Gabriel Boric se impuso en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales chilenas del pasado 19 de diciembre, a diferencia de lo que ocurrió en la primera vuelta, donde fue superado por poco por su rival de extrema derecha, el nostálgico pinochetista José Antonio Kast. Boric fue más creíble que su adversario para convencer a personas que se habían inclinado en primera instancia por otras opciones, o que no habían acudido a las urnas. Pudo cosechar votos centrados, a diferencia de su adversario, que no consiguió salir del encasillamiento en la derecha extrema.
La segunda vuelta de las elecciones dio lugar a un traspaso de poder ejemplar. El vencedor ganó con elegancia ("Voy a ser el presidente de todos los chilenos"); y el derrotado reconoció inmediatamente su derrota (a diferencia, por ejemplo, de Donald Trump, con quien se le había comparado) y fue a felicitar personalmente a su rival. El presidente saliente, Sebastián Piñera, favoreció un proceso electoral impecable, propio de una democracia avanzada y de unas instituciones sólidas en lo formal y lo no formal. Esta elegancia electoral y el hecho de que el vencedor, un político joven con una retórica de amplio espectro proveniente se sectores críticos con el modelo chileno, concitara el apoyo de una gran mayoría de la población, y en especial de jóvenes, mujeres y personas de ingresos bajos, le ha dado un halo de vencedor que ha suscitado esperanzas de una nueva era progresista y democrática en Chile y más allá. En Europa existe una gran curiosidad por saber quién es y qué hará el presidente Boric, sobre el que se han pronunciado las grandes familias progresistas del continente, así como celebridades de la intelectualidad y las artes como el economista francés Thomas Piketty o el cantautor español Joan Manuel Serrat.
El Boric de la segunda vuelta puede liderar una izquierda moderna
¿Qué ocurrió entre la primera y segunda vueltas para que Boric remontara con creces la ventaja que le sacaba Kast? La respuesta a esta pregunta es importante, porque de ahí proviene la esperanza de que de Boric pueda surgir un liderazgo que apele a amplios sectores para construir un proyecto político duradero que inspire a votantes en distintas latitudes. El candidato izquierdista introdujo cambios en el programa que mostraron una mayor responsabilidad fiscal y pautas de gradualismo en cuestiones como el aumento de los ingresos impositivos, sin renunciar a sus objetivos de una sociedad más justa e igualitaria. Estos cambios resultaron creíbles para una gran parte de personas que no le habían votado en primera vuelta, porque fueron acompañados del apoyo sin titubeos de las fuerzas tradicionales de centro-izquierda (pese a las duras críticas que habían recibido en los últimos años por parte de los sectores de los que procede Boric), incluidos los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet y un influyente grupo de economistas de centro-izquierda, liderados por el profesor de la Universidad de Chile (y anteriormente académico en la Universidad de Yale) Eduardo Engel.
Engel lidera un think tank de académicos progresistas (Espacio Público), había dirigido los trabajos de un grupo de expertos para elaborar propuestas anti-corrupción con Bachelet y es co-autor de un influyente libro sobre los contratos de colaboración público-privada en el sector de las infraestructuras.
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Bien es cierto que siguió existiendo una parte del electorado progresista moderado, que en el pasado había apoyado a la Concertación de Patricio Aylwin, Eduardo Frey, Lagos y Bachelet, que no se inclinó por ninguno de los dos candidatos de la segunda vuelta, argumentando en unos casos que, aunque podían llegar a apoyar al nuevo Boric, todavía recordaban del anterior expresiones de apoyo a fenómenos poco reconciliables con una izquierda democrática.
No obstante, Boric ya había demostrado con anterioridad a la campaña electoral su predisposición a desmarcarse, en lo concreto y en lo retórico, de los aspectos más dogmáticos de la extrema izquierda. Como ha recordado Pablo Stefanoni, en un debate en las elecciones primarias con el (entonces favorito) candidato del Partido Comunista, Daniel Jadue, Boric dejó claro a quienes afirman que Chile podía mutar en "Chilezuela" que nadie esperara de él ninguna muestra de apoyo a regímenes como el cubano o el venezolano ("el PC se va a arrepentir de su apoyo a Venezuela como Neruda se arrepintió de su Oda a Stalin"). También lideró a quienes buscaron una salida institucional y democrática y, por lo tanto, no revolucionaria al estallido social de 2019.
El discurso que pronunció en la noche electoral puede perfectamente calificarse de post-populista. No sólo dijo que iba a ser el presidente de todos los chilenos, sino que también dejó claro que (a diferencia de la retórica de cierto populismo de izquierdas en España) la historia no empezaba con él: "No parte con nosotros, me siento heredero de una larga trayectoria histórica"/"Vamos a avanzar con pasos pequeños y cortos, aprendiendo de nuestra historia"/"Desestabilizar las instituciones democráticas conduce al reino del abuso: mi compromiso es cuidar la democracia todos los días de nuestro gobierno".
Estas frases las pronunció una vez que la ciudadanía ya se había expresado en las urnas, no eran ya para conseguir nuevos votos, y fueron acompañadas por otras que podía haber pronunciado cualquier político socialdemócrata europeo actual, como Olaf Scholz: "Sabemos que no todo puede hacerse al mismo tiempo, nuestro gobierno va a estar conversando permanentemente con su pueblo, basta de despotismo ilustrado"; o "Vamos a avanzar con responsabilidad, para garantizar una vida más tranquila y segura, más feliz", o "Vamos a avanzar en los derechos sociales con responsabilidad fiscal".
