Pensar en el futuro de la izquierda europea requiere comprender bien los cambios en las últimas décadas en la base electoral de los partidos socialdemócratas (o laboristas o socialistas). A primera vista, muchos expertos y periodistas parecen estar muy informados sobre el voto de la clase trabajadora en la actualidad y la composición del electorado de los partidos de izquierda. Después de cada contienda electoral, se apresuran a subrayar el debilitamiento del vínculo entre los partidos socialdemócratas y la clase obrera, y el reforzamiento del de ésta y los partidos de la derecha radical. Sin embargo, los análisis empíricos rigurosos siguen siendo escasos.
Gracias al estudio de encuestas transnacionales, es posible obtener una imagen precisa de la composición cambiante de la base electoral de los partidos socialdemócratas entre los años 70 y mediados de los 2010 en Europa Occidental. La primera mitad de la década de 1970 representó un período en el que los partidos socialdemócratas seguían siendo ideológicamente poderosos y tenían éxito electoral. Por el contrario, los obtuvieron a menudo malos resultados en la década de 2010. Es importante destacar que el declive electoral comenzó mucho antes de esa década. Después de sus picos en la de 1960-1970, estos partidos experimentaron un declive en las contiendas electorales subsiguientes en la mayoría de los países europeos.
Aunque es habitual medir las clases sociales con los ingresos y/o la educación, nos vamos a atener a la tradición sociológica europea de medirlas en función de la ocupación. En el Viejo Continente, la formación y la movilización de los partidos han opuesto grupos sociales que se captan mejor por la ocupación. Los datos disponibles nos proporcionan información sobre la elección de voto recordada por los individuos en la última contienda electoral e información sobre su ocupación y situación laboral. El nuevo esquema de clases desarrollado por Daniel Oesch de la Universidad de Lausana ofrece una diferenciación precisa entre las clases sociales. Hemos seleccionado seis formaciones socialdemócratas con diferentes historiales y que compiten en diferentes sistemas de partidos, pero todos ellos enfrentados al declive del empleo en la industria.
Los resultados indican una enorme transformación en la relación entre la clase obrera y los partidos socialdemócratas. He aquí aquí las principales tendencias: a mediados de los años 70, los trabajadores de la industria eran los que más los apoyaban, seguidos de cerca por los del sector servicios en muchos países. En términos relativos, teniendo en cuenta la puntuación media de la socialdemocracia, los trabajadores de la producción tuvieron un comportamiento distinto. Como se muestra en el Gráfico 1, su voto superó la media en una proporción que varía entre 1,28 y 1,44 en la mayoría de los países (con Francia con una puntuación más baja). Ayudados por su fuerte posición en la estructura del empleo, los trabajadores de la producción contribuyeron a constituir una gran parte de los votantes de esta familia de partidos (por ejemplo, el 49% en Gran Bretaña y el 38% en Alemania). Los partidos socialdemócratas disfrutaron de una especie de monopolio sobre el voto obrero, ya que ningún otro fue capaz de reunir una simpatía superior a la media en la mayoría de los países.
Pero a mediados de la década de 2010, la relación entre los trabajadores y la socialdemocracia se debilitó mucho. Su participación en las elecciones bajó mucho, y cuando acudían a las urnas, su apoyo a la socialdemocracia no fue muy categórico. El Gráfico 1 muestra que el apoyo superior a la media de los trabajadores de la producción, aunque no ha desaparecido, disminuyó en todos los países con la excepción de Austria. En consecuencia, el voto de la clase trabajadora se ha fragmentado bastante. Tanto los partidos de la izquierda como de derecha radical han reunido un apoyo superior a la media entre los trabajadores de la producción. Al ser partidos grandes, los de la derecha dominante reciben también una parte considerable del voto obrero, aunque los trabajadores no expresan una simpatía superior a la media por esta familia de partidos. Las formaciones socialdemócratas se enfrentan, por tanto, a una competencia en múltiples frentes y no hay que reducirla a la derecha radical, como se suele presentar en los medios de comunicación. Pero, sobre todo, la decisión más importante para la clase trabajadora a principios del siglo XXI no es qué partido elegir, sino si participar o no en las elecciones. La abstención es, por tanto, una característica fundamental del voto obrero en la actualidad.
