Tras casi 10 años de procés y post-procés, la llegada de Pere Aragonès marca el primer gran cambio de rasante de la década en la política catalana. Venían dándose indicios e intentos para ello, pero era necesario que estos se acabaran trasladando a la presidencia del Govern. Todas las crónicas coinciden en subrayar el carácter pragmático de Aragonès, así como las contradicciones que esto puede suponer con una parte de su discurso de investidura (y su compromiso para "culminar la independencia") y el perfil y propósito de sus socios de coalición. ¿Qué puede haber de cambio y de continuidad en todo ello, en comparación con lo que hemos visto estos años, y qué implicaciones puede tener esto para los próximos meses tanto en Barcelona como en Madrid?
Alguien podría sostener que tampoco hay tanto cambio estructural. Al fin y al cabo, la fórmula de gobierno sigue siendo la misma de estos años atrás -un gobierno de independentistas-, sostenida por la misma mayoría parlamentaria nacionalista que las elecciones arrojan desde 1984 -a lo que ha contribuido, en buena medida el malapportionment de la provisional normativa electoral catalana por la cual cada escaño a Junts o ERC ha costado exactamente la mitad en votos que al PP en estas elecciones.
A pesar de ello, algunos opinadores independentistas insisten desde el 14 de febrero en que estos partidos han alcanzado la marca histórica del 52% de votos, obviando que las candidaturas independentistas parlamentarias siguen en torno al 48% de apoyo electoral (solo un 17% del censo electoral, en realidad), lejos de la suma de votos que CiU y ERC obtenían entre 1984 y 1999, cuando solo ambos sí superaban ese 50% usualmente. De hecho, en 1992 aunaron el 54% de votos y el 60% de escaños. Ciertamente no todos se consideraban independentistas, en tiempos en los que también había soberanistas entre los dirigentes del PSC, ICV o, incluso, el CDS. La noción de cambio, en el tiempo, siempre tiene algo de relativo.
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Y sin embargo la presidencia de Aragonès anuncia más elementos novedosos y de cambio que de continuidad con la década precedente. Que ERC acceda a la presidencia por primera vez desde 1980 es la mejor ilustración de ello. Conlleva una obertura del sistema de partidos que quizá de sentido al procès que hemos vivido: ERC parece que le esté empezando a ganar de verdad la sobrepuja impuesta a sus adversarios políticos. Recordemos que ERC fue el primer partido, hace muchos años, en exigir una revisión del Estatut, hasta que Pasqual Maragall compró esa jugada y se la hizo tragar a un PSC tan reticente como lo era CiU. Y que luego fue ERC, en aquel verano de 2005, quien dejó a sus socios de gobierno con el pie cambiado, dando apoyo a las peticiones maximalistas de CiU en la ponencia de reforma. Para luego traicionar al presidente Maragall (algo que por entonces dolió mucho a su hermano Ernest, hoy en el bando opuesto) con su rechazo a apoyar el Estatut en referéndum (a pesar de la huella que Joan Ridao había dejado en él). La misma ERC que años más tarde forzaría a Carles Puigdemont a inmolarse en octubre de 2017, rechazando el anticipo de elecciones que apenas dos años después exigirían a Quim Torra cuando las encuestas finalmente les fueron a favor.
Todo ello lo conoce bien el nuevo President de la Generalitat catalana porque en buena medida lo ha vivido en primera persona. Aragonès ya era miembro de la dirección de ERC antes de que existiera el tripartito, con apenas 24 años, y hoy es el único diputado catalán -junto con los socialistas Jordi Terrades y David Pérez- que ha ha venido desempeñando el cargo en el Parlament sin interrupción desde 2006.
