En medio del dolor, la zozobra y la incertidumbre en que nos vemos envueltos por la pandemia del coronavirus, contamos con algún ejemplo colectivo que aún nos reconforta y anima. Principalmente, lo encontramos en los profesionales de la sanidad pública que, junto a los recursos sociales y privados, han desarrollado una actuación por la que hoy todos les admiramos. Ante la necesidad de contener la curva de contagios y de demanda de atención, hospitalización y cuidados intensivos, en un contexto de desbordamiento, han sacado fuerzas, generosidad y coraje más allá de lo imaginable. En su desafío no estaban solos; la ciudadanía ha estado con ellos, entendiendo la necesidad de aplanar la curva del virus, recogiéndose en sus casas pacientemente, extremando los cuidados de higiene, alentándoles con los aplausos.
Desde la inspiración que encontramos en estos profesionales, hoy queremos hacer un reconocimiento a otro sector, el del transporte público y la movilidad. Porque en todo este tiempo crítico que llevamos vivido, nuestros metros, nuestros autobuses urbanos e interurbanos, incluso aquel que conecta el pueblo más pequeño y alejado de nuestra comunidad, han estado prestando servicio con las frecuencias oportunas. Todos los que han hecho posible que el transporte público haya seguido funcionado, desde los conductores hasta los limpiadores, los empleados de todo tipo, o los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) que ayudaron en las desinfecciones, han de saber que tienen nuestro agradecimiento y admiración. Igualmente, los taxistas, que una vez más han estado al pie de cañón, prestándose de inmediato a ayudar en todo lo que estuviera de su mano, que no es poco. Como a ellos, podríamos mencionar a otros muchos profesionales del transporte y la movilidad, incluyendo a los que han garantizado el suministro y distribución de todos los productos necesarios durante este periodo.
[Con la colaboración de Red Eléctrica de España]
Pero también en este ámbito cabe a la ciudadanía y al tejido empresarial ir más allá del mero reconocimiento y participar de manera activa en su desafío; que es, desde luego, nuestro desafío. En entender que el sistema de movilidad también forma parte de la salud pública. Podríamos resumir que, en la etapa actual, dicho reto consiste en la necesidad de aplanar la curva de demanda de transporte público en las horas punta en aquellas rutas y puntos más susceptibles de aglomeración, para evitar distorsiones y perjuicios que afectarían tanto a sus usuarios como al conjunto de la sociedad. Y, a su vez, nos estamos refiriendo a la necesidad de optimizar la capacidad de nuestra red de transporte público, en general, en sus horas valle, así como en sus líneas y ejes menos concurridos.
Sabemos que el aforo de vagones y autobuses se ha reducido necesariamente a porcentajes en torno al 45% en esta etapa. Y que los andenes, accesos, paradas e incluso asientos de los vehículos del transporte público también se han señalizado para que se guarde la distancia interpersonal y el cumplimiento de ese menor aforo. Todo lo cual, en principio, supondrá una reducción significativa de usuarios, así como posibles escenarios en los que su número pudiera desbordar la capacidad del sistema de transporte público en esta etapa. Añadido a ello, y retroalimentado con el último aspecto reseñado, en un primer momento hemos de contar con el llamado miedo inmediato al contagio en el transporte público y, pasado un cierto tiempo, con el llamado miedo residual. Deben preocuparnos seriamente ambas contingencias, tanto la de aglomeraciones en horas punta como la de un abandono significativo de usuarios del trasporte público a favor del vehículo privado.
Frente a la primera será indispensable, entre otras medidas, hacer pedagogía entre todos para que se comprenda que la mascarilla obligatoria es un elemento de protección determinante a efectos de mitigar los riesgos para la salud y superar esos miedos que irían en detrimento del uso del transporte público y de los beneficios sociales que aporta. Respecto a la segunda contingencia, señalemos que ya se están realizando estimaciones en ciudades europeas (por ejemplo, Berlín) acerca de la presión indeseable sobre el espacio público y la red viaria que supondría la eventualidad de que la mitad de los usuarios del transporte público lo abandonen y, a su vez, la mitad de este porcentaje opte por su turismo particular. Éste sería un escenario de fracaso colectivo y creciente congestión en el que, de entrada, nuestras movilidades imprescindibles se verían gravemente perjudicadas y dificultadas: estamos pensando en nuestros autobuses, en el abastecimiento de la red capilar de las tiendas y supermercados que nos nutren, con sus operaciones de carga y descarga, en los taxis y demás servicios a la demanda, y también en los viajes realmente necesarios que se realizan en vehículo propio motorizado. Más grave aún, debemos considerar los efectos que ello tendría en el aumento de la desigualdad y en la salud de los ciudadanos (en especial, aquéllos más vulnerables) por el aumento de las concentraciones de los contaminantes más dañinos.
Frente a un escenario hipotético de este tipo caben alternativas, siempre y cuando nos pongamos a trabajar y sepamos alinear las capacidades, los recursos y el talento que existe dentro de nuestras ciudades, de nuestras comunidades. La socióloga Theda Skocpol define la "capacidad de los estados" como el saber hacer de los gobiernos y administraciones articulando cuatro elementos entre los que, para nuestro caso, destacamos tres: movilizar todos los recursos humanos y financieros necesarios para alcanzar los objetivos generales que le competen; coordinar y concertar las actuaciones de los distintos actores relevantes en torno a estos objetivos, y crear consensos y legitimidades amplias que sustenten esos objetivos. Estamos hablando precisamente de esto.
