Hablar de la tecnología, del ciberespacio y de las redes sociales nos sitúa en el mundo que tenemos a nuestro alcance en el día a día. La transición de la sociedad analógica a la digital es un hecho y el uso del instrumento digital con sus diferentes manifestaciones es algo cotidiano. Desde un punto de vista global y objetivo, podemos decir que somos miembros de la sociedad digital, tanto como ciudadanas y ciudadanos de nuestros pueblos, ciudades y países.
La cuestión radica entonces en determinar si esta sociedad, que está en evolución, ha tomado en consideración los valores y principios que inspiran las sociedades democráticas e igualitarias, o si sólo los ha adoptado desde un punto de vista formal y no material.
Por tanto, la pregunta es obvia: ¿cómo afectan las tecnologías a los derechos? En concreto, y desde una perspectiva de género, ¿qué valor se da en este nuevo espacio social a los derechos de las mujeres? ¿Es la sociedad digital un lugar con mayor libertad e igualdad para las mujeres o, por el contrario, estamos ante un espacio de mayor violencia sexista y con menos reconocimiento de derechos?
Desde el punto de vista teórico se puede decir que la implementación de esta nuevarealidad, sobre la base de relaciones horizontales y no verticales, lleva al reconocimiento completo de la mujer como una ciudadana digital en un mundo donde no existen los roles de género ni las estructuras patriarcales. Es cierto que las redes han favorecido la sororidad digital: recuérdese el '#MeToo' o la posibilidad de activismo feminista, que se practica en redes sociales con el uso de hastags o la difusión del arte-denuncia a través de imágenes en Instagram, o lo potente que pueden ser los podcast de contenido feminista. En definitiva, constituyen una herramienta que democratiza la información y permite que llegue a un número ingente de usuarias y usuarios.
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Sin embargo, si analizamos de cerca cómo se producen las interacciones que proporciona la tecnología, es sencillo alcanzar la conclusión de que en el mundo virtual se reproducen los estereotipos sexistas, como consecuencia del traslado del ideario de la sociedad analógica a la digital. En las relaciones que se producen a través de internet no sólo se encuentran los mismos prejuicios discriminadores que aparecen de forma estructural en nuestra sociedad, sino que se derivan también consecuencias respecto de los derechos de las mujeres, pues la brecha digital sigue siendo todavía muy importante y la propia estructura de las redes ayudan a perpetuar la cultura patriarcal, lo que se constata con el análisis del modo de funcionamiento de la inteligencia artificial y el de los algoritmos.
Junto a ello, aparecen nuevas formas de violencia de género y también se intensifican las violencias tradicionales, puesto que se ha generado un potente instrumento de dominación y control que, además, se refuerza con las características del medio (viralidad, permanencia y descentralización) y se implementa no sólo en el ámbito de la pareja, sino también por la familia y la comunidad (escuela, entorno laboral, social, deportivo, etc.).
La justificación de estas afirmaciones se puede encontrar con un somero análisis de cómo aparecemos y nos relacionamos las mujeres en las redes sociales. En ellas no solo cuenta la palabra; también los emoticonos o los GIFs. Si se observa, por ejemplo, cómo se nos representa en estos proveedores de emociones, es fácil constatar representaciones estereotipadas y sesgadas, que aluden fundamentalmente a imágenes y comportamientos sexistas que son reproducidos en bucle, perpetuando dichas manifestaciones patriarcales y ayudando a su interiorización como adecuadas socialmente.
Los algoritmos y la inteligencia artificial ejercen un papel fundamental en esta tarea de propagación de los elementos machistas contra los que luchamos. Los algoritmos analizan nuestro comportamiento en la red y la forma de interactuar, lo que lleva a que se nos ofrezca información sobre aquello en lo que estamos interesadas y se nos aleje de la que nos genera rechazo. Lógicamente, esta segregación y selección en los mensajes que recibimos impide que se difunda el discurso discrepante más allá de quien esté dispuesto/a a recibirlo. Por lo tanto, al final esa pretendida función de expansión del conocimiento y de la información tampoco resulta tan real. De hecho, el juego de los algoritmos lleva a que la información de contenido machista se reproduzca en los círculos de machistas y que la feminista permanezca en los ámbitos de influencia de las personas que defienden la igualdad, lo que lleva no sólo al no intercambio de discursos, sino a la polarización de los mismos.
Ello confirma que el uso de la tecnología no es neutro desde el punto de vista del género; entre otras razones, por el modo en que se reproducen los comportamientos. Si se prestamos atención, por ejemplo, al mundo de las influencers, tampoco resulta difícil constatar cómo
hay una importante ausencia de relato femenino en ámbitos técnicos o científicos y un importante incremento de la feminización del discurso. La mayoría de estas mujeres centra sus informaciones en ámbitos como la maternidad, la familia y la educación de los hijos, la alimentación, la belleza o la moda; y también mayoritariamente, sus seguidoras son chicas jóvenes que interiorizan patrones de comportamiento como los que se esperan de ellas, condicionando una mirada absolutamente sexista de los roles y funciones a cubrir en la sociedad. Así, no resulta extraño el retroceso que, en materia de igualdad y derechos, se observa en las nuevas generaciones.
Además, la
'cosificación' femenina, la perpetuación de roles de cuidado, el renacer del estereotipo de la mujer pasiva sexualmente, son el caldo de cultivo adecuado para el incremento de las violencias de control y dominación.
Como he dicho antes (y en otras ocasiones), la información que se obtiene de todo aquello que hacemos o decimos a través de los elementos tecnológicos (bien sea obteniéndola de manera coactiva o subrepticia) proporciona una importantísima arma al maltratador que, de esta manera, obtiene unos datos muy valiosos para llevar a cabo conductas fundamentalmente de acoso.
No únicamente en relación con sus parejas o exparejas; también hacia mujeres anónimas que ven de qué manera su proyección digital puede verse mermada mediante los ataques masivos que sufren; bien por ser mujeres que ocupan puestos de responsabilidad política, institucional o empresarial, o por emitir opiniones feministas o por el simple hecho de discrepar de lo que afirma un hombre con autoridad, a pesar de ser discutible su manifestación.
Las nuevas miradas y posibilidades que nos hacía soñar la sociedad digital quedan, en definitiva, aún más condicionadas y escondidas por la tendencia propiciada por los algoritmos de crear cada vez grupos más cerrados en relación con la información que se recibe, por lo que en lugar de ayudar a difundir los mensajes de igualdad y respeto a los valores de diversidad y libertad, pueden generar (de hecho, generan) una mayor polarización con posibilidad de expansión de la misma.
Razones que me llevan a pensar que la vindicación del feminismo digital no puede quedarse en un segundo plano, sino queremos perder mucho de lo ya conseguido.