Ese es un dato relevante para entender el futuro de esta legislatura y más allá. Aragonès es el primer presidente de la Generalitat desde Jordi Pujol que alcanza el máximo cargo político de Cataluña desde una ambición política temprana e irrefrenable. Aragonès es un político profesional en el sentido más noble del concepto, el que le dio Max Weber en su conferencia de 1919 sobre la política como profesión: alguien que vive de la política (y hace posible así vivir también para la política) hasta el punto de convertirla en un "arte conscientemente cultivado" solo al alcance de "políticos dirigentes". Es desde esa perspectiva que cabe observar cómo Aragonès ha ido labrando su currículum académico y privado oficial y cómo ha sabido sobrevivir, desde que accediera a la dirección de las Juventudes de su partido con apenas 20 años, lejos siempre de aquellos que iban cayendo en un partido enormemente inestable. Sin duda, Aragonès alcanza la presidencia gracias, entre otros, a la autoinmolación de Joan Puigcercós para llevarse consigo a Josep Lluís Carod Rovira, y años después a la de Oriol Junqueras, para hacer lo mismo con Puigdemont (y de paso, con Marta Rovira).
Tal como nos enseñó Joseph A. Schlesinger en su obra fundamental Ambición y política (1966), lo importante de detectar dirigentes profesionales con verdadera ambición política -manifestada por la supervivencia de estos a lo largo del tiempo y en cargos diversos- es que su ambición nos ayuda bastante a anticipar su comportamiento en el futuro. Desde entonces numerosos estudios han ido confirmando esa tesis, que deja en evidencia lo mucho que las democracias pierden cuando outsiders e inexpertos dirigen su ambición desmedida hacia lo político: el coste social de su meteórico ascenso político -cuando raramente se da- suele ser mayor que el magro beneficio de resultados que dejan tras su igualmente rápida caída en desgracia. Queda pendiente aplicar esta hipótesis a la última década en la política catalana y española.
¿Qué se puede esperar de un líder organizativo resiliente como el corcho en el agua, de talante pragmático, con menos de 40 años, y cuya carrera política está inseparablemente unida al partido que lidera? Cualquier cosa menos lo que hemos vivido en los últimos años en la política catalana, con una sucesión de dirigentes expulsados por decisiones políticas que tomaron convencidos de que estaban optando por la opción equivocada porque simplemente no se atrevían a asumir los costes de lo que realmente consideraban más adecuado. Fallos de diagnóstico que llevaron a errores de cálculo traducidos en desenlaces mediocres.
Aragonès parece tener mucho más claras sus prioridades políticas: consolidar el predominio de ERC en el Parlament y en los municipios del interio de Cataluña en los próximos dos años, con unas expectativas tan prometedores como volátiles, para lo cual recibirá más ayuda del principal partido de la oposición que de su socio de coalición. Y ello requiere asentar el apoyo de una coalición de votantes mucho más heterogénea de lo que ERC ha representado tradicionalmente, especialmente porque está "ampliando la base" (la suya, no la del independentismo) con votantes moderados de la antigua CiU, con nuevo votante de izquierda y con electorado joven y de mediana edad no intensamente independentista.
Y la argamasa para solidificar esa coalición social de votantes dispares se encuentra no en el activismo antisistema de antaño sino en la influencia institucional de los recursos públicos y las políticas públicas progresistas. Según datos de la encuesta pre-electoral del CIS los principales factores políticos que aumentaban las opciones de voto a ERC (en modelos de análisis que tenían en cuenta otras variables sociales e ideológicas) tenían que ver con la mala valoración de Cataluña (aquellos que la valoraban peor aumentaban su propensión de apoyar a ERC) y con la gestión del Covid (una buena valoración aumentaba la probabilidad de voto a ERC), en contra de lo que sucedía con los votantes de Junts, muchos más movilizados por razones de rechazo (la mala gestión del gobierno central, por ejemplo), la gestión del president Torra o factores de lengua e identidad. Además, quienes más abstuvieron el 14 de febrero fueron votantes indepes y antiindepes de centro, proclives ambos a premiar posturas más pragmáticas en el conflicto institucional de estos años. Difícilmente un partido que alcanza la presidencia en Cataluña con el menor número de escaños propios desde 1980 puede consolidarse haciendo política contra esos votantes.
