27 de Septiembre de 2021, 12:31
Cuando, en agosto de 2020, Olaf Scholz se convirtió en el candidato a canciller del Partido Socialdemócrata (SPD) su apuesta por suceder a Angela Merkel al frente de la mayor economía de Europa parecía la definición del diccionario de una causa perdida. Su estilo personal era tan robótico y poco carismático que desde hacía tiempo se le conocía como el Scholzomat. Nueve meses antes, ni siquiera había conseguido el liderazgo de su Partido Socialdemócrata, al perder frente a su ala izquierda. Su designación como aspirante a canciller le pareció a muchos la opción desesperada de un partido sin alternativas.
Al fin y al cabo, el propio SPD (el partido político más antiguo y venerable de Europa, el de August Bebel, Friedrich Ebert, Willy Brandt y Gerhard Schröder) se había hundido en las encuestas hasta el tercer puesto y alrededor del 14% de los votos. Los largos años como socio menor de la apacible y casi apolíticamente moderada Merkel, bajo la que Scholz ha ejercido desde 2018 como vicecanciller y ministro de Economía de la llamada gran coalición habían despojado al SPD de definición y confianza. El partido personificaba la crisis de la socialdemocracia europea.
Pero hace poco más de un año dio el salto, en una tarde lluviosa de finales de agosto de 2021. Scholz estaba dando un discurso en la Bebelplatz, una plaza elegantemente restaurada en el centro de Berlín que lleva el nombre del hombre que co-fundó el SPD en 1869. Con camisa blanca y pantalón de traje, detrás de una pancarta que proclamaba Scholz se mete, el candidato a canciller del SPD estaba inusualmente animado: "Es emocionante que tantos ciudadanos confíen en mí para ser el próximo canciller de la República Federal", dijo entre vítores y aplausos. Pidió más respeto en la sociedad y un salario mínimo de 12 euros. Kevin Kühnert, la joven estrella de la izquierda del SPD, no sólo estaba ahí para apoyarle, sino que actuó incluso como maestro de ceremonias. El cuadro hablaba de esa cosa rara en la política europea contemporánea: un partido socialdemócrata con viento de popa.
Angela Merkel no se presenta a la reelección. A medida que se acercaba el día de los comicios, el SPD iba tomando impulso. En el sondeo de New Statesman, superó a los Verdes el 18 de agosto y, 12 días después, adelantó a la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel y sus aliados de la Unión Socialcristiana (CSU) para ocupar el primer puesto. El último sondeo de la agencia Insa sitúa la ventaja de los socialdemócratas en cinco puntos, la mayor desde julio de 2001. La propia popularidad de Scholz se ha disparado: un sondeo muestra que el 49% de los alemanes le quieren como canciller, frente al 17% del luchador Armin Laschet (CDU/CSU) y el 16% de Annalena Baerbock (Los Verdes). Tras el primer debate televisivo del 29 de agosto, el socialdemócrata de 63 años se impuso con facilidad en los sondeos, e incluso el tabloide conservador Bild lo consideró una "clara victoria".
Cada vez es más probable que Scholz acabe siendo canciller al frente de su coalición de centro-izquierda preferida: una formación tripartita semáforo (llamada así porque los colores serían rojo-verde-amarillo) del SPD, los Verdes y el conservador-liberal Demócratas Libres (FDP). Este resultado sería histórico. La CDU/CSU ha dirigido la república federal durante los últimos 16 años y, en total, durante 52 de los 76 años transcurridos desde su fundación en 1945. Reuniría una insólita mezcla de perspectivas y estilos políticos en el primer Gobierno federal tripartito de Alemania; y convertiría a los socialdemócratas europeos en la familia política preeminente del continente por primera vez en décadas, inclinando el equilibrio político en la UE e inspirando, quizás, a partidos en otros lugares.
