El euro siempre fue un caramelo envenenado que le reservó Helmut Kohl el canciller alemán que convirtió la idea de una moneda única, casi una utopía, en realidad a su chica Angela Merkel; caramelo porque el euro trajo enormes ventajas para Alemania. Aunque en la primera década de su existencia fue una moneda fuerte (recordemos que en 2008 llegaron a pagarse 1,60 dólares estadounidenses por la moneda europea), el euro siempre sería más débil que un hipotético marco alemán y eso sería una gran ventaja para su industria a la hora de exportar al resto del mundo. Además, dentro de la propia Unión, con una moneda común dura, los países vecinos también se lanzarían a comprar productos alemanes. Así fue.
Pero el veneno estaba en que Kohl le había prometido al pueblo alemán que la moneda única nunca se convertiría en una unión de transferencias en la que los alemanes trabajasen duro y siempre tuviesen que rescatar a sus vecinos menos industriosos (por no decir vagos); la gran pesadilla de los germanos. Sin embargo, ya antes de la creación del euro la gran mayoría de economistas (y en instituciones de gran influencia como el Bundesbank, el banco central alemán) defendían que sería difícil mantener una unión monetaria con economías tan diversas en productividad sin algún tipo de Presupuesto central que pudiese mitigar los muy probables shocks macroeconómicos que estaban por llegar.
Y así fue, también. En 2008 llegó la bancarrota de Lehman Brothers, el sistema financiero noratlántico estuvo a punto de derrumbarse y Merkel se vio inmersa en una tormenta profunda que quedará en la Historia como la crisis del euro. Fiel a sus principios de política cauta y calculadora, la estrategia de la canciller fue desde el principio la de evitarle al pueblo alemán la pesadilla de la unión de transferencias, aunque desde muy pronto se dio cuenta de que algún tipo de ellas era necesario para salvar la moneda única. Eso sí, tendrían que llegar al final y ser las mínimas posibles. Eso explica los movimientos tácticos de la canciller desde 2008 hasta el mismísimo 2020, año de la pandemia, cuando se acordó el paquete de rescate Next Generation EU para paliar la crisis de la Covid-19.
El método Merkel fue siempre decir nein, nein, y nein (es decir, no) a cualquier propuesta de mutualización de deudas o gastos para salir de la crisis. Así demostraba que defendía a capa y espada los intereses alemanes ante su pueblo y lograba su confianza, y con ello acumulaba el capital político suficiente para ceder en ciertas líneas rojas que Berlín había marcado desde hacía muchas décadas. Pero mientras hacía esto, también sabía que había que salvar la moneda única como fuera; porque, como no se cansó de repetir durante los momentos más duros de la crisis, "si el euro fracasa, lo hará la UE". Merkel mostró siempre inteligencia política y perspectiva histórica y se puede decir que, más que Draghi, fue ella la que salvó la moneda única.
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Muchos discrepan. Piensan que Merkel fue miope y se centró en demasía en velar por los intereses nacionales alemanes. Arrastró durante años los pies y se creyó el mito de la necesaria austeridad de la ama de casa suaba. Su obcecación por reducir la deuda casi lleva al precipicio al Viejo Continente. Además, piensan que la respuesta común que se logró en 2020 para paliar la crisis pandémica se podía haber hecho en 2010, y eso habría evitado muchas tensiones y sufrimiento. Pero dudo de que Merkel hubiera podido hacer 10 años antes lo que hizo 2020. Es más, el rechazo popular a la unión de transferencias era tan fuerte entonces que si hubiera aceptado mutualizar las deudas habría perdido las elecciones de 2013. Es importante recordar que, pese a la dureza de Merkel con el sur, el partido Alternativa por Alemania surgió precisamente antes de esas elecciones como rechazo a compartir moneda con esos países del sur. Imagínense que Merkel, en vez de decir que no habría eurobonos mientras ella viviese, hubiese apostado por esta solución desde el principio. ¿Qué hubiese pasado en Alemania? Casi prefiero no imaginármelo.
La respuesta de Merkel hay que entenderla en el contexto alemán. Ya desde los años 70, cuando se redactó el Informe Werner y se propuso la creación de una moneda única, siempre se opuso a la mutualización de recursos, deudas o gastos sin un poder central europeo que pudiese controlar, gestionar y hasta recabar esos recursos; y Francia siempre rechazó ese control fiscal federal. Por eso, en el Tratado de Maastricht se escribió claramente que ningún Estado ni institución europea, y mucho menos el Banco Central Europeo, podía rescatar a otro estado de la Unión. Esto explica que, cuando en 2008 Irlanda decidió rescatar unilateralmente a sus bancos, Merkel reaccionó inmediatamente diciendo que cada barco aguantara su vela y que cada Estado rescate a sus entidades financieras; nada de una acción paneuropea.
