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Piroschka van de Wouw (Reuters)

Tiempos difíciles para la derecha europea occidental

Tim Bale, Cristóbal Rovira Kaltwasser

26 mins - 28 de Febrero de 2022, 16:47

Los partidos políticos de centro-derecha europeos solían ser vistos como algo seguro y estable; ya no. Los partidos democratacristianos, conservadores y liberales de mercado del continente (de los que puede decirse que cada uno pertenece a tres familias de partidos distintas que, juntas, constituyen la corriente principal de la derecha) están experimentando transformaciones significativas y fascinantes, entre otras cosas porque se enfrentan a un desafío cada vez más serio: el de la derecha radical populista.

Además, dado que siguen desempeñando un papel en el gobierno de numerosos países, su papel en la preservación del orden liberal en un continente que lucha contra los cambios provocados, por ejemplo, por la erosión gradual (y la posterior demanda de reimposición) de las fronteras nacionales no es algo que podamos permitirnos ignorar.


Para ver lo que está en juego, basta con echar un vistazo al otro lado del Atlántico, donde la Presidencia de Donald Trump, y el apoyo aparentemente incuestionable que le dan sus co-partidarios en el Congreso incluso después del asalto al Capitolio, pone en duda que el Partido Republicano pueda seguir siendo considerado un partido de la derecha convencional, algo que tiene consecuencias para el futuro de la democracia en Estados Unidos.

Debemos señalar desde el principio que las descripciones de la situación política en Europa occidental tienden a centrarse más en las dificultades de la corriente principal de centro-izquierda que en las de centro-derecha. Esto se debe a que los partidos socialdemócratas están luchando por retener a sus votantes tradicionales y les resulta difícil atraer a suficientes votantes nuevos y progresistas, entre otras cosas porque algunos de estos últimos prefieren apoyar alternativas pertenecientes a las familias de los partidos verdes y de extrema izquierda (véase el Gráfico 1).
 
Gráfico 1.- Resultados de los partidos de izquierda en las elecciones nacionales de Europa occidental

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Con razón o sin ella, el declive de la socialdemocracia también está vinculado al ascenso de los partidos populistas de derecha radical. De hecho, casi no pasa un día sin que los medios de comunicación de toda Europa hagan al menos alguna mención a estos últimos, muchos de los cuales obtienen ahora regularmente entre el 5% y el 15% de los votos.


Además, estos partidos no son tratados necesariamente como parias (no aptos para el Gobierno) por sus competidores. De hecho, han estado en el poder en Austria, Finlandia, Italia, los Países Bajos, Noruega y Suiza, y han proporcionado un apoyo parlamentario regular y fiable a los gobiernos en minoría en Dinamarca, y todo ello a pesar de que las investigaciones demuestran que, como algunos ingenuamente esperaban, no se han vuelto más moderados con el tiempo.

Ahora bien, cabría suponer que el corolario del declive de la socialdemocracia sería el ascenso de los partidos pertenecientes a la corriente principal de la derecha, es decir, los partidos conservadores, democristianos y liberales (de mercado) que siempre se han vendido como firmes defensores de las economías capitalistas y, ciertamente en los dos primeros casos, de los valores tradicionales.

Sin embargo, tal y como se expone en nuestro libro recientemente publicado, 'Riding the Populist Wave: Europe's Mainstream Right in Crisis', muchos de esos partidos también tienen problemas electorales, aunque el ritmo al que se enfrentan a ellos puede variar considerablemente.
 
Gráfico 2.- Resultados de los partidos de derecha en las elecciones nacionales de Europa occidental


En parte porque esas dificultades no han sido en general tan graves como las de sus homólogos de centro-izquierda, y en parte porque a menudo tienen más opciones de coalición, estos partidos parecen, por ahora, más capaces de mantenerse en el poder. Pero esto no debe hacernos olvidar los problemas a los que se enfrentan, incluso cuando se trata de algunos de los partidos más fuertes del continente, como el Partido Popular español y la CDU/CSU
alemana.

Como muestra el Gráfico 2, mientras que la familia de partidos de la derecha radical populista ha sido capaz de establecerse y ampliar su atractivo electoral, y mientras que los liberales se han mantenido relativamente estables, tanto la familia de partidos conservadores como la de los democristianos han experimentado un descenso en sus apoyos.