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La suerte habrá desempeñado un papel importante. Tanto Laschet como Baerbock han cometido errores evitables que han beneficiado mucho al SPD. Pero ese desenlace también sería producto de las fortalezas de Scholz (que se han perfeccionado a lo largo de una larga trayectoria política, desde la izquierda radical hasta una posición heterodoxa más cercana a su centro) y de un conjunto peculiar de teorías que ha desarrollado sobre el SPD, la socialdemocracia y el futuro de Alemania. Entender ese recorrido es comprender al hombre que ahora tiene la opción de convertirse en el próximo canciller alemán, algo que nadie creía posible incluso hace unas semanas.
Hijo de trabajadores textiles de Osnabrück nacido en 1958, Scholz creció en Rahlstedt, un suburbio del noreste de Hamburgo, y se afilió al SPD a los 17 años. Pasó la década de 1980 inmerso en la política de izquierdas: fue vice-dirigente de las Jusos (Juventudes Socialistas, la organización juvenil del SPD) y vicepresidente de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas; se unió a la facción Stamokap, que defendía que el capitalismo mundial se encontraba en una fase pre-revolucionaria final; y escribió para la Revista de Política y Economía Socialista, tribuna de la izquierda del SPD. Sus artículos perduran como muestras de un Scholz joven enfadado, llamando al "triunfo sobre la economía capitalista", despotricando contra la "OTAN agresiva e imperialista" y denunciando a Alemania Occidental como el "bastión europeo de las altas finanzas".
Luego llegaron los años 90 y lo que Scholz llama hoy su "desintoxicación" política. Construyó su carrera como abogado laboralista, representando a sindicatos, cooperativas y consejos de trabajadores, incluidos los trabajadores del este post-comunista en casos contra la agencia Treuhand, encargada de liquidar las antiguas industrias estatales de la RDA. Y volvió a la política local en Hamburgo.
La segunda ciudad más rica de Alemania se asienta sobre el río Elba, cerca de su estuario en el Mar del Norte; su economía está dominada por el puerto e industrias de servicios como los medios de comunicación y las finanzas. Históricamente perteneciente a la Liga Hanseática, sus ciudadanos siguen enorgulleciéndose de los valores hanseáticos de la razón, la moderación y la fiabilidad; se dice que un apretón de manos de Hamburgo es tan válido como un contrato firmado. Las relaciones de cooperación entre la Kaufmannschaft (clase mercantil) y la Arbeiterschaft (clase obrera) definen al SPD local, la fuerza política preeminente de la ciudad. Helmut Schmidt, el ex canciller federal del SPD y que en sus últimos años fue el mentor de Scholz, personificó durante mucho tiempo esta relación y su frase más recordada es la de que "los que tienen visiones deben ir al oculista".
Sus experiencias prácticas como abogado y su paso por la política local de Hamburgo templaron la política de Scholz. Entró en el Bundestag como diputado por esta ciudad en las elecciones de 1998, que llevaron al líder del SPD, Gerhard Schröder, a la Cancillería al frente de una coalición con los Verdes. Ese mismo año, Scholz se casó con su esposa, Britta Ernst, también política y hoy ministra del Gobierno estatal de Brandenburgo.
A diferencia de otros miembros de su generación, Scholz se hizo un nombre en Berlín sin alinearse con una tribu concreta del SPD, sino moviéndose entre ellas; algo parecido al ascenso de Angela Merkel en la CDU. "No estaba muy involucrado en ninguna de las tres facciones principales del partido", dice Michael Miebach, presidente del think tank de centro-izquierda Das Progressive Zentrum: "A Scholz se le veía en los últimos años como un 'centrista dentro del partido'". Esta flexibilidad contribuyó a que se convirtiera en secretario general del SPD en 2002, cargo desde el que fue un tenaz defensor de las reformas laborales liberalizadoras de Schröder, al tiempo que cultivaba las relaciones con la izquierda del partido y abogaba por un salario mínimo (que entonces aún no era la corriente principal, ni siquiera en el propio SPD).
Las reformas le costaron a Schröder las elecciones de 2005 y llevaron a Merkel al poder al frente de una gran coalición con el SPD, en la que Scholz fue primero jefe de filas del partido y luego ministro de Trabajo. Pero cuando el SPD se estrelló en las elecciones de 2009, volvió a Hamburgo.
