La calidad del empleo es un tema de creciente preocupación en España. A pesar de que la recuperación de la crisis financiera trajo consigo reducciones en los niveles de desempleo, esta aparente mejora no se ha traducido en aumentos de la calidad de los empleos. En efecto, la duración media de los contratos temporales no ha ido sino en descenso, con altas tasas de rotación y un estancamiento de los salarios que, en definitiva, aumentan la desigualdad entre la población activa. El impacto económico de la Covid-19 en el mercado laboral obliga a poner el foco en este aspecto; en particular para las personas jóvenes, ya que son las que en mayor medida han absorbido los shocks con un descenso en la calidad de sus empleos.
En general, las personas jóvenes en España comienzan su vida laboral con salarios bajos y trabajos muy inestables, lo que se conoce como empleos precarios. A medida que adquieren experiencia, muchas de ellas mejoran progresivamente sus condiciones de trabajo y pasan a tener mejores empleos. Sin embargo, una proporción importante queda atrapada en empleos de baja calidad. Nos referimos a este fenómeno como la cicatriz de los malos empleos. Nuestro reciente estudio analiza precisamente este fenómeno y trata de abordar una estrategia para evitar caer en esa trampa e impulsar una rápida salida de la precariedad laboral inicial.
El primer resultado del trabajo muestra que, en promedio, desde 1997 hasta 2013, dos tercios de los jóvenes accedieron al mercado laboral con empleos precarios. Como cabría esperar, a medida que se adquiere experiencia el peso de los malos empleos disminuye paulatinamente. No obstante, incluso 10 años después de la entrada en el mercado laboral, uno de cada cuatro trabajadores sigue en situación de precariedad.
Proporción de personas en empleos precarios sobre el total de personas empleadas (en porcentaje)
Fuente: Gorjón, Osés, de la Rica & Villar (2021). Nota: El gráfico muestra la proporción de personas que se encuentran en empleos precarios en su primer, quinto y 10º año de etapa laboral, respectivamente. Esta proporción se calcula sobre el total de personas empleadas en estos tres momentos de la vida laboral. El eje de abcisas hace referencia al año de entrada al mercado.
El segundo resultado derivado del estudio muestra que quienes comienzan su vida laboral en empleos precarios tienen una alta probabilidad de continuar en ellos cinco años después. Además, los malos empleos se consolidan principalmente entre quienes trabajan pocas horas durante los primerosaños: trabajar el equivalente a menos de tres meses al año al comienzo de la carrera laboral triplica el riesgo de precariedad futura. Este fenómeno afecta especialmente a las mujeres (que son quienes desempeñan la mayoría de contratos a tiempo parcial) y a las personas con bajos niveles educativos. Además, los sectores que mayor precariedad laboral auguran son la hostelería o el sector primario (ambos con un fuerte componente estacional). Si bien entre el primer y el quinto año la variable más importante para salir de la precariedad es la intensidad laboral (número de horas trabajadas en el año), en el quinto año los bajos salarios son determinantes en la precariedad laboral del 10º año: ganar menos de 8,5/hora (términos constantes de 2015) durante el quinto año de vida laboral triplica el riesgo de precariedad en el 10º, como sucede cuando los episodios de empleo no superan el equivalente a tres meses a tiempo completo.
Otro resultado concluyente del estudio es que la precariedad laboral es notablemente sensible al ciclo económico. Como se aprecia en la figura mostrada, el peso de las personas en situación precaria aumenta sustancialmente durante los años de crisis económica. Entre 1997 y 2004, la proporción de trabajadores que empezaron su carrera en malos empleos disminuyó del 65% al 60% aproximadamente, en un periodo de auge económico. La tendencia se revirtió con la llegada de la crisis financiera: tres de cada cuatro personas comenzaban su carrera profesional en empleos precarios. Esto refleja la sensibilidad de la precariedad al ciclo económico, un efecto que perdura aun cuando se adquiere experiencia laboral. Con la crisis, la proporción de personas en malos empleos tras cinco años en el mercado laboral se disparó hasta el 51%, para reducirse al 38% con la recuperación económica. Diez años después, los datos muestran un mensaje similar.
