Este fin de semana re-comienza en Costa Rica el periodo de alta intensidad electoral que vive América Latina desde finales del año pasado. Los cinco comicios que tuvieron lugar en 2021 reunieron un conjunto de características comunes que también van a estar presentes en los procesos electorales del periodo 2022-24. Son seis esos rasgos que apuntan a un proceso de
peruanización de la política latinoamericana.
¿En qué consiste esa
peruanización?
El electorado vota reiteradamente contra quien está en el poder (en Perú nunca ha ganado, desde 2006, el partido que ocupaba el Ejecutivo). La ciudadanía elige, en primera vuelta, en medio de un sistema partidista fragmentado y fuerzas políticas que, más que partidos ideológicos, organizados y estructurados, son vehículos vinculados a un líder: Pedro Pablo Kuczynski llegó en 2016 a la Presidencia liderando un partido sin historia ni enraizado socialmente, Peruanos Por el Kambio, cuyas siglas (PPK) coincidían con las de su nombre y apellido.
En segunda vuelta, el electorado peruano eligió entre extremos del arco político y en medio de una alta polarización. En 2021, el país andino debió escoger entre el candidato situado más a la izquierda, Pedro Castillo, y uno de los más derechistas, Keiko Fujimori. Los extremos se fortalecen, mientras que las opciones de centro no captan apoyos y se dividen, lo cual permite que los extremos, pese a que no reúnan ni una cuarta parte de los votos, accedan a la segunda vuelta. Castillo, con menos del 19%, y Keiko, con el 13%, fueron quienes disputaron el balotaje. Finalmente, este escenario desembocó en una
elevada incertidumbre y volatilidad generadora de un contexto con bajos niveles de gobernabilidad: Perú ha tenido en el último lustro cinco presidentes y tres congresos. Y
Pedro Castillo no ha sido capaz de estabilizar su Gobierno tras medio año en el cargo.
1-. Castigo electoral a los oficialismos
En la actualidad, más que de giros hacia un lado u otro del espectro político hay que hablar de reiterado castigo a los oficialismos.
El electorado sufraga contra quien ocupa el poder. Desde 2019,
eso ha ocurrido en la todas las citas ante las urnas con la excepción de El Salvador, Paraguay y parcialmente en México en 2021, donde el partido oficial siguió siendo el más votado aunque perdió en votos y escaños.
La desafección y el desencanto ciudadanos hacia las instituciones por el deterioro económico, acelerado por la pandemia, y por la pérdida de calidad de vida y posibilidades de mejora social se expresan por medio de ese persistente y continuado voto de castigo contra quien está en el poder y no ha sido capaz de canalizar las expectativas ni mejorar el clima socioeconómico. Ese voto de castigo a los oficialismos, a las élites e incluso con respecto al modelo político dominante, ya se dio en los comicios del mes de noviembre: en
Argentina, la coalición opositora (Juntos por el Cambio) se impuso en las Paso (las internas) y en las legislativas al
kirchnerismo-peronismo.
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De igual manera, existió un múltiple voto de castigo en
Chile: al Gobierno, ya que su candidato (Sebastián Sichel) no pasó a segunda vuelta; y a la élite político-partidista, puesto que al balotaje pasaron dos figuras (Gabriel Boric, izquierda, y José Antonio Kast, derecha) críticos con la labor desarrollada entre 1990 y 2022 por las dos coaliciones (la antigua Concertación y la Alianza) que han gobernado desde La Moneda durante más de 30 años.
Honduras fue otro escenario propicio para el
voto de castigo, ya que la alianza anti-gubernamental que reunía a Xiomara Castro (del partido Libre, izquierda, del expresidente Manuel Zelaya, su marido) y a Salvador Nasralla (populista) se impuso a la formación en el poder desde 2010, el Partido Nacional.
En
Costa Rica, las encuestas apuntan a que el actual partido en el poder (el Partido Acción Ciudadana), que gobierna desde 2014, va a sufrir una debacle electoral: no va a acceder a la segunda vuelta y su candidato no pasará del 5%. El voto de castigo se traducirá en un respaldo hacia las dos fuerzas que gobernaron el país entre los años 50 y 2014 (el Partido Liberación Nacional, PLN, y el Partido Unidad Social Cristiana, Pusc), con lo que el electorado se inclinaría de nuevo por el modelo bipartidista tradicional e histórico o por una alternativa ajena a los partidos tradicionales (el candidato evangélico Fabricio Alvarado), y no tanto por un giro hacia la izquierda.
2-. Polarización en los extremos
Si entre los 80 y el nuevo siglo el electorado latinoamericano votaba, mayoritariamente, entre opciones de centro (de centro-derecha o centro-izquierda), en la actual coyuntura ganan fuerza y peso las opciones que se mueven en los extremos del espectro político.
El ejemplo de esta tendencia es Chile. Desde 1990 a 2018, este país eligió entre dos grandes coaliciones que aglutinaban más del 75% del electorado: la Concertación, que reunía al centro-izquierda y a la izquierda moderada, y la Alianza, que congregaba al centro-derecha y la derecha. En las elecciones de 2021, no sólo se fragmentó ese mapa político al haber cuatro fuerzas con opciones a competir por la Presidencia, sino que el balotaje lo disputaron el candidato situado más a la derecha (Kast) y el que se movía más allá del centro-izquierda (Boric).