Resulta sorprendente la falta de atención por parte de los académicos y de los medios de comunicación al declive de estos partidos de centro-derecha en toda Europa occidental. Pero puede ser explicable: como muestran las figuras 1 y 2, esa caída del apoyo experimentada por los democristianos y los conservadores ha sido mucho más gradual que el que ha afectado a los socialdemócratas. Y, por lo tanto, esa decadencia es más fácil de pasar por alto.

¿Qué es la derecha convencional?
La corriente principal de la derecha engloba a un grupo de tres familias de partidos (democratacristianos, conservadores y liberales) con dos atributos principales. Por un lado, todos creen que la desigualdad es natural y no es algo por lo que el Estado deba preocuparse demasiado.

Por otro lado, no sólo adoptan políticas bastante moderadas, sino que también apoyan las normas y valores existentes (incluidos el Estado de derecho, los derechos de las minorías, las libertades de los medios de comunicación) que son intrínsecos a la democracia liberal; apoyo que los distingue de la extrema derecha, que no sólo abraza posiciones duras, sino que también rechaza algunas o todas esas normas y valores, ya sea explícitamente (la extrema derecha) o más sutilmente (la derecha radical populista).

Esto no quiere decir que la corriente principal de la derecha constituya una especie de bloque esencialmente homogéneo. Por ejemplo, los democratacristianos como la CDU/CSU se caracterizan no sólo por la promoción de la integración europea, el compromiso de clase, la acomodación y el pluralismo, sino también por el desarrollo de un régimen de bienestar bastante amplio que, entre otras cosas, privilegia a las familias sobre los individuos y se basa en el principio de subsidiariedad.

Los conservadores (como los 'tories' británicos) suelen promover, por el contrario, un Estado de bienestar más residual y adoptan una línea más nacionalista, siendo notablemente menos entusiastas, por ejemplo, con la integración europea. Por el contrario, los liberales, como el Venstre en Dinamarca o el VVD holandés, suelen ser más internacionalistas y están más preocupados por la promoción y la protección del pluralismo y los derechos individuales (y no sólo los derechos de propiedad) que por la conservación de los valores tradicionales.

Estas diferencias contribuyen a determinar el alcance y la escala de sus respuestas a los retos que afrontan y, de hecho, el alcance de los problemas electorales en los que se encuentran.

El doble impacto: la revolución silenciosa y la contrarrevolución silenciosa
Para comprender mejor la situación política actual y el destino de la derecha convencional en Europa Occidental, y para apreciar el enorme desafío al que se enfrenta, hay que reconocer una importante transformación que ha sacudido la política europea occidental.

En efecto, dos revoluciones han sacudido el continente, que han hecho posible la aparición de dos nuevas familias de partidos: una 'revolución silenciosa' que, entre otras cosas, propició la aparición de los Verdes, y una 'contrarrevolución silenciosa' que contribuyó a dar lugar a la derecha radical populista.

El crecimiento económico sostenido que caracterizó las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial permitió la aparición de una robusta clase media que empezó a preocuparse menos por las necesidades materiales y a poner más énfasis en las 'post-materiales'. No se trató de una transformación brusca, sino de una evolución a cámara lenta que fue defendida primero por las generaciones más jóvenes, que se preocupaban por cuestiones como el comercio justo, la paz internacional, el respeto al medio ambiente y los derechos de la mujer.



En la década de 1980, esta generación fue capaz de provocar un cambio en la agenda política de la mayoría de las sociedades europeas occidentales, presionando a los partidos políticos existentes para que se adaptaran a este nuevo escenario, marcado por la creciente relevancia de los valores post-materiales y, por tanto, por la disminución de la fuerza del voto de clase tradicional.

El creciente apoyo a los valores progresistas por parte de la clase media supuso un gran reto para la derecha dominante, ya que la izquierda parecía dispuesta a ampliar su base de apoyo más allá de la clase trabajadora tradicional. Esto ya era difícil de por sí, pero a partir de los años 80 y 90, la derecha dominante también se enfrentó al desafío de los nuevos partidos de su flanco derecho, que eran en parte producto de una reacción socio-cultural similar contra los valores progresistas, especialmente contra el multiculturalismo y la inmigración, una reacción que el politólogo italiano Piero Ignazi calificó de "contrarrevolución silenciosa".

Como resultado, los partidos de la derecha dominante se han encontrado con una tensión entre, por un lado, la necesidad de seguir apelando a los votantes acomodados (y a menudo bien educados), muchos de los cuales expresan los valores liberales y progresistas asociados a la revolución silenciosa; y, por otro lado, la necesidad de apelar a los votantes (hombres) a menudo menos educados y menos acomodados que simpatizan con las ideas autoritarias y nativistas asociadas a la contrarrevolución silenciosa perseguida por la derecha radical populista.

