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¡Enfrentados y enfadados! Una realidad preocupante

Mariano Torcal Loriente

31 de Mayo de 2020, 18:38

La polarización y el conflicto no son necesariamente malos en política. De hecho, sabemos que ambos son elementos importantes sobre los que se articula la competencia en los sistemas de partidos, facilitando la decisión entre las alternativas partidistas por parte de los votantes. Ahora bien, a lo que estamos asistiendo en estos últimos años en muchas democracias es a un conflicto basado fundamentalmente en identidades básicas que nos aleja de discusiones serenas sobre políticas públicas, soluciones y propuestas concretas, así como sobre sus logros y fracasos. Incluso, deja a un lado debates constructivos sobre aspectos ideológicos fundamentales. Se trata, por tanto, de una polarización basada en visiones maniqueas y simplistas de los adversarios políticos (nosotros frente a ellos), a quienes se presentan y perciben como enemigos a eliminar y a los que se les niega la legitimidad de su propia existencia.
 
Los resultados de este tipo de polarización se manifiesta entre los ciudadanos en un fenómeno al se le ha denominado polarización afectiva, y su evolución y consecuencias han sido objeto de disputa académica y estudio en los Estados Unidos desde hace más de una década. También parece ser un fenómeno de creciente preocupación en los estudios de opinión pública en muchos países de Europa. ¿Pero es éste también un problema destacable entre los españoles? Y de serlo, ¿a qué o a quién es atribuible este proceso de polarización que se está dando entre los ciudadanos? ¿Cuáles pueden ser sus consecuencias? Abordaré estas cuestiones mostrando dos medidas de polarización afectiva que recogen la diferencia entre los sentimientos hacia nuestro grupo y aquel otro que nos genera sentimientos más encontrados, pero teniendo en cuenta el peso relativo que cada uno de ellos tiene en el electorado o la sociedad española.

La primera medida se ha construido a partir de los sentimientos y la confianza que los ciudadanos declaran hacia los votantes de los diferentes partidos. La segunda, respecto a los líderes de las principales formaciones. El resultado son dos escalas que pueden moverse en un rango con puntuaciones entre 0 y 100. Un ciudadano con una puntuación de 100, es decir, totalmente polarizado, sería aquel que expresa sentimientos de rechazo máximo hacia los votantes del otro partido junto con sentimientos extremadamente positivos hacia los del propio. Además, para obtener esa puntuación, esos sentimientos se tendrían que dar entre dos formaciones que acumulasen el 50% del voto respectivamente.

Estos indicadores se han construido a partir de una encuesta de tipo panel de 2.500 individuos con cuatro olas realizadas entre los meses de diciembre de 2018 y mayo de 2019, de las cuales dos coinciden con las campañas electorales de las elecciones del 28 de abril y del 26 de mayo. Esto permite observar la evolución de los dos indicadores en cada entrevistado a lo largo de los seis meses estudiados, en los que, por cierto, se produjo la aparición en el escenario electoral nacional de Vox tras sus sorprendentes resultados en las elecciones andaluzas de diciembre de 2018.

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Como puede apreciarse en la Tabla 1, que representa los datos medios de polarización de estos dos índices por cada oleada de la encuesta, los niveles generales eran bastante elevados, con un índice de polarización afectiva de los votantes de 36,3 puntos y de 45,2 respecto de los distintos líderes de los partidos. Estos niveles, sin embargo, ya estaban presentes en diciembre de 2018, con 32,4 y 42,8 puntos respectivamente. Hay que tener en cuenta que para la primera ola de diciembre, Vox no se encontraba en la batería de partidos sobre los que se solicitan sentimientos hacia sus votantes y formaciones, y, por tanto, estos datos hacían referencia a la polarización existente entre las cuatro principales que ya estaban compitiendo en la arena electoral. La incorporación de la formación de extrema derecha a la arena electoral nacional, e igualmente y, a la lista de partidos sobre los que se interrogaba en la encuesta supusieron, como se ven en las medias de la segunda ola, un aumento importante de la polarización con 36,8 puntos para la que se refiere a entre votantes y 44,9 puntos para la generada hacia los líderes.

