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Dominique Jacovides (AFP via Getty Images)

Los autócratas que desafían el orden internacional… y sus cómplices occidentales

Ana Belén Soage

9 mins - 5 de Marzo de 2022, 07:05

La invasión rusa de Ucrania es otro clavo en el ataúd del orden liberal internacional establecido después de la Segunda Guerra Mundial; un orden que dista de ser perfecto, pero que al menos ha hecho de la guerra la excepción y no la regla. Atrás quedó el triunfalismo que acompañó el final de la Guerra Fría, cuando Francis Fukuyama anunció el fin de la historia y la victoria de la democracia liberal. El Nuevo Orden Mundial proclamado por George H.W. Bush y Mikhail Gorbachev, en el que las grandes potencias cooperarían para mantener la paz y resolver los conflictos pendientes, nunca se materializó. En cambio, los principios del sistema que habría demostrado su valía con la derrota del comunismo son cada vez más cuestionados.

Fue un proceso gradual, que primero se manifestó en el auge de movimientos identitarios: el islamismo en el mundo musulmán, el 'Front National' en Francia, el 'Tea Party' en Estados UnidosEn una Rusia que se sentía humillada, Putin adoptó una agresiva política exterior para restituir el estatus perdido, a la vez que intentaba desacreditar los sistemas democráticos usando medios de comunicación controlados por el Kremlin y granjas de troles. Y China emergió como una gran potencia con una agenda política revisionista a la altura de su flamante poderío económico. Como resultado, la conversación pasó a ser sobre lo que Freedom House denominó en su informe anual de 2021 "Democracia bajo asedio"; asedio que ahora se ha convertido en guerra abierta.

Tú me cubres la espalda, yo te la cubro a ti
Algo en lo que Fukuyama no estaba equivocado es en el declive de las ideologías. No ha surgido ninguna capaz de reemplazar al comunismo como alternativa al liberalismo occidental, y lo menos que puede decirse de los regímenes que desafían a éste es que no están ideológicamente unidos. Sus modelos van desde el comunismo con características chinas del PCCh a la teocracia islamista iraní, pasando por el nacionalismo exacerbado de Putin. Como escribió Anne Applebaum en un sonado artículo publicado en The Atlantic el pasado noviembre, "sus vínculos no están cimentados por ideales [ideals], sino por acuerdos [deals]".
 
En efecto, los autócratas cooperan a varios niveles. Económicamente, se ayudan a sortear las sanciones internacionales. China es uno de los principales acreedores de Venezuela, mientras que las empresas rusas han realizado enormes inversiones en su decrépita industria petrolera. Cuando los países occidentales castigaron a Alexander Lukashenko tras las fraudulentas elecciones presidenciales de 2020, Rusia abrió sus mercados a Bielorrusia, mientras que el Fondo Euroasiático para la Estabilización y el Desarrollo, que Rusia lidera, le ha ofrecido apoyo financiero. China, que tiene su parque industrial europeo a pocos kilómetros de Minsk, también se ha convertido en el mercado más importante para el petróleo iraní. 

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En los países en desarrollo, la Nueva Ruta de la Seda ofrece acuerdos de infraestructuras sin el molesto escrutinio que normalmente acompaña otras fuentes de financiación y brindan oportunidades para sobornos y mordidas, como denuncian los activistas anticorrupción. A cambio, China obtiene cobertura mediática positiva y apoyo diplomático. En octubre pasado, cuando un grupo de países mayoritariamente occidentales intentó aprobar una declaración en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU condenando la situación en Xinjiang, los estados asiáticos y africanos apoyaron abrumadoramente la posición china. Análogamente, el mes siguiente el candidato emiratí a la Presidencia de Interpol, un general acusado de tortura, resultó elegido tras una donación de 50 millones de dólares a una fundación de la organización y una gira mundial de cabildeo que, sin duda, incluyó ofertas de ayuda e inversiones.


Los autócratas también colaboran en asuntos de seguridad. China y Rusia realizan ejercicios militares conjuntos desde 2005 –desde 2019, también ejercicios navales con Irán–, e incluso han anunciado la intención de construir juntos una estación de investigación en la Luna. La intervención rusa en la guerra civil siria en 2015 inclinó la balanza a favor del dictador Bashar al-Assad ante la inacción de los países occidentales. Y como respuesta a masivas manifestaciones populares contra Lukashenko, Putin envió asesores para entrenar a sus fuerzas de seguridad en las técnicas utilizadas en Rusia para intimidar a la oposición. Ahora Bielorrusia apoya activamente la invasión rusa de Ucrania mientras que China, Irán y Cuba se abstuvieron en la votación de la ONU que la condenó; Venezuela ni se molestó en hacer acto de presencia.

