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Macron = Le Pen... ¿en serio?

Corría el año 1969. La izquierda fue eliminada en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, y en la segunda se enfrentaron el centrista Alain Poher y el gaullista Georges Pompidou. "Tanto monta, monta tanto", resumió entonces Jacques Duclos, el candidato comunista, para justificar su petición de abstención. La hipótesis plausible de un nuevo duelo de segunda vuelta, Emmanuel Macron-Marine le Pen, en las elecciones presidenciales francesas de 2022 parece estar resucitando la fórmula.
 
Desorden electoral
Este duelo no satisface a la mayoría de los votantes franceses, según las encuestas de opinión. Una proporción significativa de simpatizantes de izquierda expresan incluso su confusión. Casi la mitad de los que votarían en la primera vuelta por Jean-Luc Mélenchon o Yannick Jadot, y casi el 40% de los que votarían por Anne Hidalgo se niegan a elegir entre Macron y Le Pen. Sin embargo, una victoria de la segunda sobre el primero en la segunda vuelta es una posibilidad sólida y real, no una hipótesis basada en probabilidades marginales. En primer lugar, las encuestas muestran un estrechamiento de la distancia entre ambos candidatos. Esto sugiere que no es razonable esperar que el balotaje en 2022 sea una réplica del de 2017. Pero, sobre todo, los votantes-estrategas piensan que la derrota de Le Pen está asegurada en cualquier caso, y por eso pueden elegir la abstención propiciando, así, la victoria de ésta, que consideraban altamente improbable. Esto es lo que sucedió en 2002, cuando Lionel Jospin fue superado en la primera vuelta por Jean-Marie Le Pen. La creencia de que en la segunda vuelta la candidata de Rassemblement National (RN) sería inevitablemente derrotado por Macron es una trampa que es mejor identificar ahora.

Si bien las encuestas muestran que no se puede descartar una victoria para la presidenta del Rassemblement National, son de hecho los votos a La France Insoumise (LFI), Europe Écologie Les Verts (EELV) y Parti socialiste (PS) los que a la larga decidirán el resultado final. Si no tenemos cuidado, Marine Le Pen podría de ser elegida presidenta de la República en 2022 no en virtud de su programa, del alcance de sus apoyos o de sus esfuerzos por desdemonizarse, sino por una serie de cambios de opinión, fruto de un cierto odio a Macron que alimenta un creciente rechazo a la disciplina tradicional del frente republicano (todos contra Le Pen) en la segunda vuelta; en definitiva, el regreso de tanto monta, monta tanto.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuáles son los argumentos de los electores y de los políticos presentes en los medios de comunicación o reportados por las encuestas que justifican rechazar el frente republicano e ignorar los riesgos para la paz civil, la economía y Europa, de la elección de un candidato de extrema derecha?

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Primero está el liberalismo, incluso el supuesto ultra-liberalismo del poder actual, que ha provocado las protestas contra las reformas de las pensiones, del seguro de desempleo, de la Société nationale des chemins de fer français (SNCF) o de la abolición del impuesto sobre la fortuna (ISF); reemplazado por el Impuesto sobre la Fortuna de Bienes Inmobiliarios (IFI), no lo olvidemos. Ciertamente, en los dos primeros años de su mandato muchas de las medidas tomadas por el Ejecutivo han sido de inspiración liberal; ¿pero hoy? Hablar de neoliberalismo tiene poco sentido. Caracterizar la política de un Gobierno que ha mantenido el empleo y el poder adquisitivo de los trabajadores afectados por la pandemia y cuyo plan de apoyo a la economía representa entre 100 y 200 veces el equivalente de la abolición del ISF, decisión que le valió a Emmanuel Macron el apodo difamatorio de "presidente de los ricos".

Más grave es la crítica de la deriva autoritaria, la verticalidad del poder, el desprecio de representantes electos locales, el gusto desmesurado del presidente por el estado de emergencia y el ejercicio solitario del poder. Esta crítica alimenta la sospecha de una tentación autoritaria, subrayando la violencia de la represión de las manifestaciones y señalando las decisiones políticas de Gerald Darmanin, ministro del Interior, con sus proyectos de leyes liberticidas y por un juego extraño con Le Pen, a quien describió como "blanda" durante un debate televisado.

La crítica al autoritarismo y al ejercicio solitario del poder es un clásico de la Quinta República: De Gaulle, Giscard, Mitterrand y Sarkozy fueron acusados de ello. La naturaleza de las instituciones está en el centro de esta crítica, y el establecimiento de un estado de emergencia sanitaria, así como de un Consejo de Defensa, agravan la situación. Pero, ¿quién puede creer por un momento que el estado de emergencia se mantendrá una vez que haya pasado la crisis sanitaria? ¿Hemos entrado inadvertidamente en una democracia iliberal como las de Hungría o Polonia? Las decisiones judiciales contra políticos, la virulencia de la Prensa, la acritud de las controversias políticas, los arbitrajes del Consejo Constitucional muestran lo contrario. De hecho, son los ataques a todos estos contrapoderes los que caracterizan el camino hacia el iliberalismo.

