Francia vive un momento muy extraño. En revistas y ensayos se la describe como dividida, fragmentada, llena de ruido y furia, al borde de un ataque de nervios. Al principio se nos dijo que la periferia era despreciada por el centro y que estallaba con una sana ira contra ese desprecio. Entonces surgió la metáfora del archipiélago francés, y fue un éxito rotundo: "Si nuestro sistema político es disfuncional y está sometido a esos giros y sacudidas repentinas y brutales, se debe a la creciente fragmentación de nuestra sociedad. Es esta fragmentación la que hace insuperable la agregación de intereses. Nos encontramos, pues, ante un proceso de creciente archipielaguización del cuerpo social. Múltiples líneas de fractura (educativas, geográficas, sociales, generacionales, ideológicas y etno-culturales) se entrecruzan, creando otras tantas islas e islotes de distinto tamaño", explica Jérôme Fourquet. Y por si esta fragmentación no fuera suficiente, las experiencias individuales, las trayectorias vitales que hacen de cada uno de nosotros un caso especial, añaden el toque final a este cuadro. En su último libro (Les épreuves de la vie. Comprendre autrement les Français), Pierre Rosanvallon diagnostica el resurgimiento de "una atmósfera de resentimiento ampliamente difundida en el cuerpo social". Esta Francia destrozada, en guerra consigo misma, se ha convertido en el punto de partida de los razonamientos y estrategias políticas.
En las redes sociales florece el discurso del odio, todo el mundo se indigna, se enfada, invoca e insulta, el acoso se ha convertido en algo habitual y la desinformación es rutina. En los canales de noticias, son los puntos de vista más extremos los que cobran protagonismo. El momento es propicio para la polarización política, con los portavoces de la cloroquina, la ivermectina, los anti-vacunas y los anti-pasaportes, la "gran sustitución" y la "re-migración" expresándose regularmente. El debate Mélenchon-Zemmour tuvo 3,8 millones de telespectadores en BFM, mientras que el de Pécresse y Darmanin sólo consiguió un millón de ellos en France 2, a la misma hora. Y una parte de la derecha intelectual se desmaya y ve en esta oposición, llena de connivencia, una cumbre del debate a la francesa.
Los ensayos que describen esta Francia fragmentada en mil pedazos se basan en gran medida en los sondeos de opinión.
Sin embargo, hay otra lectura de estos estudios que nos anima a ver nuestro país de otra manera: nunca tantos franceses han compartido los mismos valores y las mismas convicciones, nunca han sido tan moderados y partidarios de la negociación y el compromiso, lo que pasa es que se cuestionan su identidad y ya no confían en nada ni en nadie. Merece la pena considerar esta otra lectura; es menos sensacionalista, pero quizás más cercana a la realidad de los datos de este estudio: existe una mayoría silenciosa en Francia, alejada del ruido y la furia, y su fisonomía y aspiraciones pueden ser descritas.
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Feliz como un francés en Francia
Los franceses están contentos con la vida que llevan, están orgullosos de su trabajo y satisfechos con su nivel de vida. Estos datos, que con demasiada frecuencia son pasados por alto, revelan un país en el que se vive bien, y los franceses son conscientes de ello. A la pregunta '¿Está usted satisfecho con la vida que lleva?', y en una escala de 0 a 10, el 74% de los encuestados se sitúa entre 6 y 10, frente al 21% que se sitúa entre 0 y 5. Entre los trabajadores, el 84% está orgulloso de su trabajo, el 75% piensa que es útil para la sociedad y el 79% cree que es una parte importante de su vida. El 65% está satisfecho con su nivel de vida, porcentaje que se eleva al 69% en el caso de los que ganan entre 2.000 y 4.000 euros al mes, y baja al 55% en el de los que ganan entre 1.000 y 2.000 euros. Por último, el 66% comparte 'la sensación de haber triunfado en la vida' (puntuación de 6 a 10). Estos juicios van acompañados de una visión positiva de la capacidad de cada persona para influir en su propia vida: el 65% considera que las personas en Francia tienen la posibilidad de elegir su propia vida, y el 68% considera que esforzándose, todo el mundo puede salir adelante.
