"La democracia es la peor forma de gobierno, exceptuando a todas las demás". Winston Churchill, como político experimentado que era cerró con esta frase, en pocas palabras, cualquier opción al debate reconociendo los problemas de los sistemas democráticos pero, al mismo tiempo, protegiéndolos con el aura del mal menor. Desde entonces, como en el cuento
El traje nuevo del emperador, en la opinión pública hay cierto consenso sobre que la democracia es el mejor sistema posible al que podemos aspirar en nuestra sociedad.
A partir del indisputable predominio de la democracia como el mejor sistema posible, la incógnita se ha situado en tratar de comprender cómo varía ese apoyo según algunas características socio-demográficas, de preferencias políticas o incluso geográficas, pero siempre bajo el supuesto de la democracia como el sistema al que aspirar. En línea con esta lógica, en un
análisis recientemente publicado en esta casa sus autores plantean que
"las personas con mayor cantidad de bienes y servicios son las que más seleccionaron la democracia como mejor forma de gobierno", entendiendo el acceso a los citados bienes y servicios como medida del nivel de ingresos de las personas. Este artículo cuestiona un
trabajo publicado en
The Economist en el que se afirma que los jóvenes y las personas de las clases más altas tienden a ser más indiferentes hacia la democracia, concluyendo que "esto apunta al desdén de las élites" por este sistema de gobierno.
¿Realmente las élites son tan desdeñosas con la democracia? Como en toda cuestión compleja, la respuesta más acertada quizás tenga que ver con un 'depende'. Tomando los mismos datos utilizados en el texto mencionado, se ha replicado la información presentada pero, además, se han tomado cuatro países para evaluar el comportamiento en cada uno de ellos. En el caso de Argentina y Chile, a primera vista parece que se mantiene la relación entre
mayor número de bienes y
más apoyo a la democracia; sin embargo, en el caso de Venezuela realmente no parece importar el nivel socioeconómico, en tanto que
en Brasil, si bien la lógica del planteamiento parece mantenerse, la indiferencia hacia la democracia se erige como una variable más importante.
Ahora bien, más allá de estos aspectos particulares que parecen agregar un
depende a la relación planteada entre élites y apoyo a la democracia, en general sí existe por país una relación positiva entre ambas variables, tal como se muestra a continuación.
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Un aspecto que salta a la vista en el gráfico anterior es la diferencia en el apoyo a la democracia entre países, no ya como promedio, como se suele presentar, sino entre las personas según el acceso a bienes y servicios que tengan y, presumiblemente, a su condición socioeconómica. Mientras que en Argentina el 79% de quienes están en una mejor posición económica apoyan a la democracia, en Panamá éstos representan el 48%. Difícilmente se puede decir que en un país la élite apoya, o desdeña, la democracia cuando alrededor de la mitad de las personas opina lo contrario. De hecho, el que independientemente de la clase social a la que se pertenezca el apoyo en general de la población sea cercano al 50% dificulta tener claridad en cuanto al apoyo o no con el que cuenta la democracia en el país en cuestión. Apoyarla como sociedad no es algo que se gana con la mitad más uno de sus habitantes, sino que se requiere de cierto grado de consenso colectivo para poder afirmar que en un país se apoya la democracia como mejor forma de gobierno.
Una mirada alternativa
Los artículos antes citados analizan la misma pregunta publicada en el Latinobarómetro,
Apoyo a la democracia, la cual contempla tres posibles respuestas: a)
La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno; b)
En algunas circunstancias, un Gobierno autoritario puede ser preferible; c)
A la gente como uno nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático. El entrevistado sólo puede elegir una opción, lo que puede introducir cierta distorsión, pues alguien que considera que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno en ciertas circunstancias puede pensar que la solución inmediata es una gobernanza autoritaria.
El planteamiento anterior lleva a un debate profundo y complejo, pues si bien el ideal democrático sigue estando en el pedestal de la sociedad moderna (y, especialmente, la occidental), la necesidad de orden de la que nació la idea del Leviatán de Hobbes puede ser un recurso pragmático para muchas personas que viven los riesgos de una sociedad caótica. Aunque no está relacionado directamente con el apoyo a la democracia, un buen ejemplo de
la distancia que puede haber entre el deber ser y el pragmatismo de quienes viven las consecuencias del caos se puede encontrar en el resultado del plebiscito del 2016 en Colombia, en el que
las regiones más golpeadas por la violencia apostaron por el
sí.
