La autonomía estratégica está en boca de todos. Si antes la deslocalización y la desregulación económica eran el camino a seguir para aprovechar las oportunidades de la globalización, en 2021 el escenario es completamente distinto. En el paradigma post-Covid, la seguridad económica prima cada vez más sobre el mantra de la eficiencia.
Por eso, la autonomía estratégica, un concepto tradicionalmente confinado al ámbito de la defensa y la seguridad, ha resurgido en los últimos años con un enfoque más multidisciplinar. Este proceso se ha dado en un contexto geopolítico cada vez más hostil para una Europa que ya no está a la vanguardia mundial en muchos sectores. Ahora no sólo está en juego la relevancia del Viejo Continente como un actor global; también peligra nuestro modelo socioeconómico y, con él, uno de los pilares fundamentales de la Unión: el Estado del Bienestar. Esta situación ha puesto sobre la mesa un debate sobre los límites de la mano invisible que rige el mercado único. Y es que las dinámicas cortoplacistas de los mercados han generado una serie de dependencias asimétricas que han minado la capacidad de Bruselas para actuar de manera autónoma.
No cabe duda de que la autonomía estratégica se ha convertido, en palabras del presidente del Consejo Europeo, Charles Michael, en "el goal número uno de nuestra generación". Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea, va incluso más allá e incluso habla de ella como un "proceso de supervivencia". Bruselas está convencida de que la autonomía estratégica será un eje imprescindible de la visión europea para los años venideros. Ahora, la tarea pendiente es llegar a un acuerdo sobre cómo se materializa esta idea en políticas reales. Y es que la autonomía estratégica es una nueva doctrina aún en proceso de conceptualización, en el que Angela Merkel y sobre todo Emmanuel Macron han llevado la voz cantante.
Para romper con esta tendencia, España y Países Bajos presentaban conjuntamente a finales de marzo un 'non-paper', firmado por Mark Rutte y Pedro Sánchez, recogiendo la posición de ambos países en el debate sobre la autonomía europea. Aunque se trate de un documento rico en contenido, éste destaca sobre todo por la voluntad que muestra a la hora de definir el debate más allá del eje franco-alemán. Esto es especialmente relevante considerando las recientes discrepancias entre ambos países en otros asuntos, como el Fondo de Recuperación europeo.
España y Países Bajos definen la autonomía estratégica como "soberanía operacional", es decir, "la capacidad de formular una agenda propia" con el objetivo de hacer de la Unión un actor global resiliente e independiente. El documento lista 13 ámbitos en los que aplicar los principios de la autonomía estratégica y en el que menciona, a través de metáforas y abstracciones, las cuestiones más candentes del debate. En relación al mercado único, ambos países proponen vigilar más atentamente aquellas inversiones extranjeras dentro de la Unión que afectan a sectores estratégicos o que provengan de empresas que reciben subsidios estatales. Por otro lado, el documento también advierte de que la autonomía estratégica europea no debería "implicar aislacionismo o proteccionismo económico"; es más, establece que ésta ha de construirse dentro de los principios de un libre comercio regulado. Esta referencia se presenta como una alusión velada al debate entorno a la ley de competencia abierto por Alemania y Francia después de que la Comisión prohibiera la fusión de sus gigantes Alstom y Siemens en 2019. En un manifiesto conjunto publicado tras la decisión, Berlín y París instaban a reformar el marco regulatorio para permitir la creación de "campeones europeos". Entre otros, España y Países Bajos mostraron su rechazo a la medida, ya que ésta beneficiaría sobre todo al tejido industrial franco-germano. En última instancia, este pulso por definir la política anti-competencia nos enseña que la autonomía estratégica "es un medio, no un fin en sí mismo", y que existen distintos caminos para alcanzarla.
El documento no sólo propone medidas, también insta a realizar un ejercicio de autoevaluación e identificar vulnerabilidades en nuestra seguridad económica, como excesivas dependencias en materias primas y componentes esenciales para la industria. Los motivos son los mismos que han llevado a Joe Biden a comisionar una evaluación exhaustiva de las cadenas de valor estadounidenses: el de vigilar la seguridad económica nacional.
Otro concepto que viene con fuerza en Bruselas es el de la soberanía digital. Para alcanzarla, el documento llama a fortalecer y expandir las capacidades europeas, así como a diversificar las cadenas de suministro críticas para la Unión con objeto de evitar que unos pocos proveedores ejerzan demasiado control sobre nuestra industria tecnológica. Entre los sectores a los que pide prestar especial atención destacan la infraestructura digital, las tecnologías emergentes, el 5G y la inteligencia artificial. Además, para modernizar el sistema productivo, proponen llevar a cabo "una política industrial orientada al futuro" que aborde el tejido industrial y tecnológico europeo como un ecosistema donde prime la inter-operabilidad.
Las empresas chinas son cada vez más innovadoras en comparación con las europeas, en gran medida gracias a las ayudas y subvenciones estatales.
España y Países Bajos también llaman a consolidar las relaciones exteriores en nuestro vecindario y con países con valores afines, así como a reforzar los lazos transatlánticos. Sin embargo, apuntan que esto no debiera ser impedimento para entablar acuerdos comerciales con terceros países, especialmente cuando éstos contribuyan a reforzar la seguridad económica. Una Europa con vínculos comerciales diversos también es más resiliente ante posibles disrupciones.
Para alcanzar una autonomía estratégica efectiva también hay que actuar de acuerdo con el ritmo de los acontecimientos. Una de las propuestas más transgresoras es la de revisar los requisitos de unanimidad que tantas veces han sumido a la Unión en un bloqueo político. Para desatascar estas situaciones, Rutte y Sánchez plantean explorar aquellas cuestiones en las que se pueda extender el voto por mayoría cualificada. Su objetivo es claro: crear una Unión ágil en la toma de decisiones que sepa adaptarse a un contexto geo-económico cada vez más volátil e impredecible.
Aún queda mucho por hacer. En comparación, Washington y Pekín han acometido su propia versión de la autonomía estratégica con un ímpetu que hace languidecer la guerra de ideas en la que aún se encuentra Bruselas. Sin embargo, aunque este non-paper está lejos de ser revolucionario, es un gran comienzo. Nos trae conceptos que forman parte de un lenguaje poco común a nivel institucional, pero que cada vez gana más adeptos en la UE. Y, lo más importante, muestra la voluntad de pensar y planear un proyecto a largo plazo para la Unión, de analizar el lugar en el que nos encontramos para luego trazar estrategias que le permita a la UE tomar las riendas de su futuro.