Las luchas locales del partido en la ciudad cuya política había llegado una vez a dominar reflejaban el sombrío panorama nacional. Llevaba nueve años sin poder en Hamburgo y parecía que también iba a perder las elecciones de 2011. Ahí fue donde comenzó la experiencia determinante de la carrera de Scholz. Se hizo cargo del partido local y dirigió una enérgica apuesta por los votos de los moderados de la CDU (prometiendo hacer ministro de Economía a un popular jefe de los astilleros, publicando anuncios en los que se animaba a los votantes que no eran del SPD a apoyarle) y obtuvo un apoyo tan grande que el partido pudo gobernar en solitario. "El SPD de Hamburgo y sus votantes siempre se han situado en el extremo conservador y pragmático del espectro socialdemócrata", recuerda el analista de Hamburgo Martin Fuchs: "Scholz parecía un representante convincente de esta tradición".
Scholz heredó una serie de problemas. A pesar de su riqueza, las finanzas públicas de Hamburgo llevaban mucho tiempo en una situación poco favorable. Sus escuelas languidecían en los últimos puestos de la clasificación alemana. Las viviendas eran cada vez menos asequibles. La nueva sala de conciertos en el muelle, la gigantesca Elbphilharmonie, llevaba varios años de retraso y superaba con creces el presupuesto. Scholz se arremangó. "Fue impresionante", dice Axel Schröder, reportero de Hamburgo para Deutschlandfunk. "Nunca olvidaré lo asombrado que me quedé cuando, en una conversación informal con periodistas, reveló cómo había conseguido rehacer por completo los contratos de la Elbphilharmonie".
Scholz también equilibró el presupuesto de la ciudad, e impulsó la profundización del Elba para mejorar la competitividad del puerto. "Pero no está en el partido equivocado", advierte Schröder: "Es claramente un socialdemócrata". Cita las iniciativas para ayudar a encontrar trabajo a los que abandonan la escuela sin cualificación, la introducción de guarderías gratuitas desde el nacimiento hasta la edad escolar y una serie de acuerdos con promotores, asociaciones de viviendas y autoridades de distrito para acelerar la construcción de viviendas, "otro ejemplo clásico de Scholz como artesano político". En cuanto a la ley y el orden, sus políticas eran en general de tercera vía ("Soy liberal, pero no estúpido", dijo una vez). La recompensa fue una sonada reelección en 2015.
Algo dice de la popularidad de Scholz el hecho de que fuera capaz de capear la debacle de la Cumbre del G-20 de Hamburgo en 2017, en la que se produjeron enfrentamientos entre la Policía y los manifestantes anticapitalistas tan violentos que incluso los residentes de los barrios alternativos de St Pauli y Sternschanze quedaron conmocionados. "Prometió públicamente que [la cumbre] no causaría más trastornos que la feria anual junto al puerto", recuerda Schröder. El hecho de que estas promesas desafiaran las advertencias de los servicios de inteligencia fue, añade, "indicativo de la tendencia de Scholz a sobrestimarse". Hoy, el desorden del G-20 no es la única mancha en su reputación de competencia: Scholz también se ha enfrentado a cuestionamientos (aunque no se ha sugerido que haya hecho algo malo) sobre sus contactos como alcalde con Warburg, un banco de Hamburgo que posteriormente se vio envuelto en un escándalo de fraude fiscal, y sobre su responsabilidad como ministro de Finanzas por los fallos regulatorios en el colapso de Wirecard, una empresa de tecnología de pagos.
