Tiene su magia: Pedro Sánchez ha sabido convertir la decisión más previsible de este final de curso en un acto sorpresivo. Y ha logrado proyectar un giro de timón sobre una remodelación importante, pero no tan disruptiva como parecen sugerir muchos análisis. Un acto comunicativo en sí mismo. ¿Con qué implicaciones?
Hay que recordar algunas obviedades: las remodelaciones gubernamentales son uno de los pocos instrumentos que poseen los jefes de Gobierno para tratar de re-vigorizar (algunos dirían resucitar, pero no es el caso) ejecutivos desgastados. Es cierto que, tras una década larga sin utilizar este instrumento (Mariano Rajoy no cambiaba ministros; éstos simplemente le dimitían ), nos habíamos olvidado de sus efectos benéficos.
Algunos han comentado que se trata de la renovación gubernamental más importante de la etapa democrática. En septiembre de 1980, Adolfo Suárez tuvo que nombrar a ocho nuevos ministros para reintegrar las facciones de UCD dentro del Ejecutivo. En vano: pocos meses después tuvo que dimitir. En diciembre de 1981, Leopoldo Calvo-Sotelo incorporó a siete nuevos ministros mientras el partido se descomponía en el Congreso. De nuevo en vano: un año después, el PSOE gobernaría con mayoría absoluta. Como Sánchez, aquellos presidentes trataron de recuperar fuerza inyectando sangre del partido. Pero con una gran diferencia: aquello fue un gesto de debilidad, mientras que hoy se trata de un acto de fuerza, y con algo de magnanimidad.
¿Con qué objetivos?
Por un lado, la remodelación tiene un mensaje obvio, que han subrayado todos los analistas. Se trata de cohesionar al PSOE, cerrando heridas pendientes de la única forma que pueden cerrarse los 'conflictos civiles': dando paso a una nueva generación, que Sánchez querrá hacer suya.
De ahí esa caída de la edad media que se da entre los nuevos ministros, con un perfil cada vez más profesionalizado en la política, y con menos experiencia burocrática (Gráfico 1).
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De hecho, el mensaje de esta remodelación está más dirigido al PSOE que al propio Ejecutivo: vienen cambios. Sánchez es consciente de que acumula lógicamente desgaste de materiales, y de que la implosión de la derecha ha entrado un proceso de unificación. La inevitable desaparición de Ciudadanos permitirá el regreso de casi todos sus votantes al PP y, en menor medida, a Vox. Sólo ese gesto casi mecánico implicará una recuperación del PP a cotas más usuales de apoyo. Pero esa recuperación por sí sola, a pesar del concurso gratuito de Vox, no será suficiente para asegurar una mayoría de gobierno conservador en las próximas elecciones.
Hace falta que, además, una parte del votante de centro-izquierda se quede en casa, debilitando así el voto a Sánchez. El movimiento de anticipación del presidente está claro: hay que asegurar la comunión entre partido y Ejecutivo. Mientras ambos vayan alineados, es muy difícil que la oposición le tuerza el paso al Gobierno, como hemos visto repetidamente desde 1977.
Para ello, Sánchez recupera ministros con perfil partidista, como ya hizo en su primer Gabinete (Gráfico 2). Éste es, de hecho, el Gobierno de izquierdas con más ministros afiliados a los partidos del Ejecutivo desde 1993. Cuando había problemas, los últimos Felipe González y José Luis R. Zapatero tendieron a confiar más en independientes.
Gráfico 2.- Ministros afiliados a partidos
La mirada territorial también ayuda: la cohesión interna del partido en el Gobierno se sostiene sobre una curiosa combinación de ministros madrileños y otros tantos provenientes de la regiones mediterráneas del este, en detrimento de los ministros del sur y del norte (Gráfico 5).
Aún más importante, esta reconfiguración geográfica refleja hasta qué punto Sánchez cuida la conexión con líderes regionales críticos o que en el pasado habían estado más lejos: Javier Lambán, Elimiano García-Page y el valenciano Ximo Puig, convertido en uno de los máximos aliados territoriales de Sánchez, como se comprobará en el Congreso Federal de octubre.
