21 de Septiembre de 2021, 18:42
El mundo ha cambiado radicalmente desde que Canadá celebró elecciones por última vez, en otoño de 2019: una pandemia que se ha llevado por delante millones de vidas y ha transformado enormemente nuestro día a día, un cambio de inquilino (motín incluido) en la Casa Blanca o la evacuación acelerada en Afganistán. Sin embargo, los resultados de las elecciones celebradas este lunes en Canadá dejan un panorama electoral (a falta de terminar el escrutinio del voto por correo) prácticamente calcado al de hace dos años, como si nada hubiera cambiado.
Tras una campaña anodina marcada por la pandemia y la apatía del electorado, los liberales de Justin Trudeau han repetido victoria con 158 escaños (32,2%), lejos del objetivo de la mayoría absoluta que buscaba el primer ministro. La oposición continuará encabezada por el Partido Conservador de Erin O'Toole, con 119 escaños (34%). El Bloc Québécois revalida la tercera plaza con 34 escaños (7,7%), por delante del NDP (25 escaños y 17,7%). Por su parte, el Partido Verde ha obtenido dos asientos con el 2,3% de las papeletas, mientras que el Partido Popular, a lomos del movimiento anti-vacunas, ha cosechado un nada despreciable 5% aunque sin obtener representación. En resumen, unas elecciones que apenas han traído cambios más allá de (como con sorna lo ha calificado algún comentarista) una crisis ministerial de 600 millones de dólares.
Muchos perdedores, ningún ganador
Convocar elecciones anticipadas en medio de una pandemia no parecía una decisión demasiado inteligente. Especialmente si tenemos en cuenta que los liberales no habían tenido grandes problemas para sacar adelante su agenda legislativa en los Comunes (más allá de las vicisitudes propias de un gobierno en minoría) con el apoyo del NDP, los Verdes e, incluso, del BQ. Pese a todo, Trudeau estaba decidido a aprovechar el impulso de la campaña de vacunación (más del 70% de la población ya lo está vacunada) para fortalecer su posición. Por mucho que el primer ministro intentó justificar su decisión de llamar a los canadienses a las urnas, criticada unánimemente por la oposición, ésta no ha sido comprendida por el electorado, que lo ha devuelto a la casilla de salida.
Aunque todos los líderes dijeron sentirse satisfechos con el resultado, la realidad es que ninguno de ellos sale fortalecido de la cita electoral. Trudeau forzó unas elecciones que, a excepción de él, nadie quería. La ganancia pírrica de un escaño con respecto a 2019, volviendo a perder en el conjunto del voto popular, puede incluso ser considerada como un mal menor, pues el primer ministro llegó incluso a temer por su puesto en los inicios de la campaña. De nuevo, los feudos liberales en las áreas urbanas de Toronto, Montreal y Vancouver han sido claves para la victoria de un Trudeau que sufre un creciente desgaste, quedando ya lejos los ecos de la Trudeaumania de 2015.
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Los resultados traen, si cabe, peores noticias para el Partido Conservador de O'Toole. El efímero liderazgo en las encuestas no fue más que el sueño de una noche de verano. Inmerso en una lucha por centrar el partido para hacerlo más atractivo en Ontario y Quebec, provincias en las que se reparten la mayoría de los escaños y donde los conservadores debían mejorar sus resultados si querían tener opciones de gobernar, O'Toole no ha conseguido que los canadienses lo vean con una alternativa real a Trudeau. Comenzó fuerte la campaña, pero se fue difuminando tras los debates, enredándose en los tradicionales puntos débiles de su partido: la tenencia de armas y el aborto. Pese a ganar el voto popular, al igual que Scheer en 2019, la baja eficiencia del voto conservador (muy concentrado en Alberta y Saskatchewan) ha privado a O'Toole de cualquier opción de gobernar, poniendo en duda su continuidad al frente del partido.
Otra formación que ha quedado lejos de las expectativas ha sido el NDP. La formación progresista mantiene los 25 escaños con los que contaba, sin que Singh haya sido capaz de capitalizar el descontento con Trudeau del sector más a la izquierda del electorado. En cuanto a las formaciones minoritarias, la cita electoral deja muy tocado al Partido Verde, que empeora sus resultados sumido en luchas internas. Por su parte, el Partido Popular, una formación de derecha populista, ha conseguido el mejor resultado de su historia pasando del 1,6 al 5% de los votos, con una campaña al más puro estilo Donald Trump con el discurso negacionista de la pandemia como idea fuerza. Insuficiente para obtener representación, el apoyo que dicha formación ha restado al Partido Conservador ha sido decisivo para consolidar la victoria liberal.
El nacionalismo en Quebec continúa fuerte
El Bloc Québécois afrontaba una elección difícil tras su resurgir en 2019. La formación nacionalista defendía varios escaños que ganó por un margen muy estrecho hace dos años, siendo la víctima propiciatoria que conduciría a Trudeau a la mayoría absoluta. Todo cambió, curiosamente, en el debate en lengua inglesa. Tras dos debates en francés que no depararon grandes novedades, el debate en inglés, habitualmente ignorado por el electorado quebequés, dio alas a Blanchet cuando una de las moderadoras calificó de discriminatoria y racista la Ley 21, una norma que prohíbe portar símbolos religiosos a aquellos funcionarios públicos en posición de autoridad. Blanchet no desaprovechó la oportunidad y se exhibió como el paladín de la defensa de los valores propios de Quebec, presentando el cuestionamiento de la ley como un ataque a esta provincia como sociedad francófona y laica. Gracias a ello, el BQ pudo moverse en el terreno en el que más cómodo se siente, explotando los ataques del resto de Canadá y presentándose como la única formación capaz de defender la voz de Quebec en Ottawa. De hecho, si la noche electoral deparó algo cercano a un ganador, este es el Bloc Québécois, al que sus 34 diputados le devuelven a la primera posición en la provincia, superando a los liberales.
Un Trudeau más débil, pero sin alternativa
En un país tradicionalmente acostumbrado a las mayorías absolutas, cinco de las últimas siete elecciones han resultado en gobiernos minoritarios, poniendo a prueba la capacidad de acuerdo de los diferentes partidos. Las elecciones dejan a un Trudeau debilitado, pues ha fracasado en su arriesgada apuesta en búsqueda de la mayoría absoluta si bien es cierto que tampoco hay alternativa posible. Los canadienses han mandado un mensaje claro: es hora de llegar a acuerdos y olvidarse de aventuras en solitario. Pese a todo, parece poco probable que Trudeau pueda abrirse a una coalición (rara avis en Canadá) con el NDP, con quien comparte agenda progresista en materias como la igualdad, servicios sociales, medioambiente y, en menor medida, política económica. Un acuerdo de legislatura o una geometría variable que incluya al BQ parecen las opciones más probables. Ahora bien, el precio de los votos neo-demócratas será mayor que hace cinco semanas, pues Trudeau ya no cuenta con la amenaza de convocar elecciones anticipadas. Aunque la historia nos dice que los gobiernos minoritarios suelen tener una duración breve, de entre seis meses y dos años, cuesta ver que unos partidos con liderazgos debilitados y las arcas exhaustas estén por la labor de embarcarse en otra contienda electoral en los próximos dos o tres años.
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