Explicar por qué las personas que viven en las regiones más golpeadas por la violencia en Colombia apostaron por la paz da en el corazón del debate entre la distancia que se puede estar abriendo entre la democracia como ideal y sus resultados concretos. La democracia es un bien superior, una aspiración, por lo que es natural que, al tener que elegir entre ella o un gobierno autoritario (que es algo más concreto), la balanza se incline hacia la primera. Pero, como en el caso del
traje del emperador, esto puede estar ocultando el hecho de que, al desnudar a la sociedad, las preferencias por el autoritarismo estén más latentes de lo que se creía.
En Venezuela, el 76% de los entrevistados señaló que apoya la democracia. Sin embargo, frente al planteamiento de
No me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas, el 56% dijo estar de acuerdo. En Costa Rica, estos valores son del 74% y del 44%, respectivamente, mientras que en Chile ocurre lo contrario: el apoyo a la democracia es del 67%, pero sólo el 32% estaría de acuerdo con un gobierno autoritario.
Estas diferencias son la muestra de
un cierto grado de incongruencia entre el deber ser y lo que muchos pueden estar pensando en términos más urgentes. Para ilustrar esto se puede tomar el caso de Venezuela, donde tres cuartas partes de los entrevistados dijeron apoyar la democracia, quedando el 24% repartido entre los que apoyarían un gobierno autoritario y los indiferentes. Por otro lado, poco más de la mitad (56%) manifestó estar de acuerdo con un gobierno autoritario si resuelve los problemas. Si se asume (de manera poco realista) que todos los que dijeron no apoyar la democracia (incluyendo los indiferentes) se inclinarían por una autocracia, aún habría una diferencia del 32%, lo que significa que en el caso de Venezuela una tercera parte de los entrevistados justificaría un gobierno autoritario a pesar de haber manifestado que apoya la democracia. A continuación, se presenta esta diferencia por países.
La distancia entre el apoyo a la democracia y la justificación de un gobierno autoritario es una clara evidencia de la no transitividad de las preferencias de las personas. En primera instancia se puede suponer que si una persona apoya la democracia el mejor sistema posible, de acuerdo con la frase de Churchill, no justificaría un gobierno autoritario; sin embargo, los datos anteriores muestran que esto no es necesariamente así, y que las personas pueden contradecirse a sí mismas en esta cuestión (como en muchos otros).
¿Irracionalidad política?
¿Somos racionales desde el punto de vista de nuestras preferencias políticas? Si nos preguntaran si apoyamos la democracia y luego (varias preguntas más adelante) nos plantearan si se justifica un gobierno autoritario, ¿seríamos coherentes? Para responder, analizamos individualmente las más de 20.000 entrevistas del Latinobarómetro y evaluamos la congruencia entre el apoyo a la democracia por parte del entrevistado y si justificaría o no un gobierno autoritario. El resultado es que el 54% de los encuestados no fue coherente en sus respuestas; es decir, que una parte importante de quienes manifestaron que la democracia es el mejor sistema también estuvieron de acuerdo con la posibilidad de un gobierno autoritario. Por otra parte, hubo un grupo menor que no manifestó que la democracia sea el mejor sistema y, sin embargo, no justificó la autocracia.
Después de todo este recorrido vale la pena regresar a la pregunta inicial: ¿cuál es la posición de las élites con respecto al apoyo a la democracia?; o en términos alternativos, ¿cuánto rechazan las élites los sistemas autoritarios? A pesar de las diferencias entre países, el resultado es similar al del apoyo a la democracia en cuanto a que, en general, las personas que disponen de mayor cantidad de bienes y servicios tienden a rechazar más la posibilidad de un gobierno autoritario, tal y como se muestra a continuación.
Estos resultados parecen sugerir cierta racionalidad, aunque los valores agregados suelen actuar como
trajes que ocultan algunas realidades más complejas. No se debe olvidar que más de la mitad de los entrevistados no fue coherente en cuanto a apoyar la democracia y rechazar la posibilidad de un gobierno autoritario. En tal sentido, más allá de la tendencia que parece mantenerse en la mayoría de los países, algo a lo que se debe prestar atención es que el apoyo a la democracia que a primera vista parece prevalecer en la región está acompañado de un nivel importante de apoyo a la eventualidad de gobiernos autoritarios
si resuelven los problemas. En esta última frase se encierra un peligro latente para América Latina en la medida en que los problemas de las personas no se resuelvan, por lo que
la mejor manera de preservar la democracia está en aumentar las capacidades del Estado para resolverlos. De lo contrario, se seguirá tejiendo un
traje invisible que intente
vestir a una región de democrática cuando, en el fondo, no lo es.