La respuesta
averiada de Donald Trump a la pandemia del coronavirus en Estados Unidos incluye mentir sobre el número de casos y promover terapias farmacológicas peligrosas. Por el contrario, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, se empeña en liderar con empatía y dignidad, recibiendo aclamación mundial. Efectivamente, las mujeres gobiernan muchos de los lugares reconocidos por sus éxitos en contener la propagación de la Covid-19, y los analistas de políticas públicas han planteado
un efecto positivo del liderazgo femenino.
Sin embargo, los líderes que se han destacado por conducir sus países en la pandemia tienen otra cosa en común. Ya sean mujeres u hombres, están dispuestos a usar el poder gubernamental para resolver los problemas de la acción colectiva. Toman decisiones basadas en la Ciencia y el conocimiento técnico, no en el pensamiento mágico y las teorías de conspiración.
Fijémonos en Estados Unidos, donde los gobernadores y los alcaldes han llenado el vacío de liderazgo creado por Trump. Los estados de California y Nueva York fueron los primeros que padecieron el impacto del coronavirus. London Breed, alcaldesa de San Francisco, emitió órdenes de quedarse en casa el 16 de marzo, seguido tres días después por Eric Garcetti, alcalde de Los Angeles, y Gavin Newsom, gobernador de California, y por Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, el 22 de marzo. Todos son del Partido Demócrata.
Pero donde gobierna el Partido Republicano, la respuesta fue mayoritariamente la opuesta. Fiesteros llenaban las playas de Florida durante ese mes, y el gobernador republicano Ron DeSantis se negó a ordenar que la gente se quedara en casa hasta el 3 de abril. Después, las autoridades del
ministerio de Salud estatal recibieron instrucciones de subestimar las cifras de positivos y de muertes por el virus. Y en Texas, el vice-gobernador Dan Patrick apareció en los medios diciendo que
salvar la economía es más importante que vivir. Cynthia Brehm, secretaria local de los republicanos en una de los mayores estados de EE.UU., añadió que el virus era un fraude.
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Que los políticos estadounidenses traten el coronavirus como si fuera una amenaza para la salud pública o un engaño urdido por la izquierda está correlacionado en gran medida con su identificación partidaria. El Republicano es conocido por rechazar la intervención del Gobierno en la economía. Además, los ejecutivos de este signo no solamente debilitan las instituciones del Estado mediante recortes presupuestarios, sino menospreciando su propósito. Por ello, no es sorprendente que los simpatizantes de ambos partidos
estén divididos sobre la cuestión de reabrir los estados: el 50% de los demócratas opinan que se deben de mantener las restricciones, frente al 16% de los republicanos.
Estos patrones partidistas anulan cualquier efecto del liderazgo femenino. Nueve de los 50 gobernadores estadounidenses son mujeres. Las seis demócratas mantienen algunas restricciones, mientras las tres republicanas han abierto sustancialmente sus estados respectivos. Por ejemplo: en el de Rhode Island, la demócrata Gina Raimondo insiste en que los visitantes se pongan en auto-cuarentena y ha prohibido que se abran las iglesias, mientras que en Iowa la republicana Kim Reynolds abrió el 1 de mayo todos los restaurantes, gimnasios y centros comerciales. En el estado de Dakota del Sur, la republicana Kirsti Noem desea reabrir sin importarle las consecuencias.
La tasa de mortalidad entre los pueblos indígenas estadounidenses es altísima, representando en algunos estados la mitad de los fallecimientos. Para frenar la propagación del virus en estos territorios, los pueblos de Oglala y Cheyenne River Sioux, en Dakota de Sur, han establecido puntos de control en sus fronteras. Según la ley estadounidense, los pueblos indígenas son autónomos, pero esta disposición legal no detuvo a Noem, que demandó la eliminación de los controles. La semana pasada, la gobernadora solicitó a Trump la intervención federal, una apelación espantosa dado que los pueblos indígenas también mueren a causa de la violencia policial en tasas elevadas.
Las gobernadoras tienen ideologías distintas, pero también es verdad que liderar como mujer no es fácil. La investigación empírica desde la Ciencia Política demuestra que las políticas
encuentran mayor resistencia al ejercer la autoridad y
afrontan más amenazas y abuso, especialmente cuando suben su perfil.
