-
+
con la colaboración de

La reinvención ideológica del centro-izquierda

Paolo Gerbaudo

12 mins - 5 de Febrero de 2022, 07:00

¿Cuáles pueden ser las consecuencias de un reajuste del horizonte ideológico para los partidos de centro-izquierda, que en las últimas décadas han abrazado con devoción la visión neoliberal?

Explorar los procesos de transformación ideológica es una tarea urgente en la época actual en la que están desapareciendo certezas varias, tanto en la derecha como en la izquierda. Tras décadas de dominio incontestable y transversal del neoliberalismo (hasta el punto de ser calificado como "pensamiento único" por Ignacio Ramonet de Le Monde Diplomatique), 10 años de estancamiento, austeridad y sufrimiento social agravado por los efectos de la pandemia parecen haber abierto el horizonte ideológico. Prueba de ello es que incluso los partidarios de la austeridad tras la crisis de 2008 (entre ellos, Mario Draghi y su asesor económico en Italia, Francesco Giavazzi) han abandonado algunos de los dogmas en boga en décadas pasadas y hablan ahora de la necesidad de gasto e inversión pública (la famosa deuda buena), mientras que en Estados Unidos, la tradicional ciudadela del neoliberalismo, Joe Biden ha intentado (hasta ahora con poco éxito) recuperar las recetas keynesianas.

Más allá del declive del consenso neoliberal, hay quienes ven el surgimiento de uno nuevo, un Consenso de Cornualles (en referencia al último G-7 en el condado británico), en el que, como sostiene la economista Mariana Mazzucato, "se revitaliza el papel del Estado en la economía".


¿Cuáles pueden ser las consecuencias de este reajuste del horizonte ideológico para los partidos de centro-izquierda, que en las últimas décadas han abrazado con devoción la visión neoliberal? ¿Y qué pasos hay que dar para facilitar la renovación cultural necesaria ante los retos de estos tiempos de crisis del neoliberalismo y la globalización?

Para abordar estas cuestiones, es necesario partir de una perspectiva histórica, que en tiempos de obsesión por el presente proporciona una visión a largo plazo. Sólo aclarando lo que ha sucedido en las últimas décadas puede imaginarse un camino orientado al futuro. Para este propósito de cartografía ideológica e histórica es útil el trabajo de la socióloga estadounidense Stephanie L. Mudge en su libro 'Leftism Reinvented', en el que analiza la transformación ideológica de los partidos de centro-izquierda en Occidente en las décadas recientes y, en particular, su conversión a la doctrina neoliberal. El libro es un enorme volumen de 500 páginas en el que la socióloga explora con gran detalle documental la transformación de cuatro partidos: el SPD alemán, el SAP sueco, el laborismo británico y el Partido Demócrata de Estados Unidos.

[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]

El libro utiliza como principal material de análisis el lenguaje político, que (como afirma Mudge en el primer capítulo) "es el medio de la política representativa, pero un medio cuya producción no controlan los representantes" (pág. 10). Este interés por el papel del lenguaje guarda algunas similitudes con la tradición del análisis del discurso, que se desarrolló en el mundo anglosajón en la intersección de los estudios culturales y la teoría política. Especialmente influyente fue la Escuela de Essex (nombrada así porque se desarrolló en la Universidad de ese condado británico) de análisis de la ideología y el discurso, vinculada a los teóricos populistas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Mudge se diferencia de esta tradición en que no sólo se interesa por el lenguaje político, sino por su producción.


El trabajo de Mudge se inscribe en la estela de la sociología del conocimiento y, en particular, en la obra de Karl Mannheim en trabajos como 'Ideología y Utopía'. En línea con esta tradición, vincula el lenguaje con los actores que lo producen y los intereses que representan. Para Mudge, el lugar decisivo para la producción del lenguaje político es el partido y, más concretamente, las figuras que ella llama "expertos" o "teóricos" del mismo. Para la socióloga, los expertos de estas formaciones "son actores sociales de la red de partidos que orientan sus actividades hacia la producción de ideas, retórica y agendas políticas, con el objetivo de moldear la forma en que el electorado y los políticos ven y entienden el mundo" (pág. 5). Desempeñan un papel de intermediarios entre los políticos y el electorado que es decisivo en la batalla por el consenso. Los perfiles profesionales de estas figuras son diversos: académicos, economistas, asesores de prensa, activistas, periodistas, etcétera. Además, su composición social y su posición organizativa (ésta es la tesis fundamental del libro) evolucionan con el tiempo, reflejando el cambio político e ideológico de los partidos de referencia.