Scholz asumió el Ministerio de Finanzas y la Vicecancillería en 2018. El intento de Merkel, tras las elecciones de 2017, de formar una coalición Jamaica con los Verdes y el FDP (llamada así porque sus colores coinciden con la bandera del país) se vino abajo cuando este último partido abandonó las conversaciones. Después de unas tensas negociaciones y de la resistencia de la izquierda del SPD, los socialdemócratas volvieron a entrar en otra gran coalición. A pesar de algunos logros notables en el Gobierno de 2013-17, incluida la introducción de un salario mínimo nacional, el partido había caído al 20,5% de los votos, su suelo en la historia de la república federal, y había sido relegado a sus antiguos bastiones como Hamburgo y la cuenca industrial del Ruhr.
Esas sombrías circunstancias, dicen los allegados de Scholz, lo sumieron en un periodo de reflexión sobre el centro-izquierda en Alemania y a nivel internacional. Estudió los problemas del Partido Laborista británico y de los demócratas estadounidenses, y leyó mucho. Le afectaron especialmente 'Hillbilly Elegy' (2016), de JD Vance, y 'Returning to Reims' (2009), de Didier Eribon, relatos ambos de sociedades fracturadas de ganadores y perdedores, de focos urbanos y remansos provinciales; también, las obras del filósofo de Harvard Michael Sandel sobre la justicia y la meritocracia, del economista serbio-estadounidense Branko Milanovi? sobre la desigualdad y del economista turco Dani Rodrik sobre la globalización. Esa reflexión, tras sus experiencias en Hamburgo, forjó en él un enfoque unificado de la política (el scholzismo, si se quiere) que es merecedor al menos de parte del mérito del actual resurgimiento del SPD.
A grandes rasgos, el scholzismo tiene tres pilares. El primero es restaurar la socialdemocracia como puente entre los progresistas de clase media, la antigua clase trabajadora y el precariado emergente. Eso significa combinar una afinidad de tercera vía por lo que funciona con una teoría de la justicia social que va más allá de la mera movilidad social. "La socialdemocracia nunca fue un proyecto elitista que dijera a todo el mundo que tiene que conseguir un Abitur [certificado de fin de estudios] e ir a la Universidad", explica Miebach. Es, más bien, la socialdemocracia como garante de "la oportunidad de vivir una vida decente, el respeto y la dignidad que proporciona un buen trabajo", como dice Scholz en su libro de 2017 'Hoffnungsland' [País de la esperanza]. Respeto es aquí la palabra clave, e impregna la actual campaña del SPD, su retórica y su literatura (por respeto a tu futuro, una sociedad de respeto, respeto por ti).
El segundo pilar comprende lo que podría llamarse 'políticas de cuña'. El SPD ha sido durante mucho tiempo sinónimo de fractura (ha pasado por ocho cambios de líder desde 2004), pero Scholz ha presidido una tregua entre facciones. Cuando, en 2019, él y su compañero de fórmula moderada perdieron las elecciones por el liderazgo del partido frente a los izquierdistas Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken (ambos respaldados por el influyente Kevin Kühnert), se movió al instante para encontrar un terreno común. Eso ayudó a sentar las bases para su selección como candidato a canciller al año siguiente y para las principales promesas electorales del partido: la subida del salario mínimo, las pensiones estables, la construcción de 400.000 viviendas al año. Estas políticas contribuyeron a unificar el SPD y a situar a la CDU/CSU en el lado equivocado para importantes grupos de votantes. Otro ejemplo fue la abolición, por parte de Scholz, de la sobretasa de solidaridad, un impuesto para pagar los costes de la reunificación para todos menos el 10% con mayores ingresos.
El tercer pilar es la creencia en un Ejecutivo fuerte y activista. "Si pedís liderazgo, lo tendréis", advirtió Scholz al SPD de Hamburgo en 2009, y como alcalde impulsó políticas desde su despacho en el Ayuntamiento organizando personalmente, por ejemplo, ceremonias de naturalización como parte del impulso a la integración de los inmigrantes. Ha trasladado ese estilo al Gobierno federal: "Prefiere que se haga algo urgente 8/10 inmediatamente que 10/10 en dos años", afirma Wolfgang Schmidt, secretario de Estado del Ministerio de Finanzas y aliado más cercano de Scholz. En sus tres años al frente del Ministerio más poderoso de Berlín, éste ha impulsado el generoso paquete de estímulo alemán Covid-19, el apoyo germano al histórico fondo de la UE de 750.000 millones de euros respaldado por deuda y, más recientemente, el acuerdo del G-7 sobre un tipo mínimo del impuesto de sociedades del 15%. Es un negociador experimentado: "Es fan de la teoría de la justicia de John Rawls, según la cual hay que ver los conflictos desde el punto de vista del otro", explica Schmidt.
