Estimadas lectoras, estimados lectores,
en democracia, la participación política es una dimensión fundamental, pese a lo que suele analizarse en términos simbólicos y/o a circunscribirse a lo puramente electoral. Simplifico para explicar la idea: quienes enfatizan el aspecto simbólico, en un extremo, propondrían casi como solución mágica a todos los problemas introducir mayor participación; mucha, intensa, para todo. Quienes rechazan de cuajo estas perspectivas
participacionistas por ineficientes o impracticables optarían, en el otro extremo, por trasladar toda la decisión a los partidos y limitar al máximo la intervención ciudadana. Cuando los partidos se distancian de sus bases y el andamiaje institucional les permite mantener el poder surge la
partidocracia –por ejemplo, porque el voto es voluntario y las leyes electorales alientan un bipartidismo o
bi-coalicionalismo cada vez más distanciado del electorado, como habría ocurrido en
Chile hasta la reforma del sistema bi-nominal, o en
Venezuela hasta el
caracazo.
La representación, entendida como la fortaleza de los partidos, su capacidad de sobrevivir no sólo como aparatos electorales y eventualmente de gobierno, sino también como
articuladores entre las expectativas ciudadanas y la gestión de lo público, es fundamental; pero no basta: también la participación es clave y debe analizarse de forma sistémica y relacional. A grandes rasgos, la ampliación de la participación ha estado confinada en la región (en el espacio local), y al introducirse se ha hecho con apelaciones amplias, un tanto vagas y/o
sin incorporar unos mecanismos que puedan hacerla efectiva, o con propuestas extremistas como la del socialismo del siglo XXI, que la desvirtuaron. En su vertiente formal, los mecanismos de participación ciudadana pueden operar abriendo la agenda a nuevas políticas y vetando las impopulares, lo que se espera que tenga efectos positivos al obligar a los representantes a convencer sobre la necesidad de las decisiones tomadas y acortar distancias entre decisiones y preferencias.
Poniendo la mirada sobre estas dos claves, participación y representación, en la región conviven distintos escenarios. El primero,
la 'esperanza electoral restauradora', lo ejemplifica en estos días Venezuela con el triunfo de la oposición en Barinas (
aquí, la previa), que reaviva la discusión sobre la
estrategia opositora y sus desgarros internos, el
dilema de la sucesión y el control del poder en el
madurismo. El segundo, la
'cornisa de la farsa participacionista', lo encarna este 2022 el
referendo revocatorio de
Andrés Manuel López Obrador. El tercero, la
'promesa de una ampliación democrática', sin duda lo está experimentando Chile, con su
Convención Constitucional en marcha. Finalmente, el escenario de un
'sistema capaz de canalizar democráticamente el conflicto', con partidos y mecanismos de participación fuertes, lo representa Uruguay, que el 27 de marzo votará sobre la eventual derogación de 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración, pasada por el Gobierno de Lacalle Pou
en un momento álgido de la pandemia, con el rechazo de la oposición y los sindicatos. La panorámica no se agota en estos cuatro escenarios, como bien muestra una Argentina en que
funciona la polarización pero falla el contrato social, y un
Perú en que ambos hacen agua. Como esta es la primera
#FarWest del año, empecemos por las promesas que alientan el optimismo: nos vamos a Chile.
Nuestros dos primeros artículos de hoy analizan el proyecto liderado por Gabriel Boric y sus posibilidades de expandir la socialdemocracia, confrontándolo con el modelo europeo.
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Boric y el futuro de la socialdemocracia en Chile y América Latina
¿Será la de Boric una administración socialdemócrata? ¿Qué condiciones permiten acceder a ese
sello?¿Habrá continuidad con los gobiernos de la Concertación? Éstas y otras preguntas formula y responde
Javier Castillo.
La 'esperanza Boric' desde una perspectiva europea
El proyecto político que encabeza Boric tiene elementos novedosos no sólo por su contexto de emergencia inmediato en Chile, sino también por su potencial incidencia en América Latina y el mundo.
Francesc Trillas Jané pone la mirada sobre el caso desde la perspectiva de la socialdemocracia europea.
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Buena lectura y hasta la próxima,
Yanina Welp
Coordinadora editorial