La periodificación ideológica propuesta por Mudge distingue tres fases de la izquierda: la socialista; la economicista y la neoliberal. La primera es bastante evidente: corresponde al momento de afirmación de los partidos socialistas y socialdemócratas durante las primeras décadas del siglo XX. En este contexto, refiriéndose a los discursos oficiales y a los documentos políticos, Mudge muestra cómo los partidos de la izquierda europea compartían un análisis marxista de la realidad, se ponían inequívocamente del lado de los trabajadores en la lucha de clases y declaraban como objetivo la propiedad colectiva de los medios de producción. Claramente, en Estados Unidos el Partido Demócrata (un caso límite a lo largo del libro) no tiene estas posiciones abiertamente socialistas ni un vínculo orgánico con el movimiento obrero, como señaló el sociólogo alemán Werner Sombart a principios del siglo XX. Pero, en comparación con la actualidad, se declaraba más explícitamente portador de los intereses del mundo del trabajo.

La segunda fase, la de la izquierda economicista, es en cambio la que tiene lugar en la posguerra y alcanza su punto álgido en los años 60, cuando el keynesianismo sustituye al socialismo como referencia ideológica de los partidos de centro-izquierda. El llamamiento a la colectivización de los medios de producción se diluye progresivamente, y las consignas se centran en la necesidad de crecimiento, pleno empleo y prosperidad compartida. En Europa, un paso decisivo fue el Congreso del SPD en Bad Godesberg en 1959, donde se abandonaron las consignas marxistas y se propuso el objetivo de una "economía social de mercado" en la que (según la famosa máxima) se trataba de conciliar "tanta competencia como sea posible, tanta planificación como sea necesaria".
 

La tercera fase es la reinvención neoliberal de los partidos de centro-izquierda. En respuesta al declive del consenso keynesiano (apoyado durante mucho tiempo también por el centro-derecha) y a las victorias de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los partidos de centro-izquierda tratan de "modernizarse". La premisa es que en los "nuevos tiempos" (por usar una expresión en boga entre los blairistas durante la década de 1990), los partidos de centro-izquierda tenían que aceptar un mundo en el que la clase obrera había perdido su papel como sujeto universal y abrazar un vago 'progresismo' capaz de seducir a la clase media. En el discurso político de los partidos de centro-izquierda, el mercado se ve ahora como una fuerza benévola y la globalización, como un hecho ineludible.

Para Mudge, el lenguaje del "izquierdismo de tercera vía" tiene tres elementos clave: "Una postura favorable al mercado, un pragmatismo anti-dogmático y una versión del asistencialismo que celebra el trabajo, la adaptabilidad y la responsabilidad personal" (pág. 58). Es la opinión popularizada en Italia por autores como Alberto Alesina y Francesco Giavazzi de que "el liberalismo es de izquierdas". Este discurso es fundamental para la reorganización de los partidos de centro-izquierda y su capacidad para transformarse en partidos comodín capaces de movilizar a la clase media; pero también es el punto de inflexión que, según muchos autores, entre ellos Thomas Piketty, está en la base de la pérdida de consenso del centro-izquierda entre los trabajadores, todo ello en beneficio de los populistas de derechas.
 

Aunque algunos puntos de este análisis histórico de la involución neoliberal de los partidos pueden sonar familiares, el análisis de Mudge tiene dos elementos de originalidad. La primera es identificar el giro economicista y keynesiano de la izquierda como una fase de transición al neoliberalismo. Esto es interesante, dado que muchos ven el keynesianismo como una posición progresista que hay que recuperar para superar el neoliberalismo. Por el contrario, Mudge sostiene que la adhesión al keynesianismo fue acompañada de un progresivo abandono de los ideales socialistas, empezando por la propiedad colectiva de los medios de producción, y de una transformación economicista y tecnocrática de la producción del lenguaje político.

