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Ir contra Maduro no permite superar el 'chavismo'

María Isabel Puerta Riera

7 mins - 19 de Enero de 2022, 12:30

El triunfo de los opositores venezolanos en la elección del gobernador del Estado de Barinas (en el oeste del país), cuna además del chavismo por tratarse del lugar de nacimiento de Hugo Chávez, ha intensificado el debate sobre la necesidad de recomposición de la oposición democrática. Con este resultado inesperado (no tanto por la imposibilidad de ganar como por el sorpresivo reconocimiento de la derrota desde el sector oficialista), las voces críticas opositoras  han aprovechado para insistir en la urgencia de rectificar su estrategia política.

Tras la abstención en los comicios de 2020 al Parlamento venezolano, la oposición se debatió una vez más entre participar o no en los regionales del año pasado. Como es costumbre entre los actores políticos de esta coalición, el debate se saldó con desencuentros y con la previsible fragmentación de los partidos en distintos bloques, constituidos no solamente por aquéllos a favor o en contra de la participación electoral sino, además, por los identificados con la oposición aunque son percibidos con intereses cercanos al propio Gobierno.

Éste ha sido el desgastador patrón de comportamiento de la oposición venezolana, del que se ha beneficiado el propio régimen chavista. Las desavenencias han llevado a rupturas, y éstas la han ido debilitando no sólo como actor político, sino que han provocado una profunda desconfianza entre una población que, aun cuando rechaza mayoritariamente el régimen de Nicolás Maduro, no se siente representada por sus rivales. Habitualmente, la oposición se ha debatido entre participar electoralmente, asistir a negociaciones políticas o provocar un cambio violento de régimen. Sin embargo, la cuestión más importante (sobre estrategia y objetivos) no ha gozado del mismo interés o sentimiento de urgencia.

La oposición y la piedra de Sísifo

Desde los mismos inicios del 'chavismo', la oposición ha desplegado claramente al menos tres estrategias políticas: electoral, negociadora y pro-derrocamiento. De ellas, sólo ha tenido éxito cuando ha participado electoralmente, pero al mismo tiempo ha sido la que le ha provocado más conflictos internos, resultando en sucesivos episodios de abstención que comenzaron en 2005 con las elecciones regionales y parlamentarias.

La estrategia electoral se ha visto condicionada no solamente por el poder que tienen los partidos con mayor penetración y liderazgo político sino, además, por el control de las corrientes internas en determinados espacios geográficos que han agudizado las contradicciones internas de la coalición. Los candidatos paracaidistas no son una figura exclusiva del chavismo: la oposición también ha incurrido en el hábito de ignorar liderazgos locales y regionales para imponer figuras que gozan del apoyo del partido. Por otra parte, el ventajismo electoral del oficialismo ha forzado a las organizaciones políticas a abrir sus puertas a candidatos que aportan no sólo su liderazgo, sino también apoyo financiero como respuesta a la ausencia de financiación pública y a la política clientelar chavista. Esto ha sido un factor determinante en la calidad del liderazgo opositor y en las escisiones que ha padecido.

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La
estrategia de negociación política (comenzando con el proceso facilitado por la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Centro Carter en el año 2000, pasando por las conversaciones de 2014 con la mediación de Unasur, en 2016 con la intervención de El Vaticano, un año más tarde en República Dominicana, en 2019 en Barbados bajo el auspicio de la Cancillería noruega y la más reciente de 2021 en México, de nuevo con la intermediación del Gobierno noruego) se ha saldado sin avances significativos para la oposición sobre la resolución pacífica de la crisis política venezolana. Ello se debe, entre otros factores, a la inviabilidad de las expectativas, pues desde los comienzos de la era 'chavista' los opositores han dirigido todos sus esfuerzos a la remoción de la figura conductora (Chávez y Maduro) y no del 'chavismo' como régimen político.

La estrategia de derrocamiento no ha sido exitosa porque, además de no cumplir con los objetivos de una transición, ha sido utilizada como excusa para perseguir tanto a la oposición como a las Fuerzas Armadas; considerándose, asimismo, como uno de los obstáculos para avanzar en el diálogo y la negociación políticos. Los episodios fallidos para derrocar a Chávez en 2002 y a Nicolás Maduro en 2019 han tenido graves consecuencias en términos de institucionalidad, pues la política de profilaxis o coup-proofing puesta en práctica ha afectado severamente a la moral de los militares y, también, ha mermado las posibilidades de conseguir el apoyo de la institución militar.

Todo esto nos lleva a indagar por qué la oposición venezolana persiste en sus estrategias fallidas, en lugar de replantearse adónde deben dirigirse sus esfuerzos.

Es el régimen político (estúpido)

Si algo demostró el fallecimiento de Chávez es que el problema no se resolvía con la remoción del presidente. La oposición ha insistido en que, con la salida de Maduro, la crisis podía encontrar vías para su resolución. Sin embargo, no está claro cómo lograr la re-democratización de un país cuyas instituciones están controladas por un proyecto político que ha desmantelado el contenido democrático de sus estructuras.

Éste quizás sea el factor clave que no entra en la ecuación opositora a la hora definir sus estrategias, haciendo que se perciba como ambigüedad cuando se abstiene, así como cuando denuncia la naturaleza fraudulenta de las elecciones organizadas por el 'chavismo' (parlamentarias o presidenciales) para luego participar en las locales y 'estadales' bajo las mismas reglas de juego. Lo que se observa, tras el triunfo en Barinas, es que la oposición es muy efectiva cuando se organiza en torno a una estrategia política viable. El régimen de Maduro sigue siendo ventajista, pero los opositores mantuvieron su oferta electoral a pesar de las manipulaciones y al Gobierno no le quedó otra opción que reconocer su derrota, pese al férreo control que tiene sobre las instituciones.



No obstante, Maduro puede también aprovechar esta coyuntura para cerrar más el círculo que controla el poder y depurar la línea de sucesión. En esas circunstancias, la oposición debe participar con las capacidades que tiene y sin ignorar a quienes tienen el control político del país, aprovechando cualquier oportunidad para ganar una elección y cambiar la correlación de fuerzas del régimen disputándole el monopolio de la asignación autoritaria de poder (Easton dixit).

Puede parecer que, por el simbolismo de lo sucedido en Barinas, el chavismo sin Chávez es una realidad, pero esto no significa que no haya un régimen que conserva el poder. En todo caso, lo que puede estar ocurriendo es que Maduro está cerrando el círculo de aspirantes, sacrificando momentáneamente el control de un Estado como Barinas para poder avanzar en las negociaciones en México al mismo tiempo que saca provecho interno en su coalición.

La cuestión está en si las fuerzas opositoras serán capaces de entender lo que ha pasado. El resultado en Barinas ha evidenciado lo mucho que deben trabajar para recomponerse, convertirse en una alternativa política viable y, de esta forma, recuperar la confianza de la mayoría de la población que rechaza al régimen de Maduro.

El chavismo originario ya no puede proteger Barinas, pero probablemente se trate de la fase superior, el madurismo. En manos de la oposición está la construcción de una senda política diferente.
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