La noticia ya había circulado en los mentideros de los tecnólogos durante el último año, y sólo ha ganado en interés para el gran público en las últimas semanas. El Gobierno chino ha comenzado a migrar el renminbi, su moneda de curso legal (también conocido como yuan en Occidente), a una plataforma de criptomoneda. Esto conlleva que la moneda china no tendrá soporte físico y se moverá en el mundo virtual de la cadena de bloques (blockchain), es decir, en una base de datos que no puede ser modificada. Ningún otro país o entidad internacional ha dado este paso. Facebook (uno de los nuevos señores feudales tecnológicos SefTec), intentó crear su propia criptomoneda, Libra, iniciativa que neutralizó el Gobierno norteamericano. Fue una decisión acertada, tal y como argumentamos en este análisis.
Recuérdese la fortaleza física ya adquirida por el renminbi/yuan en el mundo de las finanzas internacionales. Basta observar los datos de la deuda estadounidense, que en 2020 alcanzaba los 27 trillones de dólares. De esta desaforada cantidad, China posee casi el 15% del total de bonos y obligaciones emitidos por el Tesoro norteamericano.. Algunos analistas financieros opinan que, a medio-largo plazo, China pretende que el renminbi/yuan reemplace al dólar como divisa global. Ahora parece tocarle el turno a su intervención en el mundo del criptodinero. Ello formaría parte de su estrategia por recuperar un liderazgo económico que compartió y que, posteriormente, le fue arrebatado por el dominio colonial occidental en todo el mundo. Conviene recordar que China generó una cuarta parte del Producto Interior Pruto mundial desde el siglo I al XIX, cuando la Revolución Industrial europea relegó su protagonismo.
Como se sabe, la moneda virtual más conocida, el 'bitcoin', utiliza para operar tecnología entre pares ('peer-to-peer' y, en particular, la 'blockchain'). Y lo hace sin el respaldo de una autoridad central o bancaria. La gestión de los intercambios y la emisión de bitcoins se lleva a cabo de forma colectiva por la red en nuestras democracias robotizadas. Téngase en cuenta que la información mediante la computación en la nube en bloques (block) es enlazada en una cadena (chain) para su uso posterior. Cada bloque está encriptado de tal manera que sólo los propietarios pueden descifrar esa información cuando es requerida para hacer, por ejemplo, una transacción económica. El hecho de que los bloques estén distribuidos en toda la nube hace imposible intervenirlos o retirarlos simplemente apagando un servidor; viven en la nube.
La criptomoneda se basa en un proceso completamente virtual y virtualizado para determinar su valor inicial. Su tasación es arbitraria y no la respalda ningún activo, sea material o de otro tipo. El valor de la 'criptomoneda' se va actualizando dependiendo de la demanda, y se ajusta resolviendo claves de encriptación. Cuantas más claves se resuelven para añadir bloques a la cadena, más dinero gana un individuo. Cuantos más individuos estén interesados en una cierta criptomoneda, más valor tiene. Aparentemente, todo esto se asemeja al conocido timo de la estampita, es decir, un timo piramidal de los que tantos ha habido en la historia de la picaresca humana.
El origen de la criptomoneda no es otro que la necesidad de las redes criminales, incluidos los traficantes de drogas y armas, de articular un modo de transacción monetaria que escapase totalmente al control de los gobiernos democráticos. Que nadie piense que tiene un origen romántico, proporcionar otro instrumento libertario. Es el complemento macabro de la red Tor, un sistema parecido que se usa, entre otras cosas, para la mercantilización de drogas ilegales, armas, prostitución e incluso para el tráfico de órganos vitales como riñones, hígados o córneas.
No debe confundirse la criptomoneda con las operaciones digitales que hacemos con nuestras monedas no virtuales, como el euro. Debido a la pandemia se ha acelerado el proceso de abandono de la moneda física, de los billetes para realizar pagos (por cierto, el papel moneda es una invención china); hasta los derivados de una sencilla compra en una panadería o de un viaje en un autobús público urbano. Ni siquiera es necesario pagar con una tarjeta de crédito o débito. Mediante la tecnología touchless, o comunicación de campo cercano (NFC), podemos abonar nuestras compras con nuestro móvil o reloj inteligente. Este proceso ya estaba en marcha, pero la pandemia ha acelerado su adopción para evitar el contacto físico que implica el uso de efectivo de billetes y monedas.
Las transacciones digitales se basan en dinero respaldado por gobiernos que utilizan sus activos, sea de prestigio o materiales, para dar valor a su moneda como referente financiero internacional. Es el caso del dólar estadounidense o de la libra británica, a las cuales incomoda sobremanera el éxito global del euro. Sus transacciones se realizan a través del protocolo SWIFT (Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales), que tenía enlazadas en 2018 a más de 11.000 entidades financieras en 204 países, funcionando ininterrumpidamente las 24 horas del día y los siete días de la semana.
