Las aportaciones del pensador David Graeber han atraído la atención de algunos medios de comunicación que
'miran adelante'. El antropólogo de la London School of Economics avanzó la tesis de que las sociedades antiguas no se organizaban precisamente con sistemas políticos jerarquizados, sino que disponían de organizaciones transversales más afines a la anarquía; es decir, sin presencia de instituciones coercitivas de
ordeno y mando. Y que funcionaban mejor. Tales observaciones son controvertidas y necesitan de análisis más ajustados y avalados por sus pares académicos en el campo de la antropología económica; pero son relevantes en la encrucijada post-pandémica que afrontamos.
La 'Great Resignation' (o
Big Quit), que puede traducirse libremente como la
Gran Espantada, ilustra una situación en la que grupos de trabajadores asalariados dimiten y abandonan masiva y voluntariamente sus puestos de trabajo. En su libro
Bullshit Jobs (
'Trabajos de Mierda: una teoría'), Graeber arguye que hay trabajadores en EE.UU. que se han cansado de sus empleos esclavizadores y han decidido dedicarse a otras cosas. La
falta de mano de obra en ciertos sectores económicos estadounidenses es acuciante –pese a los reclamos anti-inmigratorios del populismo
trumpista–, circunstancia en la que los procesos de
robotización en curso inciden plenamente.
Según Anthony Klotz, un abandono laboral semejante ya habría comenzado a producirse en EE.UU hacia mediados de 2021 como respuesta a los efectos de la pandemia de la Covid-19. Ello sería resultado, principalmente, de que el Gobierno estadounidense no ha proporcionado protección adecuada a los trabajadores (especialmente a los
working poor, cuyos estipendios no les permiten cruzar el umbral de la pobreza) y de un irrefrenable aumento del coste de la vida.
La 'espantada' sería como una huelga general ante un presente sin futuro.
La crisis pandémica ha puesto de relieve la emergencia de una nueva clase social en el mercado laboral formal. No se trata simplemente de un 'precariado' coyuntural atento a retornar a la 'vieja normalidad' del puesto de trabajo, como interpretan algunos tradicionales sindicatos de clase (trabajadora formal y asalariada). Bien podría tratarse de una
nueva clase inútil, compuesta por empleados superfluos expulsados por el sistema o que se han retirado por decisión propia.
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La auto-profecía de la Gran Espantada no se ha cumplido de momento en Europa y, mal que bien, la actividad económica se mantiene y hasta crece estadísticamente. Los ávidos consumidores siguen endeudándose para comprar sus anhelados vehículos SUV, mientras resisten el modelo social europeo y sus asediados estados del Bienestar. Lo hacen con más pena que gloria, vistas las dificultades que encaran sus sistemas de sanidad, educación y transferencia de rentas (pensiones).
Graeber ha prestado mucha atención a la desigualdad y a cómo la jerarquía está diseñada para gobernar nuestras sociedades. Un tema recurrente sobre el que ha escrito extensamente es la persistencia de una burocracia disfuncional –y que nosotros hemos referido ilustrativamente en el caso de España como de
'manguito'– en nuestras sociedades actuales.
La digitalización y la robotización deberían facilitar que buena parte de los trámites burocráticos y la formalización de los itinerarios administrativos fueran cosa del pasado; pero siguen aumentando inútilmente.
Con una experiencia personal, Graeber ilustra la futilidad de algunas actuaciones burocráticas, como el enredo administrativo en el que su madre se vio involucrada con el servicio de salud de Medicare en EE.UU. y que concluyó, lamentablemente, con su fallecimiento. Para quienes trabajan en el sistema público de investigación español, la burocracia es frustrante y cada vez más alambicada. Siempre se requieren más y más documentos en papel para justificar lo innecesario (por ejemplo, el investigador debe proporcionar un certificado de titularidad de su cuenta bancaria [sic] para recibir pagos y reembolsos). ¿Queremos seguir ofertando empleo público para que los nuevos funcionarios justifiquen su labor poniendo más trabas y filtros al imaginativo trabajo científico?
Como acertadamente ha expuesto Víctor Lapuente en 'Esclavos de la Ley', el interés primordial del empleado público en España no es hacer algo bueno, sino evitar hacer algo malo. La insistencia en que se cumplan las siempre crecientes normas procedimentales esconde, además, una mentalidad no sólo de
manguito para evitarse problemas con sus superiores de la Administración. Si un funcionario inventase un algoritmo para tramitar, por ejemplo, el Ingreso Mínimo Vital en tiempo récord podría tener problemas por saltarse los procedimientos establecidos y no se le premiaría por su creatividad y eficiencia. Tal enfoque limita la capacidad para innovar en España. Los cientos de miles de personas trabajando con estos procedimientos en nuestras administraciones puede que sean tan o más innovadores que sus colegas holandeses, pero tienen miedo y viven en el pasado de una Administración napoleónica.
¿Por qué el ejemplo de Estonia no es seguido por otros países de la UE? Allí la digitalización ha permitido seguir funcionando administrativamente sin mayores problemas durante la pandemia.
El país báltico es el más avanzado del mundo en robotización digital de su Gobierno; y lo es a tal nivel que el 99% de los servicios gubernamentales se pueden ejecutar digitalmente. Los funcionarios de carne y hueso han sido reemplazados por un
bot conversacional (
chatbot) que se dirige a la persona para resolver sus dudas. En Estonia se puede votar por internet, renovar el pasaporte y hasta inscribir telemáticamente un nacimiento en el Registro Civil. En realidad, dichas gestiones se pueden realizar desde las
apps en los teléfonos móviles.
