Europa es el destino del primer viaje al exterior del nuevo presidente de EE.UU., Joe Biden. Un éxito para el Viejo Continente en una vuelta a la diplomacia presencial (y personal, que tanto gusta al presidente estadounidense) aparcando, al menos por unos días, la diplomacia del zoom. Biden se ha desmarcado de su antecesor no siendo una figura omnipresente y apareciendo de manera calculada sólo en los momentos justos, y éste es uno de ellos. Para Europa es la escenificación de una amistad recuperada, y para Estados Unidos la imagen de que no está solo, y así se lo hará saber a Vladimir Putin en Ginebra, donde finaliza la gira. Pero significa mucho más.
En primer lugar, cierra una era, la de Donald Trump, abriéndose paso una nueva Administración estadounidense más amable, más afín y un socio bilateral más predecible, donde la diplomacia tiene más espacio
, la UE no es un enemigo y la OTAN no está obsoleta. En segundo lugar, busca reafirmar que "América está de vuelta" tras fuertes señales como la vuelta a Acuerdo de París, el renovado diálogo con Europa sobre la OTAN, la sugerencia de un impuesto mínimo global, el haber retomado la negociación con Irán, sin olvidar un esprint final para anunciar que Washington adquirirá 500 millones de vacunas para repartir entre países con dificultades para el acceso a los fármacos contra la Covid-19, recuperando parte de la credibilidad perdida.
Biden busca también renovar el compromiso con los aliados, pero sin el espejismo de unas las relaciones entre EE.UU. y Europa como las de antes. A pesar del temor inicial a que los retos domésticos absorbieran todos sus esfuerzos, el presidente norteamericano no tardó mucho en empezar a re-compactar el frente occidental, aunque buscando construir una nueva visión (que mostrará estos días) de lo que tienen que ser las alianzas en la próxima década, lo que incluye a una UE más autónoma y capaz, y a repensar el 2%. Por último, busca mostrar al mundo que las democracias y países afines tienen las capacidades necesarias para encarar los grandes retos que hay por delante, que se puede seguir creyendo en ellas.
Con gran experiencia exterior, Biden llega a Europa habiendo sorprendido con sus primeras medidas domésticas, siendo más ambicioso y consecuente de lo que muchos esperaban dentro y fuera del país. No hay rastro de aquel
sleepy Biden al que hacía referencia Trump durante la campaña de 2020. Ha sido muy audaz, pero no de forma improvisada y sí muy calculada. Ha mostrado un cambio de paradigma en la forma de gobernar en EE.UU. y de hacer políticas públicas, sacando adelante un imponente paquete de ayudas de 1,9 billones de dólares y un renovado contrato social, con énfasis en la acción climática y en la justicia racial como la mejor garantía de la seguridad nacional estadounidense. Y lo ha hecho apostando por que el país está preparado para ello, y apoyándose en las encuestas según las cuales una mayoría de estadounidenses respaldaban sus políticas.
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Los europeos se preguntan si su regreso al mundo será como su política doméstica: a lo grande, de forma rápida y audaz. Será algo más difícil, porque en el entorno internacional Estados Unidos no depende sólo de sí mismo y deberá esperar a las posturas y reacciones de los europeos, pero también de Irán, de China o de Rusia, si todos ellos están dispuestos a
bailar el mismo
tango.
Lo que sí parece más claro es que las encuestas le son favorables, lo que allana el cambio. La imagen de EE.UU. en Europa se ha recuperado de forma formidable, con un fuerte apoyo a Biden a muchas de sus políticas. Si el liderazgo es tener seguidores, en Europa parece que los tiene. Pero el mundo no es el mismo y ese liderazgo estadounidense tampoco va a ser igual, y los europeos empiezan a saberlo. Empezando porque
America First es la brújula y uno de los pre-requisitos para hacer creíble el
America is back. Y
América primero significa para Biden no sólo vacunar a todos lo más rápidamente posible, y empujar la economía con el riesgo de la inflación futura; sino también cierto proteccionismo a pesar de la paz en el tema Airbus-Boeing, protegiendo en primer lugar a sus consumidores, a sus empresas y a sus trabajadores. Para la nueva Administración, la política exterior debe ser aquélla que mejore la vida de los estadounidenses o, como su equipo denomina, una "política exterior para la clase media", y EE.UU. tiene la difícil tarea de demostrar a sus aliados que esa política no va en contra de los esfuerzos de Washington por reconstruir los lazos con sus socios.
