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¿Qué presidente para Italia?

Andrea Pertici

9 mins - 23 de Enero de 2022, 20:12

La historia nos enseña que, en época de elecciones, si no se alcanza un amplio consenso alrededor de un nombre, un candidato que cruza a duras penas la línea de meta puede acabar en la Presidencia

La elección del presidente de la República despierta sin duda un gran interés, al tratarse de la única institución representada por una sola persona que ejerce muchos poderes de manera exclusiva. Éstos pueden llegar a ser, sobre todo en determinadas circunstancias, muy significativos. 

Esto ocurre, además, en el contexto de un mandato de siete años, que abarca al menos dos legislaturas (hasta tres en los casos de Oscar Luigi Scalfaro y Giorgio Napolitano) y, en general, varios gobiernos (que van desde los cinco de Carlo Azeglio Ciampi hasta los nueve de Giovanni Leone y Sandro Pertini).

Durante este largo periodo, la situación política y social puede sufrir grandes cambios: Scalfaro llegó a ver la transformación de todo el sistema de partidos, con el paso de la Primera República a la Segunda; Napolitano fue testigo del fin del bipolarismo y de la entrada más ruidosa de una nueva fuerza política en el Parlamento, con el 25% conseguido por el M5S en las elecciones de 2013.

La evolución del marco político puede determinar la necesidad de que el presidente adapte el ejercicio de sus competencias, que la Constitución contempla de forma que su flexibilidad sea garantizada, hasta el punto de que se ha utilizado la imagen de un acordeón para describir a estas últimas. Esta capacidad de adaptación, necesaria para facilitar el funcionamiento de las instituciones y la relación entre éstas y los ciudadanos, depende de varios factores que se supeditan también a la personalidad y la experiencia del presidente.

De hecho, las 12 personalidades que se han sucedido en la Jefatura del Estado son muy diferentes entre sí, pero todas tienen en común una sólida experiencia institucional y política salvo Ciampi, que era una figura situada en el centro-izquierda. Hasta ocho de los 12 habían presidido una asamblea electiva: desde la Cámara de Diputados del Reino de Italia (Enrico de Nicola) a la Asamblea Constituyente (Giuseppe Saragat); desde la Cámara de Diputados (Giovanni Gronchi, Giovanni Leone, Pertini, Scalfaro y Napolitano) al Senado de la República (Francesco Cossiga), estando tres de ellos (Cossiga, Gronchi y Scalfaro) en funciones en el momento de su elección al Quirinal.
 

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De hecho, ningún presidente de la República ha sido elegido hasta ahora mientras descansaba o ejercía una actividad fuera de las instituciones: además de los tres que fueron presidentes de la Cámara de Diputados o del Senado, cuatro eran ministros (Luigi Einaudi, Antonio Segni, Saragat y Ciampi), dos eran senadores vitalicios (Leone y Napolitano), uno era diputado (Pertini) y otro era juez constitucional (Sergio Mattarella). Si bien es cierto que ninguno fue elegido mientras era presidente del Consejo de Ministros, cuatro (Segni, Leone, Cossiga, Ciampi) habían sido elegidos anteriormente, uno (Einaudi) era vicepresidente del Consejo de Ministros y otro (Mattarella) lo había sido. En cualquier caso, todos ellos, salvo Pertini, habían tenido experiencia en el Gobierno. Excepto Ciampi, habían sido elegidos y, por tanto, tenían una clara afiliación partidista y una militancia más o menos pronunciada, aunque sólo Saragat había sido secretario del partido (Pertini, sin embargo, había dirigido a los socialistas durante unos meses en 1945).


Como decíamos, el mandato del presidente también está condicionado por la forma en la que llega al Quirinal y en particular, por tanto, por la mayoría con la que ha sido elegido. La elección del jefe de Estado es, de hecho, la expresión de una elección política. Así, por ejemplo, cuando se escogió al jefe de Estado provisional, que más tarde se convertiría en el primer presidente de la República con la entrada en vigor de la Constitución, la elección recayó en De Nicola, un autoritario liberal del sur partidario de la monarquía, cuyo sentido del Estado y su respeto puntilloso de las normas era bien conocido. Fue elegido por una amplia mayoría, que incluía a todas las fuerzas antifascistas que habían participado en la liberación del país y que gobernaban juntas. Por otra parte, la elección de Einaudi fue dictada por el deseo de Alcide de Gasperi de instalar como jefe de Estado a una personalidad que no fuera expresión de su propio partido, pero que en todo caso formara parte de la alianza de gobierno y que no contemplara la convergencia de la izquierda.