El caso de Gretchen Whitmer, gobernadora de Michigan, es ilustrativo. La política demócrata se lanzó al escenario nacional cuando emitió órdenes de emergencia frente al coronavirus a principios de marzo; es decir, bastante pronto. También criticó la respuesta desordenada de Trump. Poco tiempo después, los medios informaron de que Joe Biden (el candidato demócrata que competirá con Trump en las elecciones presidenciales de noviembre) la estaba considerando para la Vicepresidencia. A cada instante, Whitmer recibía un diluvio de ataques machistas y sexistas en las redes sociales, incluyendo tuits del propio presidente estadounidense. Las amenazas de muerte eran tan fuertes que los responsables de la seguridad estatal tomaron la decisión de cerrar el edificio capital y cancelar las sesiones del Congreso.
Por supuesto, la polarización estadounidense entre el buen gobierno y la Ciencia puede ser única. Pero si nos alejamos de este país, se puede observar una relación similar entre instituciones y enfoque.
Las mujeres presidentas y primeras ministras que gobiernan durante esta pandemia se concentran primordialmente en cierto tipo de país: democracias ricas y estables, con alta capacidad burocrática y altos niveles de confianza institucional. Más de 60% de los votantes en Nueva Zelanda y Alemania la tienen en su Gobierno, en comparación con el 30%, aproximadamente, de los estadounidenses. Donde los hombres lideran democracias ricas, estables y capaces, las respuestas al coronavirus también son eficaces, como está ocurriendo bajo el liderazgo de Carlos Quesada Alvarado en Costa Rica y Moon Jae-in en Corea del Sur.
El patrón de género real es dónde las mujeres acceden a cargos ejecutivos. Históricamente, ellas han liderado países democráticos y no democráticos, países ricos y pobres, en tiempos de guerra y tiempos de paz. Pero hoy es notable la ausencia de mujeres líderes en naciones con tendencias autocráticas. Los populistas de la derecha que están esquivando las instituciones tradicionales y eliminando los controles sobre su poder son mayoritariamente hombres, desde Vladimir Putin en Rusia hasta Jair Bolsonaro en Brasil y Viktor Orbán en Hungría. Y en el caso brasileño, la respuesta inepta e irresponsable de su presidente frente al coronavirus está teniendo como consecuencia las muertes masivas.
Dado el contraste pronunciado entre los estilos
trumpista y
jacindista, se puede pensar que las mujeres pueden salvarnos. Y en muchos parámetros, las mujeres políticas superan a los hombres: tienen mejores credenciales y más experiencia en el momento de ser elegidas, y es también mejor su servicio al electorado y su productividad y eficacia.
La política es un mundo hecho y dominado por hombres, y a las mujeres se les exige el doble. Pero usar estos datos para convencer al público de que debe votar por las mujeres (aun cuando las intenciones sean buenas) es perpetuar los estereotipos y los dobles estándares. Los hombres que se desempeñan bien, como Gavin Newson y Andrew Cuomo, parecen naturales, mientras que las mujeres con récords excelentes como Gretchen Whitmer son vistas como excepcionales, convirtiéndose en objetivos para el
backlash ideológico y la rabia machista.
Relatar que las primeras ministras están venciendo al coronavirus ayudan a justificar la elección de más mujeres en puestos ejecutivos. Pero el punto más importante es que las políticas públicas para frenar la pandemia tienen éxito donde predomina la Ciencia y la racionalidad, y donde las instituciones democráticas son fuertes. Donde ocurre lo contrario, la conspiración y la fantasía reinan, y el autoritarismo llama a la puerta. La semana pasada, los partidarios de Bolsonaro pidieron suspender el Congreso y la Corte Suprema. Trump alega fraude electoral cada vez que las competencias estatales entre candidatos demócratas y republicanos se acercan demasiado para su comodidad.
Ahora más que nunca, los ciudadanos deben poner su confianza en las instituciones, y no en los líderes carismáticos. Las mujeres (tanto como los hombres) pueden liderar en una manera capaz y digna, pero solamente si los votantes creen que vale la pena tener un buen Gobierno.