Inmigración, respondiendo a la 'contrarrevolución silenciosa'
El zapato aprieta más, quizás, cuando se trata de la migración y el multiculturalismo. El sentimiento anti-inmigrante y etnocéntrico generalizado es particularmente problemático para la derecha dominante; no sólo porque, en general, aprueba la flexibilidad del mercado laboral favorable a las empresas sino porque, ideológicamente, se trata de defender las ideas de la derecha, pero adoptando posiciones políticas moderadas y adhiriéndose a los valores democráticos liberales.

Por tanto, aunque puede imitar a la extrema derecha y colaborar con ella, este enfoque tiene sus límitesAdemás de suponer una amenaza para los intereses económicos inmediatos de algunas empresas, la adopción de posturas demasiado duras en materia de inmigración puede perjudicar la imagen y la reputación de los partidos de la derecha dominante entre los votantes que, en general, aprueban los mercados pero no el autoritarismo, y podrían por tanto retirar su apoyo.

Además, dado que la derecha radical populista se ha hecho en muchos países con la propiedad del tema de la inmigración y el multiculturalismo, al intentar igualarlas política por política se corre el riesgo de aumentar su relevancia electoral, lo que haría un gran favor a esos partidos radicales.

Si la inmigración representa un reto para la corriente principal de la derecha, cabe esperar que afecte a sus tres familias de partidos de formas distintas. En el caso de los democristianos, por ejemplo, la adopción de duras posiciones anti-inmigración está claramente en desacuerdo con los valores cristianos fundamentales. Para los conservadores, la apertura de la economía a los inmigrantes puede verse como algo positivo para el libre mercado, pero también como algo que potencialmente entra en conflicto con su creencia en la soberanía nacional. Los partidos liberales, sin embargo, no debieran enfrentarse a estas dificultades filosóficas, ya que están a favor tanto del libre mercado como de la tolerancia de las diferentes culturas; aunque, al presentar al islam como una religión contraria a los valores pluralistas, los partidos de la derecha radical pueden romper esa lógica.

Sin embargo, como muestra el Gráfico 3, los partidos de las tres familias se han movido prácticamente en la misma dirección restrictiva en esta cuestión, aunque, como era de esperar, con diferentes puntos de partida y de llegada.
 
Gráfico 3.- Cambios en la política de los partidos de la derecha dominante en materia de inmigración (1980-2018)


Dilemas morales: respondiendo a la 'revolución silenciosa'
Por supuesto, la inmigración es sólo uno de los ámbitos en los que los partidos de la derecha dominante se han visto obligados a modificar sus posturas, en respuesta a la presión creada por la contrarrevolución silenciosa. También han tenido que responder a la revolución silenciosa.

Las sociedades europeas occidentales se han vuelto más liberales en cuestiones como el aborto, el divorcio, los derechos de los homosexuales y la igualdad de género. Esto ha obligado a los principales partidos de la derecha a replantearse sus posiciones programáticas y las políticas que aplican en el Gobierno, lo que no siempre es una tarea fácil, sobre todo para los partidos conservadores y, más aún, para los democristianos, como comprobaron tanto David Cameron como Angela Merkel cuando se trató del matrimonio homosexual.

Sin embargo, como muestra el Gráfico 4, aunque los partidos liberales se han vuelto aún más liberales, los conservadores y los democristianos también lo han hecho, aunque sin llegar a alcanzarlos.
 
Gráfico 4.- Cambios en las políticas de los partidos de la derecha dominante en materia de moral tradicional (1980-2018)


No obstante, lo fundamental es que ninguno de estos cambios de posición (ya sea en respuesta a la revolución o a la contrarrevolución silenciosas) está exento de riesgos. Al adoptar posturas más duras en materia de inmigración, por ejemplo, los partidos de la derecha dominante corren el riesgo de alienar a su electorado principal, que es tradicional y fuertemente pro-empresarial.


Por otra parte, las encuestas que miden la propensión a votar a otros partidos revelan que muchos votantes actuales y antiguos de la derecha dominante estarán tentados de desertar a la extrema derecha si no ven que sus homólogos más moderados ofrecen al menos una resistencia simbólica a los cambios sociales y culturales que conlleva la inmigración. También se sienten incómodos (aunque estén lejos de ser guerreros de la cultura que defienden una especie de guerra contra lo woke) con la dilución de lo que consideran una moral tradicional de sentido común.