Otros trámites incluyen, por ejemplo, la solicitud de la prestación de desempleo o la de ayuda asistencial presencial para un familiar o un amigo discapacitado, algo muy aconsejable en tiempos de pandemia.
Los estonios no han tenido que acudir presencialmente a ninguna oficina física de su Administración pública en los últimos 20 años. En ese país
está prohibido por ley solicitar un dato más de una vez. Es decir, si el dato se introdujo alguna vez, ya está en la
'blockchain' y, por lo tanto, el programa de inteligencia artificial ya lo encontrará si hace falta para otra gestión, aunque sea 100 años después.
Como hemos apuntado, se arguye que el principal motivo de la Gran Espantada en EE.UU. pudiera ser que la gente está harta y hastiada de sus trabajos basura y de su vida de pobres trabajadores; tan cansada que prefiere simplemente dejarlo, y muchos de ellos se recluyen 'de fuera hacia dentro', con un alarmante consumo de opiáceos para
olvidarse de la realidad circundante. Para no pocos frustrados
perdedores estadounidenses –en una sociedad de
ganadores y perdedores–, el recurso a mano es atiborrarse de drogas médicas para pasar las horas y los días. La falta de soportes sociales o lazos familiares fuertes ha provocado una ausencia de ayuda en situaciones extremas, como la falta de trabajo y de un salario. Todo ello ha contribuido a generar situaciones que desembocan en drogodependencias irreversibles y fatales. Sin ayuda intergrupal o comunitaria, y sin recursos para salir de esa dependencia, el panorama tiene tintes de tragedia a escala nacional sin soluciones a la vista, dada la ausencia de actuaciones efectivas por parte de autoridades y poderes públicos.
Sin duda, la progresiva digitalización y robotización implica la desaparición de viejos puestos de trabajo inútiles, que son dañinos para preservar el bienestar y el bien común del conjunto de nuestras sociedades. A la postre, si se quedaren sin su puesto fijo, los funcionarios de manguito siempre podrían recurrir como último recurso a la percepción del Ingreso Mínimo Vital, asumiendo que este programa estuviese bien gestionado digital y telemáticamente; y mediante la aplicación, según nuestra propia preferencia entre las alternativas posibles, del impuesto negativo de la renta.
En paralelo a la continua robotización de nuestra sociedad, el establecimiento de un ingreso ciudadano universal gana fuerza argumentativa como opción no sólo plausible –sino deseable– de un futuro digital. Hace unos días, se publicó en estas páginas un artículo en el que se analizaba el apoyo a la renta básica universal (RBU). Su autora, Leire Rincón, presentaba los resultados de una investigación experimental: a destacar que "... la universalidad reduce el apoyo(...), pero la incondicionalidad no actúa de la misma forma". Recortar los gastos sociales existentes compromete el apoyo ciudadano, pero la ampliación de la presión fiscal sobre las rentas más altas lo incrementa de forma significativa. Los hallazgos de este estudio se incardinan en el desarrollo ulterior del Estado de bienestar y el
debate en curso entre los enfoques progresistas sobre si hay que optar entre la renta universal o las políticas de garantías de empleo para todos. Debemos
mirar adelante teniendo en cuenta la desaparición de los empleos disfuncionales y repetitivos, que debieran ser sustituidos sin mayor dilación por los robots y los circuitos de inteligencia artificial. Nuestro ángulo propositivo es, por tanto, de matriz tecnológica, pero apunta en la misma dirección de su implementación ciudadana universal.
La puesta en marcha de un ingreso de este alcance bien podría ser el correlato de una robotización que facilitase el estatus de ciudadanía económica (derecho básico a la vida y a la supervivencia material) para aquellos ciudadanos que engrosan incesantemente las filas de los parados estructurales y los espantados. Tras las conquistas históricas en el desarrollo moderno de la ciudadanía, civil, política y social (esta última, aun parcialmente, con la construcción de nuestros estados del bienestar), ha llegado la hora de que, como nos ilustra Graeber respecto a las sociedades antiguas de organización transversal, consolidemos modos eficientes de prosperidad más afines a la anarquía; es decir, sin presencia de instituciones burocratizadas y coercitivas, que son crecientemente disruptivas para el desenvolvimiento social de las personas.
Creemos que la robotización integral podrá liberar por completo a la sociedad de los trabajos obligatorios, ayudará a la implementación de un ingreso ciudadano universal y dejará el trabajo como un asunto voluntario y no como una necesidad de supervivencia, como sucede ahora para más del 90% de los seres humanos. La robotización conlleva el potencial de liberarnos del trabajo no deseado, o repetitivo y rutinario. En este punto, es oportuno rememorar la proclama de Bertrand Russell en su celebrado 'Elogio de la ociosidad' (1935): "...En un mundo donde nadie se ve obligado a trabajar más de cuatro horas al día, cada persona poseída de curiosidad científica, podrá disfrutarlo, y cada pintor podrá pintar sin hambre; sin importar la calidad de sus pinturas". Quizá va siendo hora de que apliquemos la aspiración de Russell y de lograr el derecho a la ciudadanía económica con la franquicia del derecho al ingreso ciudadano universal.
Los autores de este artículo no son activistas anarquistas, como sí lo era Graeber; ni en sus versiones de libertarianismo mercantilista a la anglosajona, ni en la tradicional del anarquismo ibérico. Pero seguimos a rajatabla la máxima socrática de la dignidad de pensar sin restricciones.