Por eso, la debilidad parlamentaria de Aragonès y de ERC será menos relevante para su éxito o fracaso de esta legislatura que la que poseen sus socios de coalición. Junts es hoy un partido sin líder claro, sin organización estable, sin apenas base de afiliados, y sin siquiera un programa identificable por sus potenciales votantes, más allá de los electores fieles. El liderazgo de Puigdemont va empalideciendo poco a poco, y en estas negociaciones de gobierno, por primera vez, Junts ha aceptado condiciones que objetivamente perjudican los intereses del político de Waterloo. Algo que no ayuda para una organización que está aún por construir en tiempos de pandemia y desintermediación, con una confusión cada vez mayor incluso entre algunos cuadros municipales. En esas condiciones, es muy difícil establecer líneas de jerarquía donde predomine el objetivo común que someta las aspiraciones individuales a alguna autoridad centralizada estable y permanente. Es cierto que Junts se sostiene sobre una base con decenas de miles de seguidores por el territorio, dispuestos a activarse para acciones colectivas puntuales, de protesta o de reivindicación. Pero la militancia del partido a menudo exige otras cosas: más perseverancia que intensidad en el compromiso de sus militantes. Jordi Sánchez tiene ante sí un trabajo titánico.
¿Cuánto riesgo de desestabilización puede generar la inestabilidad interna de Junts y su oposición manifiesta para que se ERC se consolide mediante la acción de gobierno? Si no era difícil predecir la tensión que iba a marcar las negociaciones de gobierno, menos aún lo que vendrá a partir de ahora, que, en realidad, será un reflejo de lo que hemos visto hasta ahora. Junts va a tratar de condicionar a ERC desde fuera, con la probable única voz interna de peso de Jordi Puigneró desde la vicepresidencia. Y a esperar a que los límites objetivos de esa acción de gobierno hagan el resto: la Generalitat necesita mejorar su situación económica (es la única autonomía que no ha conseguido aprobar nunca sus presupuestos en el plazo debido, limitándose algunos años a prórrogas raquíticas) y requiere nuevos fondos que, paradójicamente, solo serán posibles mediante la concertación con el gobierno central y las otras autonomías que haga posible una reforma de la financiación, algo impensable hoy mientras la Generalitat catalana no recupere un discurso de lealtad institucional. La Generalitat valenciana es, sin duda, un aliado estratégico en ese empeño, algo que debería conllevar cambios en la cosmovisión geoestratégica de ERC.
Pero Junts poco más podrá hacer más allá de bloquear internamente las decisiones. Una vez que le ha cedido el botón rojo de la convocatoria electoral a ERC, esta solo accederá apretarlo cuando tenga la certeza de mantener su predominio electoral. Y quién más va a favorecer ese empeño será Pedro Sánchez.
La alineación de intereses entre Pere y Pedro no por obvia es menos trascendental. ERC se ha convertido en el grupo parlamentario de apoyo más importante fuera del ejecutivo. Tiene los mismos escaños que hace unas semanas, pero ahora su determinación es mucho más libre. ERC es además el aglutinador de otros apoyos parlamentarios cuyo papel es tan controvertido como seguro: a diferencia de la vieja CiU, no tiene nada que hacer con el PP y no es probable que vuelvan a dejar caer al ejecutivo como hicieron en febrero de 2019. Por eso, la presidencia de Aragonés favorecerá la estabilidad del gobierno de Sánchez a medio plazo y además le forzará a no perder un enfoque pluralista imprescindible para que el PSOE mantenga opciones de mayoría.
No está claro que eso sea compatible con los problemas que el PSOE está teniendo para recuperar votos en el centro. Pero eso ya no es responsabilidad de ERC. Con Iglesias fuera de Moncloa, y el apoyo seguro de los independentistas, la principal preocupación del presidente del gobierno en los próximos meses puede que sea la animadversión que su propia figura pueda estar generando entre tantos votantes potenciales del PSOE. Paradójicamente, el independentista Aragonès puede serle de gran ayuda en corregir esa amenaza.
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