A pesar de su diversidad ideológica, los autócratas están de acuerdo en algo: la defensa de la soberanía nacional frente a la emergencia de normas globales como la monitorización de elecciones, los regímenes de sanciones fundados en los derechos humanos y la doctrina de la responsabilidad de proteger. A sus ojos, los derechos humanos son un mero pretexto occidental para interferir en otros países. China, donde los derechos individuales están subordinados a lo que el PCCh considera el bien de la colectividad, resume su política exterior con el lema cooperación sin interferencia. Y a pesar de su rivalidad, Irán y Arabia Saudí coinciden en una interpretación islámica de los derechos humanos que niega su universalidad y consagra la discriminación contra las mujeres y las minorías religiosas y sexuales.

La complicidad de las democracias
La mención de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Arabia Saudí nos llevan al tema de esos autócratas 'amigos' de Occidente. Son los principales miembros del club de ricas monarquías más o menos absolutas conocido como Consejo de Cooperación del Golfo que, entre otras funciones, lleva a cabo ejercicios militares conjuntos y ayuda a perseguir a disidentes políticos a través de fronteras. Durante la Primavera Árabe, su temor al contagio de la democracia los llevó a co-organizar la contrarrevolución, militarmente en Bahréin, de forma más sutil en Egipto y otros países de la región. En Yemen, el fracaso de sus contubernios desencadenó una brutal guerra de la que Arabia Saudí no logra zafarse. Ambos han cultivado fuertes lazos con China, apoyando en la ONU sus políticas en Xinjiang y Hong Kong. Su respuesta a la invasión rusa de Ucrania ha sido tenue, por ponerlo suavemente.



Pero Occidente no se limita a hacer la vista gorda ante los abusos de los autócratas, sino que los ayuda activamente. En su guerra en Yemen, el Ejército saudí cuenta con entrenamiento, inteligencia y apoyo logístico de Gran Bretaña y, hasta el año pasado, de Estados Unidos. Durante su visita a Yedda el pasado diciembre, el presidente francés Emmanuel Macron tenía como excusa la difícil situación en Líbano para convertirse en el primer líder occidental en estrechar públicamente la mano de Mohammad bin Salmán tras el brutal asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, pero el objetivo central de su gira del Golfo era la firma de acuerdos de armas. De igual forma, Israel ha vendido el software de espionaje supuestamente antiterrorista Pegasus a diestra y siniestra, permitiendo a regímenes autocráticos monitorizar y acosar a sus críticos.

Además, debemos señalar a las múltiples instituciones y empresas occidentales que rivalizan por ofrecer sus servicios a los autócratas. Hoy en día los mayores paraísos fiscales no se encuentran en islas caribeñas, sino en EE.UU.. Sus diferentes estados compiten ferozmente entre sí por registros corporativos, y Delaware se ha convertido en "el principal paraíso fiscal del mundo", según Casey Michael, autor de 'American Kleptocracy. How the U.S. Created the World's Greatest Money Laundering Scheme in History'. Pero Gran Bretaña, Francia, Alemania, Canadá... todos aparecen como destinos destacados de fondos de procedencia dudosa en los Pandora Papers desvelados el pasado octubre; bancos occidentales establecen empresas fantasma para blanquear dinero robado de tesorerías o de la explotación de recursos nacionales; abogados occidentales ayudan con el papeleo y mantienen a raya a los fiscales; consultores y empresas de relaciones públicas occidentales protegen reputaciones; agentes inmobiliarios occidentales proporcionan lujosos áticos en París y Nueva York y casas de veraneo en la Toscana y la Costa del Sol; y vendedores occidentales de artículos de lujo se aseguran de que los dictadores y oligarcas y su progenie, esposas y amantes puedan alardear de relojes Rolex, joyas Cartier, bolsos Louis Vuitton y deportivos Lamborghini. Todo por una sabrosa comisión, por supuesto.

Podemos añadir a la lista de fallas morales occidentales la 'guerra global contra el terror', que justificó las intervenciones militares en Afganistán e Irak y políticas ilegales como entregas extraordinarias y detenciones indefinidas; y la creciente xenofobia que se ve reflejada en el auge de la extrema derecha, y a la que ciertos partidos democráticos responden moviéndose en esa dirección para apelar al mínimo denominador común. No es extraño que los autócratas acusen a Occidente de hipocresía. En marzo del 2021, la Oficina de Información del Consejo de Estado chino publicó un informe denunciando la discriminación racial, la mala gestión de la pandemia y la crisis de las instituciones democráticas en EE.UU. titulado No puedo respirar, las últimas palabras de George Floyd.

Debemos hacer más para evitar el regreso a un orden mundial anárquico en el que los países fuertes pueden invadir a sus vecinos más débiles con impunidad. Y para ello, Occidente necesita estar a la altura de los valores que legitiman el orden liberal. Las sanciones contra Rusia son apropiadas en estas circunstancias pero son, por definición, medidas extraordinarias. Los gobiernos occidentales deben fundamentar sus políticas en el respeto hacia los derechos humanos; aumentar su cooperación para cerrar paraísos fiscales e implementar leyes contra el blanqueo de dinero; y acordar no vender armas a regímenes opresivos, para que los escrúpulos de uno no se conviertan en las ganancias de otro. Sólo así los discursos en defensa de la democracia y el Estado de derecho tendrán credibilidad ante el mundo.
 
(Aquí, la versión en inglés)
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