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¿Cambiar la 'cultura' de la jubilación?

J. Ignacio Conde Ruiz

8 mins - 4 de Octubre de 2021, 13:20

La semana pasada, el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, abrió el debate sobre la necesidad de "cambiar la cultura" para que los trabajadores trabajen hasta edades más avanzadas. Dejando a un lado si fue algo premeditado, casual o simplemente que le falló el subconsciente, lo cierto es que es una cuestión en la que tarde o temprano vamos a tener que entrar.
 
España, que empezó el siglo XXI siendo uno de los países más jóvenes (gracias, en parte, al intenso fenómeno migratorio) se va a convertir, de acuerdo con todas las proyecciones demográficas solventes, en uno de los más envejecidos del mundo en 2050. En menos de tres décadas vamos a pasar de una tasa de dependencia (o porcentaje de población mayor de 65 sobre la población adulta) del 26% a otra superior al 50%. Es decir, de una realidad según la cual uno de cada cuatro ciudadanos tiene más de 65 años a otra en la que serán más de la mitad. Y esto va a ocurrir asumiendo fuertes entradas de inmigrantes: entre siete y 10  millones de aquí a 2050, según el escenario demográfico considerado.  

Es evidente que el sistema de pensiones en España tiene que adaptarse a la nueva realidad demográfica, y para ello es fundamental encontrar el consenso para hacerlo. Hoy ya se ha alcanzado para garantizar lo que podíamos llamar la suficiencia, que consiste en asegurar por ley que las pensiones no pierdan poder adquisitivo. En el seno del Pacto de Toledo se aprobó, sin ningún voto en contra, que se actualicen con el IPC, lo que quedó corroborado con el acuerdo dentro del diálogo social de antes del verano y se encuentra ahora en el trámite parlamentario. No tenía sentido un sistema de pensiones en el que, para garantizar su sostenibilidad, las pensiones estuvieran prácticamente congeladas. No sería eficiente, pues es muy difícil vivir con una renta menguante con la longevidad y tampoco sería justo, pues haría recaer todo el coste del ajuste sobre una única generación: la de los jubilados actuales. 

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Ahora nos encontramos en busca del consenso para implementar las medidas necesarias que hagan compatible que las pensiones no pierdan poder adquisitivo y, al mismo tiempo, que el sistema sea sostenible. El reto es inmenso, pues sabemos que garantizar las pensiones con la inflación supone un aumento del déficit estructural de la Seguridad Social de entre tres y cinco puntos de PIB al año. No entiendo por qué en la negociación dentro del diálogo social se ha separado la suficiencia de la sostenibilidad. Hubiera sido más fácil buscar un consenso con ambas cartas sobre la mesa (suficiencia y sostenibilidad) que ahora, cuando ya se ha concedido la parte más fácil y que a todo el mundo le gusta, como es la revalorización de las pensiones con el IPC (o la suficiencia) y tienes que empezar a negociar la sostenibilidad. ¿Qué incentivos tienen ahora los interlocutores para encontrar un acuerdo que haga las pensiones sostenibles? 

El problema es que no se puede garantizar la suficiencia de las pensiones si la sostenibilidad no lo está. Y si queremos hablar de esta última hoy, tenemos que hacerlo de la siguiente generación de trabajadores, pues hay una característica de nuestro sistema de pensiones que muchas veces pasa desapercibida: que es de reparto. Que sea así significa que los trabajadores de hoy estamos dispuestos a dedicar una parte de nuestro salario a pagar a los jubilados actuales, porque pensamos que la futura generación de trabajadores hará lo mismo con nosotros cuando dejemos de serlo. Es decir, se puede decir que las pensiones son sostenibles en el tiempo porque hay un pacto inter-generacional. Pero es aquí donde el envejecimiento de la población nos dice que donde hoy tres trabajadores pagan una pensión, en unas décadas habrá uno o, a lo sumo, uno y medio. Aunque políticamente sea arriesgado decirlo, ¿alguien piensa que, si en las próximas décadas habrá prácticamente un trabajador por cada jubilado, este trabajador, apenas mayor de edad hoy, se levantará y pagará el solo una pensión entera, tal como la tenemos hoy, y además el resto de los programas del Estado del bienestar? ¿Y lo hará porque así lo han decidido los políticos de hoy? Es evidente que esto no va a ocurrir. Por tanto, más vale que nos pongamos manos a la obra lo antes posible para introducir las reformas necesarias que hagan sostenibles las pensiones; o, dicho de otra forma, para hacerlas pagables por las futuras generaciones.