Sin duda, hay puntos en los que la propia adhesión de Scholz al scholzismo es discutible. Una socialdemocracia alemana revitalizada se beneficiaría de la supresión del oneroso freno de la deuda, que restringe la inversión pública; pero con el que Scholz, el duro de Hanseat y político realista, sigue comprometido. Una estrategia que sitúe al SPD en el lado correcto de los debates importantes debiera incluir, sin duda, una mayor ambición climática, aunque las políticas del partido contemplan que las centrales eléctricas de carbón emitan gases hasta 2038. Casos como los disturbios del G-20 hacen mella en la pretensión de Scholz de ser la encarnación de un liderazgo competente.
No hay que exagerar los logros de Scholz. Ha sido extremadamente afortunado en cuanto a la oportunidad y los adversarios. La salida de Merkel siempre iba a generar un gran vacío en la política alemana. Un candidato fuerte de la CDU/CSU podía haberlo llenado, pero Laschet es débil y propenso a las meteduras de pata: el 17 de julio, fue grabado riéndose mientras el presidente de Alemania daba un sombrío discurso sobre las letales inundaciones en el oeste del país. Los siguientes podían haber sido Baerbock y los Verdes, que se dispararon en primavera pero han sufrido la presión. Queda el SPD. Su ascenso se debe más a los errores que ha evitado Scholz que a algo positivo, y merece una cierta perspectiva histórica: el 23% o 24% de las encuestas puede parecer bueno hoy, pero habría sido un desastre en los días de apogeo de Brandt, Schmidt o Schröder.
Con todo, Scholz y el 'scholzismo' merecen crédito. No forzó los errores cometidos por otros, pero se posicionó a sí mismo y a su partido para beneficiarse cuando se produjeron. El SPD entró en la campaña impresionantemente unido, con unas relaciones inesperadamente buenas entre el equipo del candidato y la dirección del partido (Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken). De hecho, una reflexión común en los círculos del SPD estos días es que las diferencias ideológicas en la cúpula, al ser bien gestionadas, en realidad lo han fortalecido, al otorgar a todo el partido un sentido de propiedad de la campaña y el manifiesto.
Y el propio Scholz ha resultado ser el mayor activo de su partido. La prueba más evidente es que se ha convertido en una especie de Merkel continuista. La canciller saliente sigue siendo la política más popular del país; su estilo tranquilo atrae fundamentalmente a un país ampliamente satisfecho que desde hace tiempo valora la estabilidad. Ese estilo es algo natural para Scholz, el seco y comedido hamburgués; pero también lo ha cultivado deliberadamente en los últimos años. Tras entrevistarlo para The Economist en 2018, escribí: "El señor Scholz parece estilizarse como un reconfortante padre de la nación, un Vati (papá) para la Mutti (mamá) del canciller."
En las últimas semanas el esfuerzo se ha hecho más explícito: Scholz haciendo la característica pose de Merkel con los dedos en cruz y publicando anuncios con el eslogan Tiene lo que hay que tener para ser señora canciller. En el debate televisivo del 29 de agosto, practicó la imitación hasta la saciedad. Mientras Laschet y Baerbock se peleaban, él se movía con soltura, hablaba en términos genéricos y se hacía pasar por el experimentado, familiar y razonable término medio entre ambos. A falta de ponerse una de sus coloridas chaquetas, es difícil imaginar qué más podría hacer para potenciar el paralelismo.
