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La política como problema

Oriol Bartomeus

13 de Septiembre de 2021, 16:38

Desde mayo de 1985, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) pide a sus encuestados que indiquen los tres problemas principales que, a su juicio, tiene el país. La serie muestra una alternancia entre problemas de tipo laboral, social o económico según la coyuntura del momento. Los primeros incluyen el paro, los problemas relacionados con la calidad del empleo y la reforma laboral; los de índole social, el racismo, la inmigración, la violencia contra la mujer, la educación, la subida del IVA, los desahucios, las hipotecas, la sanidad, la vivienda y la inseguridad ciudadana; y los económicos comprenden el fraude fiscal, las infraestructuras, la subida de los carburantes, los bancos, la subida de tarifas energéticas y la falta de inversión en I+D.

Así, dependiendo de la coyuntura los problemas de tipo laboral tienden a ser los más mencionados en periodos de normalidad. El paro ha sido la preocupación principal de los electores a lo largo de estas tres décadas, salvo de 2000 a 2008, caracterizado por el boom económico. En ese lapso los problemas de tipo social cogieron el relevo, disparándose primero el terrorismo, luego la inseguridad y finalmente la vivienda, considerada por casi el 40% el primer problema de España en 2007.

El estallido de la crisis de 2008 hizo caer bruscamente las menciones a los problemas de índole social, al tiempo que aumentó la preocupación por las cuestiones económicas. Este relevo entre uno y otro tipo de problemas parece típico de las crisis. Se observó también en 1993, con la desaceleración post-olímpica, aunque entonces la duración y la intensidad del relevo fue mucho menor que en 2008.

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A partir de 2009, cuando la preocupación por los temas económicos remitió, crecieron las menciones a los problemas de tipo laboral, observándose a partir de 2014 un dibujo similar al de los años 90. Incluso se observó, a partir de 2018, cómo iban creciendo las menciones a los problemas sociales, tal y como había sucedido en la primera década del siglo, durante el boom económico. Obviamente, esta tendencia se paró en seco en el momento en que apareció la epidemia de Covid-19, que introdujo un cuadro típico de crisis: caída en picado de las menciones a problemáticas sociales (y al paro) y aumento de la preocupación por las cuestiones económicas, a partir del segundo semestre de 2020.

En todo este tiempo, sin embargo, es posible observar una tipología de problemas que parece no atender a la coyuntura económica: los relacionados con la política y los políticos. Incluye las menciones al Gobierno y partidos o políticos/as concretos/as, los políticos en general, los partidos políticos y la política, el mal comportamiento de los/as políticos/as, lo que hacen los partidos, los de esta índole en general y la corrupción y el fraude.

El comportamiento de este tipo de preocupaciones a lo largo de la serie muestra un cambio profundo. La primera vez que los asuntos políticos aparecen mencionados fue a mediados de los 90, a caballo de la crisis y coincidiendo con la etapa terminal de los gobiernos de Felipe González. La preocupación por la política tomó el relevo de los problemas económicos a partir de 1994, centrada muy especialmente en los efectos de la corrupción. Las menciones a la política, sin embargo, cayeron a plomo después de las elecciones de 1996. La preocupación por la política en ese momento parecía asociada al cambio en el Gobierno. Una vez que éste se produjo, la preocupación se desvaneció y la política dejó de ser un problema importante para la gran mayoría del electorado.

La situación pareció repetirse de forma curiosamente idéntica en la crisis de 2008. Una vez aplacada la preocupación por la economía, las menciones a cuestiones políticas tomaron el relevo. En marzo de 2008, justo cuando se celebraron las elecciones que revalidaron a Rodríguez Zapatero al frente del Ejecutivo, sólo el 7% mencionó aspectos políticos como uno de los tres principales problemas del país. Pero a partir de entonces la escalada fue imparable: un 16% en julio de 2009, el 31% un año después (en diciembre de 2011, cuando se celebran las elecciones anticipadas que llevarían al PP a gobernar, las preocupaciones políticas sumaban el 28%).

Si se siguiera la lógica de los 90, después del cambio de Gobierno, la política debería haberse retirado del escenario, pero no ocurrió así. Un año después de la elección de Rajoy, la mitad de los encuestados señaló aspectos relacionados con la política entre los tres principales problemas.

Puede suponerse que las menciones a la política como problema podían estar relacionadas con la persistencia de la crisis económica, mutada en crisis de deuda (la crisis del euro), que impuso los recortes del gasto público. Sin embargo, cuando éstas cayeron estrepitosamente, los problemas políticos no lo hicieron; al contrario, se dispararon hasta alcanzar niveles nunca antes conocidos: en marzo de 2013 se registró un 70% de menciones a cuestiones relacionadas con la política, principalmente la corrupción y el fraude (44%). Eran los días de los papeles de Bárcenas.

