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El impacto ambiental y social de la pandemia fuera de nuestras fronteras

Las cifras macroeconómicas de la pandemia ocupan los titulares de las últimas semanas. Menos discutidos, sin embargo, son sus impactos sociales y medioambientales, especialmente a nivel global. A finales de abril, el Club de Impacto Social de la Asociación de Becarios Rafael del Pino nos reunimos para compartir nuestras notas al respecto, dando forma a un escenario de muchas sombras, pero también alguna luz. 

En terreno ambiental, la Agencia Internacional de la Energía calcula que las emisiones de CO2 este año caerán un 8% respecto a 2019, la mayor reducción anual de la historia, superando con creces el impacto que tuvieron la Segunda Guerra Mundial o la Gran Recesión. Un frenazo de las emisiones seis veces mayor al que provocó la crisis financiera de 2008-2009. Un total de 2.600 millones de toneladas de CO2 menos en la atmósfera, que serían el equivalente a que una potencia económica como España dejara de producir gases de efecto invernadero durante ocho años. 

Emisiones mundiales de CO2 relacionadas con la energía y variación anual (1900-2020)

Con todo el mundo confinado en su casa, la reducción de emisiones del transporte es un elemento clave. La Dirección General de Tráfico calcula que el tráfico de vehículos en el interior de las ciudades se ha reducido un 69% en España. En transporte aéreo, la Organización de la Aviación Civil Internacional estima que en 2020 el número de vuelos caerá entre un un 39% y un 72%, dependiendo de la gravedad de la crisis: más de 872 millones de pasajeros que no volarán, asestando un golpe de al menos 153.000 millones de dólares para las aerolíneas y reduciendo a la mitad las emisiones del sector. La cuestión de rescatar a las aerolíneas con dinero público ha abierto interesantes debates éticos sobre medio ambiente en Estados Unidos.

[Con la colaboración de Red Eléctrica de España]

Como consecuencia, la demanda de petróleo ha bajado un 30% en estos meses, dejando unos precios por debajo de los 30 dólares por barril que no puede permitirse la súper-endeudada y costosa industria del fracking estadounidense. Cientos de pozos se han cerrado y difícilmente se reabrirán, debido a la geología del shale oil/gas. El acuerdo de la OPEP+ (Organización de Países Exportadores de Petróleo más aliados) para reducir la oferta en el mercado y realzar los precios es apenas una tirita en la enorme herida de la industria petrolífera. 

Aunque la demanda de transporte volverá a su cauce en años venideros, el shock petrolífero, reforzado por el lunes negro de precios negativos, está acelerando la tendencia estructural de desinversión en combustibles fósiles. El propio Chief Executive Oficer de Shell, Ben van Beurden, ha declarado que la pandemia propiciará la transición, dado que en el contexto de bajos ingresos post-Covid tendrán que dar preferencia a los proyectos que sean más sostenibles a largo plazo.

No obstante, la pandemia está teniendo un impacto ambiental todavía mayor en el sector eléctrico. Con la industria y parte de la actividad económica en pausa, la demanda de electricidad en España en abril ha caído un 17% respecto a la del año pasado (un 13% de media en la UE).

Ahora bien, en la Unión tenemos un mercado eléctrico marginalista, que prioriza la conexión de fuentes de energía con precios marginales más bajos –como las energías renovables, que tienen costes básicamente cero– y en el que, además, las tramitadas antes de 2019 tienen prioridad de despacho por ley (a partir de julio de ese año, las nuevas instalaciones renovables de más de 400 kW ya no tienen ese privilegio); mientras que las fuentes fósiles (como el carbón o el gas) tienden a ser las últimas en conectarse, debido a sus precios marginales más caros. Como consecuencia, la reducción de demanda eléctrica en la pandemia ha expulsado a las energías fósiles del sistema eléctrico de forma histórica. La producción con carbón en la UE se ha descalabrado un enorme 42% y 43% (hard coal y lignite, respectivamente) y el gas, un 30%. En contraste, la generación renovable, pese a la reducción de demanda eléctrica, ha 'aumentado'. Como resultado, las emisiones de CO2 europeas han caído un 39% respecto al mismo periodo del año pasado. 

Fuente: Carbon Brief (2020).

Aunque estas cifras son coyunturales y las emisiones volverán con el crecimiento económico, la pandemia podría agudizar la tendencia estructural de 'descarbonización', al premiar a las energías limpias mientras los inversores pierden incentivos para apostar por una industria petrolera fuertemente impactada. Simultáneamente, un crudo más barato no se traducirá en una gasolina significativamente más asequible para el consumidor, porque el coste del crudo representa apenas un tercio del precio final del combustible. En comparación, el gas natural no se ha visto tan impactado, con unos precios que ya estaban en mínimos históricos antes de la pandemia. 