El otro gran objetivo de la remodelación ha sido menos destacado: recoser el deshilachado núcleo interno del Ejecutivo. Había problemas evidentes que se venían manifestando en su gestión interna y que tenían que ver, sobre todo, con los fallos en la coordinación ministerial. Estos problemas ya se hicieron patentes en los primeros meses de gobierno socialista tras la moción de censura.
Sin embargo, se agravaron injustificadamente con el Gobierno de coalición y las urgencias de la pandemia. Y es que buena parte del ruido proyectado desde el Ejecutivo ha tenido más que ver con defectos patentes en la coordinación de la agenda que con falta de sintonía programática entre partidos. Que haya discrepancias entre proyectos y perspectivas de cómo desarrollar la agenda política es un rasgo común en la mayoría de gobiernos, de coalición o no. Sin duda, en los multi-partidistas es más difícil ocultarlo.
Es cierto también que esos fallos de coordinación dentro del Ejecutivo han sido poco aprovechados por la oposición, en buena medida porque para algunos de los nuevos líderes y para muchos de los nuevos opinadores en los medios de comunicación esto de las políticas y de su gestión ordinaria en las instituciones les puede sonar a chino, y no cuadra en esos discursos de maximalismo moral y minimalismo decisional.
Pero, a la larga, estos fallos internos embarrancan la agenda gubernamental y alimentan el libre albedrío de los ministros; por ejemplo, para abrir debates mal planteados sobre temas serios, como los costes ambientales del consumo de la carne.
Con el objetivo de reconducir la coordinación interna del Gobierno, Sánchez ha dejado caer a quienes más desgaste o desinterés habían demostrado en esa cuestión (la ministra de Presidencia y su propio jefe de Gabinete) para elevar a quien venía ya trabajando en reconducir el problema, el ya ministro Félix Bolaños.
Y en esa remodelación había que incluir también la sustitución de los titulares que más se habían desgastado al menos, en la parte socialista del Ejecutivo. Como han demostrado diversos trabajos sobre remodelaciones ministeriales, que a un ministro la oposición le pida su dimisión no suele resultar gratis: en un primer momento la petición obliga a defender al acusado (siempre que no haya una motivación deshonrosa detrás); pero, pasado el tiempo, aquellos errores o polémicas acaban pesando como una losa sobre las expectativas de los miembros del Gobierno. Con la única excepción del ministro de Ciencia e Innovación (y ésa sea quizá su razón para el cese), se van todos los que en su momento agotaron el crédito de confianza. Aunque en algún caso eso incluso sea lo esperado y planeado desde el principio, como el del ministro de Justicia, cuyo recorrido político quizá no se haya completado aún.
En esa línea, Sánchez elige ministros que aportarán a la vez más experiencia política, pero también más especialidad en las materias del gobierno.
Como muestra el Gráfico 4, repunta la presencia de especialistas en el Ejecutivo, pero aumenta también significativamente el peso de los ministros con mucha experiencia en diversos niveles de gobierno (Gráfico 5). Éste será, de hecho, el Gobierno de izquierdas con mayor porcentaje de ministros que han pasado por tres o más niveles institucionales de representación o de gobierno en la España descentralizada. Ése fue un perfil muy propio de los gobiernos de Aznar, y en menor medida de Rajoy. También es cierto que no siempre dieron el resultado previsto.
Gráfico 4.- Especialistas y 'managers'
Gráfico 5.- Experiencia en distintos niveles de gobierno y representación
Quizá por eso no todo es cambio.
Es cierto que entran muchas ministras jóvenes, que habrá más ministros de partido y con más experiencia en diversos niveles de gobierno.
Pero se mantiene el núcleo de la agenda que ha permitido a Sánchez llegar vivo hasta aquí: la economía y el orden, que están precisamente en manos de políticos más séniors, no afiliados al partido en su mayoría y cuya cadena de mando está más allá del PSOE; aquéllos que precisamente pueden ayudarle aún a recuperar algo del apoyo electoral de centro que sigue mirando al presidente con desconfianza. Parece que Sánchez fía el éxito de su mandato a ese núcleo duro, y sólo espera que el resto del Ejecutivo no le cree más problemas de los que ya tienen objetivamente.
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