Pocas horas separan a Scholz del día de los comicios. "Salió de la nada, puede volver a la nada", afirma Miebach sobre el auge del SPD. Su ascenso se ha estabilizado y la CDU/CSU ha contraatacado alertando sobre la posibilidad de que Scholz incorpore a Die Linke a una coalición.
Aunque una coalición liderada por el SPD con los Verdes y la izquierda es la opción preferida para la izquierda socialdemócrata, sus posibilidades son escasas. La izquierda está dividida y tiene malos resultados en las encuestas. ¿Cuáles son las alternativas? Ni la CDU/CSU ni el SPD quieren volver a gobernar juntos y, según los sondeos actuales, tendrían que sumar a los Verdes o al FDP para conseguir la mayoría. Este resultado no es impensable, pero lo más probable en este momento es una coalición Jamaica dirigida por Laschet (CDU/CSU con los Verdes y el FDP) o una semáforo dirigida por Scholz (SPD con los Verdes y el FDP). Esto podría convertir a estos dos últimos partidos en los reyes, y mientras el primero se inclina por el SPD, el segundo está más cerca de la CDU/CSU.
Por tanto, la capacidad de Scholz para ganarse al FDP, de tendencia conservadora-liberal y entre cuyos votantes es más popular que Laschet, puede ser el factor decisivo. Sus mensajes insinúan ejemplos de cooperación social-liberal en la política estatal (sobre todo en Renania-Palatinado, donde un popular ministro-presidente del SPD lidera una coalición semáforo) y en el Gobierno federal (las notables referencias a Helmut Schmidt evocan no sólo las raíces de Scholz en Hamburgo, sino también las coaliciones SPD-FDP de 1974 a 1982). Sin embargo, será difícil llegar a un acuerdo que convenza al líder del FDP, Christian Lindner, que quiere el Ministerio de Economía, y que satisfaga a la izquierda del SPD. "Bajo el liderazgo de Kühnert, los Jusos (jóvenes socialistas) se han convertido en un fuerte agente de veto y son inflexibles en cuanto a la participación en el Gobierno", señala una persona con información privilegiada. Las áreas de terreno común para cualquier Ejecutivo semáforo incluirían probablemente la industria verde, la reforma de la planificación, la modernización del Estado y la infraestructura digital.
Sería un error esperar un cambio súbito de un Gobierno así, sobre todo porque la política alemana se basa en el compromiso y el consenso. La mejor guía para saber cómo actuaría Scholz como canciller es su etapa en Hamburgo: reconocidamente socialdemócrata, pero pragmático (...) y fiel a las tradiciones alemanas de conservadurismo fiscal. Sería decisivo en algunos momentos pero, como Merkel, excesivamente ponderado en otros. En el plano internacional, representaría la continuidad en las relaciones con Estados Unidos y el Reino Unido, al tiempo que acercaría la política exterior alemana a la francesa. Scholz conoce a Emmanuel Macron desde antes de que fuera presidente francés, le gustan sus ideas sobre la soberanía europea y, al respaldar el paquete de rescate de la UE de próxima generación, ha acercado a Alemania hacia las visiones francesas para la zona euro.
Pero incluso asumiendo todo esto, es concebible un amplio espectro de resultados de un Gobierno de Scholz. Alemania se enfrenta a enormes retos, y bajo el plácido liderazgo de Merkel ha llegado tarde a muchos de ellos (la infraestructura digital es un ejemplo). Es perfectamente posible imaginar que Scholz se parezca demasiado a Merkel, aportando decencia y madurez, pero también demasiada cautela y estancamiento. En el otro extremo del espectro hay algo más vigoroso: Scholz como el canciller de acción al estilo de Schmidt que aborda problemas complejos, el que junta las cabezas, el que dirige el barco a través de las olas del cambio.
Por tanto, es correcto reservarse el juicio sobre Scholz: como luchador electoral, como negociador de la coalición y como futuro canciller. Pero las últimas semanas han demostrado que también sería un error subestimarlo.
(Este análisis fue publicado originalmente en 'The New Stateman' el pasado 3 de septiembre y ha sido traducido y actualizado)
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