Una alternancia diferente
¿Cómo justificar con estos argumentos la abstención y la indiferencia hacia los resultados de la segunda vuelta? Vivimos en la era de la política de las emociones. Y el odio de algunos electores de izquierdas a Macron parece provocar una especie de ceguera sobre los riesgos de una victoria de Le Pen, junto con una fascinación por la política de lo peor. Una elección de este tipo no sería una alternancia como las demás. El discurso de Le Pen, incluso suavizado, se basa en el odio hacia el prójimo, hacia los extranjeros y los musulmanes. Una victoria de este discurso desataría un potencial de violencia y pasiones difícil de evaluar hoy en día, pero que sin duda causaría un cambio en la sociedad francesa. Aquellos que creen que las elecciones legislativas corregirían los resultados de las presidenciales no han entendido todavía que las unas son el apéndice de las otras, y que las legislativas amplifican en lugar de corregir. Esta elección liberaría la expresión xenófoba, un potencial de violencia latente y una voluntad de enfrentamiento.

Los líderes de la izquierda no quieren ver las cosas. Parecen haber olvidado los argumentos de Le Pen y de sus expertos a favor de una salida del euro. Recordemos los argumentos detallados sobre las virtudes del abandono de la deuda en al moneda única, sobre lo que se ganaría en competitividad con la devaluación que acompañaría la vuelta al franco. El hecho de que la candidata haya renunciado verbalmente a todos estos compromisos pasados, sin construir propuestas alternativas, es una señal de que todo esto es pura táctica. No son las ideas de la extrema derecha las que han cambiado; son las circunstancias políticas. Para ganar en 2022, Le Pen liderará una campaña de silencio, moderación e integración de las iras y frustraciones de todos los electores, de izquierdas, de derechas y ecologistas. Una campaña de captura, en contraste con su campaña de division de 2017. Hacer olvidar la violencia de la extrema derecha, su cercanía y afinidades con Vladimir Putin y Donald Trump, su entusiasmo por el Brexit: éstas serán las líneas maestras del programa de Le Pen; y probablemente las únicas. Por eso, la picardía de Darmanin cuando se cree un estratega de la triangulación es ridícula.



La paradoja de la situación es que los defensores de las libertades civiles se están alejando de Macron porque ha fortalecido el aparato represivo y, al mismo tiempo, planean sin estremecerse confiar este mismo aparato a Le Pen.

Otro argumento parece particularmente extraño. Se cree que Macron es el principal culpable de la presencia de Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales. ¿No deberíamos buscar, en cambio, la causa de esta presencia en las divisiones de la izquierda y su incapacidad para unirse, que hoy no parece la misma que en 2017? La presencia de Le Pen en la segunda vuelta se explica por estas divisiones y las de la derecha moderada. En 2017, si Macron no hubiera sido candidato la derecha o la extrema derecha habrían ganado. En 2022, en la configuración actual, con tres o cuatro candidatos potenciales de izquierda o ecologistas, la conclusión es la misma. ¿Es desbancar a Macron excusa para no hacer un examen de conciencia?

Una responsabilidad con la historia
Los candidatos de la izquierda consideran que su posibilidad de llegar al balotaje de las elecciones presidenciales depende del fracaso del presidente saliente. Esto es comprensible, pero ¿es lo mismo Macron que Le Pen? Cuando Duclos, en 1969, lanzó su fórmula del tanto monta, monta tanto respecto a Georges Pompidou y Alain Poher, estaba hablando de dos candidatos que respetaban los principios de la democracia republicana. Hoy en día, no es lo mismo. Y es muy posible liderar una oposición argumentativa a las políticas de Macron, centrándose en cuestiones clave que rigen el futuro, al tiempo que se reconoce la necesaria distinción entre adversarios y enemigos.

La responsabilidad de los partidos y de los líderes de opinión es esencial en un contexto en el que las lealtades son más débiles y las emociones, más influyentes. No pueden ser indiferentes al resultado de la segunda vuelta sin renunciar a sus valores. Los líderes de izquierda corren el riesgo de no ser escuchados por sus electores el día de las elecciones, cuando pedirán un bloqueo de la extrema derecha, porque no han hecho de antemano las distinciones necesarias en sus discursos. Y, en este caso, serían responsables de contribuir a la elección de la candidata de RN, y se convertirían en el puente que conduciría a esta victoria.

Por nuestra parte, está claro que demócratas, humanistas, europeos y progresistas deben proclamar, alto, claro y ahora, que la elección de Le Pen es el único peligro real al que se enfrenta nuestro país.
 
(Este análisis fue publicado originalmente por nuestro ‘partner’ Telos. Traducción: Isabel Serrano)
 
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