En algunos países, como Argentina, esa polarización tiene incluso nombre propio:
'la grieta', que enfrenta a amigos, divide a familias y convierte en tabú hablar de política. Una polarización en los extremos que, en el caso de Honduras, enfrentó a dos enemigos políticos (Manuel Zelaya y Juan Orlando Hernández): el
zelayismo, aliado del
chavismo cuando su líder fue presidente (2006-2009), impulsó la candidatura de su esposa (Xiomara Castro) frente a la de Nasry Asfura del Partido Nacional (derecha), que gobernó en los últimos ocho años con Hernández como presidente.
De cara a las citas con las urnas de 2022, en Costa Rica esa tendencia la representa Fabricio Alvarado, quien encarna un giro ultra-conservador en lo político y en los valores, mientras que en Colombia Rodolfo Hernández es quien abandera un discurso populista y populachero (anti-partidos y anti-elitista).
3-. Fragmentación del panorama electoral
Este
síndrome peruano no se circunscribe sólo a la existencia de un gran número de candidatos presidenciales que obtienen muy baja votación; también se traduce en legislativos muy fragmentados, donde las fuerzas con más apoyos están lejos de la mayoría absoluta y, además, poseen pocos incentivos y escasa voluntad política para conformar mayorías mediante pactos y acuerdos a causa de esa misma polarización en los extremos.
En Costa Rica se presentan 25 candidatos presidenciales (ninguno supera el 20% en intención de voto) y 38 partidos optan al Legislativo.
Esta situación dificulta la gobernabilidad, provoca choques institucionales entre Ejecutivo y Legislativo y, finalmente, provoca la parálisis legislativa y de gobierno. Un ejemplo de esta situación es la que se vive en el Congreso peruano, la Convención Constituyente chilena, la Asamblea de Ecuador y el Congreso argentino, donde el Gobierno de Alberto Fernández avistó rechazado su proyecto presupuestario.
4-. La paradoja del centro político
Los extremos triunfan porque las diferentes opciones centristas, que solían gobernar en las últimas décadas, han perdido apoyo entre la ciudadanía y, además, acuden a las urnas divididas y enfrentadas entre sí.
En los comicios de noviembre, los centros (centro-derecha y centro-izquierda) quedaron fuera de la segunda vuelta (Chile) o fueron inexistentes (Honduras).
Sin embargo,
cuanto más débiles, más decisivos se vuelven esos centros. En Perú se han convertido en el sostén de un Castillo alejado del partido con el que llegó al poder y acosado por una derecha que ya ha tratado de hacerle caer. En Brasil, que celebra presidenciales en octubre,
Lula da Silva, pese a su enorme ventaja en las encuestas sobre Jair Bolsonaro, negocia con su antiguo rival, Geraldo Alckmin (centro-derecha) como forma de lanzar un mensaje de tranquilidad a los mercados y de unidad nacional a la ciudadanía. En Colombia, el izquierdista Gustavo Petro también corteja a fuerzas centristas con vistas a las presidenciales de este año, y en Chile el presidente electo, Boric, ha
conformado su Gabinete apoyándose no sólo en las agrupaciones que lo respaldaron (el Frente Amplio y el Partido Comunista), sino que ha abierto su Gobierno a fuerzas del centro-izquierda, en especial al Partido Socialista.
5-. Persistencia de los personalismos
El descrédito institucional y, sobre todo, de los partidos ha destruido los sistemas en los que se apoyaron las democracias latinoamericanas en los 80 y 90, dando paso a modelos partidistas volátiles que se vinculan a liderazgos carismáticos y que responden más al apoyo o rechazo a un líder que a alineamientos ideológicos.
El personalismo ha permeado las elecciones en Honduras (recordemos que Castro es la esposa del expresidente Zelaya) y en Argentina, donde predomina la dinámica
kirchnerismo vs. anti-
kirchnerismo. Este año, en Colombia se va a votar a favor o en contra de Petro, y en Brasil la
dinámica va a ser
lulismo/anti-
bolsonarismo vs. anti-
lulismo/
bolsonarismo.
6-. Incertidumbre sobre la futura gobernabilidad
La polarización en los extremos, que impide alcanzar acuerdos y consensos sobre políticas de Estado; la alta fragmentación política, que dificulta las negociaciones, y los personalismos exacerbados que incentivan políticas de amigo-enemigo desembocan en escenarios de compleja gobernabilidad y salidas políticas que oscilan entre la parálisis gubernamental y el choque de trenes institucional, con la eventualidad de una deriva autoritaria.
Sobre este panorama de dificultades económicas, frustración social y tensiones políticas emerge la tentación 'bonapartista': líderes y movimientos políticos que proponen alternativas de corte autoritario, iliberal y con alta concentración de poder en la figura de un caudillo-presidente. Ahí se encuentra ya Nicaragua, convertido en un régimen dictatorial y donde las elecciones presidenciales del 7 de noviembre
carecieron de toda credibilidad y consagraron un caudillismo autoritario.