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Reconstrucción verde

Javi López

1 de Julio de 2020, 23:01

La disrupción y los efectos sobre nuestras vidas de la Covid-19 son sólo una pequeña muestra de lo que nos deparará el futuro si no actuamos urgentemente contra el cambio climático. La pandemia ha supuesto el mayor desastre vivido, hasta la fecha, por nuestra generación. El sufrimiento provocado por los innumerables fallecimientos, la imposibilidad de contar con la cercanía de familiares y amigos o la incertidumbre ante el shock económico nos dejarán marcados y condicionarán la forma en la que vivimos. Todo esto podría servir de palanca para extraer algunas lecciones importantes.

La crisis del coronavirus no es sólo sanitaria; en realidad, es un condensador de crisis: de las políticas científicas, de la integridad y conservación del medioambiente y la biosfera, de las desigualdades sociales y de la salud humana, además de la muestra de algunas contraindicaciones de la actual hiper-globalización.

Es también una señal de alarma. La pandemia ha mostrado con virulencia los límites del antropoceno: una época marcada por el impacto del hombre en la Tierra. Tanto esta pandemia como la emergencia climática son antropogénicas, causadas por las actividades humanas. El brote actual ha subrayado que no hay sistema de salud ni estructuras de seguridad estatales que puedan protegernos de pandemias y desastres naturales, que serán notablemente más frecuentes si no cambiamos nuestra relación con el planeta. De hecho, es probable que la crisis actual redefina nuestras prioridades en materia de seguridad nacional. Si, durante el siglo XX, éstas estuvieron marcadas por los conflictos tradicionales y en el corto siglo XXI, tras el 11-S, por las amenazas híbridas, ahora la pandemia debiera situar nuestra relación con el planeta como una de las amenazas protagonistas de las preocupaciones en materia de seguridad nacional.

[Con la colaboración de Red Eléctrica de España]

El aplanamiento de la curva a nivel europeo ha venido acompañado por un impacto devastador en nuestras economías. Si todo fuera bien a partir de ahora, algo no garantizable, la caída del PIB este año oscilará alrededor del 8%. Ante tal escenario, los necesarios planes de reconstrucción pasarían por dos opciones. Una es volcar las ingentes cantidades de recursos públicos que vamos a movilizar a modo de desfibrilador, sin tener en cuenta nuestros retos presentes y futuros. La otra será utilizar nuestro ingenio y convertir esta catarsis en un acicate para recuperar nuestra economía de una forma sostenible, acelerando la transición ecológica y transformando nuestra sociedad y economía hacia un modelo más justo, resiliente y respetuoso con nuestro entorno, empujando así a Europa hacia el futuro.

Durante las últimas semanas, la recuperación basada en el estímulo verde se ha convertido en la opción consensual en Bruselas y muchas de nuestras capitales. La Comisión Europea ya ha puesto sobre la mesa su propuesta de Plan de Recuperación, con una emisión de deuda comunitaria por valor de 750.000 millones de euros para canalizar inversiones masivas, especialmente en los países más afectados por el coronavirus. De igual forma, ha expresado abiertamente su voluntad de aunar recuperación económica y transición ecológica, definiendo el Pacto Verde Europeo como la estrategia de crecimiento que puede abordar al mismo tiempo las emergencias climática y económica.


El Pacto Verde Europeo, anunciado en diciembre de 2019, ha adquirido un nuevo protagonismo. El programa estrella de la Comisión Europea para esta década es un conjunto de legislaciones, estrategias y políticas que aborda de un modo coherente y completo el camino a seguir en la tan necesaria transición ecológica y 'descarbonización' de nuestra economía. Se trata de la ley climática que consagra jurídicamente el objetivo de la UE de alcanzar en 2050 a más tardar la neutralidad en este ámbito, o la nueva estrategia industrial que debe guiar la transformación verde y digital de nuestras empresas, así como asegurar su mayor competitividad a nivel global. Se trata también de la Estrategia de la Granja a la Mesa, que busca la transición a sistemas sostenibles de producción agrícola y de alimentos, y de la nueva Estrategia de Biodiversidad, dirigida a detener su pérdida y la degradación de los ecosistemas. Además incluye, por ejemplo, el nuevo Plan de Acción para la Economía Circular, con el objeto de asegurar que los recursos utilizados se mantengan en la economía de la UE durante el mayor tiempo posible.

La movilización de recursos europeos de forma inteligente mediante el Plan de Recuperación tiene el potencial de permitir invertir en la rehabilitación de edificios e infraestructuras con el fin de mejorar nuestra eficiencia energética, adaptar la movilidad (marítima, terrestre y aérea) a su paulatina descarbonización, apostar por energías limpias y renovables o por una transformación verde y digital de una industria que recupere musculatura en sectores estratégicos. Todo esto deberá hacerse acompañado de mecanismos impositivos que generen los suficientes incentivos y desincentivos en sentido ecológico, como el impuesto al carbono en frontera, o el uso intensivo de las ingentes ayudas de Estado al sector privado que estamos inyectando (dos billones de euros hasta la fecha). Estas ayudas deberían ir acompañadas de una exigente condicionalidad laboral, verde y fiscal. Tendríamos, así, sólo un ejemplo del amplio abanico de herramientas disponibles gracias al activismo económico que los estados y las instituciones europeas han desplegado para frenar las consecuencias del coronavirus.

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La apuesta por una recuperación basada en la transformación de nuestras economías, en la digitalización, la innovación y el conocimiento, y en el establecimiento de un modelo de sociedad más igualitario, justo, sostenible y resiliente es, sin duda, el camino a seguir. La COP-26 que debía celebrarse este año en Glasgow se ha pospuesto para 2021, y esto nos brinda una oportunidad: Europa puede prepararse con firmeza y acudir a la cumbre con una posición sólida y un fuerte compromiso con los objetivos climáticos del Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de forma que nos permita liderar en la comunidad internacional la gran transformación que necesitamos para el presente siglo.

La crisis de la Covid-19 ha demostrado nuestra capacidad para reaccionar a una amenaza existencial tomando medidas drásticas en un breve plazo, y donde los gobiernos y la Ciencia han tenido un papel central en la gestión de la pandemia. La manera en la que abordemos la etapa de reconstrucción sentará las bases de nuestro futuro. Ahora más que nunca, debemos garantizar que el Pacto Verde Europeo sea nuestro salvavidas a corto, medio y largo plazo. Ya no disponemos de más tiempo.

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