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Los retos de la probable 'petrolización' del gas

Aurelia Mañé-Estrada

8 mins - 9 de Marzo de 2022, 07:30

Ante la tragedia colectiva que es la guerra en Ucrania, parece casi frívolo pensar y escribir sobre otra cosa que no sea cómo, entre todos, hemos permitido esta malaventura. Estos días, sin embargo, uno de los temas de la agenda política y mediática sigue siendo la cuestión energética.

Entre las causas directas de esta guerra no está la energía, pero la concurrencia con este conflicto armado sí que tendrá un impacto en las relaciones energéticas y económicas parecido al que, en los años 70, tuvo la guerra de Yom Kipur (que tampoco tuvo causa energética), transformando la gobernanza de la industria petrolera internacional y la ordenación de la economía mundial. Así que, ahora, al igual que entonces, un conflicto bélico catalizará una reestructuración profunda en la escena energética internacional.

Tres son los elementos sobre los que reflexionar: dos directamente relacionados con la energía y el otro, con las consecuencias que esta crisis puede tener para el pensamiento político-económico.

Efectos de sustituir el gas ruso por GNL
El primero de estos elementos está siendo trending topic estos días: cómo sustituir el gas que nunca llegó a fluir por el no nato Nord Stream II y el que aún sigue viajando por la red de gasoductos cuyo origen es Rusia. La respuesta que se está dando es con gas natural licuado (GNL) proveniente de Estados Unidos.

Cabe recordar que, ya, en vísperas de la invasión de Ucrania, se anunció que el gasoducto Nord Stream II, que conectaba Rusia con Alemania por el Báltico (la línea discontinua en el mapa a continuación) no sería inaugurado ni entraría en funcionamiento. Fue destacable que el primero que lo anunció fue Joe Biden, al tiempo que ofrecía compensar la no apertura con el suministro de GNL estadounidense. 
 
Mapa 1.- Principales vías de entrada del gas en Europa
Fuente: EIA, Today in Energy, 11 de febrero de 2022.

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EE.UU. no es ni el primer ni único exportador de GNL del planeta, pero en un tiempo récord se ha convertido en el primer productor de gas, superando a Rusia. Además, desde que bajo la Presidencia de Barak Obama se autorizara su exportación, ha alcanzado el tercer puesto mundial como exportador de GNL, por detrás de Qatar y Australia, y es, como puede observarse en el gráfico 1, el primer suministrador para Europa

 
Gráfico 1.- Evolución de las importaciones de GNL en Europa
  Fuente: EIA, Today in Energy, 22 de febrero de 2022.

Esta mayor presencia del GNL estadounidense en el mercado ha coincidido con tres cuestiones en Europa. La primera es el declive -por obsolescencia- en la producción de dos de los principales yacimientos gasísticos europeos, el de Groningen en los Países Bajos y el del Mar del Norte. La segunda, la progresiva reducción del flujo de gas que transitaba por Ucrania. De hecho, se observa una caída drástica del mismo desde 2019 que, simbólicamente, mengua la importancia para Europa de los gasoductos Druzhba (
Amistad) y Progreso y que algunos analistas interpretan como un indicio de que la guerra actual se venía planificando desde hace tiempo.

La tercera cuestión afecta especialmente a la Península Ibérica: el cierre, en  noviembre pasado, del gasoducto Magreb-Europa, que transportaba el gas argelino, vía Marruecos. Este hecho consolidó la tendencia del creciente peso que el GNL tiene en el suministro energético español y portugués.

Aunque el grueso del comercio gasístico mundial sigue realizándose por tierra, vía gasoductos, el creciente peso del GNL está cambiando las reglas del juego del sector, lo que nos estaría conduciendo a una petrolización del mercado del gas.

Hasta ahora, la mayoría del que llegaba a Europa desde Rusia o Argelia provenía de yacimientos de gas convencionales conectados por gasoductos terrestres, y su comercio se basaba en contratos a muy largo plazo, con precios indexados, pero estables, entre empresas que conocían las reglas del juego. Por supuesto que hubo algunas crisis puntuales, pero en términos generales daba lugar a un comercio bilateral/regional de gas estable y seguro.



