Este domingo, Portugal acudió a las urnas para elegir al presidente de la República en el punto álgido de la tercera ola de la pandemia y en pleno lockdown. Ha sido el país del mundo con mayores índices de contagio por Covid-19, alcanzando en la jornada electoral el máximo de fallecimientos en un día (274), una cifra dramática para un país de 10 millones de habitantes. En Portugal, el presidente no es el jefe del Ejecutivo, pero goza de algunos poderes que lo convierten en un actor clave como árbitro político y contrapeso del Gobierno. El presidente en funciones, Marcelo Rebelo de Sousa, ex líder del PSD, se presentaba a la reelección.
Los candidatos de la derecha obtuvieron el 75% de los votos, mientras que la izquierda, que presentó tres candidatos, sólo consiguió alrededor del 25%. Parece que fue una gran noche para la derecha y terrible para la izquierda, algo aún más desconcertante porque esta última acababa de ganar las últimas elecciones legislativas (2019), con António Costa a la cabeza (Partido Socialista, PS) y los buenos resultados de los comunistas y del Bloco de Esquerda.
Pero la victoria de Rebelo de Sousa no es una victoria 'de derechas' 'stricto sensu'. Su primer mandato se ha caracterizado por un apoyo total a los dos gobiernos en minoría de António Costa. Primero con la geringonça (una coalición parlamentaria con los comunistas y el Bloco) y, desde 2019, como simple partido minoritario. Esta entente de facto entre Costa y Rebelo de Sousa llevó a los socialistas, el mayor partido portugués, a no presentar un candidato oficial a estas elecciones. En su lugar, el primer ministro declaró su apoyo al presidente, algo a lo que se negaron las formaciones más a la izquierda de los socialistas.
Esta alianza es crucial para entender la incontestable victoria de Rebelo de Sousa, que captó no sólo a la derecha mayoritaria (los votantes del PSD y del CDS), sino también a una parte importante de los socialistas. Pero también puede explicar, de alguna forma, el resultado de la extrema derecha, que obtuvo casi medio millón de votos y se convierte, así, en una fuerza que influirá en los partidos de derecha en Portugal.
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El centrismo del presidente reelegido, su cercanía al PS, forjó su amplia victoria, pero también ha suscitado el descontento de la derecha. Las encuestas mostraban que los recién llegados André Ventura y Tiago Mayan, del Chega e Iniciativa Liberal, respectivamente, captarían al electorado de derechas desilusionado con la proximidad del presidente a los socialistas.
La victoria de Rebelo de Sousa no sólo no representa exactamente la de la derecha y tampoco la del PSD. De hecho, para entender el significado de la elección es necesario tener en cuenta la relación individualizada que el presidente ha sabido generar con una gran mayoría de los votantes portugueses. Se forjó en la televisión, donde fue comentarista durante más de 20 años. De hecho, es el político más popular de Portugal y fue elegido presidente por primera vez en 2016. Ahora ha renovado su mandato con un apoyo mayor que entonces, ya se mida en porcentaje (el 60%, frente al 52% de hace cinco años) o en votos (100.000 más). Desde la reelección de Mário Soares en 1991, ningún presidente había sido reelegido con un porcentaje de votos tan elevado. También quedó en primer lugar en todos los ayuntamientos portugueses, incluidos los bastiones de la izquierda. Y lo ha conseguido haciendo campaña completamente solo, sin ningún apoyo oficial del PSD; al igual que en 2016.
Sin embargo, la verdadera incógnita de estos comicios nunca fue el ganador, sino si la extrema derecha lograba un resultado significativo. Y así ha sido. Hasta 2019, Portugal había sido uno de los pocos países europeos inmunes al populismo de extrema derecha, y ello a pesar de que las encuestas venían mostrando repetidamente que estos puntos de vista eran, en realidad, bastante prevalentes entre la población. Hasta entonces, Portugal había resistido gracias a la falta de un liderazgo partidista articulador y a que las formaciones de derecha existentes no daban relevancia a estos enfoques Todo cambió en 2019, cuando André Ventura se aprovechó de la fragmentada y débil derecha tradicional y consiguió entrar en el Parlamento. Su acceso a la Assembleia da República le otorgó plena exposición en los medios de comunicación de la corriente principal, un vínculo político crucial en Portugal. Después, tras las elecciones regionales en Azores, que no arrojaron ningún ganador claro, el PSD decidió formar un Gobierno en minoría con el apoyo de Chega, dando así una señal más al electorado de que votar a ésta no era inútil.
Tras estos dos acontecimientos, y los sondeos dando a Chega una intención de voto en torno al 7% para las elecciones legislativas, las presidenciales han sido una prueba para la popularidad de Ventura. Hizo una campaña muy agresiva, insultando a los adversarios y siendo especialmente hostil con los candidatos de la izquierda. Quedaba la duda de si Ventura se presentaría como candidato antisistema, igualmente alejado de la izquierda y de la derecha, y la campaña la disipó: declaró repetidamente que, si era elegido, no quería ser el presidente de todos los portugueses, sino sólo de los justos que pagan impuestos; rechazó la Constitución y se comprometió a intentar cambiarla; atacó repetidamente a las comunidades gitanas y a otros colectivos supuestamente dependientes de subvenciones. Asumió abiertamente una posición de extrema derecha.
Al final, Ventura ha fracasado en sus dos objetivos electorales declarados: forzar a Rebelo de Sousa a una segunda vuelta y, al mismo tiempo, quedar en segundo lugar por delante de la principal candidata de la izquierda, Ana Gomes. Pero ésta obtuvo 541.000 votos (12,97%) frente a los 496.000 (11,9%) del candidato de Chega. El segundo puesto de Gomes es notable porque el Partido Socialista había renunciado a su candidatura, ya que Costa apoyaba a Rebelo de Sousa. Sin embargo, al ser independiente, su buen resultado no refuerza a ningún partido de cara al futuro, mientras que los sufragios de Ventura revierten plenamente en Chega para las próximas disputas electorales. No es, pues, un epifenómeno, y tanto la derecha como todo el sistema político tendrán que aprender a convivir con este nuevo actor partidista.
Sería precipitado suponer que Chega podrá replicar este resultado a nivel legislativo, donde los portugueses tienden a votar de forma más estratégica. Además, el modelo electoral es diferente y complica que los partidos más pequeños consigan escaños. Aun así, la entrada de Chega polariza dramáticamente el sistema de partidos, y obligará a derecha e izquierda a hacer un importante examen de conciencia para entender la aparición de este electorado. De momento, parece que ningún partido, ni siquiera Chega, puede dar por sentado el comportamiento de los electores portugueses, y deberían ser conscientes de ello.
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