¿Qué partidos de la derecha dominante van mejor o peor?
Está claro que, como sugiere su declive electoral desde los años 80, las cosas han sido más difíciles para los partidos democristianos, al menos en el conjunto de Europa occidental. La revolución silenciosa trajo consigo un descenso no sólo de la religiosidad, sino también de la adhesión a los valores tradicionales asociados a ella, ambos vinculados al apoyo a los democristianos.

Por su parte, la contrarrevolución silenciosa (y, en particular, el nacionalismo, la xenofobia y la antipatía por la inmigración que conlleva) representa un desafío directo al apoyo de la democracia cristiana al internacionalismo (tipificado por su papel en el fomento de la integración europea) y a su tradicional compromiso con la caridad y con convertir a los extraños en amigos.

Ciertamente, parece que los democristianos austriacos, holandeses y alemanes han sufrido lo que se esperaba. Han perdido apoyo a lo largo de las décadas y les ha resultado cada vez más difícil atraer a una amplia gama de votantes.

Sin embargo, a pesar de ello su deseo de mantenerse en el cargo (aunque eso implique sacrificios políticos) les ha permitido formar gobiernos en varias ocasiones, ya sea como socios menores (Países Bajos) o como socio principal que proporciona el primer ministro (Austria y Alemania).

Por supuesto, es discutible si esto ha sido una estrategia sensata para estos movimientos democristianos a largo plazo. Las dificultades de la CDU/CSU alemana estuvieron durante mucho tiempo algo disimuladas por la popularidad personal de la ex canciller Angela Merkel y la debilidad de su tradicional oponente de centro-izquierda. Ahora que ella se ha ido y que el SPD es la mayor fuerza de la nueva coalición gobernante, ¿qué puede impedir que los democristianos sigan el camino de sus homólogos, muy disminuidos, en otros países del continente?

Una respuesta, por supuesto, es seguir a su partido hermano austriaco en su voluntad de asociarse en el Gobierno con la extrema derecha. Es cierto que, por ahora, la CDU/CSU considera a la AfD fuera de lugar, al menos a nivel federal. Pero, ¿cuánto durará esa actitud, a pesar de la comprensible reticencia de muchos en la Unión a pactar con un partido que para algunos votantes evoca recuerdos de un pasado oscuro y profundamente perturbador?

Como muestra el ejemplo austriaco, la idea de que, invitando a la extrema derecha a formar una coalición, la derecha dominante puede de alguna manera avergonzar o domesticar a su socio es una ficción conveniente y reconfortante. Cualquier daño electoral y de reputación causado por el frecuente fracaso de los partidos populistas de la derecha radical a la hora de convertir promesas simplistas en políticas viables parece curarse pronto.

Dicho esto, las alternativas (mantener una especie de 'cordón sanitario' respecto a la extrema derecha o adoptar algunas de sus retóricas y prioridades, especialmente sobre inmigración) tampoco muestran signos de funcionar. El primer enfoque rara vez dura y, en cualquier caso, sólo sirve para probar las acusaciones del partido paria de que la élite o la clase política está conspirando para dejar fuera a los verdaderos tribunos del pueblo. Mientras tanto, como ya hemos observado, "cerrar el espacio temático", por ejemplo, tomando medidas enérgicas contra la inmigración, el asilo y la delincuencia, a menudo aumenta la relevancia de los temas y por lo tanto aumenta el apoyo a los insurgentes.

Volvamos a los partidos conservadores. Incluso si la campaña contra la inmigración corre el riesgo de chocar con su compromiso con las políticas económicas favorables a las empresas y al mercado, los conservadores de Europa occidental deberían haber sido más capaces de hacer frente a la contrarrevolución silenciosa: después de todo, el nacionalismo, así como la inclinación por la ley y el orden, por ejemplo, ya forma parte de lo que son.

Por otro lado, su respeto por las jerarquías tradicionales y los llamados valores familiares, ha hecho que la revolución silenciosa sea una perspectiva un poco más complicada, incluso si los vínculos más flojos con la iglesia les han ofrecido un poco más de flexibilidad en ese sentido que la permitida a sus homólogos democratacristianos.

Reino Unido es un buen ejemplo. Salvo un breve paréntesis (aunque costoso desde el punto de vista electoral), durante los primeros años del liderazgo de David Cameron, entre 2005 y 2016, el Partido Conservador británico no ha encontrado muchas dificultades para moverse hacia la derecha en la dimensión cultural, en particular aprovechando el chovinismo del bienestar y politizando la inmigración y la cuestión de la soberanía nacional.