Este error histórico le costó caro a Europa. En 2010, EE.UU. ya había rescatado a sus bancos y dejaba la crisis atrás, mientras que la zona euro sólo vislumbraba la segunda fase de la crisis. Pero, lo dicho, hay que entender a Merkel desde su contexto. Es difícil, como canciller alemana, ir en contra del orden constitucional, y mucho más si implica empujar al pueblo hacia la pesadilla de la unión de transferencias; pesadilla que no había hecho sino aumentar en las últimas décadas al ver que, pese a toda la ayuda recibida, la Alemania del Este no había salido aún de su atraso histórico. Desde la mente de un alemán medio, el trauma era evidente: si con nuestras transferencias fiscales no somos capaces de levantar a nuestros conciudadanos del este, ¿cómo vamos a levantar a los griegos, portugueses, italianos y españoles?.
Pero a pesar de esta resistencia, Merkel aplicó su método y, al mismo tiempo que se ganaba la confianza del votante medio alemán diciendo 'nein' a todo, cedía en lo que hacía falta, quebrando muchas líneas rojas germanas. En 2010, y tras sostener que Grecia tenía que acudir al Fondo Monetario Internacional, a la larga se acordó un paquete de rescate europeo. Después prometió que el primer mecanismo de rescate para los países en dificultades (el EFSF, o mecanismo europeo de estabilidad financiera) iba a ser temporal, aunque finalmente se convirtió en permanente (el ESM en inglés, o Mede en español). Empezó también apostando por Axel Weber como próximo presidente del BCE (porque ya le tocaba a un alemán) y finalmente fue Mario Draghi (un italiano, para más inri) quien consiguió el puesto.
Es decir, Merkel se mantuvo en la ortodoxia alemana (si no, nunca habría llegado a los 16 años como canciller), pero con mucha flexibilidad táctica. Mientras en Europa iba de cumbre en cumbre de rescate, visitaba China y veía una nación con hambre y creciendo sin parar. Eso le hizo insistir en la idea de solidaridad para el sur, pero a la alemana. Aquí entra en juego la idea de la Selbsthilfe (la auto-ayuda), muy propia de los teutones. Había que usar la crisis del euro para reformar el sur, y para ello la presión de los mercados financieros era muy útil. Su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, la apoyaba en esta visión. En resumidas cuentas: la mayoría de los políticos inteligentes en Alemania (y Merkel siempre lo ha sido) saben que el euro no es sostenible sin una unión fiscal (esa unión de transferencias que asusta tanto a los germanos); pero antes de que llegue esa unión, pretenden que todos los países sean lo más competitivos posible para que las transferencias sean, también, las mínimas posible. Ésa siempre ha sido la estrategia de Merkel.
Sin embargo, una unión fiscal no se crea de la noche para la mañana y los años 2011 y 2012 bien que lo demostraron. Merkel exigió la firma del Pacto de Estabilidad para consolidar la rectitud fiscal (de nuevo la ortodoxia) a cambio del Mede permanente; pero como eso no fue suficiente, en 2012, cuando España se convirtió en demasiado grande para ser rescatada, pero también para caer, Merkel cedió en aquella cumbre de junio y accedió a la creación de la unión bancaria. Fue una decisión clave; no porque fuese una línea roja tradicional alemana (era más bien París la que siempre se había resistido a la supervisión federal) y menos desde Frankfurt, de sus bancos, pero sí que mandaba un mensaje a los mercados de que Alemania seguía apostando por soluciones europeas pese a que en esa cumbre Merkel se presentase como la derrotada (como se explica bien en el podcast que acompaña este análisis).
Sin embargo, un mes más tarde vino la decisión más importante de la canciller. Hay discrepancias sobre si Merkel sabía que Draghi iba a dar el discurso del 'cueste lo que cueste' (julio de 2012), pero en todo caso lo que realmente fue determinante es que lo apoyase al día siguiente. Merkel se alejó ahí de la ortodoxia alemana (recordemos que el Bundesbank, encabezado por Jens Weidman, se opuso tajantemente a las políticas de Draghi) para salvar el euro y Europa. También en 2015, cuando Yanis Varoufakis planteó un órdago a la Unión y mientras Schäuble hizo de poli malo amenazando con la expulsión de Grecia de la moneda única, Merkel siempre apostó por mantener a los griegos dentro; y sin sufrir demasiado desgaste político: tanto es así que volvió a ganar las elecciones en 2017.
Ahora que está a punto de retirarse, la canciller ha logrado algo extraordinario. Ha empujado el ala euroescéptica fuera de la CDU; ha conseguido que la ortodoxia financiera alemana, es decir, los lectores del Frankfurter Allgemeine Zeitung, apuesten por la supervivencia del euro (algo que no estaba nada claro hace 10 años y muchos en Londres, Nueva York y Washington veían casi imposible); y ha conseguido que gran parte de sus conciudadanos no vean con tan malos ojos la idea de las transferencias al sur siempre que hagan las reformas pertinentes. Todo ello gracias al contorsionismo político de Merkel, que en 2020 llegó a su epítome cuando pasó de decir durante años nein a los eurobonos a salir en la televisión alemana sosteniendo que a veces hay que endeudarse con tus socios para ofrecer un mejor futuro a las generaciones que vienen. Por eso, 2020, y la creación por primera vez de deuda mancomunada en gran volumen en la Unión Europea, se conocerán como el 'momento Merkel', la canciller que salvó el euro y Europa de sus peores crisis. Seguro que alguna que otra estatua lo recordará en los años venideros.
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