Ésta es la primera rareza que hay que dilucidar: ¿cómo puede existir tal nivel de satisfacción con la vida personal en esta Francia 'archipelágica', fragmentada y polarizada que se nos describe tan a menudo?
Pero eso no es todo.
Los franceses se moderan
Por extraño que parezca, los franceses son cada vez más moderados políticamente. Cuando se les pide que se sitúen en un eje izquierda-derecha, eligen más el centro y se alejan de los extremos. En 2014, el 29% se declaraba de centro: centro-izquierda (14%) o centro-derecha (15%). En 2021, lo hace el 43% (centro-izquierda, 21%; centro-derecha, 22%), un aumento de 14 puntos en siete años. Mientras tanto, los que se posicionan en la izquierda o extrema izquierda han bajado del 33% al 24%, y los que se declaran de derecha o extrema derecha han descendido del 38% al 33%. Y si nos fijamos sólo en los extremos, la caída también es significativa, ya que la posición de extrema derecha baja de 12 a ocho y la de extrema izquierda, de cuatro a tres: es decir, la opción extremista baja de 16 a 11.
Este gusto por la moderación se hace eco del escepticismo ante la división izquierda-derecha. El 64% de los encuestados afirma que, en la vida política, la oposición entre izquierda y derecha 'ya no significa mucho y está anticuada', el 28% considera que sigue teniendo sentido, pero ya no es una división dominante,y para el 8% sigue desempeñando un papel determinante.
Esta moderación también se aprecia en los juicios positivos que existen sobre el sistema democrático. El 84% de los encuestados cree que un sistema político democrático es una buena forma de gobernar el país. El 80% considera que es útil votar porque es a través de las elecciones como pueden cambiar las cosas, y el 72% cree que el sistema democrático es insustituible, el mejor sistema posible.
Este gusto por la democracia también lo es por el diálogo y el compromiso: el 65% piensa que la democracia funcionaría mejor en Francia si las organizaciones de la sociedad civil (asociaciones, sindicatos) participaran más en todas las grandes decisiones políticas, el 64% piensa que también lo haría si los ciudadanos participaran directamente (peticiones, sorteos) en todas las grandes decisiones políticas, y el 83% considera que no es normal que algunos utilicen la violencia para defender sus intereses.
Aquí encontramos una segunda rareza que conviene dilucidar: mientras que el debate político francés parece estar cada vez más polarizado hacia los extremos, los franceses se consideran cada vez más moderados y partidarios de la consulta y la participación ciudadana.
Valores compartidos
Si nos fijamos en las preguntas que tratan sobre valores, actitudes y opiniones, en las que el número de encuestados alcanza el 60%, surge una Francia más bien de izquierdas en cuestiones sociales y societarias, más bien de derechas en cuestiones de soberanía y seguridad, ambigua en cuestiones económicas y en el papel del Estado, y preocupada por el declive industrial.
En el plano social, no es de extrañar que la pasión por la igualdad movilice a dos de cada tres franceses, y a veces incluso a más. El 60% cree que para establecer la justicia social, hay que quitar a los ricos para dar a los pobres, el 76% cree que el Gobierno debería tomar más medidas para reducir las desigualdades de ingresos y el 71% cree que para que una sociedad sea justa, las diferencias de nivel de vida entre las personas deben ser pequeñas. Dado que sólo una cuarta parte de los franceses se autocalifica como de izquierdas o de extrema izquierda, estas ideas van mucho más allá de este segmento de opinión y permean a toda la sociedad.
