El triunfo de Gabriel Boric en las últimas elecciones presidenciales de Chile marcó el fin de un ciclo. Por primera vez desde el fin de la dictadura de Pinochet, el país será gobernado por alguien que no viene del tronco de la ya difunta Concertación ni de los partidos de la derecha tradicional. Por el contrario, el presidente electo se formó políticamente en el alero de movimientos universitarios de orientación autonomista, críticos del proceso de renovación socialista que comenzó durante la dictadura, y se hizo un nombre de relevancia nacional en las masivas marchas estudiantiles de 2011; muy lejos de la recatada distancia que el Partido Socialista estableció entre sus dirigencias y los movimientos sociales desde el triunfo de Patricio Aylwin en 1990.
No obstante, durante toda la campaña presidencial, y muy especialmente después de la primera vuelta, hubo ingentes esfuerzos por vestir a Boric y su proyecto con la etiqueta de socialdemócrata. La moderación de su discurso, el apoyo decidido del Partido Socialista (PS) y sus principales figuras, entre ellas los expresidentes Ricardo Lagos y Michel Bachelet, así como el denodado empeño de sus voceros por convencer al electorado moderado de que las reformas contenidas en el programa de Boric no eran distintas de las ya aplicadas en Europa bajo administraciones socialdemócratas, son los tres pilares en los que se sustentó el esfuerzo por establecer que un eventual Gobierno comandado por él, más que de ruptura, tendría elementos de continuidad y profundización de los gobiernos socialdemócratas de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.
El esfuerzo dio sus frutos y Boric logró convencer a los renuentes del electorado concertacionista que aún no le habían dado su apoyo, convirtiéndose así en el presidente de Chile elegido con más votos. Sin embargo, todavía hay un manto de dudas acerca de lo que será el próximo Gobierno.
¿Es posible afirmar que la de Boric será una administración socialdemócrata, aun cuando los partidos que sostienen esta ideología y el concepto mismo de socialdemocracia incomodan a un sector importante de su plataforma de apoyo? ¿Es sostenible la creencia de que el próximo Gobierno tendrá elementos de continuidad con las administraciones de Lagos y Bachelet, toda vez que el espacio electoral conquistado por la coalición de Boric se logró a costa de una crítica implacable a los gobiernos de ambos? ¿Basta con sumar al Gabinete a algunas figuras del Partido Socialista, o cercanas a éste, para darle un sello socialdemócrata, aun cuando la disposición inicial es no incluir al PS en el círculo en el que se tomen las decisiones políticas durante el próximo gobierno?
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Las respuestas a estas preguntas no son evidentes ni estarán disponibles hasta que el Ejecutivo entrante lleve un tiempo suficiente como para evaluarlo. Sin embargo, pueden adelantarse ciertas alternativas más probables que otras basadas en tres elementos: primero, la trayectoria de los líderes, partidos y gobiernos socialdemócratas en América Latina y Chile; segundo, la disputa por la idea de socialdemocracia y, tercero, la trayectoria política del propio Boric.
Las ideas socialdemócratas en América Latina
En una mirada gruesa de lo que fue el siglo XX, América Latina adoleció (por razones que no vale la pena comentar ahora) de las características necesarias para que el ideario socialista proveniente de Europa diera forma a organizaciones políticas capaces de disputar el poder a las fuerzas conservadoras y, posteriormente, evolucionaran, junto a sus pares del norte, por un camino de reformismo dentro del espacio intransable de la democracia, renunciando así a las lecturas más dogmáticas del marxismo. Por el contrario, hasta cierto grado con la excepción de Chile y, en menor medida, de Uruguay y Argentina las ideas socialistas circulaban entre élites intelectuales sin capacidad de generar formaciones fuertes, o bien daban forma a partidos en los que los elementos nacionalistas, populistas y a veces revolucionarios (muy influidos por la revolución cubana), terminaban por desdibujar los elementos centrales del pensamiento socialista democrático de matriz europea.
Así, durante buena parte del siglo XX la idea misma de socialdemocracia, o la posibilidad de un gobierno de este tinte, fueron exotismos para la opinión pública y el discurso político de las sociedades latinoamericanas, cuando no directamente empleadas como adjetivo derogatorio para referirse a fuerzas moderadas dentro de la izquierda.
Ahora bien, ¿significa lo anterior que no existe una tradición de gobiernos socialdemócratas latinoamericanos al que pueda sumarse el futuro Gobierno de Boric? A mi juicio, la respuesta es no, al menos en los hechos. Aunque la mayoría de los gobiernos de izquierda elegidos en la región durante las últimas décadas no han estado encabezados por partidos que se definan abiertamente como socialdemócratas, y muchos de sus líderes tienen un pasado revolucionario o apegado a lecturas más dogmáticas del marxismo, uno puede argumentar con evidencia en la práctica que los gobiernos del Partido de los Trabajadores en Brasil, del Partido Socialista en Chile y del Frente Amplio en Uruguay han sido experiencias socialdemócratas.