A partir de ahí, y a pesar de que la preocupación por la corrupción fue cediendo, no lo hicieron las menciones a la política y los políticos, que se mantuvieron. Puede suponerse que esto fue así porque no había relevo en el Gobierno (como en 1996 o 2011) y parece que así fue, ya que la mención a las preocupaciones políticas disminuyó después de la moción de censura de 2018 (hasta el 46% en septiembre). Sin embargo, a partir de entonces la preocupación por los temas políticos inició una escalada, que sólo contuvo la aparición de la Covid-19.

En septiembre de 2019, en plena crisis que nos llevó a una nueva repetición electoral, la preocupación por la política alcanzó el 77%; y, a diferencia de lo ocurrido en 2013, cuando buena parte de las menciones se referían a la corrupción, esta vez la preocupación fue sobre los políticos en general, los partidos políticos y la política.

La política se ha convertido en problema por sí misma, no como reacción a una crisis económica o a la propia coyuntura electoral. Y es una preocupación resistente. Cuando en abril de 2020 estalló la preocupación por la epidemia, las menciones a los problemas laborales o sociales cayeron entre 20 y 30 puntos, por sólo dos de los relacionados con la política.

¿Por qué se ha convertido en un problema, que resiste los cambios de coyuntura, que parece inmune incluso al estallido de un fenómeno inédito en un siglo como la epidemia de Covid-19?

En parte porque en los últimos años la política se ha convertido en un tema con vida propia, con una entidad autónoma, emancipado de los otros problemas, que no parece responder a las vicisitudes de la gestión gubernamental o a la misma valoración de esa gestión por parte de la ciudadanía. Antes, la política se entendía como una actriz secundaria que acompañaba a los protagonistas de la actualidad (el paro, la crisis, el terrorismo). Los gobiernos caían y eran sustituidos a causa de su gestión de los problemas, a veces eran presentados como los problemas (claramente, en la última legislatura de González)... pero no lo era la política o los políticos. No, como mínimo, uno de los tres principales problemas del país. Este podio se reservaba para otros, para los problemas reales.

Sin embargo, a partir de un cierto momento la política deviene protagonista por sí misma, independientemente de la gestión que realizan los gobiernos e, incluso, de la situación política [sic]. Aparece en todas partes, pero no por lo que los políticos hacen, sino por lo que los políticos son. Nunca antes se había hablado tanto de las estrategias, de trasvases de voto, de las perspectivas electorales de los partidos, de la competencia entre ellos; y tan poco de los proyectos, de las propuestas, de las cosas.

Las decisiones que toman los partidos y los gobiernos son analizadas no desde la perspectiva de su impacto sobre los asuntos concretos, sino desde las coordenadas de la competencia partidista.

Cojan cualquier tertulia o declaración. Encontrarán menciones a las actuaciones gubernamentales y críticas a éstas por parte de los portavoces de la oposición. Pero también encontrarán (sobre todo) declaraciones que responden a declaraciones anteriores que, a su vez, reaccionaban a declaraciones anteriores, argumentos construidos para rebatir otros argumentos en una cadena infinita, en la cual prevalecen los temas políticos, mientras que los otros (el paro, la vivienda, la educación) son sólo la excusa, el fondo de pantalla borroso. Se trata de una política preferentemente autorreferencial, encapsulada en un mundo propio, con sus códigos, su lenguaje (la langue de bois de los franceses), cuyo funcionamiento sólo conocen los enterados.

La política habla principalmente de la política, y su conversación es eminentemente conflictiva, puesto que su esencia es la competición entre los protagonistas; una competición continua (la campaña electoral permanente) consistente en generar conflicto en todo momento, en mantener la tensión, a veces de forma artificial y en virtud de los detalles más triviales (verbigracia, la crisis veraniega de la alpargata).

Esta naturaleza conflictiva de la política, unida a la necesidad constante de captar la atención, es lo que ha generado una espiral polarizador que no responde a la realidad social o económica, sino a la dinámica argumental (a la escalada) de la propia competencia política. De ahí que sea percibida por una parte significativa de la ciudadanía como un problema en sí misma.

Esta política convertida en tema ha conseguido acaparar la agenda diaria. Es posible, sin embargo, que esta exposición continua, constante, extenuante y abusiva explique que una parte nada despreciable de la ciudadanía la considere uno de los principales problemas del país. Si a esto le añadimos la desconfianza atávica y arraigada del elector español hacia los políticos y la política, una actividad que la gran mayoría considera ajena a sus preocupaciones e intereses, terminamos por tener un cóctel muy peligroso.

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