En cuanto a las cuestiones culturales y sociales, el matrimonio igualitario, que tantas discordias había provocado, se ha convertido en algo consensuado. Lo aprueba el 79% de los encuestados (frente al 48% en 2000). El 71% considera que la homosexualidad es aceptable, que vivimos en una sociedad patriarcal, y el 67% opina que es necesario abrir los derechos a la procreación médicamente asistida para las mujeres solteras. Así, podemos ver que una parte importante del 33% de los franceses que se sitúan en la derecha o en la extrema derecha se ha unido a las proclamas del matrimonio igualitario.
En cuanto al Estado, la delincuencia es un tema que preocupa al 82% de los encuestados, aunque esta cuestión viene después del cambio climático y el futuro de los niños. El 88% considera que la autoridad es un valor que se critica demasiado a menudo hoy en día. El 88% cree que tener una política más eficaz para combatir la delincuencia es una prioridad (incluyendo el 63% que cree que es una prioridad total). Podemos ver que este tema moviliza a la gente mucho más allá de los partidarios de la derecha.
En materia económica, los franceses son abrumadoramente proteccionistas, mucho más que sus vecinos europeos. El 60% de los encuestados piensa que la globalización es una amenaza para Francia, y el 61% que hay que ir hacia un mayor proteccionismo. Sólo el 54% considera que el comercio internacional es beneficioso para el país, 18 puntos menos que los alemanes y 20 puntos menos que los británicos. El 69% cree que es posible regular mejor la globalización y el 89%, que es posible deslocalizar las industrias en Francia.
Además, los franceses oscilan entre el estatismo y el liberalismo cuando se expresan sobre el modelo económico. El 58% considera que hay que dar más libertad a las empresas. El 55% piensa que el Estado debería confiar en las empresas y darles más libertad para afrontar las dificultades económicas, pero el 41% cree que el Estado debería controlarlas y regularlas más estrechamente, y el 68% considera que la economía actual beneficia a los empresarios a costa de los que trabajan.
En cuanto al calentamiento global, también hay consenso. El 84% de los encuestados está preocupado por el cambio climático, el 81% considera prioritario o importante acelerar la transición energética, el 72% considera que podemos seguir desarrollando nuestra economía preservando el medio ambiente para las generaciones futuras, y el 63% opina que los poderes públicos no están haciendo lo suficiente por el medio ambiente.
Este panorama muestra hasta qué punto la asignación de una opinión a una sensibilidad política ya no funciona. En los temas esenciales, se supera la división izquierda-derecha y las mayorías de ideas son muy amplias. La tendencia a aplicar una cuadrícula analítica tradicional a estos datos nos impide captar el clima de opinión.
El miedo al Islam y el trauma de los atentados
En cuanto a la inmigración, la religión musulmana y la exigencia de cerrar las fronteras, ciertas opiniones movilizan también a dos tercios de los franceses, e incluso más. El 66% piensa que hay 'demasiados extranjeros en Francia' y el 62% 'que ya no nos sentimos en casa como antes'. El 72% teme que el país pierda su identidad si el Islam se convierte en la principal religión del país, el 62% considera que el islam representa una amenaza para la República y el 69%, que la religión musulmana pretende imponer su forma de actuar a los demás. También en este caso, el número de personas que suscriben estas ideas va mucho más allá de las fronteras de la derecha y la extrema derecha. Incluso la puntuación de algunos de estos artículos de la izquierda es a veces impresionante. Así, el 45% de los partidarios de La France insoumise (LFI) y el 50% de los del Partido Socialista (PS) piensan que hay demasiados extranjeros en Francia, y el 56% (LFI) y el 67% (PS) consideran que la religión musulmana pretende imponer su forma de actuar a los demás.
