Es sorprendente el desgaste tan rápido de Ciudadanos, que había obtenido unos resultados excelentes tanto en las atípicas elecciones autonómicas catalanas de 2017 (al conseguir ser la minoría mayoritaria con 36 diputados) como en las generales de abril de 2019, al alcanzar 57 diputados. No haber formado entonces un Gobierno de coalición con el PSOE (que hubiera contado con el respaldo de 180 diputados entre los dos partidos, es decir, una cómoda mayoría absoluta) está en el origen de su actual y gravísima crisis: la decisión estratégica de Albert Rivera de acordar exclusivamente con el PP partió de un cálculo erróneo, el de creer que podía superarlo al ser la diferencia entre ambos de apenas un punto; poco más de 200.000 votos). Cs siempre ha tenido un voto volátil y, sobre todo, ha carecido de una sólida implantación territorial: los resultados de las elecciones autonómicas y locales de mayo de 2019 debían haber alertado a Rivera de que su aspiración a ser el líder de todo el centro-derecha carecía de base: el partido naranja obtuvo 2.780 concejales, frente a los más de 20.000 del PP.
Sin embargo, estos resultados no variaron la estrategia de rechazar acuerdos con los socialistas y vincularse permanentemente a los conservadores, lo que se tradujo en los desastrosos resultados de los comicios de noviembre de 2019, en los que Cs se desplomó y obtuvo tan sólo 10 diputados. A partir de ahí, tras la dimisión de Rivera, Inés Arrimadas iniciaría un cierto giro progresivo que se acentuaría tras la nueva debacle en las catalanas de 2021, donde pasó de 36 diputados a sólo seis. Esta suma encadenada de derrotas electorales ha acabado provocando deserciones y transfuguismos varios a partir de la crisis de Murcia, en una espiral que únicamente beneficia al PP y pone en peligro el futuro del partido.
A la vista de este panorama, cabe interpretar que una de las principales causas de esta crisis tan grave ha sido aparecer siempre como la tercera pata de las derechas: no sólo con los conservadores del PP (esto tiene encaje entre los liberales europeos), sino también, aunque formalmente sea de modo indirecto (acuerdos parlamentarios), con los reaccionarios de Vox; lo que tiene mucha menos aceptación entre los liberales europeos. El principal problema, por tanto, es que Cs no ha sido capaz de configurarse como un genuino partido liberal centrista, capaz de gobernar tanto con el centro-derecha como con el centro-izquierda. Por ejemplo, hubiera tenido mucha más credibilidad en este sentido si, tras las autonómicas de mayo de 2019, Cs hubiera diversificado sus alianzas de gobierno: como hipótesis, hubiera podido mantener en el poder al PP en Murcia, pero enviarlo a la oposición en Castilla y León. Al no hacerlo y pactar únicamente con la derecha conservadora (aceptando los votos de Vox), Ciudadanos se ancló irremediablemente en el bloque de las derechas, lo que arruinó su teórico centrismo.
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A estas alturas, no es nada evidente que Cs sea capaz de sobrevivir tras la catástrofe madrileña, pues pasar del 19,5% y 26 diputados al 3,6% y ningún representante lo deja al borde de la extinción. En suma, parece un destino trágico el de los partidos liberales de centro en España: lo intentó el Centro Democrático y Social (CDS) de Adolfo Suárez y, de manera parcial, la Unión Progreso y Democracia (UPyD) de Rosa Díez y ambos acabaron desapareciendo. Por cierto, este último partido y Cs no han sabido configurarse como estrictos partidos liberales de centro entre otros factores por haber subrayado obsesivamente su identitarismo españolista. En suma, aun negándolo formalmente, ambas formaciones se articularon sobre todo como nacionalistas españoles, y esto es lo que les permitió crecer al captar a votantes conservadores descontentos con el PP.
Por tanto, un genuino partido liberal de centro en España debería: 1) estar abierto a gobernar tanto con el PP como con el PSOE a modo de bisagra de dimensiones modestas, pero estratégicamente clave; 2) no alimentar el nacionalismo español porque, al final, eso sólo favorece a partidos como Vox; 3) asumir la diversidad territorial del país ( las nacionalidades reconocidas por la propia Constitución) como algo normal y no como una anomalía y apostar por la autonomía, no por la centralización, y 4) potenciar las libertades civiles (el apoyo a la ley de eutanasia ha ido en la buena dirección) y rescatar la memoria democrática.
En este último sentido, resulta incongruente que un partido que afirma ser liberal votara a favor de retirar las placas de homenaje a Francisco Largo Caballero y, sobre todo, a Indalecio Prieto, o no apoyara decididamente el traslado de los restos del dictador Francisco Franco; por no mencionar las conflictivas relaciones que Cs ha mantenido con el movimiento feminista (por ejemplo, por su defensa de la gestación subrogada). Un partido liberal de centro en España y podría tener su espacio si lo administrara bien debiera inspirarse en referencias como el FDP alemán (que ha gobernado con democristianos y socialdemócratas), los 'Liberal Democrats' británicos (que lo han hecho con los conservadores en todo el país y con los laboristas en Escocia) o el D66 holandés, que jamás aceptaría apoyarse en el partido ultra de Geert Wilders.
En suma, Cs ha pagado muy cara su errónea estrategia: tras el fracaso de Murcia (que rompió al partido), la campaña madrileña ha sido la de intentar repetir la coalición con Ayuso, toda vez que para aquél no hay más alianza posible que con el PP que, precisamente, le echó del Gobierno regional. En consecuencia, no puede sorprender que en esta ocasión el electorado de Ciudadanos haya optado por votar directamente a los populares, que tienen ahora al alcance de la mano la liquidación de Cs y fagocitar prácticamente por completo a su electorado en todo el país. Cs debe hacer una profunda autocrítica, cambiar todos sus equipos dirigentes y modificar radicalmente su estrategia si no quiere acabar como el CDS o UPyD.
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