-
+
Bertrand Guay (AFP)

Palabras clave en campaña: el nuevo escenario de lo 'breve'

Jean-Louis Missika, Denis Bertrand

13 mins - 19 de Febrero de 2022, 07:00

En una campaña electoral que de momento se muestra esquiva, han surgido algunas lagunas lingüísticas sorprendentes, como el emblemático "¡Ben voyons!" ("vaya, en serio?") de Eric Zemmour. ¿Desaceleración del discurso? ¿Pereza mediática? ¿Grandeza digital? ¿Opciones retóricas? ¿Qué revelan estas expresiones, que parecen arrastrar al enfrentamiento político, sobre nuestra relación con la política?

No es nuevo: el discurso político lleva mucho tiempo haciendo uso de frases cortas y afiladas, palabrotas y expresiones chocantes. Se remonta por lo menos a las mazarinadas, hacia 1650, consistentes en esas "observaciones muy notables sobre el Estado gobernado por extranjeros con los inconvenientes que pueden ocurrir" (Mazarino era italiano): "Et lors, ô Cardinal pelé, / Cardinal detesticulé"; "Masturpateur insigne"; "Va-t'en dans Rome estaller / Les biens qu'on t'a laissé voler" ("Y entonces, oh Cardinal pelado, Cardinal sin testiculos, masturbador insignificante", "vete a Roma y llévate todos los bienes que te dejaron robar”). Estas expresiones acompañaban a las declaraciones políticas.

Más tarde, se presentan en forma de minúsculos monumentos que graban en la memoria la imagen y el estatus de un hombre: la cosa, el chienlit (desastre) y el bamboche (juerguista) son de Charles de Gaulle, hasta que hace poco fue retomado por un prefecto de época en periodo de reclusión: "¡No celebramos más, se acabó el bamboche (la juerga)!" Asimismo, el ¡Pschitt...! y el abracadabrantesco se refieren a Jacques Chirac y hacen una especie de retrato de él. Así, estas palabras y frases, como la famosa "No tenéis el monopolio del corazón" y tantas otras, se quedan en la superficie del discurso político, sin expresar la visión de fondo, ni el programa, ni la lucha. Son palabras ingeniosas o raras, proyecciones, en forma de picas o flechas, que salpican el discurso como para despertar al ciudadano de su letargo.

La campaña actual continúa esta tradición política, y algunas palabras aspiran a formar parte a nuestras antologías: "Ben voyons!" ("Vaya, ¿en serio?"), "Cramer la caisse" (dilapidar el presupuesto; en argot, "quemar el coche"), "Les non-vaccinés, j’ai envie de les emmerder" ("quiero joder a los no vacunados"), "je vais ressortir le Kärcher de la cave" ("voy a sacar la Kärcher del sótano/trastero").

[El fabricante alemán de limpiadoras de alta presión ha pedido que dejen de utilizar su marca para mensajes políticos; una costumbre recurrente, pues Nicolas Sarkozy ya lo hizo al hablar de inseguridad al ser nombrado ministro del Interior].

[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]

Por supuesto, la saliencia está ahí, pero esta vez algo ha cambiado. Quienes utilizan estas fórmulas ya no se contentan con expresar una ocurrencia, una especie de mini-espectáculo en el escenario del poder, sino que son el centro de una posición política o de un proyecto, los portadores de la propia polémica. Condensan una argumentación que consiguen, de esta forma, evitar. El "en même temps" ("al mismo tiempo") que Emmanuel Macron empleó machaconamente durante la campaña de 2017 para afirmar su rechazo a la división izquierda-derecha ya anticipaba esta forma de condensar una política en tres palabras.

¿De dónde viene esta nueva cultura de lo breve? ¿Cómo se despliega el mensaje dentro de las palabras gruesas? ¿Es una nueva retórica persuasiva que asigna un lugar diferente al ciudadano votante, según sus supuestas expectativas?

El resumen es la nueva obligación
En una campaña que pugna por interesar a los franceses, se empiezan a ver los efectos del nuevo dispositivo mediático que imponen las redes sociales y las plataformas digitales. Una campaña presidencial siempre ha sido una batalla de agendas. Imponer sus temas, sus propuestas, sus fórmulas, sus palabras, es el primer reto. Pero, ¿qué ocurre cuando el objeto de la confrontación se escapa? ¿Cuando ya no sabemos dónde ni cómo controlar la agenda? Ya no basta con que un candidato se apunte a la hora punta de una cadena generalista para llegar a la mayor audiencia posible. La televisión ya no es el medio dominante y la audiencia de los periódicos está envejeciendo. La elección de los medios de comunicación es menos importante que la elección de las palabras y la misión que se les asigna.
 

