Estimadas lectoras, estimados lectores,
Según
V-Dem (2021), el 68% de la población mundial vive bajo regímenes autocráticos (87 estados). India ha pasado de ser la democracia más grande del planeta (1.370 millones de ciudadanos) a convertirse en una autocracia electoral. Las democracias liberales disminuyeron de 41 países en 2010 a 32 en 2020; con sólo el 14% de la población global habitando en ellas. Las democracias electorales representan 60 naciones y el 19% de la población. La imagen es desoladora y en formato película, peor: avanza en todas partes, también en Europa, con Hungría y Polonia liderando la erosión institucional y el ataque a los derechos humanos. En América Latina, a pesar de que la celebración de elecciones limpias
es mayoritaria, Brasil vive un fuerte declive de su democracia y Nicaragua ha caído en el grupo de autocracias en las que ya figuraban Venezuela y Cuba.
Pero, ¿cómo se mide la democracia y qué dicen y no dicen los indicadores? De esto nos ocupamos hoy, una vez más; porque, lejos de estar todo dicho, se vuelve cada vez más necesario comprender mejor. Parte del problema, aunque es harina de otro costal, es la politización misma de la disputa por el significado. De esto da cuenta la Cumbre de la Democracia convocada por la Administración Biden la pasada semana y a la que no fueron invitadas las naciones no democráticas de América Latina pero también fueron excluidas otras, como Bolivia, que deberían haber sido convocadas. Eso sí, para disputa extrema por el significado la de Xi Jinping, cuyo Gobierno acaba de publicar un
white paper titulado
'Una democracia que funciona' (se refiere a la china, aunque no interpreta que la ausencia de libertad de expresión y de partidos de oposición sea una pega).
Volvamos a América Latina y a la cuestión de qué estamos midiendo. Mucho se ha hablado de la experiencia chilena reciente, que venía encabezando los indicadores de la democracia y, a la vez, experimentó en 2019 una de las crisis de representación más fuertes de la región (véase
aquí,
aquí y
aquí). El caso profundizó el debate sobre la necesaria comprensión no sólo del desempeño institucional de un país, sino también de la representación política y los canales de participación pública que permiten o inhiben la cohesión social y política.
No se trata de que no existan conflictos, algo impensable en un entorno plural, sino de que existan los canales para procesarlos de forma democrática y efectiva.
Hay más. En esta
#FarWest, nos preguntámos por la interpretación que las y los analistas hacemos de los datos. Por ejemplo, podemos observar por separado las tendencias en el apoyo a la democracia y la aceptación de gobiernos autoritarios, o podemos cruzarlos y preguntarnos si es coherente adherir a los primeros y también avalar los segundos. No es una pregunta retórica, formulada sin esperar respuesta, para reforzar o reafirmar un punto. El gráfico muestra una potencial incoherencia entre el apoyo a la democracia y la tolerancia a un Gobierno no democrático "si resuelve problemas". Nuestros dos artículos de hoy abordan la cuestión, analizando los indicadores desde perspectivas complementarias.
La democracia en América Latina a las puertas de un nuevo año
La democracia tiene múltiples acepciones y también, mediciones. Con mucho conocimiento de causa,
Dinorah Azpuru describe y compara los resultados que producen para América Latina las mediciones de V-Dem, Freedom House e Idea Internacional. La autora muestra que, a pesar de las diferencias de criterio, los resultados divergen menos de lo que parece. Lo analiza y se pregunta también por los cambios que pueden esperarse para 2022. Imperdible.
¿Apoyo a la democracia? Sí, pero…
Diego Lombardi se puso a analizar datos (¡20.000 entrevistas del Latinobarómetro!) para dar continuidad a
este artículo sobre el apoyo de las élites a la democracia. Además de encontrar que en Brasil crece la indiferencia frente a la democracia, reflexiona sobre un
depende al que cabe prestar más atención. Muy recomendado.
Destacados
Hasta la próxima,
Yanina Welp
Coordinadora editorial