Estimadas lectoras, estimados lectores,
pintado con brocha gorda: hasta hace dos décadas se enfatizaba en el registro cuasi constante de la caída de la participación electoral, que se suponía daba cuenta de la despolitización de muchas comunidades políticas en el occidente democrático. Países como Suiza o Estados Unidos destacaban en esa ola abstencionista, pero también Colombia y Venezuela formaban parte de electorados donde alrededor de la mitad de la ciudadanía optaba por la apatía. La explosión de movimientos sociales en la primera década de 2000 fue leída como una invitación a no homologar participación política con participación electoral y derivó en un florecimiento y centralidad, relativa, del
movimientismo. Relativa, sí, en un doble sentido: en términos históricos, porque los movimientos sociales de viejo (sindicatos) y nuevo cuño (feminismos, ecologismos, etc.) siempre han tenido influencia en la definición de la agenda; y también porque al final del día las decisiones políticas se siguen tomando en los parlamentos (en el mejor de los casos). La siguiente etapa para esta cronología anunciada como de trazo grueso fue la de
re-politización de la arena electoral. Esto en Europa se produjo con el surgimiento de opciones de la derecha radical, que movilizaron tanto a quienes habían optado por el
exit de la abstención como a quienes se activaron para resistir proyectos antidemocráticos y antiderechos. Estas tendencias opuestas conviven de alguna manera, como ha mostrado la histórica abstención en las
regionales francesas (67% de abstención) y
las sub-nacionales chilenas (la abstención rondó el 80%) de 2021 ambas en contextos de elevada polarización.
El gráfico registra la participación en las últimas 10 elecciones presidenciales en Chile, Costa Rica, Venezuela y Brasil, y deja varias ideas: 1)
los contextos importan, algo más que evidente al observar la heterogeneidad de tendencias; 2)
también las instituciones importan y, por ejemplo, eliminar el voto obligatorio tuvo una consecuencia inmediata en los patrones de participación, como indican las notables subidas de la abstención en Chile y Venezuela; 3)
la polarización moviliza, más que claro en Costa Rica, donde la emergencia del ultra-conservadurismo empujó una subida de hasta 10 puntos en la elección de 2018 (algo semejante puede decirse de la segunda vuelta en Chile 2021); 4)
que baje la participación electoral no correlaciona por defecto con despolitización; en Chile la abstención creció paralela al crecimiento de las protestas y movimientos sociales; y 5) finalmente,
ni la polarización ni la salida a las calles resuelven 'solos' los déficits de la democracia, y en ocasiones pueden llegar a agravarlos. Los movimientos sociales deben conectar con las esferas de toma de decisiones para tener incidencia (en ese reto se mueve hoy la política chilena). Por su parte, la polarización se agota (no sin antes dejar secuelas muy lamentables erosionando las instituciones, la convivencia y la formulación de políticas públicas adecuadas) porque si la gente no percibe que su vida mejora vuelve al ruedo (la calle) o a la salida. Con esta última idea nos quedamos.
El título de la #FarWest de hoy parafrasea un dicho de uso corriente, atribuido a Albert Einstein y que tiene una versión más completa: "Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo". Nos viene como anillo al dedo porque los análisis que presentamos, sobre la política contra las drogas en Colombia y la acción de la oposición venezolana contra Maduro, pueden resumirse a través de ese prisma. Hay más, porque en Brasil ha sido más bien la falta de ciertas reformas lo que habría alimentado el surgimiento de Bolsonaro y ahora se abre una incierta ventana de oportunidad.
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Ana Tereza Duarte Lima de Barros y
Jorge Henrique Oliveira de Souza Gomes identifican los défitis institucionales que explican el avance autoritario del presidente brasileño y delinean escenarios futuros, en un año electoral.
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Buena lectura y hasta la próxima,
Yanina Welp
Coordinadora editorial