No obstante, la recesión disminuirá los fondos para invertir en transición ecológica, a menos que las políticas de reconstrucción se alineen claramente con ella al estilo 'Green New Deal'. Paralelamente, el aplazamiento de la COP-26 supondrá que los países comunicarán sus compromisos climáticos un año más tarde de lo previsto, en un adverso contexto económico que podría afectar a la ambición de las National Determined Contributions (NDCs). La pandemia ha traído algún respiro al medio ambiente, pero también enormes desafíos. 

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Por otro lado, y casi el más interesante, la pandemia ha creado una oportunidad sin precedentes para cambiar hábitos. Modificar nuestro comportamiento para hacerlo más sostenible ha sido siempre el talón de Aquiles del sector social y ambiental. Utilizar menos el coche, más la bicicleta, repensar los vuelos de negocio o de corta distancia o incluso reducir nuestros patrones de consumo de cualquier producto o servicio… por generosos que fueran los fondos para proyectos en demand-side, los resultados no terminaban de aflorar. Sin embargo, confinados en nuestras casas nos hemos dado cuenta de que se pueden tener reuniones de trabajo productivas por teleconferencia sin coger el coche o un avión; que en los meses post-Covid la bicicleta será más segura que el transporte público para evitar contagios y que existe un incontable de bienes superfluos de los que podemos prescindir para sobrevivir. Aun en un contexto de recesión, con menos fondos para invertir, tenemos una oportunidad sin precedentes para lograr cambios duraderos en hábitos de consumo y movilidad. Se ha abierto la ventana a una transformación digital y cultural de la sociedad

Más allá del medio ambiente, en el ámbito social, los países empobrecidos se enfrentan a un panorama sin precedentes. En ellos, la Covid-19 no es el problema, sí lo que viene tras él. A nivel económico, en África por ejemplo, las previsiones más optimistas auguran una contracción del PIB de al menos un 5%. Y a una escala menor, el efecto de las medidas contra el virus en un continente en el que, según la Organización Internacional del Trabajo (ILO, en sus siglas en inglés), el 66% de la población vive del mercado informal, la elección se produce entre riesgo al contagio o hambre. Muchos no podrán optar por lo primero: el Programa Mundial de Alimentos estima que el número de personas hambrientas puede casi duplicarse en 2020. En América Central, países como Guatemala están viendo cómo la crisis sanitaria se junta con otra alimentaria que ya se veía venir, pero contra la cual no sabe cómo actuar (en el corredor seco guatemalteco, un 67% de la población sufre hoy de desnutrición crónica). 

A esta situación dramática se van a sumar unas limitaciones financieras crecientes. Hace unos días, el Banco Mundial y el Fondo Monetario internacional (FMI) hicieron un llamamiento para que se produzca un alivio de la deuda de los países más empobrecidos. El porcentaje del Presupuesto dedicado a cubrir la deuda externa se incrementó de un 3,9% en 2010 a un 9,6% en 2018, y se prevé un aumento significativo tras la Covid-19.

Además, como reportaba el Financial Times, la crisis ha provocado una huida de capitales sin precedentes en estos países, debido a la enorme presión que se prevé pueden sufrir sus monedas. A esto se le sumará una mirada hacia adentro de la Ayuda Oficial al Desarrollo, una partida que tiende a desaparecer cuando vienen curvas: tras la crisis de 2008, España recortó en un 70% su presupuesto.

En definitiva, los países empobrecidos tendrán que hacer frente a un panorama social extremo, con menos recursos y en un entorno internacional en el que la mayoría de las miradas se vuelcan hacia adentro. Como nota positiva, se está observando un mayor liderazgo en algunos de estos países, y esto podría reforzar la colaboración entre muchos de ellos, como destacaba la ex ministra de Finanzas nigeriana, Ngozi Okonjo-Iweala, en un evento en la London School of Economics hace unos días. 

En definitiva, muchos de los desafíos a los que nos enfrentaremos en el mundo post-Covid, serán globales y requerirán de respuestas globales. Y en estos momentos, lo urgente no puede ocultar lo importante: cualquier medida que se tome para resolver los problemas provocados por la pandemia deberán tener en cuenta la justicia social y medioambiental. Si no, volverán pronto a tocar en nuestra puerta.

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