Estos juicios sobre la inmigración y el lugar del islam en Francia deben verse en relación con el miedo al terrorismo. El 83% estaba preocupado por ello. Esta percepción de la amenaza terrorista separa a Francia de sus socios de la Unión Europea. El 30% de los franceses considera que el terrorismo y el extremismo son la amenaza más importante para la seguridad de su país en los próximos años. Esta cuestión encabeza la lista de amenazas percibidas por los franceses en materia de seguridad mundial, por delante de las pandemias (23%) y el cambio climático (18%). Los resultados revelan una valoración muy diferente de las amenazas entre otros pueblos europeos: sólo el 6% de los polacos, el 7% de los españoles, el 9% de los italianos, el 12% de los alemanes y el 14% de los holandeses sitúan el terrorismo a la cabeza de sus preocupaciones para los próximos años. Por el contrario, las pandemias y el cambio climático son, en todos estos países, considerados prioritarios para su seguridad nacional.El trauma de los numerosos atentados que han golpeado el país ha dejado una profunda huella en la conciencia colectiva, que se manifiesta en estas diferencias de respuesta con otros países europeos. En cuanto al terrorismo y el Islam, Francia es una excepción porque ha vivido el terror islamista a través de acontecimientos excepcionalmente violentos (Bataclan) durante un periodo muy largo (los atentados del Grupo Islámico Armado se remontan a 1995), con asesinatos que han golpeado los imaginarios nacionales (Charlie Hebdo, Hypercacher, Jacques Hamel, Samuel Paty) al apuntar a objetivos simbólicos de la identidad del país. Francia ha tenido una historia singular, diferente a la de sus vecinos.
Desconfianza en todas partes y para todo
Aunque estén contentos de vivir en Francia, susciudadanos desconfían de todo y de todos. Esta desconfianza generalizada es incluso una característica que distingue a nuestro país del resto de Europa: otra excepción francesa. Desconfiamos de los demás: el 62% de los encuestados cree que nunca somos lo suficientemente cuidadosos cuando tratamos con los demás, y sólo el 35% piensa que podemos confiar en la mayoría de la gente. Tanto los alemanes (56%) como los británicos (52%) son menos recelosos. El 35% de los franceses confía en su Gobierno, frente al 57% de los alemanes; el 38% lo hace en la Asamblea Nacional, 20 puntos menos que los alemanes (58%); el 32% confía en los sindicatos, frente al 56% de los alemanes y el 48% de los británicos.
Asimismo, los franceses desconfían mucho más de los medios de comunicación (28% de confianza), los partidos políticos (16%) y las redes sociales (17%) que los alemanes o los británicos.
Esta desconfianza no sólo se dirige a los aprovechados de arriba, la patronal, las grandes empresas y los lobbies, sino también a los aprovechados de abajo: el 73% considera que muchas personas consiguen una ayuda social a la que no han contribuido, el 61% alega que vamos hacia un exceso de ayuda y el 64% opina que los parados podrían encontrar trabajo si realmente lo quisieran (hay que señalar que esta opinión es compartida por el 53% de las personas que se declaran de izquierdas).
La desconfianza alcanza su punto álgido cuando se trata de juzgar a los políticos, a los que se considera mayoritariamente corruptos (62%), sospechosos de actuar principalmente en beneficio de sus propios intereses (78%) y de no preocuparse por la opinión de los ciudadanos (80%). No es de extrañar que la política despierte principalmente sentimientos negativos (desconfianza, asco, aburrimiento) en el 77% de los encuestados.
Esta desconfianza general es a veces una postura si comparamos, por ejemplo, la expresada en septiembre de 2020 con respecto a la vacuna contra la Covid-19 con la práctica de vacunación de los franceses dos años después. El 57% respondió que sí a la pregunta ¿Se vacunaría contra la Covid?, y el 43% respondió que no. En la actualidad, el 92% de la población francesa (a partir de los 12 años) está vacunada.
A veces, también son cuestionadas algunas respuestas: casi dos tercios de los franceses se declaran dispuestos a comprometerse a defender a su país en caso de conflicto, y uno de cada dos franceses estaría incluso dispuesto a arriesgar su vida para defender a su país. Esto sigue siendo puramente declarativo, pero refleja un fuerte vínculo con la nación.