La cuestión es traspasar los filtros burbuja que enclaustran al público en mundos cerrados, conseguir que escuchen otra voz distinta a la que se espera allí, y generar revuelo. Ya no es 'el medio es el mensaje', sino el mensaje el que es el medio. Para llegar a las redes sociales, debe cumplir dos criterios sencillos: violencia y brevedad.

En un mundo mediático en el que las plataformas digitales se están convirtiendo en el medio dominante, la batalla por la agenda se ha transformado en la batalla por la atención. Los algoritmos seleccionan los contenidos que pueden generar clics y amplifican la polarización. La agenda de las plataformas ha primado sobre la de los medios, y es la propagación algorítmica del mensaje la que condiciona el éxito o el fracaso de la comunicación. Para captar la atención y potenciar el compromiso ciudadano, el contenido más impactante es el más eficaz, ya que genera la propagación algorítmica más rápida y fuerte en las redes. Lo más importante es la velocidad y el alcance de la circulación del mensaje en las horas siguientes a su publicación, más que su calidad o relevancia.


Esta propagación del mensaje por parte de los usuarios, estimulada por los algoritmos, también genera fragmentación. Circulan informaciones descontextualizadas, citas aproximadas, a veces deliberadamente distorsionadas. Un mensaje reducido a una sola palabra ya no puede ser fragmentado. Esta condensación máxima se corresponde con la expansión de la interpretación. La medida del éxito de una palabra es la abundancia de comentarios que generará, adelantándose a la escena mediática, captando la atención e imponiendo su supuesto contenido en detrimento de todos los demás. El objeto del debate deja de ser el proyecto político, sino la elección del vocabulario.



La brevedad no se refiere sólo a los mensajes, sino también al tiempo que permanecen en la agenda política. La volatilidad de esta última y el carácter errático de su construcción es un daño colateral de la hegemonía de las plataformas. Esta estrategia de zumbido y propagación en las redes es profundamente diferente a la de los medios de comunicación de masas. En el pasado, el candidato intentaba influir en el orden del día y provocar un cambio temático destacando su argumentación y su ángulo. Ahora, es la gran palabra la que tiene la tarea, por sí sola, de hacer que la agenda cambie, por un tiempo muy corto.

Además, otro indicador de la especificidad de esta forma de lenguaje en el discurso político es que el lugar donde surge también parece aleatorio y su apoyo es a menudo accidental. Lejos de inscribirse en un acontecimiento programado, situado en un género bien definido dentro de un argumento y producido en circunstancias establecidas, se produce en el transcurso de una frase, como por casualidad. Su uso posterior como consigna, emblema o elemento del programa depende de las 'cámaras de eco' que lo haya hecho resonar.

En definitiva, el fenómeno revela una nueva lógica del discurso: tras la inhabilitación del razonamiento en favor de la emoción, he aquí la desautorización de la emoción en favor del espasmo, esa "contracción súbita y violenta de ciertos músculos"  según el diccionario Petit Robert. El espasmo se traduce aquí en la hiper-dramatización, que consiste en poner la narración en todas partes, en hacerla surgir de una sola palabra, de manera esquemática y conflictiva, calentando los valores en una proclamación ideológica rígida y simplificadora, que conduce con la misma rapidez a la extinción de su sentido y al olvido.

Un primer glosario
Los lingüistas han observado que una de las propiedades generales del discurso es su elasticidad: puede condensarse en una palabra o estirarse a voluntad, como demuestra la supuesta equivalencia en un diccionario entre una palabra y su definición. En el discurso de la campaña actual, el poder de irrupción de estas expresiones comodín se refleja, pues, en su penetración y expansión en la escena mediática, tanto en términos de apoyo como de contestación.

El "¡Ben voyons!" ("Vaya, ¿en serio"? de Éric Zemmour es un buen ejemplo. Esta línea de conversación estereotipada del candidato se ha convertido en su truco. Se puede ver en sus mítines en los carteles que blanden sus partidarios, como un eslogan. Su importancia política es doble. Por un lado, le sirve para cortar el intercambio, al modo de "¡estás diciendo tonterías!", lo que cercena cualquier posibilidad de discusión.

La expresión se convierte así en el marcador de la concepción 'zemmouriana' del debate político: el rechazo del diálogo. Y su carácter irónico refuerza este efecto de descalificación del interlocutor. Por otro lado, esta firma individual se ha convertido en una firma colectiva. Tomado en masa, es un signo de unión y pertenencia. La comunidad del "Vaya, ¿en serio?" se basa en la connivencia en torno a un tema principal: la mentira de las élites. La palabra condensada sugiere la denuncia de una conspiración para silenciar el gran reemplazo, el gran declive o los peligros del Islam.