En consideración a lo anterior, no es arriesgado decir que, por razones profundamente arraigadas en la cultura de los partidos de izquierda latinoamericanos, así como en las claves discursivas que movilizan a sus electorados, las élites de aquéllos triunfan con un discurso más radical que el que están dispuestos a impulsar desde el Gobierno. Nada muy novedoso a la luz de la política de otras latitudes, pero algo más llamativo para unas izquierdas que aún no se desvisten de todas sus nostalgias revolucionarias y discursos nacionalistas.
Ésta es justamente la clave para imaginar las posibilidades del futuro Gobierno de Boric. Proveniente de una tradición mucho más a la izquierda que la socialdemocracia europea (como lo fueron también en su momento Bachelet, Lula y José Mujica), profundo conocedor de la historia de las izquierdas latinoamericanas y habiendo ya trazado una frontera entre su proyecto y los de Nicolás Maduro y Daniel Ortega, se abre el camino para que Boric tome el ejemplo de los primeros y encabece una nueva ola de gobiernos socialdemócratas en la región.
La disputa por el concepto de socialdemocracia
Suele decirse que la conversión socialdemócrata de Boric no es creíble, toda vez que éste y su coalición han sido duros críticos de la versión criolla de la socialdemocracia. No obstante, esta critica esconde una pugna que atraviesa a toda la socialdemocracia mundial desde la crisis del consenso liberal y la caída en desgracia de su hijo predilecto: la 'tercera vía'. Desde entonces, en buena parte de las izquierdas occidentales se ha abierto una pugna entre quienes buscan encabezar la renovación, de caras y programa. Por un lado, están quienes pretenden, sin salir de los partidos y discurso socialdemócratas, aprovechar el impulso para actualizar un proyecto más cercano a lo que fueron las socialdemocracias de posguerra. Por el otro, hay quienes intentan ocupar ese espacio desde fuera, fundando nuevos partidos y apoyados en un discurso que tiene más de izquierda radical y populista que de socialdemócrata.
El éxito de ambas alternativas varía de país en país, estableciéndose distintas combinaciones: por ejemplo, la aparición de una izquierda radical y populista dentro del propio Partido Laborista en el Reino Unido; el establecimiento de gobiernos socialdemócratas de nuevo cuño, pero apoyados por partidos de izquierda radical, como sucede en Portugal y España, y, finalmente, el caso de Chile, donde la izquierda radical ha desplazado desde fuera a los viejos partidos de la socialdemocracia local.
Son esos nuevos partidos (al menos una parte de ellos, y no quienes con la renovación socialista trajeron a Chile gobiernos de práctica socialdemócrata) quienes están intentando colonizar el espacio intelectual y electoral del alicaído Partido Socialista y sus socios. Ahora bien, descontando el aplastante triunfo de la segunda vuelta, los resultados de las últimas legislativas (minoría gubernamental en ambas cámaras) hacen muy difícil pensar en la posibilidad de un Gobierno de Boric que prescinda del Partido Socialista.
Así, atendiendo a las limitaciones y necesidades que impone un escenario como el anteriormente descrito, cabe la posibilidad de que la inevitable colaboración entre socialistas y 'frenteamplistas' abra paso a un proceso de renovación intelectual y programática en el centro-izquierda chileno. La colaboración con el Gobierno de Boric sería la semilla de la que podría brotar ese proceso, haciendo a aquél beneficiario de ese eventual nuevo programa socialdemócrata.
La trayectoria política de Boric
La vida política de Boric está tan plagada de éxitos fulminantes como de notorias rebeldías. En 2016, fracturó Izquierda Autónoma, movimiento que él mismo había ayudado a fundar, para disputar nuevos espacios de poder y construir alianzas políticas más amplias. En 2019, en pleno estallido social y contra la opinión de la directiva de Convergencia Social, su nuevo partido, firmó el acuerdo que dio inicio al proceso constituyente en curso.
Hoy, Boric es el presidente electo de Chile y muy probablemente pondrá su firma en la que será la nueva Constitución política del país. Además, quienes lo acompañaron en la ruptura de su primer partido y en la decisión de firmar el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución son actualmente diputados, convencionales y miembros potenciales del futuro Gabinete. Por el contrario, sus antiguos detractores oscilan entre los oscuros pasillos del anonimato y la gimnasia argumental para justificar su oposición a todo aquello que hoy tiene a Boric entrando en La Moneda y preparando la pluma para estampar su firma en el texto que, probablemente, sepultará la Constitución de Augusto Pinochet.
Boric es un político de instintos que apuesta a ganador contra viento y marea; ¡y vaya si ha ganado en apenas ocho años de carrera política! Su apuesta para vencer en la segunda vuelta fue acercarse a las exfiguras de la Concertación, moderar su discurso y presentarse sin ambages como el líder de un futuro Gobierno socialdemócrata. Seguro que una parte importante de su coalición no se siente ni se sentirá cómoda con esa apuesta, pero no sería la primera vez que Boric va hacia donde cree que se encuentra la posibilidad de construir las mayorías necesarias para construir un Estado de bienestar en Chile, sin importar lo que piensen los sectores más maximalistas y dogmáticos de su sector.
Ahí están el camino sembrado por otros gobiernos de izquierda que devinieron en socialdemócratas, las posibilidades de la actual correlación de fuerzas y el carácter e instinto del futuro presidente. Sólo resta esperar para confirmar o no la veracidad de este diagnóstico.