Esta tendencia se mantuvo claramente en los meses sucesivos y se estabilizó en las elecciones europeas (y regionales en algunas de las comunidades autónomas), que se caracterizan, como es sabido, por una menor movilización y polarización políticas. Desafortunadamente, la encuesta no llega a las elecciones posteriores de diciembre de 2019, donde seguramente la polarización se volvió a incrementar.
 

La polarización es mucho mayor en torno a la confianza y sentimientos hacía los líderes de los partidos que hacia los grupos de votantes. Esto evidencia, como ya han discutido investigadores como Druckman y Levendusky, que los líderes son los mayores aglutinantes de los sentimientos de polarización afectiva que se producen entre los ciudadanos, lo que muestra, a vez, su capacidad para inducirlos o aminorarlos. De todos modos, ambos tipos de polarización han sido en general elevados entre los identificados con alguno de los grandes partidos, si bien con algunas diferencias entre ellos.

Los mayores niveles de polarización con respecto a los votantes de los partidos (primera columna) se dan entre los identificados con Vox y los de Unidas Podemos, con niveles muy semejantes, seguidos a cuatro puntos de los votantes del PSOE. Los identificados con el PP se sitúan como media a casi siete puntos respecto de este último, siendo los identificados con Ciudadanos los más moderados. En cambio, los niveles de polarización respecto de los sentimientos hacia los líderes (segunda columna) son extremadamente altos para todos los identificados con los distintos partidos sin apenas diferencias apreciables, excepto para aquellos que lo hacen con Vox que alcanzan una media de ¡¡63,7 puntos!!; 10 puntos o más por encima del resto de los identificados con el resto de formaciones políticas.



Para apreciar las dinámicas de cambio individual, he reproducido en la Tabla 2 la media de una variable que representa el cambio individual de dichos indicadores de ola a ola, comenzando por el cambio de la primera a la segunda y así sucesivamente. En esta tabla se puede volver a apreciar que el mayor cambio individual se dio fundamentalmente entre diciembre de 2018 y febrero de 2019, con 3,4 puntos de incremento como media en la polarización afectiva entre votantes. También es cierto que el aumento entre los meses de febrero y abril, coincidiendo con la convocatoria a las elecciones generales y la posterior campaña electoral, es también muy destacado, especialmente en lo que hace referencia a la polarización respecto de los líderes políticos que se incrementa una media de 2,4 puntos.
 

Pero, ¿cómo se ha producido el aumento de la polarización afectiva en cada uno de los partidos? Para responder a esta pregunta acudimos a los datos de la Tabla 3. Aunque, como hemos visto, la polarización se produjo de manera significada en el periodo diciembre 2018-febrero de 2019, ésta no fue igual para los identificados con las distintas fuerzas políticas. Mientras que para los identificados con el PP y Ciudadanos se observan unas pautas de estabilidad o incluso cierto retroceso, para otros partidos como el PSOE el aumento fue significativamente importante, especialmente en el periodo que va entre diciembre de 2018 y febrero de 2019. Esto puede que se debiera a que se trató de un periodo protagonizado por un Ejecutivo socialista débil y en minoría atacado por los tres principales partidos de derecha, quienes lo acusaban de "Gobierno ilegítimo" e incluso de "haber dado un golpe de Estado" en la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Presidencia. Este dato, de poder confirmarse, significaría que el discurso de estos partidos, con independencia del efecto que tuviese entre sus votantes, logró ayudar a cerrar filas entre los identificados con el partido en el Gobierno.

Una mención especial merecen los identificados con la formación de extrema-derecha, cuya polarización creció de manera muy significada durante los meses de su crecimiento electoral tras las elecciones andaluzas que tuvo lugar entre diciembre de 2018 y febrero de 2019 (véase este artículo de Kiko Llaneras). ¡¡¡Su polarización hacia los otros votantes durante ese periodo creció 8,1 puntos, y hacia los otros líderes políticos 12,2 puntos!!!

Es difícil saber la dirección causal en esta variación temporal; es decir, no sabemos si el crecimiento de Vox se debe a la creciente polarización de los ciudadanos o si su irrupción es la causante de su crecimiento entre sus identificados. En cualquier caso, ambos aspectos están íntimamente unidos.
 