En este sentido, los Juegos Olímpicos de Londres 2012 nos aportaron una memorable experiencia de concertación entre las autoridades de transporte y los departamentos de recursos humanos de las empresas que bien podría inspirarnos en estos dramáticos momentos. El 80 % de las empresas de más de 100 empleados de la ciudad se adhirieron a la campaña Keep on Running, dotada de manuales, asesoramiento, talleres, facilitando que hasta un millón y medio de trabajadores modificaran sus pautas de movilidad, optando algunas veces por teletrabajar y no moverse, otras por moverse por vías alternativas, o en horarios o en modos distintos (las cuatro erres, en inglés: reduce, reroute, retime, remode). Se lanzó una campaña de comunicación persuasiva, y divertida a la vez, de la mano de los mejores creativos de una empresa de publicidad, bajo el lema 'Get ahead of the Games', animando a la ciudadanía a estar lista para cambiar modos, informarse debidamente, trabajar desde casa, planificar bien sus movimientos, desplazarte en bici o andando.
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Podría interpretarse como una inconsciente evocación de Dunkerke de establecer un objetivo común, en la que todos, absolutamente todos, los recursos se movilizaron y alinearon, desde el mayor (el transporte público y el teletrabajo) al más humilde, la bicicleta. El reto era enorme. El sistema de transporte público de Londres, con 15 millones de viajes diarios y al límite de sus capacidades en hora punta, debía recibir tres millones de viajes más al día durante los Juegos Olímpicos. La ciudad tenía que seguir corriendo, keep on running. El vértigo del colapso flotaba en la atmósfera. Y entre todos, literalmente, consiguieron capear la tempestad.
La parte más importante, sin duda, la aportó un trabajo colectivo y multisectorial; la gestión inteligente del transporte público, combinada con el teletrabajo y los horarios flexibles. Se consiguió aplanar la curva de la demanda en las horas punta, se llevaron viajes a las horas valle; se evitaron los nodos sobrecargados en favor de alternativas. En ello tuvieron un gran mérito los directores de recursos humanos de las empresas, y los gestores del transporte que supieron interactuar con ellos, y las campañas no sólo de sensibilización sino también de formación y, en definitiva, la responsabilidad de los ciudadanos.
En este antecedente encontraron inspiración los organizadores de Tokio 2020, y ya en 2017 establecieron un día nacional del teletrabajo, en el que ponerse a prueba anualmente. La fecha elegida fue el 24 de julio, precisamente porque tal día de 2020 sería la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, en el que colaboran el Gobierno metropolitano de Tokio y el Ministerio de Economía, Comercio e Industria, junto con la federación empresarial japonesa (Komranden), y numerosas asociaciones empresariales y agencias públicas.
No está de más evocar, en estos momentos, una de las mejores dimensiones del espíritu olímpico, la que consigue catalizar en torno al desafío de ser ciudad organizadora a una gran mayoría de las energías, fuerzas y capacidades de una comunidad, sabiendo alinearlas con las verdaderas necesidades de ésta a largo plazo, en lo que se conoce como el legado olímpico. En España hemos vivido algunos de los momentos más prometedores creando amplios consensos bajo ese espíritu. Barcelona 92 siempre estará en nuestra memoria como demostración de lo que podemos hacer cuando sabemos sacar lo mejor de nosotros. Pero también las candidaturas de Madrid a los Juegos de 2012, 2016, 2020, o las de Sevilla a los Juegos de 2004 y 2008.
El alcalde Michael Bloomberg, que lideró la candidatura de Nueva York a los Juegos de 2012, años después de no lograrlo, volvió a la ciudad donde se tomó aquella decisión del Comité Olímpico Internacional (COI), Singapur, precisamente a recoger un premio a la mejor ciudad del mundo en sostenibilidad. No pudo dejar de recordar aquella apuesta olímpica y quiso reconocer que, pese a gustarle ganar siempre, en este caso no lamentaba tanto haber perdido, porque aquel desafío contribuyó en sí a algo mucho más valioso que aquel objetivo: que en su ciudad tomara mucha más fuerza la apuesta por el transporte público y la movilidad blanda, por la regeneración urbana y por el espacio publico, entre otros objetivos.
Convocamos a renovar ese espíritu 'olímpico' en nuestras ciudades, para entre todos conseguir superar esta crisis que pone en peligro la columna vertebral de nuestra movilidad; de nuestros servicios de transporte público, de los que estamos orgullosos, siendo conscientes de que son un pilar de nuestra cohesión social, de nuestra economía, salud, medioambiente y de nuestra calidad de vida.
(Son también coautores de este texto Santiago Saura, Carlos Mataix, Carolyn Daher, Valentín Alfaya y Esperanza Caro. Todos los firmantes son impulsores de la comunidad de ciudades de la iniciativa 'El Día Después')