Estimadas lectoras, estimados lectores,
en España, los jóvenes son uno de los sectores más afectados por el desempleo y por el empleo precario. La crisis del 2008 y la generada en 2020 por la pandemia han afectado sus posibilidades de realización personal, laboral y familiar. Las cosas no iban bien y ahora van peor. Desde 1997 hasta 2013, dos tercios de los jóvenes accedieron al mercado laboral con empleos precarios. Podría no ser tan grave si fuera una situación transitoria; sin embargo, algunos estudios demuestran que quienes comienzan su vida laboral en este tipo de empleos tienen una alta probabilidad de continuar en ellos cinco años después (véase
'La cicatriz de los malos empleos'). Otros indicadores evidencian tendencias igualmente preocupantes. Según datos de Eurostat (2020), la edad media de emancipación en la UE-27 es de 26,2 años, mientras que en España es de 29,5; y desde 2008 hasta la actualidad la salida del hogar de los padres se ha ido ensanchando: si en 2010 un 53,3% de jóvenes entre 18 y 34 años vivía aún con ellos, en 2019 subió hasta el 64,5% (los detalles, en
'El de la vivienda no es mercado para jóvenes'). La reforma laboral también entra en este paquete ya que, por citar un ejemplo, figuras creadas para incentivar la formación mediante prácticas se han usado de forma fraudulenta por algunas empresas para obtener mano de obra gratuita (apenas uno de cada tres empresas ha contratado a sus becarias y becarios posteriormente) (véase
'¿Qué reforma laboral necesitan los jóvenes?').
Durante algunos momentos álgidos de la pandemia los jóvenes han estado en el punto de mira de todas las críticas, a menudo con enfoques superficiales y simplistas. Con la intención contraria, se ha señalado
por aquí que "la politización de la pandemia, especialmente en los últimos meses, ha erosionado esa confianza de diferentes grupos sociales en los tomadores de decisiones y, como consecuencia de ello, en las recomendaciones sanitarias de prevención" Éste, entre muchos otros aspectos, llama la atención sobre las múltiples capas de responsabilidad colectiva que habrían mostrado déficits y que debieran de abrir un debate en lugar de buscar chivos expiatorios y
externalizar responsabilidades. En este sentido, la entrada de la política en la competencia por la atención del
público en los medios genera riesgos; entre ellos, el peligro de que la sociedad asuma que la democracia
no sirve para cambiar cosas y que aquélla se acostumbre a asistir como espectadora a los
shows político-mediáticos. Los jóvenes pude que sean ser el colectivo más permeable a estas tendencias.
El cambio en los patrones de consumo de información política no afecta sólo a los jóvenes; tenemos mayor exposición y hay multiplicidad de canales e inmediatez en el consumo para todos, aunque los jóvenes exhiben patrones diferentes de los mayores al informarse por distintos canales (televisión, prensa digital e internet). Esto último es muy relevante porque no se realiza a través de los portales o medios tradicionales, sino de las redes sociales, y esto supone un cambio claro. Y los datos sugieren que están mucho
más informados, pero desconfían de la información. Han crecido en un entorno en el que está asumida la desconfianza hacia todo lo que sea un agente de autoridad; y, por esto, para las nuevas generaciones no es un problema, sino algo así como un estado de cosas, ha afirmado
Oriol Bartomeus en el
podcast 'Jóvenes: ¿víctimas de la turbopolítica?'.
Esta desconfianza correlaciona con el crecimiento general de la desconfianza en las instituciones y, aunque se observan diferencias notables al comparar entre países, hay un gran perdedor: los partidos políticos.Los datos del Eurobarómetro muestran que apenas un 20% de los jóvenes confía en el Congreso, frente al casi 62% en Alemania y una media europea 20 puntos superior a la española. La dinámica se repite en la confianza en el Gobierno y en la Justicia, con la juventud española mostrando niveles de confianza muy inferiores a la media europea. Los partidos no despiertan la confianza en ningún país europeo en esta franja de edad, aunque aquí el mínimo 13% español es superado por el 8,8% en Francia. Los jóvenes no confían en las instituciones responsables de intermediar entre la sociedad y el Estado, elaborar y –si consiguen el aval popular– poner en marcha las políticas necesarias para mejorar la vida de las personas. Su desconfianza no parece infundada, a juzgar por los problemas que afrontan. El problema es muy serio.
Nuestro primer artículo de hoy pone la mirada sobre un aspecto de la relación de los jóvenes con la política, mucho menos explorado, que es el del perfil de los que se involucran y configuran los nuevos liderazgos políticos, económicos y sociales. Seguimos con Polonia y terminamos con la pluralidad ideológica de los partidos.
¿Cómo son los políticos jóvenes en España?
Ramón Mateo analiza los datos de una novedosa iniciativa del Observatorio de Nuevos Liderazgos de beBartlet para responder a cuestiones tales como quiénes son, de dónde vienen y a qué se dedican los nuevos liderazgos en el ámbito político, económico y social. Pase y lea.
Del 'Polexit judicial' al caos jurídico: Europa frente a la deriva polaca
Según
Guillermo Íñiguez, "ha llegado la hora de dejar de lado la zanahoria y optar por el palo, aplicando el mecanismo de condicionalidad y congelando los fondos europeos hasta que Varsovia ejecute las sentencias del TJUE".
La aversión de los partidos políticos a la pluralidad ideológica
Nuestro editor
Juan Rodríguez Teruel, en este artículo para
El País, explica que "en la era de las redes sociales, la lógica se ha invertido: cualquier conato de disputa interna se convierte inmediatamente en pasto de los adversarios y amenaza con ser repetida una y otra vez".
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Buena lectura
Yanina Welp
Coordinadora editorial