"¡Emmanuel Macron ha quemado el arca! ( ha dilapidado el presupuesto ). Esta frase, pronunciada por primera vez (en septiembre de 2021) durante una entrevista en la calle y, desde entonces, repetida en bucle por Valérie Pécresse, condensa un juicio político de alcance general. Se difunde, y así tiende a convertirse en un eslogan (nótese la eficacia poética de la asonancia: "Macron a cramé..."). El fenómeno de la repetición es esencial aquí. En primer lugar, inscribe el discurso de la candidata en la narrativa de su propio partido y, a continuación, contribuye a precisar su posición en él consolidando su identidad. Porque ella no inventó el uso político de esta expresión fija. Fue utilizado en febrero de 2018 por Laurent Wauquier, entonces presidente de los Republicanos (LR), en relación con la gestión de las finanzas en el Ayuntamiento de Burdeos. El alcalde, Alain Juppé, acusado de haber quemado totalmente las arcas de su ciudad, denunció entonces la "extrema vulgaridad" de la expresión. Es una expresión casera que permite a la candidata no sólo reivindicarse a la derecha de su partido, sino también trascender su imagen de burguesa estirada explotando un registro coloquial. 

El uso reiterado de la frase conduce a su desgaste, y esta connotación popular corre el riesgo de revelar su carácter artificial y convertirse en contra-argumentativa. Además, en su brevedad, condensa un argumento político de alcance más general al anatemizar la dispendiosidad, rasgo clave de toda mala gestión que consiste en infligir la deuda a otros, a las generaciones futuras. Finalmente, como muestra de esta inflamación discursiva, el primer ministro, Jean Castex, acusó a su vez a Pécresse (de nuevo, asonancia: ...cresse caisse...), el 30 de enero, de "quemar considerablemente" el erario con sus propuestas de campaña.
"Quiero sacar la Kärcher de la bodega", la segunda expresión de Pécresse, tiene las mismas propiedades que la anterior, que es el comienzo de una regla. Por el momento, la candidata de LR sólo se permite decir palabras gruesas si ya las ha pronunciado un miembro destacado de su partido, a riesgo de reforzar la imputación de que carece de carácter y personalidad. Su medio de enunciación (formulado por primera vez en una entrevista al diario regional La Provence, el 5 de enero de 2022), su referencia histórica que lo convierte en un acto de filiación (referencia a la frase de Sarkozy, entonces ministro del Interior) con el mismo posicionamiento político (ella "toma la antorcha") y, finalmente, su extensión narrativa, que desata la polémica y se expande sobre el programa de seguridad del candidato: "Lleva 10 años ahí, lo pusieron François Hollande y Emmanuel Macron, y es el momento de utilizarlo" para "limpiar los distritos". Ahora la palabra puede circular, está en red: el proyecto político está contenido en una tableta efervescente.

"Los no vacunados, realmente quiero cabrearlos. Y así vamos a seguir haciéndolo, hasta el final". La verborrea de Macron responde al hartazgo expresado por un lector de Le Parisien, por lo que está al margen de los medios y del discurso oficial. Se simula como una declaración hecha fuera del escenario que se instala en el centro de la escena. En pocas horas, la frase se convirtió así en central y decisiva, como si estuviera programada para serlo, en el corazón de las redes sociales y, por tanto, de la propia campaña. Mil veces retomada, escrutada, comentada, explicada, (mal) traducida, puesta en perspectiva histórica, ya no tiene secretos y sus apuestas políticas se miden al milímetro. Probablemente nunca el verbo cabrear ha tenido tanta dignidad estratégica.

La novedad de lo breve, del que el tuit es el molde y el 'like' la bandera, hace así de la explosión del lenguaje, la información y el humor la base espectacular del discurso político durante la campaña, comprimiendo valores, programas y antagonismos en una palabra, y comprometiendo a la comunidad al margen de cualquier argumento. Satisface (sólo en apariencia) la atención de un ciudadano que se considera incapaz de centrarse más allá de una palabra, debido a un dispositivo mediático impulsado por las plataformas digitales y los medios de opinión. Este nuevo uso de la expresión gruesa es el síntoma de un espacio público fragmentado, de una campaña incapaz de construir una agenda coherente, de un debate público caótico. Por supuesto, es divertido que uno de estos mensajes pueda transformarse en un programa, pero también es alarmante que el programa de una campaña presidencial se construya de esta forma.
 
(Este análisis se publicó originalmente en Terra Nova)
¿Qué te ha parecido el artículo?
Participación