Una vez discutidos los datos, me gustaría acabar con tres reflexiones que creo son importantes. La primera es que nos encontramos en un sistema político con niveles de polarización afectiva muy elevados que seguro que ha crecido en estos últimos meses. Este contexto favorece el grado de politización actual generado en torno al actual Gobierno y sus decisiones respecto a la pandemia, así como las movilizaciones y reacciones que están generando en la población y la opinión pública. Las mismas no parecen tener lugar en otros países en los que los gobiernos también están cometiendo errores y adoptando medidas igualmente discutibles.

No se trata de no hacer oposición y críticas al Ejecutivo (como equivocadamente solicita el mismo). Se trata de que desaparezcan de las mismas las descalificaciones reiteradas y absolutas, y los epítetos desorbitados que propician la confrontación e impiden encontrar lugares comunes de evaluación objetiva de muchas de las medidas adoptadas o propuestas. Tampoco ayudan los posicionamientos de un Gobierno que apela a lealtades incontestables a la hora de responder a las críticas. La desaparición de todo lo anterior ayudaría a encontrar puntos de consenso y cooperación entre todos los partidos que transmitirían calma a la población y fomentarían la cooperación ciudadana, tan necesarias en estos tiempos de crisis como la actual.

Segundo, es difícil, en virtud de estos datos, atribuir la polarización a las acciones o discursos de un partido concreto. Por ejemplo, la generada por los discursos de los líderes de Vox puede reflejarse en la que se aprecia entre los votantes del PSOE o de Unidas Podemos hacía dichos líderes; es decir, el incremento de la polarización afectiva de los votantes de los dos partidos progresistas pueden atribuirse tanto al discurso de esta formación de extrema-derecha como a las reacciones propiciadas por los líderes de sus propios partidos. Del mismo modo, y como se ha discutido, dichos ataques pueden fomentar el cierre de filas entre los identificados de los partidos objeto de los mismos.

Ahora bien, lo que sí muestran estos datos es que la polarización afectiva parece ser un fenómeno generalizado entre los identificados de todos los partidos, como ya se veía en los datos de la primera ola. Es cierto que la llegada de Vox a la arena electoral, desde su aparición en las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, ha propiciado su crecimiento, pero también lo es que ésta estaba ya instalada entre los votantes de todo signo. En este sentido, todos los partidos tienen una responsabilidad compartida. La llegada de esta formación política no sólo ha aumentado la polarización, sino que la creciente polarización ya estaba instalada abriendo el camino a su llegada. Los partidos extremos sólo pueden crecer en un caldo de cultivo de extremismo y polarización.

Tercero, merece la pena reflexionar sobre la preocupación que genera entre los estudiosos y expertos este proceso de polarización afectiva. Como ha señalado Svolik, su crecimiento fomenta los procesos de retroceso democrático, ya que hace que líderes y ciudadanos den prevalencia a sus identidades y preferencias por encima de la defensa de la tolerancia, el diálogo y los principales principios del liberalismo democrático. En España entramos en una espiral altamente preocupante en este sentido, ya que los votantes leales de estos partidos empiezan a aceptar que 'todo vale' con tal de no sucumbir ante el enemigo político, al que interpretan no sólo como tal, sino como principal causante de todos los males que aquejan al país. La idea que prevalece es acabar con el enemigo como mecanismo para justificar la supervivencia de lo que consideran aceptable en su manera particular de entender la democracia y la nación.

Estamos camino de una pendiente deslizante de final imprevisible. Reflexionemos antes de que sea demasiado tarde. Dejemos de apelar a identidades y empecemos a hablar de política. De no ser así, puede que la democracia, como diría Juan J. Linz, deje ser el "único juego en la ciudad".
 
(Nota del autor: los datos proceden de un proyecto sobre polarización política en España financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades (proyecto número CSO2016-79772-P) y que yo mismo coordino. Quisiera expresar mi gratitud a todos los miembros del equipo de investigación de dicho proyecto, pero más particularmente a Josep Comellas, un investigador joven de la UPF de Barcelona que me he ayudado de manera significada en la construcción de estos índices de polarización, que requieren de una labor delicada y compleja de programación)
 
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