Durante las últimas semanas, el debate respecto a la respuesta europea ante la Covid-19 da la impresión de haber avanzado a pasos agigantados. El giro alemán ha sido recibido con gran ilusión y, tras una propuesta aún más ambiciosa de la Comisión Europea (llamada algo pomposamente Next Generation EU), podría parecer que el Fondo Europeo de Recuperación es ya un fait accompli; con su emisión de deuda de la Comisión y transferencias a fondo perdido. Aunque la evolución de la posición alemana merece nuestro optimismo (y yo misma la celebraba en un artículo anterior), este país no era ni por asomo el único obstáculo y, de hecho, su oposición jamás fue la más difícil de quebrantar.
El éxito, pues, pasa por conseguir la aprobación de los llamados frugal four: Austria, Dinamarca, los Países Bajos y Suecia. La posición holandesa parece, sin duda, la más vehemente. En un contexto tal, hay un documento que ha recibido poca atención más allá de La Haya, pero que puede esconder interesantes matices de la posición de dicho Gobierno: una carta de éste al Parlamento publicada ayer que expone la posición holandesa sobre la propuesta comunitaria.
La ortodoxia fiscal y monetaria alemana es bien conocida y fue determinante en la construcción de una zona euro que muchos han descrito como ordoliberal, asociada a los hombres grises de Bruselas y a la troika de la crisis anterior. Sin embargo, ya entonces el rol holandés empezaba a cobrar forma, y en esta crisis se ha visto acentuado por dos ministros de Economía consecutivos con poca mano izquierda en su trato con los países del sur y sus comentarios a la prensa. Pocas imágenes sintetizan mejor el lugar que ocupan como epítome de la oposición a una verdadera solidaridad europea como la sección del Tiempo de La Stampa (tercer periódico italiano con más lectores), que eliminó los Países Bajos del mapa europeo.
De los cuatro países frugales, los holandeses parecen ser los menos dispuestos a aprobar la propuesta de la Comisión. El Gobierno danés ha expresado varias veces su disposición a negociar, mientras que en Austria el partido conservador gobierna en coalición con los verdes, que tienen un punto de vista mucho más próximo a la propuesta. Sin embargo, más allá de la caricaturesca oposición a enviar apoyo financiero a países que consideran poco responsables, se han explorado poco los detalles de la postura de Holanda, sintetizada en la carta al Parlamento.
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Hay algunos avances en la respuesta holandesa, aunque palidecen frente a las críticas. El Gobierno, por ejemplo, celebra que los fondos vayan ligados a la reforma estructural. Sin embargo, el modelo es muy distinto a los préstamos o transferencias con condicionalidad del pasado. Fundamentalmente, para beneficiarse de los fondos del Recovery and Resilience Facility (RFF, que supone más de la mitad del presupuesto total de Next Generation EU), los países deben presentar proyectos conjuntos de reforma estructural e inversión pública, con objetivos correspondientes a las recomendaciones del semestre europeo. Los fondos se recibirán progresivamente en función del cumplimiento de objetivos previamente fijados. Los holandeses también comparten la prioridad otorgada a objetivos verdes y de digitalización. Además, apoyan el objetivo de combatir la creciente divergencia entre estados miembros y resaltan la necesidad de mantener la integridad del mercado único y el famoso level playing field, un argumento para la respuesta conjunta basado en las condiciones diferentes ante las cuales se encuentran las empresas de distintos países según la intensidad del apoyo que reciben de sus gobiernos.
Sin embargo, los holandeses se oponen frontalmente a la mayoría de los elementos fundamentales del acuerdo. Primero, a su tamaño, alegando que la Comisión no justifica la cifra propuesta (o su distribución) en función de necesidades concretas, a pesar de haber llevado a cabo un buen análisis de dichas necesidades.
Segundo, se oponen al hecho de que un porcentaje alto de las transferencias sean a fondo perdido (aunque esta expresión española tiene connotaciones de falta de confianza que no deberían entenderse así; simplemente, las transferencias no tomarían la forma de préstamos bajo la propuesta de la Comisión). El argumento holandés al respecto no deja de ser curioso: opinan que un sistema de préstamos es mejor opción, pues la Comisión Europea considera que todos los países del euro tienen una deuda pública sostenible, pero en la siguiente frase piden que se haga más hincapié en la reducción de los niveles de endeudamiento.
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Finalmente, consideran que la emisión de deuda en los mercados de capitales por parte de la Comisión para financiar la recuperación (y, por tanto, la reducción de las contribuciones inmediatas de los estados a este fondo de recuperación) es mala idea. Por si fuera poco, prometen estudiar la compatibilidad legal del incremento del presupuesto europeo con los tratados.
Queda claro que la posición holandesa es bastante incompatible con la propuesta. Más allá de una reiterada, pero vaga y vacía, expresión de apoyo por las ideas de la Comisión, los holandeses no se oponen sólo a los detalles, sino también a la esencia del fondo. No están de acuerdo ni con su forma de financiación, ni con su construcción ni con su tamaño, aunque su retórica es algo más suave que en opiniones previas. Las implicaciones de esto siguen sin estar claras, pues aunque hace falta su voto en el Consejo, los países de mayor peso no van a dejar que esto, aun si se suman los otros tres frugales, obstaculice indefinidamente la puesta en marcha de mecanismos de recuperación ante una debacle como la actual.
Hay dos opciones: amenazar con iniciar una cooperación reforzada entre países dispuestos, posible dentro de los tratados, aunque habría que cambiar sustancialmente la construcción de la propuesta, o buscar un compromiso. Es posible que la primera convenciese a los países rezagados de unirse por miedo a quedar excluidos (Holanda no es el Reino Unido), pero la segunda opción es la más probable. Alemania ya se ha mojado demasiado. Sólo espero que el compromiso final cumpla las funciones necesarias. Más allá de nuestros sueños hamiltonianos, una buena respuesta europea puede tener un impacto humano difícil de estimar.
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