Algunos, sin embargo, argumentarían que la estrategia se llevó demasiado lejos en respuesta al ascenso del partido populista de derecha radical, el Ukip, y su sucesor, el Partido del Brexit, lo que dio lugar a la salida del Reino Unido de la UE, algo que no deseaba la mayoría de los empresarios (ni tampoco los empleados).
Sin embargo, por lo que respecta al crecimiento gradual pero aparentemente imparable del liberalismo social, el Partido Conservador se encontró inicialmente con una situación más complicada: lo que era aceptable hasta principios de la década de 1990 (como su falta de apoyo a la legislación en materia de igualdad que cubriera la raza, el género y la sexualidad) dejó de serlo a medida que el siglo XX se convertía en el XXI.

Lo que Cameron denominó "conservadurismo liberal" gozó de un apoyo relativamente reducido entre las bases del partido. Sin embargo, parece poco probable que sus consecuencias políticas principales se reviertan: al fin y al cabo, tanto el matrimonio igualitario como el compromiso, al menos superficial, con los objetivos medioambientales gozan de un amplio apoyo entre los votantes, para evidente consternación de los diputados tories de derechas, que han creado grupos parlamentarios para frenar la marea de 'wokery' y 'greenery'.

Pero no todos los partidos conservadores de Europa occidental han afrontado tan bien como los tories de Reino Unido los retos que plantean las dos revoluciones. Como era de esperar para un partido nórdico, los moderados suecos se han mostrado (más que la mayoría de los partidos conservadores) relativamente cómodos con la revolución silenciosa. No obstante, a medida que aumentaba la ansiedad por la inmigración, los moderados han sufrido pérdidas frente a los Demócratas de Suecia, de extrema derecha, lo que ha provocado un movimiento del partido hacia la derecha autoritaria para detener estas derrotas.

Este giro a la derecha de los moderados ha sido en gran medida ineficaz, al menos hasta ahora, y puede haber cedido terreno a los partidos liberales del otro flanco, lo que nos recuerda una vez más que, para los principales partidos de la derecha europea no hay soluciones fáciles, sino compromisos.

Una historia similar, pero probablemente más dramática, se está desarrollando en Francia. Durante mucho tiempo, la derecha 'gaullista', en sus diversas formaciones, hizo poco por adaptarse a la 'revolución silenciosa', pero se mostró más viva ante las preocupaciones de la 'contrarrevolución silenciosa', especialmente cuando esas preocupaciones llevaron a los votantes a pasarse al Frente Nacional (FN). En consecuencia, Jacques Chirac y, sobre todo, Nicolas Sarkozy hablaron (y a veces actuaron) con dureza sobre la inmigración y la integración como estrategia de búsqueda de votos.

Sin embargo, puede decirse que sus sucesores se excedieron, redoblando la apuesta por una agenda cultural conservadora que se extendía más allá de la migración y el multiculturalismo a cuestiones como el matrimonio igualitario, lo que provocó el alejamiento de los votantes (y políticos) liberales del partido. En cualquier caso, tampoco les sirvió de mucho a los gaullistas: los votantes de clase trabajadora y autoritarios a los que podía haber atraído esa agenda cultural se vieron desanimados por las llamadas políticas neoliberales y de austeridad defendidas por ellos en respuesta a la crisis financiera mundial y, en cambio, se vieron atraídos por el atractivo anti-globalista y chovinista del bienestar del FN.

En el otro flanco, y como consecuencia de la creciente adopción de posturas más duras en la dimensión cultural de la competencia, muchos votantes de la derecha liberal dominante desertaron (junto con algunos políticos) hacia 'En Marche!' de Macron, que (al menos inicialmente) adoptó posturas más liberales tanto en cuestiones socio-culturales como socioeconómicas, dejando a los gaullistas de Les Républicains entre el proverbial diablo y el profundo mar azul.

Está por ver si la candidata elegida por los republicanos para las elecciones presidenciales de este año, Valérie Pécresse, podrá escapar a ese destino. Es cierto que, en la batalla por convertirse en la candidata presidencial del partido, se impuso a rivales internos que se situaban más hacia la derecha autoritaria que ella. Pero si quiere llegar a la segunda vuelta contra Macron tendrá que superar a dos candidatos de la derecha mucho más estridentes sin perder a los seguidores moderados de Les Républicains. Puede resultar una tarea imposible.