A la socialdemocracia europea le interesan aliados que quieran promover un nuevo consenso progresista y que puedan ser socios geoestratégicos en un mundo convulso; que pongan el énfasis en las desigualdades, y la necesidad de abordar el cambio climático; que den importancia del rol del Estado ("eficaz, imparcial y justo", como dijo Boric en su discurso de la noche electoral) en la economía, un rol complementario y respetuoso del mercado, pero que vaya más allá de una ligera corrección de sus fallos más obvios. Hacen falta aliados en un mundo que exige a gritos mayor cooperación, donde las fuerzas anti-democráticas suponen una amenaza creciente pese a la derrota de Donald Trump. El riesgo de una involución democrática en Estados Unidos es real, y podría dar alas a fuerzas autoritarias y disgregadoras en Europa y en América Latina. La influencia que un Boric post-populista pueda tener como líder emergente en el resto del continente americano y a nivel global puede ser importante.
Los desafíos: nueva Constitución y proyecto perdurable
Uno de los principales retos a los que se enfrentará Boric será el de ayudar a que la Convención Constituyente dé frutos duraderos y compartidos. La Constitución antidemocrática de Augusto Pinochet y Jaime Guzmán Errázuriz fue una de las motivaciones del estallido social de 2019. Su eventual sustitución por una nueva Carta Magna duradera y compartida marcará el futuro de la democracia chilena. Aunque el proceso esté lleno de esperanzas, también lo está de riesgos; principalmente el de que la nueva ley de leyes no sea compartida por grandes mayorías de la población. No basta con que lo sea más que la vigente, que fue diseñada por una dictadura para favorecer obsesivamente los derechos de propiedad más irrestrictos.
En su discurso como vencedor, Boric habló de "una Carta Magna que sea de encuentro y no de división"; de "avanzar en equipo con todos los sectores que estén dispuestos a ello"; y afirmó: "No vine acá para hablar sólo con los que piensan como yo".
La Convención Constituyente debe recoger la aportación de sectores hasta ahora no dominantes en el sistema político, sin caer en manos de minorías movilizadas. Hay intentos de que el texto constitucional incluya guiños a estrategias ingenuas como el decrecimiento, o que priorice batallas culturales que generarían reacciones en dirección contraria. Crecer económicamente y combatir el cambio climático es, efectivamente, muy difícil; pero no hay más remedio que intentarlo, porque sin crecimiento nuestras sociedades democráticas no aceptarán el esfuerzo que hay que hacer para cambiar de estilo de vida. Se puede decrecer en inputs contaminantes y crecer en outputs valiosos pero no necesariamente tangibles. Hay que dirigir el cambio tecnológico en esa dirección. En su discurso en la noche electoral, Boric así lo afirmó: "Crecimiento y redistribución justa de la riqueza van de la mano (…). El cambio climático no es una invención. No es casualidad que los jóvenes del mundo hayan alzado la voz, desde Greta hasta Julieta". La clave en Chile y en todo el mundo es hacer compatible la lucha contra el cambio climático y una prosperidad igualitaria.
La nueva Constitución chilena es una oportunidad para lanzar un mensaje de esperanza acerca de rehacer consensos en sociedades multiculturales y abiertas, planteando las cuestiones como los derechos individuales (todos somos iguales ante la ley y ante las oportunidades económicas), centrando la atención cohesionadora en lo que asegura una mayoría solidaria: la identidad como personas trabajadoras, fundamentalmente.
Más allá de la Constitución, trabajar por una mayoría sostenible económica y políticamente significa promover liderazgos (el de Boric y otros) sin caer en los personalismos. Hay que generar infraestructura organizativa, maquinaria electoral perdurable, lo que será difícil si se mantiene la actual fragmentación del sistema político chileno. Una mayoría perdurable (y no efímera) implica un programa no basado únicamente en una colección de medidas aisladas, sino en un mensaje, una narrativa, un relato, un vocabulario, unos proyectos emblemáticos que puedan aglutinar a una gran mayoría de la población y no sólo a minorías movilizadas; donde, a diferencia de lo que ha ocurrido hasta ahora en Chile, sea la derecha la que no tenga más remedio que mantener las conquistas de la izquierda cuando llegue al gobierno (como en los países escandinavos), y no al revés.
La socialdemocracia es el proyecto político de la izquierda que ha ofrecido más bienestar, durante más tiempo, a más personas, en comparación con otros que también se reclaman de izquierdas. Pero aunque conserva importantes apoyos, ahora es percibida por muchos como algo viejo y tiene que adaptarse a un contexto de globalización, de agudización de las desigualdades, de emergencia climática. Y éstos también son los retos de Boric. Chile es una representación ampliada de muchos de estos desafíos: un país de enormes desigualdades, abierto al comercio internacional, de grandes contrastes geográficos, de monumentales desafíos medioambientales, y a la vez rico en recursos, con cicatrices históricas en su democracia, donde la derecha se resiste a abandonar sus privilegios. La consolidación de un proyecto democrático en Chile que vaya desde la izquierda hasta el centro, de un proyecto que haga frente de forma solvente y sostenible a estos retos, lanzaría un poderoso mensaje a la humanidad.
Boric no es un regreso al pasado de Allende (que sobrevive como símbolo moral en la memoria colectiva), sino que podría ser un adelantado de un futuro que necesita liderazgos y organizaciones adaptados a los nuevos tiempos. Ojalá la esperanza se haga realidad.