francia y Alemania, en la toma de decisión deberán sopesar los anclajes estratégicos existentes con Estados Unidos (pertenencia a la OTAN) y la interdependencia económica con China. Es central para las economías la mayor competitividad que lleva implícita la elección de la tecnología actualmente más barata y superior: Huawei.
Podemos conjeturar con que Europa tiene menos que perder en el medio plazo si opta por inclinarse hacia Washington: la elección de una tecnología diferente al RAN, que es la que domina Huawei, puede venir acompañada de acuerdos más estrechos en cadenas de valor globales. De hecho, podría significar un fuerte espaldarazo a Nokia y Ericsson, las dos compañías europeas que siguen desde atrás al líder chino, para que sumen al desarrollo del OpenRAN (la alternativa).
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Mientras,
en América Latina el fiel de la balanza está mucho más condicionado. La mayor vulnerabilidad de las economías, ahora profundizada por la pandemia, se combina con la mayor gravitación e influencia tradicional de Estados Unidos en la dimensión de seguridad. Sin embargo, es China el principal socio comercial de casi todos los países de la región y difícilmente reemplazable. El cálculo es complejo para los gobiernos latinoamericanos, que deben equilibrar esta doble dependencia en un contexto de incertidumbre y subdesarrollo.
Un escenario más incierto de la guerra tecnológica es el frente ruso. La Federación Rusa ha mostrado que no tendría aún definido un ganador en tecnología móvil de quinta generación; teniendo en cuenta que, si bien la superpotencia rusa carece de tecnología 5G propia, está familiarizado con el uso de CDMA y la lógica indicaría que, Europa mediante, se acerque a Estados Unidos (léase, implementación del OpenRAN). No obstante, existen intensos lazos tecnológicos y comerciales con China, particularmente con Huawei, que harán que sopese la decisión. Sea cual fuere, esta decisión buscará la mayor autonomía posible en la disputa. Pensando en el control de la información, la balanza se inclinaría por la primera opción.
Desde el plano geopolítico,
las mayores tensiones se concentran en la isla de Taiwán, meca actual de la industria de semiconductores. En una suerte de separación de las cadenas de suministro, donde por un lado se reúnan las firmas que acompañen a China y por el otro aquéllas que sigan a Estados Unidos, las firmas taiwanesas deberán optar por uno u otro bando del frente de batalla. En tal sentido, ya tuvieron exigencias por parte de EE.UU. a partir de las prohibiciones de transferencia de tecnología que tuviesen origen norteamericano; lo cual ha llevado, por ejemplo, a la suspensión de las futuras provisiones de chips por parte de TSMC a Huawei en mayo, medida que recientemente se extendió a todas las empresas productoras de semiconductores en Taiwán. Aquí también puede vislumbrarse una cierta ventaja a favor de Washington, por cuanto Taiwán es uno de los bastiones privilegiados del apoyo estratégico y económico de Estados Unidos en Asia-Pacífico.
En el campo estricto de la tecnología, se puede dividir la cuestión en dos niveles diferentes. El primero tiene que ver con el dominio de la industria de semiconductores, que en la actualidad presenta la balanza inclinada claramente hacia Estados Unidos: lo sustentan firmas como Qualcomm, Broadcom, Intel y Texas Instruments, entre otros, más la suma de TSMC (Taiwan) y Samsung (Corea del Sur), con fuertes lazos tejidos durante años dentro de cadenas de valor globales. De otro lado, los chinos cuentan con Hisilicon, SMIC y Unisoc como líderes de una industria que está algunos años por detrás de la norteamericana.
El segundo nivel está directamente relacionado con el dominio de la tecnología 5G desde el diseño y producción de equipamiento de telecomunicaciones, campo que lideran los chinos, a partir de la gestión de Huawei y ZTE. Asimismo, también relacionado con el 5G, en inteligencia artificial (IA) existiría aún cierta superioridad norteamericana, pero la balanza podría inclinarse rápidamente hacia Beijing dada la progresión en el avance tecnológico en este ámbito y las mejores condiciones del entorno para el desarrollo e implementación de diferentes prácticas de uso de la IA (por ejemplo, en seguridad o salud), que tienen que ver con el tipo de sociedades y gobiernos que cada uno tiene y la consideración sobre las libertades individuales.
Por último, teniendo en cuenta los mercados potenciales de implementación de 5G, la disputa por las economías nacionales contiene un elemento activo de los contendientes de esta disputa y otro mayormente pasivo. El primero de ellos tiene que ver con la conquista de los mercados más atractivos para el despliegue de redes y sus consiguientes ganancias, donde los países de mayores extensiones territoriales y/o población son los más codiciados (India, Brasil, entre otros).
El elemento pasivo tiene que ver con la convicción de los países (mercados objetivos) de la conveniencia o no de cerrar negocios con Washington (y aliados) o con Beijing. En este sentido, van a tener su papel las cuestiones de seguridad. Así, se espera que un país como la India avance hacia una solución más cercana a Washington. No resulta tan clara una definición en el caso de Brasil, que tiene por un lado lazos sólidos de seguridad y defensa con Estados Unidos pero, a la vez, es un socio comercial estratégico de China, su mayor comprador de
commodities. Si existiera una opción intermedia, adoptando tecnología china sin desairar a la Casablanca, en esa delgada línea se movería el Palacio de Planalto.
Finalmente,
la República Argentina, en un equilibrio entre ambas potencias, tiene razonablemente menos para perder si se inclina hacia la tecnología china, dados los lazos comerciales con el gigante asiático y una mayor indefinición que otras naciones latinoamericanas en cuestiones de alineamientos de seguridad y defensa. No obstante, debe mencionarse un matiz temporal que puede hacer más compleja la decisión de darle a los chinos el negocio de 5G: el apoyo irremplazable de Washington en la política de
desendeudamiento. Un gesto que, a pesar de las distancias ideológicas, puede difícilmente ignorarse.