Pero, ¿cómo de determinante es comenzar la carrera en momentos de crisis? El estudio estima que las personas que empiezan en periodos recesivos no sólo son más numerosas, sino que tienen el doble de riesgo de precariedad laboral en el futuro. Por ejemplo, seis de cada 10 personas jóvenes que entraron por primera vez a un empleo en 2010 están en riesgo de mantener esa situación de precariedad a los cinco años. Sin embargo, si empezaron en empleos precarios en momentos expansivos, el riesgo de precariedad a los cinco años afecta a tres de cada 10. Esto permite concluir que las recesiones económicas no sólo tienen un impacto en la precariedad presente, sino que dejan una mayor 'cicatriz' en el futuro.
Por último, el estudio muestra que quienes son capaces de mejorar su situación durante los primeros cinco años de su vida laboral tienden a consolidar esta mejora en el largo plazo, mientras que quienes quedan atrapados en malos empleos en el quinto año tienen mucho más riesgo de que la situación de precariedad se mantenga a los 10 años. Es decir, el riesgo de precariedad a largo plazo viene marcado, principalmente, por la situación de precariedad a medio plazo. Es por ello que el estudio subraya la necesidad de escapar de empleos de bajos salarios y baja intensidad laboral en los cinco primeros años de vida laboral, a modo de garantía de empleos de mayor calidad en el futuro.
A la vista de estos resultados, la primera pregunta que cabe hacerse es por qué la incidencia de la precariedad es tan alta en nuestro país. España es el país europeo con mayor tasa de contratos temporales (por encima del 21% del total, casi el doble de la media de la UE-27), muy concentrados en las cohortes más jóvenes. Esto explica en parte la alta elasticidad del empleo al ciclo y hace que el despido y la contratación sean el principal método de ajuste. Los nuevos entrantes están sujetos, así, a una gran incertidumbre con respecto a la estabilidad de sus puestos de trabajo y a frecuentes períiodos de desempleo. Este funcionamiento del mercado laboral produce un conflicto distributivo entre generaciones y establece una especie de mecanismo de clasificación que penaliza a quienes comienzan su vida laboral con peores trabajos y no son capaces de salir de ellos a corto plazo, polarizando aún más empleo en nuestro país.
De este estudio se derivan algunas implicaciones que vale la pena subrayar. En primer lugar, teniendo en cuenta que los comienzos laborales generan una cicatriz en la precariedad futura, es fundamental identificar aquellos grupos más propensos a estancarse en malos empleos. Esto permitirá diseñar acciones preventivas en una etapa temprana, asegurando la eficiencia de los recursos públicos. Puesto que el número de horas trabajadas es el principal determinante de la persistencia de los malos empleos, la reducción de la contratación temporal y a tiempo parcial supone una de las medidas clave para evitarlos. Complementariamente, se debería mejorar el desempeño de los servicios públicos de empleo con el fin de reducir los episodios de desempleo al inicio de la vida laboral.
En segundo lugar, dado que las y los trabajadores jóvenes con menor nivel educativo presentan un mayor riesgo de quedar atrapados en malos empleos, las políticas públicas deberían centrarse en reducir las altas tasas de abandono temprano del sistema educativo, un problema muy extendido en nuestro país. La persistencia de los malos empleos es una expresión del papel que desempeña la educación (junto con la familia y las redes sociales) en la dinámica de distribución de la renta a través del mercado laboral.
Finalmente, sería conveniente pensar en formas de evitar las consecuencias a largo plazo de las decisiones tomadas en una etapa temprana de la vida laboral, brindando oportunidades de actualización permanente de conocimientos y habilidades. De este modo, se ayudaría a revertir algunas de las implicaciones de un mal comienzo laboral incluso a largo plazo, especialmente a medida que la IV revolución industrial gana impulso y amenaza muchas ocupaciones tradicionales. Esto puede considerarse una política de segunda oportunidad para evitar que las decisiones tomadas en una fase muy temprana en la vida, en cuanto a estudios y ocupación, condicionen para siempre las oportunidades laborales.
Investigadora en la Fundación Iseak (España), cuya misión es proporcionar evidencia en el ámbito de las Ciencias Sociales para mejorar la toma de decisiones y enriquecer el debate público