La ciudadanía mexicana es la gran vencedora de estas elecciones. Si bien cada proceso supone un gran esfuerzo de logística e inversión de tiempo y recursos por parte de las autoridades electorales (como en muy pocos lugares del mundo), los verdaderos protagonistas de la jornada fueron las ciudadanas y los ciudadanos que, durante semanas previas al día D, se fueron preparando para contar los votos de sus vecinos. Por unos días, han abandonado su condición de espectadores para convertirse en 'gladiadores de la contienda': se informaron y capacitaron, prestaron sus patios y cocheras para las casillas, recibieron los paquetes electorales en sus casas y construyeron, con sus decisiones individuales, resultados colectivos. Y, además, en esta ocasión, más de la mitad de la lista nominal decidió participar e hizo largas colas para ejercer su voto. Estos simples actos, que ponen a la ciudadanía en el centro de la ecuación, es lo que da sentido a la convivencia democrática.
México afrontó las mayores elecciones de su historia. Este 6 de junio se vivió un
laboratorio con más de 93 millones de electores, unos 21.300 cargos en disputa, cerca de 160.000 casillas de votación, la renovación de 500 diputaciones federales, 30 congresos y unas 1.900 presidencias municipales, entre otros.
Fue una gran fiesta cívica que, sin duda, renueva el compromiso de la ciudadanía con la democracia, pero
a la cual llegamos muy pero muy cansados y preocupados por el nivel de violencia durante la campaña (más de 80 muertos y 476 agresiones, según la consultora Etellekt). El cansancio se confunde a ratos incluso con el hartazgo. No gusta la debilidad estatal frente a la violencia, la impunidad, las campañas sin propuestas, el constante descrédito del que piensa distinto y el ataque a las instituciones que han sido actores claves para la democratización del país y que, en esta oportunidad, una vez más, han demostrado su capacidad para organizar la jornada y ser el árbitro de la contienda.
¿Quién ganó? Aun cuando todavía se está realizando el escrutinio, y sabiendo que vendrán impugnaciones y resoluciones judiciales y que los resultados definitivos estarán a finales de agosto,
los políticos de todos los espacios continúan auto-proclamándose ganadores. Unos y otros están detrás de la conquista del
relato: cada uno pone el acento donde cree que le beneficia. En realidad, no hay un único ganador, simplemente porque no ha habido una única elección. La naturaleza federal y multi-nivel del sistema político, donde se compite en diferentes arenas y territorios, con diversos escenarios de competencia, produce resultados distintos. Dado que hasta ahora los datos no son tan contundentes como los del tsunami
morenista de 2018, cada partido genera explicaciones que enmarquen la interpretación a su favor de lo que ha ocurrido.
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Tres cuestiones resultan clave en esta elección intermedia. Primero, estaba en juego la mayoría de la Cámara de Diputados federal, así como también la capacidad de los partidos tradicionales de sobrevivir a sí mismos. Aunque el presidente no estaba en las papeletas, una mayoría veía esta jornada como un plebiscito sobre su gestión. Los resultados preliminares evidencian que
el Legislativo será un espacio mucho más plural que antes; que los partidos tradicionales se han recuperado un poco y que habría un regreso al 'pluralismo moderado', alterado por los
chapulinazgos posteriores a septiembre de 2018 que lo habían llevado a cierta dinámica hegemónica. Los datos muestran que la oposición ganó escaños: el Partido de Acción Nacional, PAN, más de 100; el Partido Revolucionario Institucional, PRI, más de 60; Movimiento Ciudadano, MC, creció, y el Partido Verde Ecologista de México, PVEM, se puede convertir en la nueva formación
bisagra. Por su parte, el partido del Gobierno no ha conseguido por sí mismo cubrir sus expectativas (como la mayoría cualificada que le hubiera permitido las reformas constitucionales que quiere impulsar) y, por tanto, necesitará de aliados cercanos (e incluso de otros no tan cercanos) para aprobar leyes.
Segundo: a diferencia de la elección legislativa,
el triunfo de Morena en las gubernaturas es contundente. Consiguió 11 de las 15 en disputa, aunque perdió en su bastión histórico, Ciudad de México. Muchos análisis van a centrarse en esta derrota. Y un elemento importante:
de esas 11 entidades, seis serán gobernadas por mujeres, un hito en un país que sólo ha tenido siete gobernadoras en toda su historia. Este avance en la representación posiblemente cambiará el juego político y colocará el foco en las demandas de un movimiento amplio de mujeres que se ha mostrado muy activo exigiendo más espacios y que ahora también exigirá más políticas feministas.
Este proceso, además, ha servido para evaluar la democracia paritaria; las reformas respecto a la inclusión de personas indígenas, afro, migrantes, con discapacidad y de la diversidad sexual, que han conducido a las listas más progresistas de la historia, y también la poca capacidad de las leyes recién aprobadas contra la violencia política en razón de género para desincentivar la violencia.
Tercero,
la campaña electoral evidenció la presencia de 'un gran elector' (el presidente, Andrés Manuel López Obrador), que intervino activamente desde las
mañaneras fijando la agenda, estableciendo encuadres, señalando aliados y detractores,
aun cuando la ley lo prohíbe explícitamente. Las estrategias partidistas aprovecharon una vez más la alta
spotización; mucha presencia de los aparatos partidistas (a pesar de las condiciones de sana distancia impuestas por la pandemia), al mismo tiempo que se promovía una alta conflictividad en las redes sociales. A pesar del carácter federal de la competencia, la conversación mediática fue nacional, síntoma de la alta personalización y centralización de la política mexicana.
Unos y otros han escuchado el mensaje del electorado: el poder supone equilibrios y se comparte. Una parte de él continúa apoyando a Morena y a sus aliados, aunque no con la mayoría que el Gobierno esperaba ni tampoco con un cheque en blanco. Otra parte ha votado por los partidos tradicionales, no porque olvidaran su incapacidad para resolver los problemas de bienestar básico, sino como una oportunidad para promover alternativas que permitan regenerar la política. ¿Quién ha ganado? La ciudadanía, que una vez más ha demostrado estar a la altura de las circunstancias. Esperemos que la clase política entienda pronto este mensaje y erija puentes para la convivencia democrática.