De forma más general, podemos observar que ha habido presidentes de mayoría (Einaudi, Segni, Leone, Napolitano, en la primera legislatura y, en parte, Mattarella) y presidentes de amplio -a veces muy amplio- acuerdo (De Nicola, Gronchi, Saragat, Pertini, Cossiga, Scalfaro, Ciampi y Napolitano, en la segunda legislatura). Es necesario, sin embargo, señalar que entre los presidentes mayoritarios sólo unos pocos estaban en la oposición efectiva: son los casos de Segni y Leone, elegidos contra, respectivamente, Saragat y De Martino/Nenni por una estrecha mayoría, con la contribución decisiva de la derecha fuera del arco constitucional.

El contraste en la elección de Einaudi, sobre la que deliberadamente no se dio tiempo a la izquierda para converger, fue un poco más matizado. Napolitano fue elegido, para su primer mandato, por la mayoría, pero con el voto en blanco de la oposición (salvo la Lega, que votó a Umberto Bossi), mientras que Mattarella, pese a ser el candidato de la mayoría, obtuvo el favor de Sel, alcanzando casi dos tercios y con el resto de la oposición dividida entre el voto en blanco (Forza Italia), el ex magistrado Ferdinando Imposimato (5 Estrellas) y el periodista Vittorio Feltri (Lega-Fratelli d'Italia). Los acuerdos de mayor alcance corresponden a los del segundo mandato de Napolitano, que no logra la adhesión del partido de mayoría relativa, el M5S, que vota a Stefano Rodotà.

La historia muestra cómo la elección por amplia mayoría suele dar fuerza al presidente. La comparación entre Leone y Pertini es evidente: mientras a este último se le conceden muchas cosas (incluso se ocupó directamente de un conflicto con los sindicatos en lugar del Gobierno o reprendió expresamente a este último por el retraso de las ayudas a Irpinia), el primero, en la época de la unidad nacional, fue tratado como un extraño por su propio partido y se le dejó solo ante las más diversas acusaciones. También hay quien dilapidó la amplia base de su consenso, como Cossiga, que llegó a chocar con su propio partido (y su principal patrocinador, Ciriaco de Mita), así como con los herederos del PCI, decisivos para su elección en la primera vuelta. En cambio, otros consiguieron ganarse a los que no les votaron, como Napolitano, que en el momento de su reelección vio converger a gran parte del centro-derecha, o Mattarella, que pareció gozar del aprecio general incluso entre las fuerzas políticas que no le respaldaron (si excluimos los difíciles trances en la formación del primer Gobierno de Giuseppe Conte).



Todo esto pesa ahora en las próximas elecciones.

En este caso, el Parlamento conjunto, complementado por los delegados regionales y que cuenta con 1.009 votantes, está fragmentado y esencialmente sin mayoría. El centro-derecha, que ha dicho repetidamente que puede contar con una, en realidad está muy lejos de ella según algunos análisis: por ejemplo, el realizado por D'Alimonte en Il Sole-24 Ore o el de
Valbruzzi publicado aquí en Il Mulino, ambos el 18 de enero de 2022, estiman que juntando los pequeños grupos y los delegados regionales llegaría a 419 votos, lo que hace inalcanzable la mayoría absoluta incluso con la ayuda de la cada vez más cercana Italia viva (44 parlamentarios). Por otro lado, la alineación M5S-Pd-LeU-FacciamoEco, considerando también los delegados regionales, debería llegar más o menos al mismo número de 420 votantes. En el medio tenemos un panorama muy fragmentado y heterogéneo, cuyas orientaciones serán probablemente diferentes para los distintos grupos y no siempre fácilmente predecibles.

Esta situación hace casi imposible la elección de un presidente que sea claramente una expresión de uno de los dos partidos principales, como es el caso de Berlusconi, cuyo historial institucional y personal (basta pensar en su condena por fraude fiscal) 'milita' contra su elección. Por otro lado, la situación invita a un presidente de acuerdo amplio, lo que pone en una posición de fuerza a Mario Draghi, que ya ha conseguido coagular una amplia base parlamentaria para formar su Gobierno.

Por supuesto, son posibles otras hipótesis (entre las que se ha propuesto Giuliano Amato, por ejemplo), pero requieren un debate serio y confidencial porque la impresión es que, dada la relación de fuerzas, cualquier nombre propuesto directamente por una parte corre el riesgo de ser difícilmente aceptado por las otras. De hecho, si no se logra un amplio consenso sobre un nombre, las votaciones parecen destinadas a alargarse (en 1964 se necesitaron 21; en 1971, 23; en 1978, y en 1992, 16) y puede que sea elegido presidente un candidato que al final, quizá hasta un poco por casualidad, llegue a la meta a duras penas. Es lo que ocurrió con Leone, un candidato con todos los requisitos, elegido de la peor manera posible, con la consiguiente hipoteca para el resto del mandato. De hecho, terminó mal, seis meses antes de la fecha límite.

 
(Este análisis se publicó originalmente en 'Il Mulino')
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