Blockchain se puede utilizar no sólo para transacciones económicas virtuales, sino para otros fines. Por ejemplo, publicar un libro o un manifiesto que ningún Gobierno puede retirar de la circulación; para hacerlo, tendría que apagar totalmente la red de internet mundial. El blockchain presenta, por lo tanto, un problema ético fundamental: cómo monitorizar una tecnología que puede permitir llevar a cabo actividades ilícitas sin, virtualmente, ninguna posibilidad de control.
Esta tecnología puede animar a algunos a materializar del sueño libertario americano o anarquista de vivir en una sociedad sin ningún Gobierno, y en donde solo funcionaría la autorregulación; o, más probablemente, la alternativa de la ley del más fuerte. Curiosamente, no han sido sólo personajes libertarios o anarquistas, como Elon Musk o Mark Zuckerberg, quienes han intentado establecer su criptomoneda y evitar, así, los controles gubernamentales. Ahora, la gran potencia mundial en alza ha decidido liberarse de los controles. ¿Por qué? Simplemente, porque la 'criptomoneda' la controla el Gobierno chino de un modo piramidal y jerárquico, como corresponde al modelo capitalista comunista, o político, así identificado por Branko Milanovic para países dictatoriales o autoritarios como China, Rusia, Singapur o Vietnam.
Serían las autoridades chinas y, en última instancia, la jerarquía del Partido Comunista de China la depositaria de las claves para hacer transacciones en los bloques de la cadena y controlar, en última instancia, cuáles hace cada ciudadano. Hay otras razones instrumentales de gran relevancia. Considérese que si el renminbi/yuan se convierte en una 'criptomoneda' funcional, las posibles sanciones o controles operativos de norteamericanos o europeos serían ineficaces, al no disponer de mecanismos para inspeccionar esa cadena de bloques. De poco serviría SWIFT si las transacciones se realizan en la cadena de bloques encriptada por el Gobierno chino.
Hay otros escenarios inquietantes. Imaginen que las políticas económicas recurren a una potenciación del consumo. Las autoridades chinas podrían sencillamente imponer un plazo a los ciudadanos para que utilizasen su dinero, de manera que podrían verse abocados a gastar comprando cosas y estimular así la economía. La alternativa sería la pérdida de sus ahorros en criptodinero. Se generaría así un nuevo tipo de corralito en el que los consumidores serían inducidos a gastar y calentar el crecimiento económico.
Si China decide trasladar sus operaciones económicas a la criptomoneda, serían inocuas las eventuales sanciones para intentar presionar a las autoridades chinas a que respeten los derechos humanos o limitar sus niveles como mayor contaminador absoluto mundial. Considérense los efectos para el calentamiento global de la reciente superación del nivel de 420 ppm (partículas por millón) en CO2, algo altamente alarmante. Debiéramos estar muy preocupados por el impacto ambiental de transformar lo que sería, más pronto que tarde, la mayor economía mundial en criptodinero. Éste, además, es altamente dañino en términos medioambientales.
Para una criptomoneda, son cruciales los mineros. Éstos son procesos desarrollados por personas o entidades que están verificando (encriptando) continuamente la cadena y haciendo que los bloques sean consistentes y puedan ser añadidos a ésta. Como pago por este trabajo, los mineros son recompensados con bitcoins (es decir, criptodinero). Un minero no es más que un computador, o granja de computadores, que están procesando continuamente. Semejante proceso es muy costoso desde el punto de vista operativo, que a su vez gasta energía. Según el economista holandés Alex de Vries, la subida récord del precio del bitcoin a principios de este año "... podría llevar a la red a consumir tanta energía como todos los centros de datos del mundo, con una huella de carbono comparable a la de Londres".
En última instancia, el criptodinero puede valorarse como una absurdidad absoluta. Su único propósito, realmente, es crear un sistema de transacción totalmente opaco que ninguna autoridad ajena a la cadena pueda regular. Pero su puesta en marcha puede dotar de considerables recursos de poder a quienes lo implementen. Es el caso de la iniciativa embrionaria de las autoridades chinas.
Nuestro modelo social europeo debiera estar ojo avizor respecto a los acontecimientos acelerados en los últimos tiempos en el Lejano Oriente y que, sin la menor duda, cuestionan frontalmente la supervivencia de su institución emblemática, el democrático Estado del Bienestar. Mirar cómo pasa el cortejo del control estatal conlleva la aceptación de su venidero poder absoluto, como ya auguró Carl Schmitt. Pero, ¿es posible la democracia del 'criptodinero' entendida a partir del concepto de 'Estado total'?