¿Qué está pasando en las gasolineras del Reino Unido? Y, lo que es más importante, ¿son ésta y otras crisis de suministro meras cuestiones coyunturales o anticipan un declive a medio plazo? Cuando parecía que los avatares de la pandemia y las idas y venidas del
Brexit comenzaban a ser algo del pasado, los europeos nos hemos topado esta semana con imágenes de largas colas de vehículos frente a las gasolineras en nuestros televisores. Estaciones de repostaje completamente cerradas, límites de consumo en las que quedan abiertas... y una
pelea a puñetazos que se hizo viral.
Por si todo esto fuera poco, el
Financial Times y otros medios también han informado de que Johnson está sopesando la posibilidad de desplegar al Ejército para terminar con la crisis. Porque
lo más curioso de todo este enredo es que Reino Unido dispone de la gasolina necesaria... en las refinerías; de lo que carece es de los transportistas necesarios para llevar el combustible a las gasolineras, y ahí es donde entrarían en acción los soldados.
Pero, ¿cómo ha llegado Reino Unido a este punto? Lo que comenzó como una pequeña crisis provocada por problemas de suministro a pequeña escala causados por la falta de conductores se vio pronto magnificado por el
panic buying. Los británicos se lanzaron a las estaciones de servicio para llenar sus depósitos en previsión de disrupciones aún mayores, y con ello provocaron que la situación se agravase enormemente. Los problemas, además, no se limitan al combustible: la escasez de transportistas está poniendo en riesgo los suministros en los supermercados, y
es probable que la crisis de los carburantes afecte a la provisión de servicios esenciales (como la sanidad pública) y paralice la producción industrial.
La respuesta gubernamental, más allá del eventual despliegue de las Fuerzas Armadas, ha consistido en aprobar la eliminación temporal de ciertas partes de las leyes de competencia para permitir que las empresas de energía colaboren en las tareas de reabastecimiento, así como la emisión de 5.000 visas temporales de tres meses para conductores de vehículos de transporte. Pero es probable que estas visas excepcionales no se traduzcan en un aumento rápido de la mano de obra disponible. Como ya se sabía,
es más difícil derribar barreras que levantarlas.
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Hay en el desarrollo de la crisis algo que permite atisbar ciertos cambios en la actitud de la población en el Reino Unido post-
Brexit: no es la primera vez que se producen cuellos de botella en el suministro de bienes como el combustible, pero sí que el
panic buying provoca un agravamiento de tal calibre de la situación. Y ello, en las circunstancias actuales, dice mucho de la confianza que genera la capacidad del Reino Unido de resolver esta clase de problemas, y de cómo la salida del mercado único ha retrotraído el comportamiento de los consumidores a situaciones que parecían olvidadas.
¿Cuánto se prolongará esta situación? No es algo que se pueda predecirfácilmente. A diferencia de otras situaciones pasadas, en las que el suministro de elementos básicos se vio perturbado por huelgas, accidentes o desastres naturales,
en esta ocasión la causa es estructural: la salida de mano de obra provocada (entre otras cosas) por la pandemia se ha consolidado con la entrada en vigor de nuevas barreras para la circulación de trabajadores a través de las fronteras británicas. Mientras siga el
panic buying y el Reino Unido no sea capaz de cubrir su demanda de conductores con los conocimientos necesarios para cubrir este tipo de servicios (algo que está intentando con ahínco), es probable que los problemas persistan.
La siguiente pregunta es, cómo no, hasta qué punto las imágenes de los conductores haciendo cola en las gasolineras son una anécdota coyuntural o uno de los puntos que, al unirse con un lápiz, formen una línea descendente: la historia del declive del Reino Unido. Desde que se produjo su salida del mercado único, una multitud de noticias han puesto de relieve el punto hasta el cual
el 'Brexit' ha impactado en sectores como la pesca o la agricultura, mientras que el efecto combinado de la pandemia y las nuevas normas de migración han provocado una pérdida de población notable en la capital. Ya en las postrimerías de la votación para salir de la Unión, en 2016, se advirtió de que el efecto del
Brexit no sería un colapso económico a corto plazo, sino más bien una sucesión de pequeños contratiempos y de oportunidades perdidas que impactarían en el crecimiento futuro. En el medio plazo, serán las oportunidades perdidas las que determinen el futuro del Reino Unido.
Sea como fuere, lo que se está viviendo en las islas durante estas semanas, más allá de producir las poderosas imágenes que los partidarios del
Brexit nunca quisieron que se materializasen, debe ser también un aldabonazo para nosotros mismos: para quienes estamos al otro lado del canal, sonreír sardónicamente y apresurarnos a subrayar las incoherencias de la dirigencia británica es tentador, pero haríamos bien en tomar nota.
Al mismo tiempo que se produce esta situación en el Reino Unido, las cadenas de suministros a nivel global se hallan sometidas a una tensión enorme por el aumento de los costes del transporte marítimo, y la escasez de semiconductores ha llevado a parar la producción de miles de vehículos en nuestro país. De hecho, algunas compañías como Nike están alertando del impacto que las tensiones en las cadenas de suministro globales pueden tener en las compras navideñas. Si finalmente nuestros propios regalos de Navidad se ven afectados por esta cuestión, veremos cómo un debate económico aparentemente alejado de nuestra vida cotidiana de pronto nos condiciona. Una experiencia que trae ecos, todo sea dicho, de la que están viviendo estos días los ciudadanos británicos.
Por ello, es de esperar que el control de
los riesgos derivados de las cada vez más extensas e internacionales cadenas de suministro sea uno de los principales desafíos políticos de los próximos años, y que el debate sobre la relocalización cobre fuerzas renovadas en las islas (y en el continente).
Pero, con todo, conviene no perder de vista que la Unión Europea nos proporciona una importante red de seguridad. Además de haber construido un espacio en el que las mercancías y las personas pueden fluir sin apenas barreras, la Unión protege a sus miembros y garantiza un mayor poder negociador a la hora de acceder a determinados productos o fijar las condiciones en las que comerciamos con ellos. De igual forma, el mercado único reduce los riesgos derivados de las cadenas de suministro que se desarrollan en su seno y permite, por ello, a aquellos actores que no quieran depender del riesgo geopolítico en sus suministros ir más allá del mercado doméstico de su propio Estado con garantías.
En este sentido,
el desacoplamiento del Reino Unido nos ha permitido conocer infinidad de áreas en las cuales el paraguas de la Unión nos protege del frío. Y ese ejercicio, en un contexto en el que las relaciones internacionales se parecen cada vez más a una pelea a puñetazo limpio frente a una gasolinera inglesa, tiene un valor inmenso. Queda, pues, ver si en esta ocasión los europeos sabemos escarmentar en cabeza ajena.