Aunque sea una postura o una tradición, esta desconfianza pesa en el clima de opinión y orienta las interpretaciones. Para los franceses, los gobiernos y las instituciones fallan y no son de fiar, y aquí también el consenso va más allá de las divisiones partidistas.
El miedo al declive
Casi ocho de cada 10 franceses dicen que Francia está en declive. El sentimiento de decadencia genera nostalgia: el 68% considera que el país era mejor antes y el 74%, que en su vida se inspira cada vez más en los valores del pasado. ¿Pero de qué declive estamos hablando? ¿Y de qué edad de oro? Si analizamos las causas, vemos que el declive del que se quejan los franceses es ante todo económico.
Tabla 2.- Pregunta: Para cada uno de los siguientes elementos, ¿diría usted que constituye una amenaza mayor o menor para la identidad de Francia?
Fuente: Ifop, 'l'identité de la France', diciembre de 2021.
Mientras que el gran reemplazo, las disputas sobre la identidad y el wokismo están de moda en los canales de opinión, es sorprendente observar que es mucho más una ansiedad sobre la prosperidad francesa lo que está en la raíz de los temores acerca del declive del país. El debilitamiento de la economía, la desindustrialización, el desempleo y la deuda se sitúan así por delante de la inmigración y el comunitarismo entre los riesgos que representan una amenaza para la identidad francesa. Lo que los ciudadanos perciben y temen es una degradación económica de Francia que podría tener graves repercusiones en su nivel de vida y en el futuro de sus hijos.
Raymond Aron habló de "insatisfacción pendenciera" para describir la relación de los franceses con el poder, ya sea político o económico. Este estado de ánimo se encuentra en esa mezcla de desconfianza y crítica hacia todas las instituciones y la esfera pública en general. Ello no impide que la gente esté satisfecha con su suerte y su vida, ni que tenga una actitud cívica cuando está en juego lo esencial, como la vacunación o el compromiso patriótico. Es la paradoja francesa: franceses que van bien en una Francia que va mal. Franceses moderados en una Francia polarizada. Un país en el que la esfera privada está adornada con todas las virtudes, y la esfera pública con todos los vicios. ¿Podemos explorar esta paradoja?
La puesta en perspectiva de los datos de esta investigación hace que se haya que replantear la tesis de un país fragmentado, dividido y polarizado, que se ha convertido en el nuevo estándar de análisis político. En muchos temas, los franceses están mucho menos divididos de lo que el debate público y los enfrentamientos en las redes sociales y los programas de televisión nos hacen creer: o, mejor dicho, la división no está donde la colocamos: es entre el representante y el representado. Y esto no sólo se refiere a la representación política, sino también a la representación mediática, que debe entenderse como el modo en que los contenidos de los medios de comunicación representan la sociedad y la actualidad. Siempre ha habido una brecha entre las realidades de un país y el relato de los medios de comunicación, pero esta brecha se ha convertido en un abismo desde que las plataformas digitales y los medios de opinión marcan y controlan la agenda política. La tesis de la fragmentación describe el país representado más que el país real: una nueva forma de profecía autocumplida.
El hecho de que haya tanta gente de izquierdas que se adhiere a las ideas de la derecha en cuestiones regias, tanta gente de derechas que piensa como los izquierdistas en cuestiones económicas y sociales, y tanta que se desvía de la división izquierda-derecha, demuestra que asociar una sensibilidad política con un conjunto de valores y opiniones ya no es obvio. A muchos sociólogos y politólogos les cuesta aceptar esta nueva realidad, y hacen de la división izquierda-derecha un horizonte insuperable. Esto también demuestra que el 'macronismo' no es un accidente de la historia, sino una forma de responder a una demanda política cambiante. No es negando la realidad de esta nueva demanda política como se podrá construir una alternativa creíble al sincretismo macronista del al mismo tiempo, sino al contrario, tomándola en serio y construyendo los marcos analíticos que ésta merece.