Estimadas lectoras, estimados lectores
Era de esperar, visto el panorama, que no tardaran en aparecer expresiones tan socorridas como
Winter is coming o
tormenta perfecta para describir la que se nos viene encima con la crisis energética. Un repaso en diagonal nos revela que los precios del carbón están en máximos históricos, que los del petróleo se han situado en su nivel más alto en casi tres años y que los del gas natural han encontrado acomodo en las nubes (para más inri, con las reservas estratégicas bajas) mientras los precios de la electricidad, a decir de los mercados de futuros, seguirán dando dolores de cabeza hasta 2024. Para entonces, caerían en picado. Largo me lo fiáis.
El encarecimiento mundial de la energía se debería primordialmente a un fuerte aumento de la demanda impulsada por la recuperación tras la crisis inmediatamente anterior (la pandémica), que habría provocado también disfunciones en la oferta. ¿Y se sabe algo de la transición energética/ecológica? Pues sí: que no está habiendo "una recuperación verde ni tampoco un crecimiento más ecológico", según un
reciente informe de varias agencias vinculadas a Naciones Unidas. "Las emisiones de dióxido de carbono están aumentando de nuevo rápidamente tras una disminución pasajera debida a la desaceleración de la economía" producida por la Covid-19.
Y en el entretanto, los fenómenos climáticos extremos se multiplican (véase
aquí), cobrándose su peaje de vidas rotas y costes millonarios.
Con un
winter así
coming, se puede insistir en que la respuesta adecuada sigue siendo renovables, renovables y más renovables; que lo que estamos pagando (nunca mejor dicho) sería precisamente por haber ido muy lentos o empezado tarde. Pasa que con los precios actuales (y a medio plazo), este mensaje cala con mayor dificultad, genera una suerte de
manía hacia las energías limpias y hace
reverdecer tesis alternativas, como la de acudir complementariamente a la (nueva) energía nuclear. No es broma:
aquí, en esta casa, lo proponían recientemente
Raúl Jiménez y
Luis Moreno. También es verdad que Francia, el país europeo donde reina el átomo, se ha planteado
abjurar de él y pasarse a la eólica. Cabe añadir que el país vecino ha reclamado reformar drásticamente el sistema marginalista (europeo, para más señas) de fijación de precios de la energía.
Como afirma
Benjamin Franta en
este trabajo, entre las décadas de 1990 y 2010 economistas contratados por la industria petrolera utilizaron "modelos que inflaban los costes [de las políticas climáticas propuestas] e ignoraban sus beneficios", presentándose a menudo los resultados "como independientes y no como patrocinados por la industria. Su trabajo desempeñó un papel fundamental a la hora de socavar numerosas e importantes iniciativas (...) a lo largo de varias décadas". Si a ello le sumamos que los gobiernos se habrían dormido en los laureles, habrían optado por no explicar a la ciudadanía los costes de la transición y/o practicado la táctica (no estrategia) del avestruz, tendríamos ya listo el cóctel Como ha
dejado dicho Antoni Zabalza en referencia al español, aunque extrapolable, "¿acaso no hizo los análisis necesarios para prever: primero, el importante aumento del precio de los derechos de emisión que se avecinaba; segundo, el efecto que este aumento iba a tener sobre el precio de la electricidad; y tercero, las consecuencias de una electricidad sustancialmente más cara sobre el bienestar de los hogares y la posición económica de las empresas?". Su respuesta es "probablemente" no.
Gráfico
En Reino Unido, últimamente muy amigo de las emociones fuertes, han incorporado a este cóctel el ingrediente del
Brexit, convirtiendo el acto hasta ahora tan rutinario de llenar el depósito en una especie de precuela de la saga cinematográfica
Mad Max. Pero los
truenos de esta
tormenta perfecta se escuchan hasta en China (véase
aquí con detalle). Allí se suceden los apagones diarios en varias provincias; las autoridades recomiendan recurrir a la luz natural y no utilizar el aire acondicionado; varios proveedores de Apple y Tesla, entre otras industrias, han parado durante varios días por orden administrativa; y no se descarta que el Gobierno ceda a las presiones de las compañías energéticas y acabe repercutiendo en los ciudadanos el encarecimiento del carbón (carbón, sí, no es una errata) y el gas.
Quienes no se manejen con el chino tendrán que interpretar el
gráfico (de Jiemian, y difundido por
Yan Qin) fijándose en los colores de los semáforos. En definitiva, se trata de reflejar que más de 20 provincias han frenado el consumo industrial y residencial desde finales de agosto, así como el estado de escasez en el que se mueve el país.
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. Las explicaciones, de la mano de uno de sus promotores,
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'Podcast'
La inmensa mayoría de las estimaciones publicadas apuestan por cifras mareantes, millón arriba millón abajo, de creación de empleo neto por la transición energética. Pero, en España, habrá que hacerlo conjugando la reducción de emisiones, el crecimiento económico, la corrección de los rasgos más negativos de nuestro mercado laboral y reduciendo la precariedad y la desigualdad.
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Cristina Monge, politóloga y profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza y que incluye, entre sus áreas de interés, la gobernanza para la transición ecológica; y
Joaquín Nieto, que fue director para España de la Organización Internacional del Trabajo en la última década, ex secretario confederal de Medio Ambiente y Salud Laboral del sindicato Comisiones Obreras e impulsor de la adopción de la transición justa en la agenda climática.
Buena lectura,
Guillermo Sánchez-Herrero
Editor de Agenda Pública