A pesar de ciertas dudas y algo de escepticismo,
el nuevo equipo estadounidense llega a Europa dispuesta a abordar las tres ces: Covid-19, China y cambio climático. Y parece que se añaden otras dos más: ciberseguridad y corrupción. Las reuniones de estos días en Europa girarán en torno a estas prioridades, con distinto énfasis según la cumbre y según quién tome la palabra. En la OTAN, el protagonismo es para las tecnologías disruptivas, la idea de un Darpa (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa) transatlántico, las implicaciones del cambio climático en seguridad y las iniciativas que reflejen la unidad de los aliados apuntando de manera indirecta a China.
Con la UE, el trabajo es más complejo porque, hasta ahora, las partes no han sido capaces de establecer una relación estratégica. Veremos la primera cumbre UE-EE.UU. desde 2014, con divergencias pero también con avances, como la sintonía vista en las sanciones contra Rusia, Bielorrusia y China. Y es precisamente frente a China donde algo está cambiado en Europa desde que Biden llegó a la Casa Blanca, lo que invita a esperar algunas "primeras acciones" como el anuncio de un Consejo de Comercio y Tecnología entre Estados Unidos y Europa para definir los estándares y regulaciones sobre las tecnologías emergentes. Porque ambas orillas quieren que sean las democracias las que escriban las reglas del comercio y de la tecnología del siglo XXI.
Con este
tour por Europa, europeos y estadounidenses quieren empezar a dejar atrás aquellos populismos y movimientos contra la globalización y el multilateralismo que han sacudido, y aún sacuden, ambas orillas y poner en valor las capacidades de las democracias. La importancia de los valores y de cómo se conjugan con los intereses significa que no sólo hay que competir en términos materiales, sino ofrecer soluciones a cómo avanzar a nivel social y comprometerse más allá de las fronteras. Por lo tanto, no se trata únicamente de que americanos y europeos resuelvan los grandes retos, sino de demostrar que la cooperación transatlántica, las alianzas y la integración económica dan resultados, que son un medio para avanzar en los intereses y valores que se comparten y que, además, debe ir más allá de la propia área geográfica. Como el anuncio del G-7 de lanzar la iniciativa
Built Back Better World (B3W) para responder a las necesidades de infraestructuras en países de ingresos medios y bajos y que, según la Casa Blanca es parte de la competición estratégica con China. No debiera quedarse en simple retórica.
Europa ha perdido centralidad estratégica en el mundo frente al Indo-Pacífico; de ahí la significativa presencia en el G-7 de Australia, India y Corea del Sur como muestra de la importancia económica y geopolítica de la región. Y aunque se mantiene cierto escepticismo frente a EE.UU., que aún no ha nombrado a sus embajadores en la OTAN y en UE y que mantiene las restricciones a los viajeros europeos, los aliados europeos y la cooperación transatlántica son imprescindibles (aunque no los únicos) para Estados Unidos para hacer frente común a los nuevos retos y al gran rival geopolítico, China. Pronto sabremos si así lo ve también Europa.
Por el camino aún quedan muchos interrogantes, como las próximas elecciones en Alemania y Francia y si llevarán a una modificación de las posturas de Europa a la hora de alinearse con el amigo que vuelve. Y si algo se acuerda en esta gira Biden lo deberá llevar al Congreso estadounidense, que le puede poner en serios apuros y jugarse su credibilidad fuera. Para ello deberá reconectar lo acordado fuera con las necesidades económicas y sociales de la clase trabajadora de EE.UU., buscando ese equilibrio entre los intereses y valores, entre las preocupaciones domésticas y los compromisos globales.