Por supuesto, en la mayor parte de Europa occidental los votantes de la corriente principal de la derecha han tenido durante mucho tiempo una alternativa a los partidos conservadores y democristianos: los liberales. De hecho, si el experimento de Macron perdura y se afianza en el sistema de partidos francés, puede convertirse en una historia de éxito para la familia de partidos liberales y en un modelo a imitar por sus homólogos de todo el continente. Lo mismo ocurre, tal vez, con los Demócratas Libres alemanes (FDP), a menudo descartados, pero que ahora han vuelto al Gobierno y pretenden, como Macron, combinar (aunque en coalición) la defensa de los valores de la revolución silenciosa con el respaldo de posiciones relativamente pro-empresariales.

En los Países Bajos, sin embargo, los liberales han abandonado efectivamente esos valores (al menos en lo que se refiere a la inmigración y el multiculturalismo, si no a, por ejemplo, las cuestiones de sexualidad) en un intento de mantener el apoyo suficiente para permanecer en el Gobierno y frenar aún más el flujo de votantes holandeses hacia la extrema derecha. De hecho, bajo el liderazgo de Mark Rutte, el VVD en los Países Bajos ha conseguido, al menos por el momento, cosechar votos y mantenerse en el cargo, pero a costa de apoyar ideas y políticas que están en desacuerdo con aspectos clave de la revolución silenciosa y, por tanto, con la agenda que, al menos en teoría, cabría esperar de un partido liberal. Visto así, podría decirse que Rutte está siguiendo un enfoque similar al adoptado por los democristianos austriacos bajo Sebastian Kurz y los conservadores británicos bajo Boris Johnson, es decir, construir un partido populista de derecha radical sucedáneo.

Esto implica la aceptación e incluso la aprobación de algunos de los valores de la contrarrevolución silenciosa, hasta el punto de que debiéramos cuestionar seriamente hasta qué grado, de cara al futuro, estos partidos pueden ser categorizados con seguridad como la corriente principal de la derecha, de la misma manera que los diversos partidos formados por Silvio Berlusconi en Italia no pueden serlo, aunque nunca hayan sido conjuntos de extrema derecha en el molde de sus socios de coalición en Alleanza Nazionale y la Lega, ser etiquetados de manera convincente o cómoda como conservadores.

¿Se desplazará finalmente la corriente principal hacia la derecha radical?
Los partidos conservadores, democristianos y liberales de Europa occidental pueden considerarse mayoritarios no sólo porque adoptan posiciones relativamente moderadas, sino también (y quizá más importante) porque se comprometen a respetar la democracia liberal. Pero pensemos en el tono cada vez más anti-liberal de los democristianos austriacos bajo el mando de Kurz (ahora ex canciller de ese país tras retirarse para pasar más tiempo con su familia y defenderse de las acusaciones de corrupción).
Pensemos también en el lenguaje agresivamente populista, los atajos constitucionales y el incumplimiento del Derecho internacional que persigue el Partido Conservador bajo el liderazgo de Boris Johnson, así como en el duro discurso sobre la integración y la inmigración del partido liberal de Rutte en los Países Bajos. ¿Podremos clasificar siempre a estos partidos como derecha convencional?

Ahora mismo parece prematuro agruparlos, como ya han empezado a hacer algunos periodistas liberales muy respetados y preocupados, junto al Partido Republicano de la era Trump, el Fidesz de Orbán en Hungría y Ley y Justicia de Kaczyński en Polonia. Pero en el futuro, ¿quién sabe?

Como demuestran estos ejemplos, la extrema derecha no siempre empieza siendo de extrema derecha, mientras que la literatura sobre el 'retroceso democrático' subraya que el deslizamiento hacia la democracia 'anti-liberal' suele ser gradual y no repentino; tan gradual que, cuando se hace innegable, ya es demasiado tarde para hacer algo al respecto.

En resumen, si los principales partidos de la derecha en Europa occidental llegan a la conclusión de que la mejor manera de detener su declive y vencer a quienes los retan en sus flancos es transformarse efectivamente en partidos populistas de la derecha radical, entonces los académicos, los responsables políticos (y el resto de nosotros) deberíamos empezar a preocuparnos seriamente por la salud de la democracia liberal, que quizás hemos dado por sentada durante demasiado tiempo.
 
(Este análisis es la traducción del que se publicó originalmente en 'UK in a changing Europe')
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