¿Y el futuro? ¿Deben los partidos socialdemócratas intentar renovarse para recuperar el voto de la clase trabajadora? ¿O deben, más bien dirigirse a las nuevas clases medias y abandonar sus ambiciones electorales entre la clase obrera? Hay dos cuestiones diferentes en juego. La primera se refiere al rendimiento electoral de estos partidos. Uno puede preguntarse si, para tener éxito electoral, es útil recuperar el voto de la clase trabajadora. La segunda cuestión se refiere al papel más amplio de las formaciones socialdemócratas en los sistemas de partidos e implica algunas consideraciones normativas.
En cuanto al primer elemento, el rendimiento electoral, es importante destacar el peso de la clase obrera ampliada en la población con derecho a voto. Si se cuenta no sólo a los trabajadores de la industria, la artesanía y la construcción como pertenecientes a esta clase, sino también a los limpiadores, peluqueros o dependientes de tiendas, su tamaño alcanza entre el 30% y el 45% del total del electorado (véase la Tabla 1). En la mitad de los países investigados, representa un grupo mayor que el de las nuevas clases medias (que incluye un amplio abanico de profesiones como ingenieros, profesores, consultores, etc.). En la otra mitad de los países, las nuevas clases medias superan a la clase trabajadora, debido a las diferencias en la estructura de la economía y al acceso más difícil de los trabajadores inmigrantes a la ciudadanía (sobre todo en Suiza).
Sin embargo, la tarea de volver a movilizar a la clase trabajadora será relativamente exigente para los partidos socialdemócratas. Dada la fuerte abstención entre los trabajadores y el desencanto generalizado con la política, motivarlos de nuevo para que acudan a las urnas requerirá importantes esfuerzos. Lo más importante es que éstos incluyen pensar más allá de las elecciones siguientes (lo que suele ser difícil para los estrategas de los partidos y otros spin doctors) y desarrollar una estrategia a largo plazo. Esto implicará también trabajar estrechamente con los socios; particularmente, con los sindicatos, que hacen que los trabajadores sean conscientes de sus intereses, contribuyen a forjar la unidad entre una mano de obra heterogénea y, en general, hacen que los individuos estén más informados sobre los asuntos políticos. Los partidos socialdemócratas tienen, por tanto, un importante interés en mantener los recientes intentos sindicales de organizar a los trabajadores del sector servicios.
La segunda cuestión implica pensar en el papel social más amplio de los partidos socialdemócratas. estos, y más en general el movimiento obrero, tuvieron éxito en las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial para integrar a las clases bajas en la política democrática. Los análisis presentados en el libro ('Social Democratic Parties and the Working Class') indican claramente que ningún otro partido consigue cumplir este papel en la época contemporánea. Cuando los partidos socialdemócratas no consiguen movilizar a la clase trabajadora, ésta queda prácticamente ausente de la política democrática. Esto representa un riesgo importante de que las preocupaciones de grandes segmentos de la población sigan siendo ignoradas por las élites políticas, y de que las políticas públicas se diseñen para responder prioritariamente a las demandas de las clases altas (medias). Ello deja también un amplio margen para que los partidos de la derecha radical movilicen a los electores de la clase trabajadora con un programa anti-inmigración y anti-democrático, lo que implica un programa contrario a los objetivos de las organizaciones del movimiento obrero para emancipar a la clase trabajadora. Por lo tanto, más que cualquier otra familia de partidos, los socialdemócratas debieran pensar en cómo pueden revivir su fuerte capacidad de integración, y cómo ésta puede ir unida a consideraciones electorales legítimas.
Investigadora postdoctoral en la Beca Avanzada del ERC Democracias desiguales dirigida por Jonas Pontusson, del Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Ginebra (Suiza)