-
+

Biden-Putin: control de daños y pragmatismo en Ginebra

Florencia Rubiolo

7 mins - 23 de Junio de 2021, 17:06

La cumbre Rusia-Estados Unidos ha sido el colorario de una semana de encuentros de alto nivel de líderes mundiales; aunque no de todos ellos. La notoria ausencia de China pone sobre la mesa que la pretensión del G-7 de mantenerse como selecta cúpula de deliberación de los destinos del globo es anacrónica y dogmática.
Con el telón de fondo de una crisis sanitaria que, aún lejos de resolverse, muestra indicios de recuperación a diferentes velocidades, los primeros mandatarios del G-7 se reunieron para acordar el camino de la reconstrucción para el planeta, en clave democrática. El 'Build Back Better World', o B3W, se presentó como la hoja de ruta para esta tarea titánica, con el foco puesto en las infraestructuras del mundo en desarrollo. Un plan no del todo consensuado con los propios socios, que dudan de la factibilidad de tan ambiciosa iniciativa. El problema: las no tan abultadas billeteras de los grandes de Occidente.

En la actualidad, las siete economías que integran el Grupo representan el 45% del PIB global. No es una cifra menor, pero no debe olvidarse que Estados Unidos y China juntas dan cuenta del 41%. En 2008, cuando la potencia asiática representaba el 7% del PIB mundial, se convirtió en un actor indispensable para la recuperación tras la crisis financiera. Hoy la historia es un tanto diferente: China es aún más indispensable que entonces en la gobernanza económica internacional, pero comenzó a construir instituciones bajo su liderazgo, en paralelo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta y el Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras son sus principales exponentes.

[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]

La esperanza de Joe Biden de construir un mega-plan de infraestructuras anclado en los valores democráticos occidentales estuvo acompañada de las repetidas críticas a las políticas chinas en torno a derechos humanos. El otro gran ausente fue Rusia. Ginebra fue el escenario de la cumbre que sumó a Vladimir Putin al diálogo con el presidente estadounidense.

Putin y Biden en sus laberintos
La cumbre cara a cara fue el cierre de la primera gira que el flamante presidente norteamericano realizó a Europa. El acercamiento era impensable unos meses antes. Aunque prevalecen las tensiones de fondo, ambas partes tuvieron una visión positiva del encuentro, con una agenda de diálogo sostenido para los próximos meses.

El encuentro simboliza el reconocimiento tácito de la relevancia de Rusia en el tablero geopolítico mundial, así como la voluntad de comprometer a su presidente en un marco de previsibilidad y estabilidad. Biden sostuvo que "su agenda no es contra Rusia ni contra ningún tercer país", sino que su prioridad es el pueblo americano, la lucha contra la Covid-19, reconstruir su economía y restablecer sus relaciones con aliados en todo el mundo. Pero, pocos días antes, esta afirmación había sido precedida de una acusación directa a Rusia (y a China) por atentar contra la alianza transatlántica.

El ambiente es ambiguo. Biden necesita condenar el atropello a los valores democráticos que su país y sus socios enarbolan, y no pueden mirar para otro lado ante arrestos como el de Alexei Navalny o la violación a la integridad de terceros estados, como la anexión de Crimea. Sin embargo, más allá de las declaraciones y las sanciones económicas y financieras, son escasos los actos de condena contra el comportamiento de Moscú. Además, Biden no puede (ni quiere) enfrentarse a Rusia. Necesita rebajar el conflicto en Siria y mantener abiertos corredores de suministro de ayuda humanitaria a la oposición, así como evitar una escalada del conflicto en Ucrania que podría forzar, de nuevo, a Estados Unidos a intervenir. La colaboración rusa es fundamental en los dos escenarios.



Para Putin, fortalecer su desacreditada imagen internacional (y nacional) no es un objetivo secundario. Se incluyen en la ecuación los efectos negativos que están teniendo las largas sanciones en el frente económico interno, las elecciones parlamentarias que se avecinan en septiembre y la dificultad de Moscú para convencer a su propia población de vacunarse.

Entre intereses compartidos y pragmatismo
Ginebra fue el foco de la mirada expectante de un mundo dividido entre una Europa suspicaz, una China escéptica y una gran masa del mundo en desarrollo beneficiada por la masiva y temprana diplomacia de las vacunas de Moscú. Contradiciendo los pronósticos, la discusión fue constructiva, según sostuvieron ambos mandatarios.

La estabilidad estratégica y la cooperación en la limitación de las armas nucleares fue uno de los asuntos centrales. En la declaración conjunta, ambos presidentes subrayaron que es de interés de los dos estados, "aun en periodo de tensiones, avanzar en objetivos compartidos de garantizar la previsibilidad en el ámbito estratégico, reduciendo el riesgo de conflictos armados y la amenaza de guerra nuclear".

El establecimiento de un diálogo bilateral sobre estabilidad estratégica es un paso auspicioso en términos de compromisos para la disminución y control de proliferación de nuevas armas atómicas. Rusia y Estados Unidos, juntas, poseen el 90% del arsenal nuclear del mundo. El compromiso mutuo en este área no sólo es deseable, sino previsible, teniendo en cuenta que ambos países prefieren reducir sus hipótesis de conflicto y enfrentamiento en un contexto incierto.

La cooperación en el Ártico, la prevención de un desarrollo nuclear de Irán y el compromiso mutuo contra el cambio climático entraron en la lista de los temas que el presidente Biden catalogó como "de interés compartido". El restablecimiento de diplomáticos en ambas capitales fue, en cambio, un avance menos previsible y que demostró pragmatismo por ambas partes. La expulsión de parte del cuerpo diplomático de Rusia en Washington, el pasado abril, había sido la consecuencia de una acusación de hacking a organismos federales y de la interferencia en las elecciones. La respuesta de Moscú, a cargo del ministro de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, fue del mismo calibre.

En sintonía con los pronósticos, las discrepancias se enfocaron en las acusaciones norteamericanas a Rusia por los recientes ciberataques, las críticas por la violación de derechos humanos y la preocupación por la situación en Ucrania. En todas ellas, Putin también mantuvo una postura predecible: negarlas o desestimarlas.

A ojos del mundo, la cumbre fue un punto a favor de la imagen internacional del presidente ruso, mostrándolo como un interlocutor a la par del mandatario norteamericano aun sin formar parte del club de potencias occidentales. Para Rusia, el logro puede leerse en clave de prestigio, en el contexto de las cuestionables políticas implementadas en los últimos años. Para Biden, que no necesita abrir más frentes de conflicto y que no ve a Rusia como amenaza ni como contrincante de peso, el encuentro le permitió mostrarse práctico y adaptable, sosteniendo a la vez las prioridades y los valores norteamericanos.

Si el acercamiento a Rusia puede entenderse como una extensión de la continua y reforzada política de confrontación con China, es un argumento difícil de sostener. Es probable que, más que nada, responda a la imperiosa necesidad de conseguir márgenes de previsibilidad, de alcanzar compromisos en los temas no sensibles y de evitar mayores tensiones en los terrenos de disputa. Esperar de Rusia un aliado frente a China es, por ahora, una utopía. No le conviene a Putin, ni lo necesita. Para Estados Unidos, el acercamiento es más bien una combinación de control de daños y pragmatismo en un escenario global cada vez más dividido y escéptico del liderazgo norteamericano.
 
Contra la pandemia, información y análisis de calidad
Colabora con una aportación económica
¿Qué te ha parecido el artículo?
Participación