A esto nos hemos comprometido en las reformas necesarias para percibir los fondos europeos Next Generation. Como se puede comprender, esa denominación no es casual, y no introducir las reformas necesarias implicaría pasar el problema de las pensiones a la next generation debilitando, aún más, la justicia inter-generacional. Me imagino que esta será máxima preocupación del ministro en este momento, y para ello va a diseñar un nuevo mecanismo de equidad intergeneracional que sustituya al Factor de Sostenibilidad de la reforma de 2012. No ha dado detalles, pero es de prever que será muy parecido éste último. 

La única solución para adaptar nuestro sistema a la nueva longevidad y, con ello, garantizar la sostenibilidad es conseguir que la edad efectiva de jubilación, de una forma u otra, esté relacionada con la esperanza de vida en cada momento. Es decir, que aquélla, aunque sea de forma flexible, debe aumentar a medida que lo haga la longevidad. Flexible en el sentido de que no todos los trabajadores van a retrasar su jubilación en igual medida, y que ésta deber estar en función del grado de dureza o esfuerzo físico de la actividad y, por supuesto, de la salud del trabajador. Y, por otro lado, una vez alcanzada la jubilación se debe permitir la plena compatibilidad entre la percepción de la pensión y el salario. No tiene sentido que los trabajadores pasen de la actividad laboral a la inactividad en una sola noche, sino que haya una reducción gradual de la jornada laboral.

Además, para poder aprovechar todo el talento sénior que necesitamos habrá que cambiar la cultura en dos dimensiones. Por un lado, acabar con la llamada ''falacia del mercado laboral' (pensar que las horas de trabajo son fijas, o están determinadas) y que si las emplea una persona se las está quitando a otra. No es cierto, las economías mas dinámicas son aquéllas donde más gente trabaja. Y una cosa más: el factor trabajo de los mayores es, en muchos casos, complementario del de los jóvenes. Sostener que los primeros le quitan el trabajo a los segundos nos llevaría apoyar otros argumentos igualmente falsos como, por ejemplo, que los inmigrantes le hacen lo mismo a los nativos o que las mujeres, a los hombres.

Por otro lado, hay que acabar con la 'cultura' que tienen muchas empresas de que los trabajadores mayores molestan y son un problema. A aprovechar el talento sénior se van a acostumbrar a la fuerza, pues en las próximas décadas no les quedará otra ante la escasez de trabajadores. No olvidemos que estamos hablando de una economía distinta a la de hoy, donde el proceso de envejecimiento será muy agudo. Para ello, hay que cambiar toda la legislación laboral, pues está pensada (seguramente porque quienes la diseñaron se creyeron la falacia del mercado de trabajo) para impedir que los mayores puedan trabajar a edades avanzadas.

Se trata de mejorar sustancialmente la jubilación activa, parcial o demorada. Para ello, hay que conseguir hacer atractivo para las empresas contratar trabajadores mayores y, al mismo tiempo, que los trabajadores se planteen posponer su salida del mercado laboral al permitirse la plena compatibilidad entre la percepción de la pensión y el salario.

Confiemos en que la condicionalidad implícita en los nuevos fondos europeos que vamos a recibir impidan que la reforma de pensiones se quede a medias y consiga evitar pasar la factura, o el coste de la sostenibilidad, a los jóvenes o a la next generation.
 
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