Frente a ello, pasar al comercio internacional del GNL, con un creciente peso del gas no convencional de esquisto, implica un proceso de transformación (de gas a líquido y de líquido a gas) que requiere de infraestructuras de transformación y transporte marítimo. Además, este comercio se basa en contratos al contado o a corto plazo (el 40% de los nuevos contratos en 2020, según el último informe anual del GIIGNL), negociados en
hubs internacionales. Ello supone un cambio más que significativo de las reglas del juego, pues estamos ante la creación de un great pool gasístico internacional en el que Europa parece querer sumergirse de lleno. 

Puede o no tener importancia en el resultado final, pero se da paradoja de que, al igual que en la década de los 70 del siglo pasado, la internacionalización del gas ha venido acompañada de la entrada de los hidrocarburos estadounidenses en el comercio mundial. Entonces, porque se convirtió en país importador; ahora, porque se ha transformado en exportador.

Un momento crucial para el diseño europeo de la transición energética
Otro elemento a tener en cuenta es que, más allá de la voluntad de acometer este cambio, éste no tendrá efecto inmediato. Se requiere de la construcción de infraestructuras de recepción de GNL en los puertos europeos (centrales de re-gasificación), así como de gasoductos de interconexión entre los estados de la Unión Europea. Sin entrar en las históricas razones por las que éstas no existen ya, como la tradicional oposición desde Francia al paso del gas de Argelia desde España a Europa central, construir estas infraestructuras es una cuestión de medio plazo y supone cuantiosas inversiones que, luego se querrán amortizar. Por tanto, representan una decisión que condicionará el futuro energético de Europa durante un mínimo de dos o tres de décadas.

En el contexto actual, esto nos remite a la cuestión de la transición energética. Como en la década de los 70 del siglo pasado, volvemos al dilema (parafraseando a Armory Lovins y su icónico artículo The road not taken?) de qué camino seguir. A la mesa han vuelto cuestiones parecidas a las de entonces: ¿es la energía nuclear la solución? ¿Ha llegado el momento para apostar decididamente por las renovables? Es verdad que hoy existe una opción que entonces no se contemplaba: las grandes infraestructuras transnacionales de energía renovable, como las del hidrógeno de importación. 

Éste es el debate de política energética que Europa debiera afrontar en este momento, antes de precipitarse a apostar por el GNL. Una apuesta por el gas será a medio-largo plazo, y en el presente hará aún más volátil el mercado de la energía. Además, conviene recordar que, de apostarse por el gas, sus formas de extracción (como el 'fracking') tienen elevados costes ambientales en el lugar de origen.

¿Un efecto político-económico parecido al del 'shock' del petróleo?
Una reflexión profunda sobre esta cuestión requeriría un texto aparte, pero no por ello hay que dejar de mencionarlo. La reordenación o petrolización de la industria internacional del gas está teniendo un efecto muy severo sobre la inflación. Pero la forma en que el encarecimiento de esta fuente energética está impactando en los precios es distinta a la de los años 70. Entonces, el combustible del petróleo era directamente un insumo para la producción. Ahora, al menos en economías como la española, el fuerte impacto en la inflación tiene que ver también con la organización del mercado de la electricidad. Éste es un mercado marginalista, que obliga a que paguemos el Kw/hora al precio de la tecnología más cara. De esta forma, aunque 99 unidades de energía (Kw/h) no se generen a partir del gas, basta que la última tenga su origen en las centrales de ciclo combinado para que toda la electricidad se pague a precio de gas.

Siendo la relación tan clara, es muy preocupante escuchar voces que, en vez de abogar por la modificación del mercado marginalista de la electricidad como remedio a la inflación, abogan, como también ocurrió en los 70, por la contracción monetaria y las políticas restrictivas. Da miedo pensar que, como entonces, la inflación pueda servir como excusa para una nueva vuelta de tuerca en la revolución (neoliberal) conservadora, justo cuando en el ámbito de la política económica surgían nuevas propuestas más progresistas.
 
Desde este punto de vista, en Europa deberíamos también aprovechar esta crisis del gas para repensar nuestra política económica.
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