La segunda contribución del libro al debate académico es rastrear (en línea con el enfoque de la sociología del conocimiento) estas transformaciones políticas hasta la operada en lo que podemos llamar el personal ideológico, de una manera que recuerda a C. Wright Mills en
'La élite del poder' y a Ralph Miliband en 'El Estado en la sociedad capitalista'



Las tres fases históricas identificadas por Mudge corresponden, de hecho, a tres tipos bastante diferentes de expertos en los partidos. Durante la fase socialista, dominan los intelectuales fuertemente orgánicos al partido, al que deben su propia carrera. Son periodistas, activistas y sindicalistas formados en el movimiento obrero, en el partido y en sus órganos de educación popular y de prensa: figuras como Rufold Hilferding en el SPD, Fredrik Thorsson en el SAP, Philip Snowden en el laborismo. Aunque estas figuras (con la excepción de Hilferding, que era periodista, no profesor) no tenían credenciales académicas, desempeñaron un importante papel en la configuración del lenguaje político y las políticas económicas de sus formaciones, llegando incluso a ser ministros de Economía. 

Sólo en la posguerra los 'economistas graduados' adquieren un papel dominante como expertos del partido, facilitando la conversión del centro-izquierda al keynesianismo. La necesidad de planificación económica y el crecimiento del Estado del bienestar llevaron a los gobiernos a crear nuevos organismos para desarrollar las políticas económicas, reclutando legiones de economistas para este fin. Un proceso similar tiene lugar en el seno de los partidos, que cultivan sus propios economistas de referencia (por ejemplo, Karl Schiller, economista y ministro de Economía del SPD), a menudo con la oposición de los sindicatos, que los ven con recelo. 

La fase neoliberal también está marcada por una nueva figura de expertos del partido. Se trata de lo que Mudge denomina TFE ("economistas transnacionales orientados a las finanzas): economistas que, aunque no son necesariamente de la 'fe' neoliberal, han absorbido la idea de que la tarea de la Ciencia Económica es hacer compatible la política con las finanzas. Esta nueva generación post-keynesiana de economistas está flanqueada por un ejército de consultores, expertos en comunicación y 'spin doctors', y por el creciente papel que desempeñan los 'think tanks' y las fundaciones, que suplen la creciente incapacidad de los partidos para producir internamente los conocimientos que necesitan.
 

En este contexto, es decisiva la creación de grandes redes internacionales de think-tanks, como la Red Atlas en la derecha y la inspiradora Red de Políticas de la Tercera Vía, que desempeñan un papel cada vez más destacado y autónomo respecto a los partidos en la batalla ideológica. En otras palabras, la progresiva moderación de los partidos de centro-izquierda ha ido acompañada de una progresiva externalización del proceso de producción del lenguaje político.

Junto a este diagnóstico, Mudge no ofrece un pronóstico explícito sobre cómo superar la conversión neoliberal de los partidos. Sin embargo, en la conclusión la socióloga sugiere que es necesario recuperar la idea gramsciana del "intelectual orgánico", que puede volver a "dar voz a los sin voz" (pág. 375). Pero, ¿qué significa hoy para los partidos de centro-izquierda reconstruir la figura de los intelectuales orgánicos?

En primer lugar, es necesario volver a tomar en serio la lucha por el discurso y el lenguaje, ya que -como muestra Mudge- es ahí donde se juega una batalla por el consenso que luego tiene repercusiones políticas tangibles. Sin embargo, esta ambición sólo puede tener éxito sobre la base de una inversión organizativa: la creación de estructuras y la contratación de personal para llevar a cabo realmente este trabajo de producción lingüística. Esto requeriría, en primer lugar, que los partidos políticos de centro-izquierda invirtieran en 'think-tanks' y otras organizaciones extra-partidarias equipadas para esta batalla lingüística, con el fin de equilibrar una situación en la que, especialmente en Italia, la derecha tiene un dominio abrumador en este frente. Pero, a largo plazo, también significa volver a crear estructuras dentro de los partidos en las que se pueda llevar a cabo la tarea de desarrollar lenguajes, visiones del mundo y políticas concretas. Se trata de un proceso que se ha externalizado durante demasiado tiempo, haciendo que los partidos sean presa de los expertos en comercio, cuyos intereses a menudo no coinciden con los de los votantes que el centro-izquierda quisiera representar.
 
(Este análisis se publicó originalmente en 'Il Mulino')
¿Qué te ha parecido el artículo?
Participación